La
vida le depara a uno privilegios inolvidables como el conocer y ver
varias veces al gran traductor, escritor y académico estadounidense
Gregory Rabassa (1922-2016), quien tuvo una lúcida y longeva vida y
falleció a los 94 años en Bradford, Connecticut.
Rabassa
es una leyenda para los latinoamericanos e ibéricos, tanto hispánicos
como portugueses, un mito casi, pues tradujo en una larga carrera de más
de medio siglo a los más grandes escritores de esos ámbitos
lingüísticos, como Machado de Assis, Jorge Amado, Darcy Ribeyro y
Antonio Lobo Antunes o libros como Rayuela de Julio Cortázar y Cien años
de Soledad y El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, obras
cumbres que vibran aun entre nosotros como si hubiesen sido escritas
ayer. Un día le pidieron traducir Rayuela y ahí todo comenzó, aunque no
era su plan de vida.
Rabassa
nació en Nueva York de un padre cubano de origen catalán y una madre
neoyorquina, y tras doctorarse en la Universidad de Columbia, se
desempeñó como profesor de literatura allí durante dos décadas, antes de
trabajar en la City Univesity of New York, donde siguió su labor como
profesor emérito hasta ya cerca de cumplir su novena década de
existencia.
Era pues un
neoyorquino esencial que frecuentó en su juventud los bares y los sitios
de jazz de Greenwich Village y Lower east side, estuvo como casi todos
los de su generación destacado durante la Segunda guerra mundial entre
1942 y 1945, en su caso en Italia, alcanzando el grado de sargento, y
vivió la mayor parte de su vida en Upper east side, en apartamentos
situados en una zona privilegiada entre las calles 72 y 76. Y tuvo
también dos dachas en zonas bucólicas donde congregó sus libros y su
colección de vinilos de jazz, que compartía con su cercano amigo y
cómplice, el joven eterno Julio Cortázar, cuando venía a visitarlo.
Fue
Julio Cortázar quien le recomendó a García Márquez a Rabassa para la
traduccción de su obra cumbre Cien años de Soledad y el colombiano quedó
tan contento que declaró varias veces, incluso en Estocolmo, que la
versión en inglés de ese libro era mejor que el original, lo que
divertía al simpático neoyorquino, quien tenía un excelente sentido del
humor.
Mi amigo y
discípulo suyo Jay Miskowiec, animador de Aliform Publishing, que
publicó algunas traducciones suyas, me conectó con él y tuve la fortuna
de verlo por primer a vez en 1989. Me citó en el bar del lujoso Hotel
Plaza en Central Park en un día de otoño. No hay palabras para describir
lo que puede sentir un joven escritor latinoamericano cuando camina por
las arterias de New York, lentamente, vadeando las humaredas que brotan
del vientre de la urbe bajo la bruma otoñal, rumbo a un encuentro con
el mítico Rabassa.
El
profesor, de baja estatura, que solía usar a veces corbatín, apareció
risueño y afable y en su rostro amigable se percibía sin lugar a dudas
su origen catalán, o sea de la estirpe del sabio Ramon Vinyes, el sabio
que residió en Barranquilla y regentó una librería en la que se
nutrieron los jóvenes del Grupo del mismo nombre. Luego caminamos hasta
cerca de su apartamento en Lexington Avenue y nos despe
dimos hablando de su querido discípulo y amigo Jay Miskowiec, quien propició ese primer encuentro.
dimos hablando de su querido discípulo y amigo Jay Miskowiec, quien propició ese primer encuentro.
Cinco años
después, cuando presentamos en 1994 en Americas Society la traducción de
Bulevar de los héroes, estuvo presente Rabassa, rodeado por todos los
muchachos amantes de la literatura que estábamos allí y bebíamos y
disfrutábamos, sin poder creerlo, de su generosidad y amabilidad, entre
ellos los colombianos Tomás González y Eduardo Márceles Daconte, quienes
residían entonces en Nueva York, antes de que los dispersara y los
regresara a Colombia la caída de las Torres Gemelas en 2001, derribadas
por los yihadistas de Osama bin Laden.
La
última vez que lo vi fue cuando en 2009 presentamos El viaje triunfal
en la misma institución en otro acto parecido en una tarde de otoño.
Rabassa contaba chistes y hacía juegos de palabras y sonreía con el aire
juvenil que siempre lo caracterizó.
Disertó
sobre la filosofía de los cínicos griegos Antístenes y Diógenes de
Sinope del siglo IV antes de nuestra era, entre otros temas de su
predilección. Nos explicaba esa noche que la palabra venía del griego
perro y se divertía con sus diatribas e ironías y su vida libertaria,
despegada de los honores y las riquezas terrenales.
No
es para menos que para todos nosotros Rabassa sea un mito: entre sus
traducciones se destacan además Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez,
Paradiso de José Lezama Lima, La Casa Verde y Conversación en la
catedral de Mario Vargas Llosa, y obras de Juan Goytisolo, José Donoso,
Clarice Lispector y Dalton Trevisan, entre muchas otras.
También
escribió un libro sobre el oficio de traducir y una autobriografía
donde cuenta en una límpida prosa aspectos de su larga vida, que incluye
su infancia, adolescencia, juventud, aspectos familiares, amores, sus
adoradas hijas y anécdotas de su vida académica y profesional. Su vida
también hace parte del realismo mágico, que para él comenzó con Miguel
de Cervantes Saavedra y su Quijote de la Mancha.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 22 de octubre de 2023.