lunes, 26 de diciembre de 2022

PASEOS POR EL VATICANO


Por Eduardo García Aguilar

El Vaticano es una ciudad Estado que en el mundo occidental es familiar por la presencia milenaria de la Iglesia católica en los países europeos y América Latina, región considerada como el Extremo Occidente, y por eso deambular ahora en diciembre por sus calles y cruzarse por azar con cardenales que salen de sus edificios cuando se avecina la hora del Ángelus dominical, en un día soleado, es algo muy natural.

Camino desde la Via Germanico, a unos pasos del Museo Vaticano y frente a la muralla antigua donde hace cola la gente para entrar al Museo Vaticano, en la Via Leone IV, descubro un restaurante popular italiano donde se escucha salsa colombiana caleña de los años 70 y 80. Sin duda ahí trabaja algún inmigrante colombiano nostálgico, como después me lo confirma Ana María, que vive cerca del lugar.

Es un perfecto instante para degustar allí en la parte exterior de la Santa Sede un plato de pasta con albóndigas, sin prisa alguna, degustando un vino y husmeando el ambiente del lugar entre los efluvios culinarios. Se siente que los peregrinos lo frecuentan desde hace muchos años, que nada ahí es nuevo, pues las maderas de la escalera crujen al paso de los clientes y adentro los friolentos comensales son felices y brindan.

Alrededor de las murallas de la ciudad, la vida romana es agitada por los millones de turistas que de todas las partes del mundo vienen a este lugar a visitar la Capilla Sixtina, descubrir los secretos del Museo Vaticano o a observar las cúpulas que se distinguen desde lejos.

En esta ocasión la romería es permanente porque los visitantes acuden a ver el árbol de Navidad y el pesebre situado en el centro de la Plaza de San Pedro, a cuyo alrededor van y vienen curiosos y entusiastas del mundo o italianos que se toman fotos y ríen con júbilo al sentirse en esa especie de placenta religiosa.

Todos hacen click con sus celulares para captar la inmensidad de la plaza, el gigante árbol blanco, el pesebre y las luces navideñas. La aglomeración comienza en la muy movida Plaza Risorgimento, llena de restaurantes y bares que como el pub Morrison's abren desde temprano hasta bien entrada la noche, y después se alarga por la Via de Porta Angelica, una de las calles laterales que conducen a ese círculo clásico.

En todos esos edificios residen cardenales, obispos, curas, diplomáticos, académicos, magnates, periodistas. Todos ellos son expertos enterados de las intrigas de la curia, agravadas en las última décadas durante los papados Juan Pablo II, Benedicto XV y Francisco.

De uno de los edificios sale por sorpresa el cardenal y teólogo alemán Walter Kasper (1933), presidente emérito del Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, trajeado con clergyman negro.  A su venerable edad el vigoroso jerarca maneja muy bien el dispositivo eléctrico para abrir y cerrar el  estacionamiento de su edificio, e ingresa muy alerta a su auto, que enciende con pericia. Es un verdadero roble este hombre que está a punto de cumplir 90 años de edad.

Según cuenta el periodista Eugenio Bonanata, Kasper le regaló en 2013 a Francisco, su vecino de habitación en la Casa de Santa Marta, tres días antes del cónclave que lo eligió, su libro "Misericordia. Concepto fundamental del Evangelio", publicado en español por las ediciones Queriniana, tres de cuyos ejemplares había recibido recientemente de España y regaló a prelados que hablan esa lengua. El Pontífice lo citó en su primer Ángelus pronunciado el 17 de marzo de ese año, después de su sorpresiva elección. Kasper dice que ese concepto de misericordia se ha convertido en uno de los pilares de su pontificado.

Ahora camino hacia el centro de la plaza en espera de la salida dominical de Francisco. También por azar, el amigo vaticanista Néstor Pongutá Puerto me señala al cardenal italiano Gianfranco Ravasi (1942), presidente del pontificio consejo de Cultura y quien además de experimentado arqueólogo en territorios del Antiguo Testamento, dirigió la librería Ambrosiana. Afable, recién cumplidos los 80 años, tiene un aire juvenil, va a pie y brinca de golpe hacia la acera. Él como todos los prelados, salen de sus habitaciones y se apresuran a escuchar el mensaje papal. 

Se abre la alta ventana y el rumor recorre a la multitud en la Plaza de San Pedro. Francisco, de pie y de buen semblante, saluda a algunos de los grupos que han venido a verlo y estallan en júbilo. Después de varios días de lluvia el sol ha salido de nuevo y la nubes veloces cruzan los aires de Roma como hace milenios en tiempos de Nerón, Calígula, César, Augusto o Adriano.

Viene a la imagen el día de la consagración de Francisco, cuando hubo humo blanco en el Vaticano y salió un papa argentino. Han pasado los años y él está ahí de nuevo. Su paso por el trono de San Pedro es sin duda histórico. Ha terminado su discurso y todo de blanco vestido Francisco da la espalda y entra con lentitud a las añejas y elegantes habitaciones vaticanas donde se negó a vivir encerrado entre cortesanos e intrigantes. Y todos nosotros caminamos ahora por la Via de la Conziliazione rumbo a la Roma eterna. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de diciembre de 2022.

MANIZALES Y EL ESTILO ART DECO


Por Eduardo Garcia Aguilar 

Está por escribir aun la historia de amor del estilo Art Deco y Manizales, ciudad que como muchas otras en el mundo adoptaron de manera vertiginosa, en parte o del todo, esa nueva tendencia nacida hace hace más de un siglo en París y a la que pertenecen el edificio de Crhysler en Nueva York, el Cristo de Corcovado en Río de Janeiro, el Palacio de Trocadero de París frente a la Torre Eiffel y la gran Catedral Basílica de Manizales, diseñada por el francés Julien Polti (1877-1953), arquitecto jefe de los Monumentos históricos de Francia, y construida bajo la supervisión de la empresa Papio y Bonarda, fundada por dos italianos realizadores en Manizales de magníficas construcciones como el Teatro Olympia, la casa de Aquilino Villegas, la Casa Estrada, el Edificio Sáenz, entre otros.

Debo mi afición al Art Deco a que mi padre tenía su oficina en una construcción de ese estilo que luego se convirtió en hotel, situada e la carrera 21 en diagonal del magnífico Hotel Escorial y el edificio esquinero que albergaba el café Osiris, por lo que durante esos años maravillosos de la infancia y la adolescencia, cuando ya estaba infectado por la literatura, recorría esos ámbitos de la ciudad excepcionales que se anclaron en mi memoria como lugares de fantasía y que volvería a encontrar durante mis viajes por el mundo en ciudades que tuvieron la fortuna de ser reconstruidas por los jóvenes arquitectos inspirados por esa moda florecida en época de entre guerras, antes y después de la Exposición internacional de Artes decorativas e industriales de París en 1925. O sea al mismo tiempo que se incendiaba y quedaba destruido el centro de Manizales.

Vivíamos no lejos de allí en la carrera 19 con calle 25 en una de esas viejas casonas manizaleñas antiguas que fueron arrasadas en los años 70 para construir avenidas horrendas, o sea que día a día y por diferentes rutas escalonadas subía por esas calles hasta ese centro histórico invaluable que nutría el espíritu y el gusto de cualquier joven interesado en el arte. Como no maravillarse con la Casa Estrada, la Casa Sáenz, el Club Los Andes o el Teatro Olympia y más lejos el Palacio de Bellas Artes y otros edificios residenciales que sobrevivían en la Plaza de Bolívar y a lo largo de las carreras y calles centrales de la ciudad. Como no maravillarse con la Catedral, un edificio de gran rango que poco a poco comienza a aparecer en los catálogos de la gran arquitectura mundial del siglo XX y que es la obra delirante de una notable generación de manizaleños visionarios.

El Art Deco lo he reencontrado en barrios de París, México, Casablanca, Barcelona, Munich, Frankfurt, Madrid, Roma, Estocolmo y otras muchas ciudades y cada vez observo con estupor sus estructuras y la belleza y perfección de sus accesorios, puertas, ventanas, escaleras, lampadarios, adornos que culminan con la fabulosa cúpula del edificio Crhysler de Nueva York, emblema de esa gran capital del mundo. A lo que se agrega además el estilo de muebles, pinturas, murales, autos, aviones, trenes, electrodomésticos y la moda vestimentaria que acogieron ese vertiginoso nuevo estilo lleno de velocidad antes de la terrible y catastrófica Segunda Guerrra Mundial.

Acabo de visitar este jueves en el Palacio de Chaillot la exposición "Art Deco Francia-América del Norte", que traza las relaciones y los vasos comunicantes que se dieron entre esos dos mundos en los años de entreguerras y que prolonga otra magna muestra realizada en el mismo lugar hace una década, "1925. Cuando el Art déco sedujo al mundo", donde se pasaba revista a la influencia de ese arte en el mundo occidental y países lejanos como Marruecos, Camboya, Vietnam, China o Brasil, entre otros.

Basta ver los cuadros de la gran pintora alemana Tamara de Lempicka o del artista mexicano Angel Zárraga, quien fue maestro en las escuelas francesas donde se formaron muchos de esos jóvenes arquitectos, constructores y diseñadores de ese tiempo, para quedar seducido por el hedonismo y el erotismo de sus trazos. Fueron años de fulgor, cuando dos generaciones que sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial querían vivir y hacer la fiesta en los cabarets donde reinaba la gran Josephine Baker y otras estrellas del Music Hall, descritos en las páginas de las novelas de Scot Fitzgerald y Ernest Hemingway como El Gran Gatsby o París era una fiesta.

Hubo un azar milagroso, pues esta gran explosión arquitectónica mundial del Art Deco coincidió con los trágicos incendios que destruyeron a Manizales, capital cafetera mundial y uno de los polos motores del empuje del país en ese entonces por su fuerte actividad financiera. Lo que sorprende es que la élite local actuó rápido y en cuestión de meses, al ver unas treinta manzanas del centro destruidas por el fuego, piensa por lo alto y encarga en 1927 a dos manizaleños residentes en París, Miguel Gutiérrez y Victoriano Arango, hacer las gestiones para un concurso de diseños de la Catedral Basílica de la ciudad, tras lo cual vendrían otros muchos proyectos.

Otras empresas como Ullen y Co, constructora del Palacio de Gobernación, compiten para obtener los jugosos contratos de las nuevas edificaciones. Al mismo tiempo en Miami, afectada por poderosos huracanes, se contrabata a otros arquitectos para reconstruir la ciudad con edificios sólidos que aun hoy están en pie y hacen de ese puerto caribeño uno de los mejores ejemplos del Art Deco, con sus características especiales, materiales y formas inolvidables, líneas, ornamentaciones, motivos florales o geométricos.

No soy arquitecto ni constructor ni historiador de arte, pero cada vez que camino por las calles de mi ciudad y otras del mundo trato de rastrear aquella huella dejada por el impulso de esos constructores y artistas modernos e innovadores. En las nuevas generaciones sin duda aparecerán quienes visiten los archivos a un lado y el otro del Atlántico para rehacer la historia del Art Deco y Manizales y algun día contar en magnificos libros ilustrados la increíble aventura estética que sacudió a estas alturas hace ya casi un siglo.
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Publicado en Manizales. Colombia. Lunes 26 de dieciembre de 2022.