*Publicado en Excélsior. México DF. Jun 5 2011.
Desde hace décadas los fieles de Woody Allen no nos perdemos ninguna de sus películas, que de manera casi sagrada aparecen cada año antes del verano con su cauda de sorpresas desbordantes de inteligencia, ligereza y humor. Viajes, ciudades, neurosis, sueños, trasvestismos, muerte, sexo, amor, seducción, timidez, tiranía materna, impotencia, son algunos de los temas recurrentes en una obra que exuda por todas partes modernidad, a través de los dramas insignificantes del animal urbano.
Esta vez en Midnigth in Paris, Woody Allen ha dejado atrás el Londres de Match Point y la espléndida Vicky Cristina Barcelona, donde gozamos con Sacarlett Johanson, Javier Bardem y Penélope Cruz a través de las peripecias febricitantes del deseo y la pasión españolas y hace su homenaje al París mitológico y literario de los tiempos de enteguerras y de la belle époque, poblados en el filme por caricaturas de Toulouse Lautrec, Paul Gauguin, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ernest Hemingway, Cole Porter, Luis Buñuel, Gertrude Stein y Scott Fitzgerald.
París es una jaula de oro y un mito muy bien conservado por las autoridades, celosas de guardar minuciosamente una escenografía que es pulida y reconstruida día a día para satisfacer a los más de 60 millones de turistas que la visitan cada año y hacen de ella una localidad rentable como pocas. El habitante de París vive así en permanencia dentro de un enorme set cinematográfico, por lo que no es extraño cruzarse día a día con la filmación de alguna película, con actores vestidos a la usanza de los tiempos de Luis XIV, los años libertinos de Sade, Voltaire y Casanova, los de la Belle Epoque de Proust y Jean Jaurès o los de entreguerras de Josephine Baker, Chagall y Modigliani, sin dejar de lado los graves días de la Resistencia y la Liberación, unos de los temas más recurrentes y traumáticos para los franceses llenos de culpas pronazis.
Eso sin olvidar toda la deliciosa y copiosa cinematografía ombliguista parisina, donde aparecen los dramas amorosos del joven burgués bohemio del siglo XXI, encarnado en una pléyade de nuevas espléndidas actrices eróticas como Isild le Besco, Marion Cotillard, Cécile de France, Ludivine Sagnier, Virginie Ledoyen, Sarah Forestier, entre otras muchas, a quienes vemos en sus glamorosos e incesantes dramas de alcoba.
Cuando uno va hacia el trabajo se cruza en las calles con personajes vestidos de Molière, Voltaire o Casanova o con resistentes de sombrero Stetson, mientras en las calles Mouffetard o Montergueuil los camarógrafos tratan de captar las tiendas típicas, los bistrots y los mercados al aire libre llenos de faisanes, gallos, conejos y jabalíes colgantes, quesos, vinos, ancas de rana, ostras y otros productos de mar, acompañados de todo tipo de exquisiteces culinarias sin fin provenientes de las regiones locales europeas o de los países exóticos del ultramar.
París es la asifixiante avenida de los Campos Elíseos con sus tiendas de lujo y el consumismo desbordado, la rue Saint Honoré o la Avenue Montaigne con almacenes de las grandes marcas de moda, Versace, Cardin, Yves Saint Laurant, Dior, Jean Paul Gaultier, pero también es el París de los barrios populares de sueño con las imágenes típicas de edificios con chimeneas entre la bruma, o las calles empinadas de Belleville, Pigalle y Montmartre, desde donde se divisa la ciudad cruzada por el mítico río Sena de los suicidas y sus juguetes imprescindibles, que son la Torre Eiffel y la supermaquillada Notre Dame.
Y para Owen Wilson, que interpreta a un guionista de Hollywood que escribe una novela, París es la ciudad del amor, la lluvia, el perfume, el deseo, el beso furtivo junto a un puente y el sexo representado por esas chicas hermosas en sus sencillas blusas y jeans ceñidos, como se ve en el emblemático personaje de la sexy Gabrielle (Léa Seydoux), ante quien cae rendido bajo la lluvia el héroe literario de esta película. Y es también la contradicción entre el artista y el burgués, el bohemio y el puritano, el dinero y el vino. La literatura contra la realidad.
En Midnigth in París, Woody Allen nos sirve la sopa del trajinado mito parisino y el héroe intoxicado de lecturas y sueños de otras época viajará en el túnel del tiempo hacia el pasado embellecido por el paso del tiempo. Hablará con Hemingway y Dalí, se enamorará de una amante de Picasso y al final cambiará el proyecto de boda con su insoportable novia y sus detestables suegros por la supuesta vida bohemia y natural de un escritor enamorado, que opta por el sueño. Una historia cursi como las de Woody Allen, que sin embargo nos reconcilia con el set cinematográfico donde vivimos y sufrimos.
Cuando apareció hace cuatro décadas, Woody Allen, con su figura insignificante, escuálido, narizón y gafufo, se convirtió en el héroe de feos, tímidos y fracasados del mundo que luchan para sobrevivir en un mundo de competencia despiadada donde la publicidad incita a todos a ser millonarios, modelos, vedettes o estrellas de cine.
¿Cómo vivir la vida si el individuo es por el contrario el más insignificante, el menos erótico, el más indeciso, enclenque, enano y narizón hasta la ridiculez, un solitario onanista entre rascacielos, sistemáticamente humillado y marginado en el trabajo y la vida social y traicionado por amores que se aburren con él? Woody Allen ha realizado una obra que es una larga psicoterapia urbana de cuatro décadas, centrado en las destruccion de los arquetipos y los mitos, las insatisfacciones de la pareja, la imposibilidad de la vida familiar, las mentiras y autotraiciones recurrentes del ser en urbes que exigen éxito.
Con Bananas (1971), Play it Again, Sam (1972), Todo lo que usted quería saber sobre sexo y no se atrevió a preguntar (1972), Annie Hall (1977), Interiores (1978), Manhattan (1979), Stardust Memories (1980), La Rosa púrpura de El Cairo (1985), Hannah y sus hermanas (1987) y muchas más, Woddy Allen se convirtió en psicoterapeuta familiar de sus admiradores.
Pero en esta última caricatura de París se vuelve más ligero, menos neurótico, hace un guiño a los escritores, personajes que en vida sufren como Ernest Hemingway, Malcolm Lowry y Francis Scott Fitzgerald, pero que la leyenda engrandece. Woody Allen, que vino por primera vez a la ciudad en 1965 y desde entonces la visita con frecuencia, afirmó en el reciente festival de Cannes que esta película es su visión subjetiva de un París bajo la lluvia y un diálogo con algunos de los directores como Jean Renoir, François Truffaut y Jean Luc Godard, lo que ha logrado con creces. París, con Woody Allen, ha vuelto a ser de nuevo una fiesta.
Esta vez en Midnigth in Paris, Woody Allen ha dejado atrás el Londres de Match Point y la espléndida Vicky Cristina Barcelona, donde gozamos con Sacarlett Johanson, Javier Bardem y Penélope Cruz a través de las peripecias febricitantes del deseo y la pasión españolas y hace su homenaje al París mitológico y literario de los tiempos de enteguerras y de la belle époque, poblados en el filme por caricaturas de Toulouse Lautrec, Paul Gauguin, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ernest Hemingway, Cole Porter, Luis Buñuel, Gertrude Stein y Scott Fitzgerald.
París es una jaula de oro y un mito muy bien conservado por las autoridades, celosas de guardar minuciosamente una escenografía que es pulida y reconstruida día a día para satisfacer a los más de 60 millones de turistas que la visitan cada año y hacen de ella una localidad rentable como pocas. El habitante de París vive así en permanencia dentro de un enorme set cinematográfico, por lo que no es extraño cruzarse día a día con la filmación de alguna película, con actores vestidos a la usanza de los tiempos de Luis XIV, los años libertinos de Sade, Voltaire y Casanova, los de la Belle Epoque de Proust y Jean Jaurès o los de entreguerras de Josephine Baker, Chagall y Modigliani, sin dejar de lado los graves días de la Resistencia y la Liberación, unos de los temas más recurrentes y traumáticos para los franceses llenos de culpas pronazis.
Eso sin olvidar toda la deliciosa y copiosa cinematografía ombliguista parisina, donde aparecen los dramas amorosos del joven burgués bohemio del siglo XXI, encarnado en una pléyade de nuevas espléndidas actrices eróticas como Isild le Besco, Marion Cotillard, Cécile de France, Ludivine Sagnier, Virginie Ledoyen, Sarah Forestier, entre otras muchas, a quienes vemos en sus glamorosos e incesantes dramas de alcoba.
Cuando uno va hacia el trabajo se cruza en las calles con personajes vestidos de Molière, Voltaire o Casanova o con resistentes de sombrero Stetson, mientras en las calles Mouffetard o Montergueuil los camarógrafos tratan de captar las tiendas típicas, los bistrots y los mercados al aire libre llenos de faisanes, gallos, conejos y jabalíes colgantes, quesos, vinos, ancas de rana, ostras y otros productos de mar, acompañados de todo tipo de exquisiteces culinarias sin fin provenientes de las regiones locales europeas o de los países exóticos del ultramar.
París es la asifixiante avenida de los Campos Elíseos con sus tiendas de lujo y el consumismo desbordado, la rue Saint Honoré o la Avenue Montaigne con almacenes de las grandes marcas de moda, Versace, Cardin, Yves Saint Laurant, Dior, Jean Paul Gaultier, pero también es el París de los barrios populares de sueño con las imágenes típicas de edificios con chimeneas entre la bruma, o las calles empinadas de Belleville, Pigalle y Montmartre, desde donde se divisa la ciudad cruzada por el mítico río Sena de los suicidas y sus juguetes imprescindibles, que son la Torre Eiffel y la supermaquillada Notre Dame.
Y para Owen Wilson, que interpreta a un guionista de Hollywood que escribe una novela, París es la ciudad del amor, la lluvia, el perfume, el deseo, el beso furtivo junto a un puente y el sexo representado por esas chicas hermosas en sus sencillas blusas y jeans ceñidos, como se ve en el emblemático personaje de la sexy Gabrielle (Léa Seydoux), ante quien cae rendido bajo la lluvia el héroe literario de esta película. Y es también la contradicción entre el artista y el burgués, el bohemio y el puritano, el dinero y el vino. La literatura contra la realidad.
En Midnigth in París, Woody Allen nos sirve la sopa del trajinado mito parisino y el héroe intoxicado de lecturas y sueños de otras época viajará en el túnel del tiempo hacia el pasado embellecido por el paso del tiempo. Hablará con Hemingway y Dalí, se enamorará de una amante de Picasso y al final cambiará el proyecto de boda con su insoportable novia y sus detestables suegros por la supuesta vida bohemia y natural de un escritor enamorado, que opta por el sueño. Una historia cursi como las de Woody Allen, que sin embargo nos reconcilia con el set cinematográfico donde vivimos y sufrimos.
Cuando apareció hace cuatro décadas, Woody Allen, con su figura insignificante, escuálido, narizón y gafufo, se convirtió en el héroe de feos, tímidos y fracasados del mundo que luchan para sobrevivir en un mundo de competencia despiadada donde la publicidad incita a todos a ser millonarios, modelos, vedettes o estrellas de cine.
¿Cómo vivir la vida si el individuo es por el contrario el más insignificante, el menos erótico, el más indeciso, enclenque, enano y narizón hasta la ridiculez, un solitario onanista entre rascacielos, sistemáticamente humillado y marginado en el trabajo y la vida social y traicionado por amores que se aburren con él? Woody Allen ha realizado una obra que es una larga psicoterapia urbana de cuatro décadas, centrado en las destruccion de los arquetipos y los mitos, las insatisfacciones de la pareja, la imposibilidad de la vida familiar, las mentiras y autotraiciones recurrentes del ser en urbes que exigen éxito.
Con Bananas (1971), Play it Again, Sam (1972), Todo lo que usted quería saber sobre sexo y no se atrevió a preguntar (1972), Annie Hall (1977), Interiores (1978), Manhattan (1979), Stardust Memories (1980), La Rosa púrpura de El Cairo (1985), Hannah y sus hermanas (1987) y muchas más, Woddy Allen se convirtió en psicoterapeuta familiar de sus admiradores.
Pero en esta última caricatura de París se vuelve más ligero, menos neurótico, hace un guiño a los escritores, personajes que en vida sufren como Ernest Hemingway, Malcolm Lowry y Francis Scott Fitzgerald, pero que la leyenda engrandece. Woody Allen, que vino por primera vez a la ciudad en 1965 y desde entonces la visita con frecuencia, afirmó en el reciente festival de Cannes que esta película es su visión subjetiva de un París bajo la lluvia y un diálogo con algunos de los directores como Jean Renoir, François Truffaut y Jean Luc Godard, lo que ha logrado con creces. París, con Woody Allen, ha vuelto a ser de nuevo una fiesta.