Por Eduardo García Aguilar
Un
28 de junio hace 60 años fue publicada por la editorial argentina
Sudamericana la novela Rayuela de Julio Cortázar, una de las obras más
importantes de la literatura latinoamericana, que sigue aun vigente pues
significó una revolución y un sacudimiento del oficio
literario con efectos deslumbrantes y disolventes para varias
generaciones de lectores y escritores.
Antes
de la aparición de Rayuela en 1963 se habían publicado varias
colecciones de sus cuentos, especialmente un volumen titulado
Ceremonias, compuesto por los libros Final de juego y Las armas
secretas, que los jóvenes latinoamericanos leyeron con pasión, pues se
enfrentaban a un mundo absurdo y fantástico donde circulaban fuertes
corrientes de aire nuevo.
Cortázar
tradujo antes los cuentos de Edgar Allan Poe, lo que acercó aquel autor
estadounidense de misterio a muchos nuevos lectores y publicó ensayos que lo posicionaron rápido como uno de los autores latinoamericanos más modernos y promisorios.
Cortázar,
quien había llegado sin muchos recursos a París en la década de los 50,
aventurándose a cruzar el océano en barco, se conectó con el ambiente
existencialista parisino en boga en aquella década dominada por el jazz,
ritmo proveniente de Estados Unidos que empezó a invadir los bares del
Barrio Latino situados en sótanos llenos de humo de cigarrillo, donde
sonaba el tintineo incesante de las copas y la algarabía de la
conversación.
Jean
Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Boris Vian, Albert Camus, Juliette
Greco y otras figuras eran los protagonistas de ese cambio generacional
que buscaba dejar atrás para siempre los depresivos años de la Segunda
Guerra Mundial y la invasión nazi de Francia, marcados por la escasez,
la pobreza, la enfermedad y la soledad.
Los
surrealistas, encabezados por André Breton, seguían activos y autores
como el saxofonista Boris Vian, quien murió joven, estaban
revolucionando la narrativa y abriendo la literatura a nuevos temas y
estilos. Entre los latinoamericanos también se encontraba en París en
esa década el poeta mexicano Octavio Paz, con quien tuvo estrecha
amistad y complicidad el autor de Rayuela, y Gabriel García Márquez,
quien aun era un escritor principiante y vivía pobre e indocumentado en
la capital francesa.
Vestidos
los hombres con suéteres oscuros de cuello tortuga, pantalones y
mocasines negros, aferrados a sus pipas como un biberón existencial, y
las mujeres con faldas negras y blusas del mismo color al estilo de la
joven cantante Juliette Greco, los jóvenes de ambos sexos posaban de
filósofos inspirados por las conferencias y las actitudes de su ídolo
Jean Paul Sartre, el autor de La Náusea.
Rompían
así con las tradiciones, vivían el amor libre, iban a la universidad,
poblaban las buhardillas del barrio latino y pasaban largas horas
leyendo y fumando en los cafés, viendo el cine experimental que
presagiaba la Nueva Ola francesa o pensando sobre la vida y la muerte,
lo que causaba estupor en los fatigados padres, campesinos, obreros o
burócratas que crecieron matándose en el trabajo hasta la asfixia.
Cortázar,
alto y tímido muchacho que se desempeñaba como modesto profesor en
Argentina y tenía gustos literarios exquisitos, cambió totalmente de
personalidad y estilo al vivir la vida marginal en París, tema central
de su novela Rayuela.
En
el viaje en barco conoció a la mujer que inspiró el personaje de La
Maga (la uruguaya Edith Aron), con la que sostuvo una relación amorosa
surrealista parecida a la que figura en la famosa novela de Breton,
Nadja. Ambos se pierden y se reencuentran en las callejuelas, viven
tardes de amor en los estrechos cuartos de las azoteas y tratan de vivir
la vida como una obra de arte en el marco del varonil Club de la
serpiente. Sin embargo, el libro que cuenta todo eso adolece de cierta
misoginia argentina y bonaerense, bajo el concepto equivocado del
"lector hembra" del cual él se arrepintió después.
Él
se ganaba la vida como traductor en la UNESCO, realizaba trabajos
puntuales para las editoriales argentinas en colaboración con su esposa
Aurora Bernárdez y sostenía correspondencia estusiasta con otras
estrellas promisorias del boom, como el joven novelista mexicano Carlos
Fuentes y numerosos amigos a un lado y otro del Atlántico.
Pero
a partir de la publicación de Rayuela, Cortázar pasó de ser un bohemio
pobre y desconocido a convertirse en figura internacional e ídolo de la
literatura latinoamericana, y más tarde en hippie barbado y autor
"comprometido" con la revolución cubana que recorría el mundo
interviniendo en foros mundiales progresistas sobre los temas del
momento en tiempos de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión
Soviética.
Sus libros se
vendían como pan caliente desde México hasta la Patagonia en un
contienente sediento de afirmaciones y que experimentaba también un
radical cambio generacional. Michelangelo Antonioni se basó en su cuento
Las babas del diablo para su gran película Blow Up, otro ícono de la
modernidad. El diseño de la novela nos fascinaba
porque se podía leer de varias maneras: era un libro abierto, libre como
el tiempo en que apareció. Desde entonces ya no se podía escribir
igual.
Así como
ocurrió con los existencialistas una década antes en Francia, ahora los
latinoamericanos leían Rayuela en voz alta y querían tener a una Maga
al lado y vivir la vida al azar de la literatura, la poesía, el sueño y
el jazz. Compartíamos con Oliveira, La Maga, Morelli, Berthe Trépat,
lloramos a Rocamadour, y fuimos cómplices de Gregorovius, Morelli y
Traveler. La edición original de Rayuela con la inconfundible portada es
hoy icónica y de colección y quien abre sus páginas vuelve a viajar hoy
por ellas como si no hubiera pasado el tiempo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de julio de 2023.