Porfirio Barba Jacob fue un típico periodista de su época, que trabajaba para diarios representantes de poderes políticos e intereses económicos importantes, pero a la vez variables. El periodista de esa época --y de esta también, por supuesto--, tiene que ser leal con el padrino, jefe de partido, líder cultural, económico o político de turno que lo emplea si quiere existir, publicar, comer.
Pero hay afinidades ideológicas y sentimentales. Barba Jacob no simpatizó con la Revolución mexicana, admiró a Porfirío Diaz y tuvo nostalgia de su gobierno de afrancesados como buen modernista decimonónico que era. Acordémonos que Porfirio Díaz, antes de terminar como un dictador exiliado en París, fue de joven un héroe revolucionario mexicano de los tiempos de Benito Juárez y la Reforma liberal.
Muchos observadores ilustrados mexicanos veían la mano yankee en la revolución como en tiempos de la Reforma y por eso se podía ser antiyankee y antirevolucionario. Los textos de El Independiente, Churubusco y El Demócrata en esa peculiar coyuntura son excelentes y dejan ver con toda claridad el pensamiento y los sentimientos de Barba Jacob joven en sus momentos de mayor brillantez.
En México, en Centroamérica, en Latinoamérica, los diarios surgían y morían rápidamente, según las coyunturas políticas y existían o existen porque hay un capital detrás para esos fines. Contrataban a un periodista experimentado para crear el medio destinado a golpear al enemigo y ensalzar al amigo. Y como Barba era tan bueno para eso, lo contrataban a él mientras durase la coyuntura. Era un excelente empleado en medio de esas luchas internas de las élites por el poder en Centroamérica. Pero sin duda tenía cierta afinidad ideológica y estética con el espectro político de los medios para los que trabajó.
Ese panorama es similar al de la prensa escrita, radial y televisiva del siglo XXI, que depende de grandes grupos financieros y trabaja para los intereses de potencias o intereses financieros internacionales. Y aunque sus modalidades globalizadas son diferentes, abrir una ventana hacia el arqueológico pasado de un periodista latinoamericano típico de la primera mitad del siglo XX puede ser bastante ilustrativo.
Se da el caso de que al llegar el colombianao a México en esa transición del porfiriato a la Revolución y el caos subsiguiente que dura décadas, es protegido por el general Bernardo Reyes, padre de Alfonso Reyes, y sus amigos y luego por la gente contrarrevolucionaria afin a Victoriano Huerta, entre quienes figuraban grandes intelectuales del momento. El fue leal a ellos y si uno ve la lista de quienes asistieron a su sepelio en 1942, se da cuenta que están muchas de esas figuras que como Enrique González Martínez, veinte o treinta años antes se opusieron a la Revolución de Zapata y Pancho Villa, que por esas épocas eran vistos como forajidos, infame turba, asesinos, amenazas para la gente « civilizada » de las ciudades.
Cuando triunfa la Revolución, Barba, que dirigía y escribía excelentes piezas en los diarios antirevolucionarios El Independiente y Churubusco, tiene que huir del país y salva el pellejo. Luego regresa y trabaja para otros periódicos fugaces como El Demócrata y Cronos que representan intereses contrarios o disidentes de los nuevos poderes inestables surgidos de la Revolución y por eso es expulsado y llevado a la frontera con Guatemala.
El ministro del Interior Plutarco Elías Calles lo expulsa porque escribe en esos diarios contra las autoridades nuevas un poco calibanescas a su parecer, contra los nuevos líderes sindicales ricos e incultos como Morones y además sigue hablando bien de Porfirio Díaz. En ese sentido fue fiel hasta el final con Porfirio Díaz y escéptico frente a los gobiernos de la Revolución Institucional naciente que llevaría al surgimiento del PRI y tendría una larga hegemonía de siete décadas.
Al final de su vida sigue añorando el regreso de los restos de Díaz y colaboraba en Ultimas Noticias de Excélsior que era claramente un vespertino de derechas. Porfirio Barba Jacob nunca estuvo cerca a los intelectuales de la Revolución como Diego Rivera, Siqueiros o Frida Kahlo. Era un « modernista rezagado » como dijo Octavio Paz, o sea un exquisito literario de gustos finiseculares, que no tenía mucha afinidad con los gustos estéticos de la Revolución zapatista ni con lo que llamaba el bolcheviquismo o con las ideas marxistas-leninistas muy en boga en la época. Era un liberal en el amplio sentido de la palabra.
Como muchos intelectuales de la época sintió tal vez alguna atracción inmediata por el auge y algunas acciones de Hitler y Mussolini, como lo expresa en algunos Perifonemas, pero no alcanzó a vivir para ver el desarrollo y el desenlace de la guerra, por lo que es fácil juzgarlo a posteriori.
Respecto a la coyuntura colombiana, simpatizaba con el liberalismo y escribó sobre los presidentes liberales Olaya Herrera, Eduardo Santos y López Pumarejo. En los años treinta en Colombia se era liberal o conservador o comunista y queda totalmente claro que Barba era liberal, como lo atestigua su diatriba en El Independiente, en 1913, sobre La desastrosa administración de los « católicos » en Colombia y por sus elogios a los liberales, como Gabriel Turbay o José Mar, por ejemplo.
En aquellos tiempos se trataba de periodismos locales, provincianos, casi familiares. En la actualidad los intereses son mundiales y la prensa globalizada está al servicio de versiones específicas de los hechos, según los bloques de poder y la intensa lucha geopolítica que ellos hacen por las riquezas del planeta. Los televidentes o internautas de hoy solo somos instrumentos manipulados por un periodismo mundial mercenario y mentiroso.