Por Eduardo García Aguilar
Arturo Pérez Reverte (1951) es uno de los escritores
españoles contemporáneos más leídos y exitosos y también de los que con
frecuencia en sus columnas en la prensa de su país dice lo que piensa
con total libertad, haciendo uso de un lenguaje a veces soez y lleno de
injurias, heredero natural del Siglo de oro, cuando los escritores,
Francisco Quevedo en primer lugar, eran más libres e irredentos que los
de hoy.
Durante mucho tiempo se desempeñó como corresponsal
de guerra y sabe muy bien lo que es escribir al pie del cañón,
respetando los límites de tiempo y en especial haciendo lo imposible
para obtener las informaciones requeridas por los medios, visitando las
morgues, describiendo los cadáveres putrefactos que deja la batalla y
entrevistando monstruos sanguinolentos que tarde o temprano llegan al
poder y mueren hastiados en sus palacios, rodeados de riquezas robadas.
Sus libros son amenos, bien escrítos y estructurados
y a veces se lanzan en bellas parrafadas de gran intensidad poética que
revelan su talento. De su generación, donde hay otros excelentes
autores notables como Javier Marías, Pérez Reverte optó con toda
claridad por ser un cultor de la vena popular y por eso sus libros
cuando aparecen se venden como panes calientes. Nutre sus obra de sus
orígenes en el milenario puerto mediterráneo de Cartagena, que ya
existía en tiempos de fenicios, griegos y romanos y en cuyas aguas de
adolescente solía bucear para rescatar del fango ánforas invaluables.
Cartagena ha sido testigo de todas las guerras y las
pestes y por su tierra han pasado todos los marineros del mundo y las
tropas más locas. En la nube secreta de la memoria citadina yacen
millones de destinos desbocados, varones triunfantes o quebrados,
mujeres humilladas y manoseadas por corsarios o invasores. En sus playas
se han deshuesado cientos de miles de barcos, que él de joven veía
oxidarse sobre la arena. Y desde muchacho compartió con los marineros de
pieles cuarteadas que saben de estrellas y conocen muy bien las
vicisitudes del alma humana.
Pérez Reverte es un autor costeño igual de Gabriel
García Márquez y como todo autor que nace y se forma frente las aguas de
los mares, en puertos a donde llegan seres de todos los orígenes y
calañas desde los más lejanos rumbos y donde se hacen los más sucios
tráficos y negocios, sabe desde siempre que la humanidad es violenta e
impredecible, por lo que sus historias pueden estar llenas de ternura,
pero tambièn de un gran escepticismo. Los costeños por naturaleza saben
contar muy bien porque en los puertos se cuentan todas las historias y
se viven todas las ebriedades y los duelos.
Todo eso he pensado después de leer con veinte años
de retraso uno de los libros que consolidó su fama, La carta esférica,
terminada de escribir en 1999. Uno puede ver sus costuras y sus
defectos, a veces
considerarlo predecible y caricatural, pero ese libro escrito en plena
cuarentena por el periodista, está cargado de la energía de quien
escribe con toda la fuerza. Tal vez hoy sería prohibido
porque se expresa la misoginia rampante de los personajes ligados a la
mafia y al mar y se usa el lenguaje abrupto de los machos cabríos que no
pueden vivir sin darse de puños en las esquinas oscuras, en los bares y
junto a los burdeles.
Pero en La carta esférica hay ternura adolescente.
Rinde homenaje a los muchachos de su generación que oían en las noches
de insomio radios lejanas en viejos radios Philips y soñaban con viajar
por todo el mundo y vivir las más improbables aventuras a las que por lo
regular no estaban invitados, porque quedan atrapados en los rituales
familiares y sociales de sus respectivos mundos originarios. En cada una
de las páginas de esta novela de aventuras están los jóvenes que sueñan
leyendo a Julio Verne, Stvenson y Conrad y viven como las crisálidas
las diversas transformaciones que los llevan de gusanos a maravillosas
mariposas voladoras.
La historia es muy simple y a veces demasiado
esquemática. Un marinero curtido que ya se acerca a la cuarentena se ve
de repente sin trabajo. Sin un peso deambula por Barcelona y recala en
una tienda de subastas donde presencia una puja por un mapa de las
costas españolas del siglo XVIII por el que batallan una bella y joven
burguesa y un mafioso.
Coy, como se llama el marino, juega al azar y
termina involucrado en la intriga y por supuesto como en toda novela de
aventuras se enamora de la bella Tánger, funcionaria del Museo marítimo
de Madrid, a quien va a visitar y a la que quisiera llevarse sin éxito a
la cama. Pero aunque ese objetivo es imposible, termina por
involucrarse en sus sueños y trabaja para ella en el objetivo de
rescatar un barco propiedad de la comunidad jesuíta, naufragado en el
siglo XVIII durante una batalla con una nave corsaria y donde se presume hay un gigantesco y millonario tesoro de
esmeraldas colombianas.
La joven mujer es el motor de esta narración que a
veces patina y tras ella se van desenmarañando las historias de ese
siglo lejano y aunque termina siendo una especie de espejismo, los
hombres de la novela giran en torno suyo como marionetas, prototipos,
caricaturas. Pérez Reverte dosifica datos históricos, diálogos y
fragmentos de sorberbia prosa marina. Y además nos lleva de paseo por
Barcelona, Madrid, Cádiz, Gibraltar y Cartagena y nos da deseos de vivir
en el Mediterráneo.
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* Publicado el domingo 29 de agosto de 2021 en La Patria. Manizales. Colombia.
--- La carta esférica. Alfaguara. Madrid. 2000. 590 páginas. Llevada al cine, bajo la dirección de Imanol Uribe en 2007.