Por Eduardo García Aguilar
De repente y por sorpresa el colombiano Pablo Montoya (1963) ganó el Premio Rómulo Gallegos 2015 con su novela Tríptico de la infamia,
provocando una conmoción al interior de la narrativa colombiana,
sentada desde hace tres lustros en los laureles del marketing y cubierta
de enormes guirnaldas adornadas con estrellas y best-sellers inflados,
elegidos a dedo desde los oscuros gabinetes secretos, en las suscursales
locales de las multinacionales que por ahora tienen el monopolio del
canon.
Ante
el estupor, los síncopes y los ataques cardíacos por la noticia que
obliga a barajar de nuevo las cartas de la novelística colombiana, la
única reacción que tuvo El Tiempo, asombrado de que ninguno de sus
columnistas oficiales participantes en la justa se hubiese llevado el
premio, fue escribir que en Caracas se había premiado a un autor “casi
secreto”, lo que muestra que donde era un “secreto” era allí en las
redacciones culturales y no en el mundo de los lectores, que desde hace
tiempos leíamos a Montoya y admirábamos su entereza y el fervor para
escribir contra viento y marea, poseído por una indestructible vocación
literaria, similar a las de William Ospina y Evelio Rosero.
Un libro tan notable como Lejos de Roma,
publicado por Alfaguara, pasó casi ignorado, como si la propia casa
editora no creyera en él y lo arrinconara para dar paso a sus estrellas
preferidas e infladas. No se volvió a reeditar y Montoya lo sacó del
purgatorio en la editorial Sílaba de Medellín. Y lo mismo parecía ocurrir con Tríptico de la infamia,
que no tuvo casi promoción de sus editores, inclusive en la pasada
Feria del Libro, como si también ellos hubieran decidido esconderlo con
desgano debajo de las mesas para que no interfiriera en la campaña
aplicada a promover a sus autores de preferencia.
Para
los editores del monopolio editorial y los jefes de secciones de
“Entretenimiento”, un autor tan “intelectual” y “erudito”, quien además
ejerce una crítica literaria incisiva en un contexto donde casi todo lo
que vende y suena es escandaloso y vulgar, un autor que escribe sobre
Ovidio y aborda la vida de pintores europeos, es en estos tiempos en
Colombia una especie de Objeto Literario No Identificado (OLNI).
La
narrativa colombiana fue en el siglo XX, hasta los tiempos de García
Márquez y la generaciones posteriores, encabezadas por Collazos y Moreno
Durán y la Generación Sin Cuenta, el coto vedado de autores de
provincias lejanas o de clases medias y bajas de las ciudades. Las
oligarquías les habían cedido ese “hueso” después del fin de las letras
decimonónicas de Silva, Caro, Cuervo, Pombo y Valencia.
Algunos
notables de la élite oligárquica capitalina escribían la novela única
en su juventud, como fue el caso de Alfonso López Michelsen con Los Elegidos,
pero después pasaban a tareas más importantes como la política, el
dinero y el periodismo capitalino. Salvo la excepción de Eduardo
Caballero Calderón, autor de esa horenda novela El buen salvaje,
narrada por un rolo oligarca loco que se asombra de que los negros
puedan andar libres y encorbatados en las avenidas de París, la
narrativa colombiana fue casi siempre ejercida por pobres y
clasemedieros de la capital y la provincia: Osorio Lizarazo, Manuel Zapata Olivella, Carlos Arturo Truque, Iván Cocherín, Oscar Collazos, Moreno Durán y cien etcéteras.
Ser
escritor, novelista, narrador, era algo que desprestigiaba y era muy
mal visto en las familias hasta que Gabriel García Márquez, muchacho
pobre costeño, originario de un pueblucho canicular, a quien
consideraban en Bogotá “un caso perdido”, se volvió figura mundial y,
como en un sueño de cuento de
hadas, emergió del inframundo ya famoso y millonario, fue recibido por
magnates, estrellas de Hollywood y presidentes y al final subió al cielo
en cuerpo y alma en medio de una lluvia de mariposas amarillas,
despedido con todos los honores militares y presidenciales y con la
bendición del mismo Papa.
En
los últimos tres lustros, ida ya para siempre la generación de
“intelectuales” y “eruditos” como Lezama Lima, Borges, Paz y Cortázar y
convertida la narrativa en industria multinacional que eventualmente
puede dar dinero y prestigio, los autores latinoamericanos ya no surgen a
la notabilidad después de un largo camino de trabajo y dedicación, como
García Márquez, sino que son productos confeccionados rápidamente en
los gabinetes secretos de las editoriales multinacionales y luego
engordados e inflados como cerdos en campañas mediáticas donde cuentan
con la complicidad de las páginas de “Entretenimiento”. Reinas de
belleza, modelos, presentadores de televisión, gomelos desvirolados y
laureanistas trasnochados, arribistas, chicos descarriados de los
“estratos altos” que no hallan oficio, encontraron que la literatura
podía darles algo de renombre y hasta plata. Así instauraron en Colombia
y en América Latina lo que bien podría denominarse la Estética de los
Gomelos.
Unos
cuantos nombres de autores coludidos con esos gabinetes secretos
practicaron el rápido hold-up y se adueñaron de la narrativa colombiana
como viejos tiranuelos de bananas repúblicas. Salían directamente del
Gimnasio Moderno o de otros colegios del Norte bogotano, o de la
Javeriana, el Rosario o Los Andes, o
de sus contrapartes medellinenses, a ser ungidos como candidatos a
todos los premios y hasta el Nobel si fuera posible, promovidos por los
Reyes y Reinas de Alfaguara, Planeta, Random y la finada Norma, e
inflados como globos que se escapan de las manos de los infantes hacia
el cielo infinito. Pusieron así en práctica la frase magistral del
corroncho García Márquez en El Otoño del Patriarca: “El día en que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”.
Por
eso el Premio Rómulo Gallegos cayó como una bomba en medio de las
secciones de “Entretenimiento” de los diarios capitalinos y en las salas
de profesores de Literatura de las universidades de paga bogotanas,
salvo en la Central y la Nacional. ¿Que pasó?, se interrogaban todos,
apeñuscados a la entrada del Gimnasio Moderno. ¿Oh, quién es Pablo
Montoya, ala?, preguntaban
estupefactos con un rictus de terror. Pero por fortuna la literatura
colombiana está de fiesta y se dispone ahora sí a barajar de nuevo las
cartas.
* La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de junio 2015.