Por Eduardo García Aguilar
El Vaticano es una ciudad Estado que en el mundo
occidental es familiar por la presencia milenaria de la Iglesia católica
en los países europeos y América Latina, región considerada como el
Extremo Occidente, y por eso deambular ahora en diciembre por sus calles
y cruzarse por azar con cardenales que salen de sus edificios cuando se
avecina la hora del Ángelus dominical, en un día soleado, es algo muy
natural.
Camino desde la Via Germanico, a unos pasos del
Museo Vaticano y frente a la muralla antigua donde hace cola la gente
para entrar al Museo Vaticano, en la Via Leone IV, descubro un
restaurante popular italiano donde se escucha salsa colombiana caleña de
los años 70 y 80. Sin duda ahí trabaja algún inmigrante colombiano
nostálgico, como después me lo confirma Ana María, que vive cerca del
lugar.
Es un perfecto instante para degustar allí en la
parte exterior de la Santa Sede un plato de pasta con albóndigas, sin
prisa alguna, degustando un vino y husmeando el ambiente del lugar entre
los efluvios culinarios. Se siente que los peregrinos lo frecuentan
desde hace muchos años, que nada ahí es nuevo, pues las maderas de la
escalera crujen al paso de los clientes y adentro los friolentos
comensales son felices y brindan.
Alrededor de las murallas de la ciudad, la vida
romana es agitada por los millones de turistas que de todas las partes
del mundo vienen a este lugar a visitar la Capilla Sixtina, descubrir
los secretos del Museo Vaticano o a observar las cúpulas que se
distinguen desde lejos.
En esta ocasión la romería es permanente porque los
visitantes acuden a ver el árbol de Navidad y el pesebre situado en el
centro de la Plaza de San Pedro, a cuyo alrededor van y vienen curiosos y
entusiastas del mundo o italianos que se toman fotos y ríen con júbilo
al sentirse en esa especie de placenta religiosa.
Todos hacen click con sus celulares para captar la
inmensidad de la plaza, el gigante árbol blanco, el pesebre y las luces
navideñas. La aglomeración comienza en la muy
movida Plaza Risorgimento, llena de restaurantes y bares que como el pub
Morrison's abren desde temprano hasta bien entrada la noche, y después
se alarga por la Via de Porta Angelica, una de las calles laterales que
conducen a ese círculo clásico.
En todos esos edificios residen cardenales, obispos,
curas, diplomáticos, académicos, magnates, periodistas. Todos ellos son
expertos enterados de las intrigas de la curia, agravadas en las última
décadas durante los papados Juan Pablo II, Benedicto XV y Francisco.
De uno de los edificios sale por sorpresa el
cardenal y teólogo alemán Walter Kasper (1933), presidente emérito del
Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, trajeado con
clergyman negro. A su venerable edad el vigoroso jerarca maneja muy
bien el dispositivo eléctrico para abrir y cerrar el estacionamiento de
su edificio, e ingresa muy alerta a su auto, que enciende con pericia.
Es un verdadero roble este hombre que está a punto de cumplir 90 años de
edad.
Según cuenta el periodista Eugenio Bonanata, Kasper
le regaló en 2013 a Francisco, su vecino de habitación en la Casa de
Santa Marta, tres días antes del cónclave que lo eligió, su libro
"Misericordia. Concepto fundamental del Evangelio", publicado en español
por las ediciones Queriniana, tres de cuyos ejemplares había recibido
recientemente de España y regaló a prelados que hablan esa lengua. El
Pontífice lo citó en su primer Ángelus pronunciado el 17 de marzo de ese año,
después de su sorpresiva elección. Kasper dice que ese concepto de
misericordia se ha convertido en uno de los pilares de su pontificado.
Ahora camino hacia el centro de la plaza en espera
de la salida dominical de Francisco. También por azar, el amigo
vaticanista Néstor Pongutá Puerto me señala al cardenal italiano
Gianfranco Ravasi (1942), presidente del pontificio consejo de Cultura y
quien además de experimentado arqueólogo en territorios del Antiguo
Testamento, dirigió la librería Ambrosiana. Afable, recién cumplidos los
80 años, tiene un aire juvenil, va a pie y brinca de golpe hacia la
acera. Él como todos los prelados, salen de sus habitaciones y se
apresuran a escuchar el mensaje papal.
Se abre la alta ventana y el rumor recorre a la
multitud en la Plaza de San Pedro. Francisco, de pie y de buen
semblante, saluda a algunos de los grupos que han venido a verlo y
estallan en júbilo. Después de varios días de lluvia el sol ha salido de
nuevo y la nubes veloces cruzan los aires de Roma como hace milenios en
tiempos de Nerón, Calígula, César, Augusto o Adriano.
Viene a la imagen el día de la consagración de
Francisco, cuando hubo humo blanco en el Vaticano y salió un papa
argentino. Han pasado los años y él está ahí de nuevo. Su paso por el
trono de San Pedro es sin duda histórico. Ha
terminado su discurso y todo de blanco vestido Francisco da la espalda y
entra con lentitud a las añejas y elegantes habitaciones vaticanas
donde se negó a vivir encerrado entre cortesanos e intrigantes. Y todos
nosotros caminamos ahora por la Via de la Conziliazione rumbo a la Roma
eterna.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de diciembre de 2022.
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