Por Eduardo García Aguilar
No
lejos del palacio presidencial del Elíseo y de las avenidas que van
hasta el Arco del Triunfo y que ya están iluminadas para las fiestas de
Navidad y año nuevo, Botero, gran parisino, convocó este 2 de diciembre a
coleccionistas, magnates, críticos y amigos de vieja data a la galería
Hopkins de la lujosa Avenida Matignon para inaugurar una “Selección de
obras recientes”, que estará exhibida dos meses.
Una
puerta blindada de metal color violeta se abre accionada desde el
interior como si fuera una caja fuerte y adentro amables damas reciben
los abrigos de viejos millonarios,
admiradoras damas crepusculares, amigos y estetas o críticos que suben
por las escalinatas y caminan por dos salones desde cuyos ventanales se
ven las luces de las Tullerías o las cúpulas del Grand y el Petit Palais
construidos para la gran Exposición Universal de 1889, ambientes todos
ellos muy proustianos en este invierno de 2015.
De
inmediato el observador ingresa a ese mundo del gran pintor colombiano
nacido en Medellín en 1932, universo lleno de colores, frutas y
voluminosos personajes familiares extraidos de su imaginario pueblerino,
como en estos dos cuadros de 2013, "Danzarines", donde dos parejas
bailan brincando sobre botellas regadas o "Los músicos y la cantante",
donde una mujer vestida de rojo y amplia cabellera rubia canta
acompañada por un grupo de hombres modestos que tocan batería,
guitarra y flauta traversa en un escenario cálido de Antioquia.
Son
unos cuantos cuadros grandes, impecables, con un fondo bucólico de
remansos verdes, tejados y cúpulas de iglesias, obras maestras que nos
recuerdan al Botero discípulo de Ingres y Piero della Francesca,
habituado desde muy joven a los museos de Madrid e Italia y del mundo, en
busca de una expresión personal que un día descubrió al dibujar en
Nueva York el orificio central de una mandolina que de inmediato adquirió
nuevas dimensiones y lo cambió todo.
Donde
quiera que se le vea, en una galería de Nueva York, en el museo Maillol
o en su taller, Botero está ahí presente con gafas de aro de carey
oscuro, casaca negra, o traje impecable de telas italianas y su figura
semeja la del matador que una vez quiso ser de adolescente, listo para
la faena, con la mirada lúcida, alerta, de quien viene de regreso de
todas las batallas contra la modernidad y el pop en medio del cual
emergió llevando la contraria en ese Nueva York de los años 60 dominado
por Warhol donde dominaba el arte pop, el expresionista abstracto o el
geométrico, tan lejanos a su mundo de origen, la Antioquia colombiana
donde la gente se desplazaba y todavía se desplaza a caballo por colinas
y montañas exuberantes llenas de pájaros, lianas, follajes y frutas
maravillosas.
Más
adelante, el espectador que apura el champán y deglute los pasabocas se
topa con "Mujer en el Sofá", de 2013, hembra inmensa y desnuda de
cabello negro que reposa alargada, serena, onírica, mientras guarda el
banano a mitad mordido entre sus manos. O se encuentra con "Pareja en el
prado", de 2012, ella vestida de azul de metileno y él fumando con
camisa violeta y corbata roja mirando hacia el cielo. Ambos hacen la
siesta en una colina desde donde se ven los tejados y las cúpulas de un
pueblo que bien puede ser un villorio de su tierra natal, Santa Rosa de
Osos o Sonsón, o uno de su querida Toscana, Pietrasanta, situados en
viejas ex colonias de la España de Carlos V y Felipe II, en los tiempos
del reino de Nápoles.
Y
frente a frente, dos cuadros de 2013 donde por separado se ve a un
hombre y a una mujer haciendo el pic-nic en un universo límpido de
absoluta poesía, cuyo fondo contrasta con el aparente caos colorido de
sandías, naranjas, bananos, vasos, cubiertos y restos que deja
paulatinamente el solitario convite.
Todos
esos personajes están poseídos por una extraña tristeza existencial,
igual a ese "Matador" de 2014, o la pareja de "El balcón" sobre fondo
bucólico, de 2013, o "La plaza", también del mismo año, que nos lleva a
esa infancia lejana de Colombia, porque gran parte de su obra al óleo es
extraída de ese magma sepia de los mundos idos de la infancia, la
violencia, la soledad y el dolor de su país de origen, que en este mundo
reciente de su pintura se percibe en la mirada árida de los seres
humanos presentados y el silencio espectral de sus ambientes de
pesadilla por fuera del tiempo y la realidad estrictos.
También
en esta ocasión se exponen unas cuantas esculturas escogidas para la
ocasión: un "Pájaro" en mármol blanco, de 2014, una "Mujer desnuda en el
lecho" en bronce, de 2006, una "Mujer a caballo" en bronce, de 2008 y
más al fondo, para recordar el inicio de la aventura de sus volúmenes,
un dibujo, "Guitarra en la silla", de 2006.
Botero
está en el salón del fondo, en la oficina central de la galería,
situada más allá de otra sala donde domina una enorme escultura en
bronce de Lobo y en una pared, un pequeño cuadro de Max Ernst. Unas
cuantas personas esperan para acercarse a saludar a la leyenda y pedirle
les firme el catálogo de pasta dura envuelta en tela de un color
amarillo intenso como el que aparece en algunos de sus cuadros. Bellas
mujeres jóvenes le piden firmar el catálogo para su madre o la abuela y
le dan un papel con el apellido exacto para que no se equivoque. A veces
es la abuela misma la que se le acerca con lentitud y le expresa su
admiración y casi le besa el anillo como si fuera el papa.
Otros
amigos lo abrazan o los impertinentes tratan de acaparar los preciosos
segundos otorgados. Su esposa, la escultora griega Sofia Vari, atiende a
los amigos en la otra sala y está pendiente cuando baja por un momento
las escaleras. Botero acaba de llegar de China, donde inauguró una
exposición retrospectiva con motivo de los 35 años de las relaciones
diplomáticas entre Colombia y la potencia oriental y en enero inaugurará
otra muestra en la gran capital económica de ese país, Shanghái.
Botero
está ahí en el sofá y firma con paciencia a las decenas de asistentes.
Es Botero y a estas alturas, con sus 83 años bien vividos, Botero es
Botero: medio siglo de fama y éxitos permanentes. Cifras estratosféricas
por algunas de sus obras lo atestiguan y lo posicionan como uno de los
más cotizados del mundo. Como los grandes maestros de los últimos
siglos, bebe el tiempo como Monet, Picasso, Maillol y Tamayo y su
vocación es longeva. Cargando su gloria en vida, recorre en su periplo
permanente Nueva York, México, Mónaco, Roma, Londres, Medellín, Bogotá,
Tokio, Pekín, Berlín, Buenos Aires, Rio de Janeiro. Pero ahora está
fugazmente en París como si las luces intermitentes de los Campos
Elíseos fueran instaladas solo para él.
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* Publicado en Expresiones. Excélsior. México D.F. 6 de diciembre de 2015.