Desde hace dos semanas estudiantes y
militantes alternativos se reúnen todos los días en la plaza de la República en
el marco del movimiento Noche de pie, para protestar contra una nueva ley del
trabajo en Francia y las condiciones deplorables en que transcurre la vida de
los jóvenes precarios en estos tiempos de crisis y austeridad. Durante la tarde
y la noche colegiales, bachilleres, universitarios o miembros de movimientos izquierdistas, anarquistas
o sindicalistas, ven películas, bailan, cantan, oyen música, beben
cerveza, discuten en pequeños grupos,
realizan animados debates y escuchan arengas de iluminados y otros no tanto.
Todo eso me hace recordar las jornadas
cíclicas que todo estudiante de cualquier época ha vivido en algún momento de
su vida en cualquier país del mundo, tanto en los llamados países en desarrollo
de América Latina, Asia y África, o
ricos y potentes como Estados Unidos, donde las universidades californianas
estuvieron en la vanguardia de las protestas por la guerra de Vietnam y siguen
generando ideas para la mejoría y el cambio del mundo.
Al pasearme entre la muchedumbre de estos
jóvenes viajé en la cápsula de tiempo a
mi paso por la Universidad Nacional de Colombia, donde frente al edificio de Sociología,
en el llamado Jardín de Freud, pasábamos noches en vela en espera de que
fracasara el golpe de estado de Pinochet, entre fogatas y algarabía de fiesta e
iluminada solidaridad de soñadores.
Y al percibir entre la humareda de los
puestos de comestibles de la Plaza de la República el olor a chorizo asado en
parrillas, viajé a la Universidad de Vincennes donde estudié Economía Política en
un ambiente idéntico a este que veo ahora décadas después como si no hubiese
pasado el tiempo. A veces pensé que me iba a encontar conmigo, o sea con ese
muchacho de veinte años que fui en aquellos agitados años en que Estados Unidos
salía derrotado de Vietnam y cuando se pensaba que el mundo iba
ineluctablemente hacia cambios permamentes sin saber que en el siglo XXI nos
encontraríamos enfrentando guerras religiosas.
Varios centenares de jóvenes sentados en
el suelo ven la proyección de una película donde protagonistas de movimientos
sociales de Brasil, España, Bolivia y otros países del mundo cuentan sus gestas
contra el poder del dinero y promueven acciones de autogestión de los
trabajadores y de resistencia ante la devastación de los capitales
multinacionales que viajan de un lado para otro como vampiros sacando las
riquezas minerales y agrícolas de los países de la periferia que abandonan
luego en estado de miseria y desertificación.
En ese filme se ven los mismos arquetipos
de siempre, líderes obreros, indígenas, campesinos, luchadores sociales
exóticos de todas las épocas que a veces llegan al poder y fracasan en el
intento de crear un mundo nuevo y mueren ya viejos y agotados de tanto soñar y
nunca lograr el paraíso en la tierra. Sus arengas emocionan y estremecen porque
sus denuncias son justas y sus sueños legítimos, aunque el poder del dinero
terminará tarde o temprano por domarlos.
Y frente a ellos, de nuevo otra
generación atenta de muchachos nacidos a fines del siglo XX o a comienzos del
siglo XXI, con la mirada fresca para el sueño, con sus bolsas en la espalda, el
cabello hirsuto, la belleza a flor de piel, chicas perfumadas y magníficas que
pasan la noche ahí descubriendo el mundo, la generosidad, la militancia y que tarde
o temprano entrarán al rango de la realidad, unos hacia la élite después de
concluir los estudios con éxito, en los
altos cargos de la economía y la políticia y la mayoría de ellos tal vez en la
precariedad en empleos secundarios y mal pagados, o en la la frustarción, el
desempleo, la marginalidad, la droga o la pobreza.
La misma historia de siempre se ve en
estas caras que recuerdan a los ancestros de la Revolución Francesa que
auguraba un mundo de libertad, igualdad y fraternidad o de las revoluciones
románticas del siglo XIX, o la Comuna de París de 1871, derrotada en la sangre
para siempre y eso sin olvidar los movimientos utópicos inspirados por Fourier,
Blanqui y Bakunín, que inspiraron a tantos hace siglo y medio y que de la
utopía pasaron a encarnarse en pesadillas mortíferas como la Rusia de Stalin,
la China de Mao, la Camboya de Pol Pot, la Cuba de los Castro, la Rumania de
Ceaucescu, o la tiranía de la familia de Kim il Sung en Corea del Norte, entre
muchos otros experimentos frustradados aquí y acullá.
En una esquina de la plaza los jóvenes
construyen nuevas carpas para cubrirse de la lluvia, otros venden libros
clásicos de sueño y utopía, otros beben y bailan alrededor de grupos de música
alternativa surgidos como champiñones entre la muchedumbre que se agolpa este
viernes por la noche en la vieja plaza,
no lejos de los lugares donde hace poco los yihadistas causaron una de las
peores matanzas de la historia reciente.
El ambiente se caldea. A medida que se
acerca la medianoche la ebriedad va ganando los manifestantes y el olor de la
cerveza, el vino y la canabis inunda los aires y comienzan a sonar las botellas
que se quiebran en el suelo y van apareciendo los encapuchados que más tarde
iniciarán los desórdenes y se enfrentarán en batalla campal con los policías,
como ocurre todos los días desde hace dos semanas. Ya van unos 80 policías heridos y cientos de jóvenes detenidos.
Es hora de partir antes de quedar atrapados
en los enfrentamientos y subimos por la calle de la Barriada del templo, el Faubourg
du Temple donde se han vivido tantas
historias en este país, a la
varguardia siempre de las luchas sociales desde la Declaración de los derechos
humanos hasta las causas de la liberación de la mujer, los derechos de los gays
y la ecología.
La fiesta continúa por todas partes, pero
las escaramuzas entre jóvenes enchapuchados seguirán hasta las cuatro de la
mañana de este sábado en los barrios populares del norte de París. Es la primavera,
pronto llega mayo y los jóvenes quieren inventar algo parecido al movimiento
español de los indignados. Antes de dormirme pienso que la historia se repite
en un ciclo permanente de tragedias y comedias sin fin. Y sueño a veces con la
guerra, como si ella fuera la naturaleza de una humanidad felina, dinosáurica y
cainita.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de abril de 2016