Por Eduardo García Aguilar
Uno de los autores hispanoamericanos más importanes en estos momentos es sin duda alguna Fernando Cruz Kronfly
(1943), a quien podría otorgársele ya el gran premio de la
lengua, el Cervantes, que solo ha obtenido hasta ahora un colombiano, Alvaro Mutis.
Orfebre de la prosa y la poesía, uno imagina la titánica empresa de sus
construcciones, la obra de pulimiento de la catedral proustiana que
llega a su clímax en las tribulaciones de Uldarico y las lascivias de
Mariana Valentina, en los mundos fantasmales de Teófilo y Barbarela,
Pensilvania y Pánfilo, entre ámbitos del ayer y de hoy como La mansión
de las cadenas y el Edificio de la Villa Maipo.
Eso sin referirnos al
viaje del Libertador Simón Bolívar hacia su muerte por el río Magdalena o
el del cuerpo de Carlos Gardel hacia la nada, en sendas novelas
dedicadas a esos personajes. Más allá de la musicalidad exacerbada de
su prosa, Cruz Kronfly conecta con otras corrientes de la narrativa
latinoamericana. Rebelde y disolvente por naturaleza, no se hunde en el
ya trajinado realismo mágico, para quedarse sólo en los arabescos de
lianas de su imaginación. Va más
allá y entra al mundo del deseo, al conflicto de los cuerpos, a la
incuria de la soledad, a la imposibilidad del amor entre cerrados
compartimientos totalmente concretos y modernos.
No sólo se hermana
Cruz Kronfly con el quehacer artesanal del cubano José Lezama Lima en su
investigación del deseo, sino que se comunica con el delicioso cinismo
desesperanzado de Juan Carlos Onetti, con sus mujeres perversas,
enfrentadas día a día con hombres desvirolados, fracasados, que se
desmoronan en el alcohol, todos ellos cónsules como Geoffrey Firmin, el
de Bajo el Volcán de Malcolm Lowry.
Liberado de la retórica falocrática que ha
dominado desde La María de Jorge Isaacs y La vorágine de José Eustasio
Rivera, hasta Cien años de soledad y a buena parte de la novelística
colombiana postmacondiana, la obra de Cruz es una reflexión sobre la
muerte, la decrepitud, la caída, la soledad, tanto en los ámbitos
urbanos de la segunda mitad de este siglo como en los viejos tiempos de
la Patria Boba y la Fundación abordados en La ceniza del libertador
(Planeta. Bogotá. 1987) y en La obra del sueño. Novela de fundación y
de estirpe, homenaje a los progenitores, La obra del sueño abre una
nueva veta ficcional y prefigura la exploración posterior del fin del
libertador Simón Bolívar en su viaje tragicómico hacia la nada.
Cruz
Kronfly escribe desde un lugar marcado por el cruce de caminos, porque
él mismo es fruto de la mixtura de razas y parece que en cada nueva obra
despliega una gran sombrilla imaginaria para los habitantes del exilio:
un libertador entre olor de letrinas y podredumbre de cuerpos
afiebrados huye exiliado y vapuleado por su gente, mujeres modernas se
exilian de un lecho a otro buscando una felicidad que nunca llegará y
todos recuerdan viejas casonas llenas de flores y de pájaros o se
encierran en recámaras a masticar su derrota. De toda su prosa brota el
dolor y el desasosiego, y mana el grito del niño perdido que todos
llevamos adentro y cuya convocatoria es dínamo de la obra narrativa.
La
ceniza del Libertador es tal vez, junto con Celia se pudre de Héctor
Rojas Herazo, La otra raya del tigre de Pedro Gómez Valderrama y La
tejedora de Coronas de Germán Espinosa, una de novelas más notables
escritas en Colombia en el espacio del post-macondismo. Quien recorre
sus páginas, comprenderá que más allá de la historia o del paisaje
telúrico, el gran personaje allí es el lenguaje, la delirante
reverberación de palabras que Cruz Kronfly convoca con exactitud
maniática, acercándose a lo que denomina “estética de la muerte que
apaga afanosa los últimos fósforos”.
Juntas, vistas con perspectiva, estas novelas constituyen una gran feria de
vanidades y derrotas, llena de colores, espectros, adefesios, ruinas,
tal y como siempre ocurre con los mundos de los novelistas logrados que,
como Onetti y Roberto Artl, o narradores natos como Felisberto
Hernández o Juan Rulfo, logran arrancar sus delirios de lo terrenal para
transponerlos hacia el limbo poético.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 13 de junio de 2021.