domingo, 17 de abril de 2016

NOCHE DE PIE EN PLAZA DE LA REPÚBLICA

 Por Eduardo García Aguilar

Desde hace dos semanas estudiantes y militantes alternativos se reúnen todos los días en la plaza de la República en el marco del movimiento Noche de pie, para protestar contra una nueva ley del trabajo en Francia y las condiciones deplorables en que transcurre la vida de los jóvenes precarios en estos tiempos de crisis y austeridad. Durante la tarde y la noche colegiales, bachilleres, universitarios  o miembros de movimientos izquierdistas, anarquistas o sindicalistas, ven películas, bailan, cantan, oyen música, beben cerveza,  discuten en pequeños grupos, realizan animados debates y escuchan arengas de iluminados y otros no tanto.

Todo eso me hace recordar las jornadas cíclicas que todo estudiante de cualquier época ha vivido en algún momento de su vida en cualquier país del mundo, tanto en los llamados países en desarrollo de América Latina, Asia y África,  o ricos y potentes como Estados Unidos, donde las universidades californianas estuvieron en la vanguardia de las protestas por la guerra de Vietnam y siguen generando ideas para la mejoría y el cambio del mundo.

Al pasearme entre la muchedumbre de estos jóvenes viajé  en la cápsula de tiempo a mi paso por la Universidad Nacional de Colombia, donde frente al edificio de Sociología, en el llamado Jardín de Freud, pasábamos noches en vela en espera de que fracasara el golpe de estado de Pinochet, entre fogatas y algarabía de fiesta e iluminada solidaridad de soñadores.

Y al percibir entre la humareda de los puestos de comestibles de la Plaza de la República el olor a chorizo asado en parrillas, viajé a la Universidad de Vincennes donde estudié Economía Política en un ambiente idéntico a este que veo ahora décadas después como si no hubiese pasado el tiempo. A veces pensé que me iba a encontar conmigo, o sea con ese muchacho de veinte años que fui en aquellos agitados años en que Estados Unidos salía derrotado de Vietnam y cuando se pensaba que el mundo iba ineluctablemente hacia cambios permamentes sin saber que en el siglo XXI nos encontraríamos enfrentando guerras religiosas.

Varios centenares de jóvenes sentados en el suelo ven la proyección de una película donde protagonistas de movimientos sociales de Brasil, España, Bolivia y otros países del mundo cuentan sus gestas contra el poder del dinero y promueven acciones de autogestión de los trabajadores y de resistencia ante la devastación de los capitales multinacionales que viajan de un lado para otro como vampiros sacando las riquezas minerales y agrícolas de los países de la periferia que abandonan luego en estado de miseria y desertificación.

En ese filme se ven los mismos arquetipos de siempre, líderes obreros, indígenas, campesinos, luchadores sociales exóticos de todas las épocas que a veces llegan al poder y fracasan en el intento de crear un mundo nuevo y mueren ya viejos y agotados de tanto soñar y nunca lograr el paraíso en la tierra. Sus arengas emocionan y estremecen porque sus denuncias son justas y sus sueños legítimos, aunque el poder del dinero terminará tarde o temprano por domarlos.

Y frente a ellos, de nuevo otra generación atenta de muchachos nacidos a fines del siglo XX o a comienzos del siglo XXI, con la mirada fresca para el sueño, con sus bolsas en la espalda, el cabello hirsuto, la belleza a flor de piel, chicas perfumadas y magníficas que pasan la noche ahí descubriendo el mundo, la generosidad, la militancia y que tarde o temprano entrarán al rango de la realidad, unos hacia la élite después de concluir los estudios con éxito, en  los altos cargos de la economía y la políticia y la mayoría de ellos tal vez en la precariedad en empleos secundarios y mal pagados, o en la la frustarción, el desempleo, la marginalidad, la droga o la pobreza.

La misma historia de siempre se ve en estas caras que recuerdan a los ancestros de la Revolución Francesa que auguraba un mundo de libertad, igualdad y fraternidad o de las revoluciones románticas del siglo XIX, o la Comuna de París de 1871, derrotada en la sangre para siempre y eso sin olvidar los movimientos utópicos inspirados por Fourier, Blanqui y Bakunín, que inspiraron a tantos hace siglo y medio y que de la utopía pasaron a encarnarse en pesadillas mortíferas como la Rusia de Stalin, la China de Mao, la Camboya de Pol Pot, la Cuba de los Castro, la Rumania de Ceaucescu, o la tiranía de la familia de Kim il Sung en Corea del Norte, entre muchos otros experimentos frustradados aquí y acullá. 

En una esquina de la plaza los jóvenes construyen nuevas carpas para cubrirse de la lluvia, otros venden libros clásicos de sueño y utopía, otros beben y bailan alrededor de grupos de música alternativa surgidos como champiñones entre la muchedumbre que se agolpa este viernes por la noche en la vieja  plaza, no lejos de los lugares donde hace poco los yihadistas causaron una de las peores matanzas de la historia reciente.

El ambiente se caldea. A medida que se acerca la medianoche la ebriedad va ganando los manifestantes y el olor de la cerveza, el vino y la canabis inunda los aires y comienzan a sonar las botellas que se quiebran en el suelo y van apareciendo los encapuchados que más tarde iniciarán los desórdenes y se enfrentarán en batalla campal con los policías, como ocurre todos los días desde hace dos semanas. Ya van unos 80 policías heridos y cientos de jóvenes detenidos.

Es hora de partir antes de quedar atrapados en los enfrentamientos y subimos por la calle de la Barriada del templo, el Faubourg du Temple donde se han vivido tantas  historias en este país,   a la varguardia siempre de las luchas sociales desde la Declaración de los derechos humanos hasta las causas de la liberación de la mujer, los derechos de los gays y la ecología.

La fiesta continúa por todas partes, pero las escaramuzas entre jóvenes enchapuchados seguirán hasta las cuatro de la mañana de este sábado en los barrios populares del norte de París. Es la primavera, pronto llega mayo y los jóvenes quieren inventar algo parecido al movimiento español de los indignados. Antes de dormirme pienso que la historia se repite en un ciclo permanente de tragedias y comedias sin fin. Y sueño a veces con la guerra, como si ella fuera la naturaleza de una humanidad felina, dinosáurica y cainita.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de abril de 2016

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