Del 21 al 24 de marzo se realizó el Salon del Libro de París, que en esta ocasión estuvo dedicado a Argentina y fue inaugurado por el presidente de Francia François Hollande y la presidenta argentina Cristina Kirchner. Francia es uno de los países donde la lectura predomina y el libro sigue muy vivo en manos de todos los habitantes, por lo que no solo hay best sellers tontos sino un espacio grande para la gran literatura, el ensayo, la poesía, la crítica, la filosofía y el pensamiento, como lo atestigua el vigor efervescente de esta feria librera anual que se realiza en la Puerta de Versalles.
El enorme pabellón central de Argentina exponía unas fotos de Julio Cortázar tomadas en su tiempo en el apartamento del argentino por Sara Facio, unas de las cuales son de la divertida velada íntima en que el autor de Rayuela y Gabriel García Marquez decidieron usar las máscaras de terror con las que jugaba el hijo de la editora Ugné Karvelis, quien compartía entonces la vida con el cronopio.
Se exponía también un cuaderno de Cortázar con las anotaciones preparatorias para su novela principal, que marcó toda una época y leíamos y anotábamos antes de irnos a París tras los pasos de esos personajes marginales y poéticos que vivían en buhardillas y deambulaban por las calles de la ciudad bajo el mando de la inolvidable y ficticia Maga.
Omnipresente en esas bellas y gigantes fotos en blanco y negro, Cortázar, cuyo centenario se cumple este 2014, fue el padre putativo de esta fiesta del libro, que subrayó la importancia de la literatura argentina, cuya riqueza y solidez múltiples surge de la actividad de millones de inmigrates e hijos de inmigrantes pobres de todos los rincones del mundo, quienes hicieron de Buenos Aires la París del Sur.
Como un acontecimiento central, la editorial Grasset, la misma de García Márquez y Alvaro Mutis, publicó por primera vez en francés la novela olvidada y relegada de Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres, que en su tiempo fue reprobada porque el autor era peronista y la intelectualidad borgiana de entonces odiaba al peronismo como lo odia hoy.
En el pabellón argentino también estuvo presente Mafalda, que recibía al público sentada en una pequena silla infantil y cuyo creador Quino fue una de las figuras centrales de la fiesta librera. Y además estaban los fascímiles de las portadas originales de los grandes libros argentinos del siglo XX en sus ediciones inolvidables de Sur, Losada, Suramericana y otras editoriales que entonces renovaron las letras del continente.
Entre los invitados figuraron las escritoras Luisa Futoransky, para muchos merecedora ya del Premio Nobel y Luisa Valenzuela, así como Mempo Giardinelli y Noé Jitrik, entre una cincuentena de creadores argentinos presentes. Desde ese pabellón vibraba la fuerza de la literatura de ese gran pais sincrético. Entre las mesas y las estanterias blancas se palpaba la presencia de Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Roberto Artl, Alejandra Pizarnik, Enrique Molina y tantos otros autores que nos nutrieron y nos nutren.
Porque la literatura argentina es tan fuerte que ha resistido a la uniformización monotemática impuesta a las literaturas de otros países latinoamericanos. Los colombianos hemos sido reducidos a escribir solo novelas de sicarios y narcotraficantes y lo único aceptado es una narrativa bendecida por San Pablo Escobar. Toda literatura ajena a los temas del narco y el secuestro está probibida en Colombia y los grandes autores universales de ese país condenados al ostracismo. Argentina, por el contrario, resiste con decenas de autores que guardan la antorcha de esa gran fuerza literaria que salva al continente de la banalidad ambiente.
Para luchar contra eso, por primera vez Colombia estuvo presente con un stand de la Cámara Colombiana del Libro y el ministerio de Cultura, que expusieron la Biblioteca Básica colombiana, unos 350 libros del siglo XX, en un proyecto fundamental orientado por Conrado Zuluaga, Guido Tamayo y Ana Roda.
Colombia también enmendó el craso error de hace unos años, cuando vino a Francia en el marco del programa Les belles étrangères, coordinado por el Centre National des Lettres (CNL), una delegación de 15 varones malencarados, sin la presencia de una sola mujer, pues se argumentaba que en Colombia no había mujeres escritoras dignas de ser invitadas a París.
Esta vez estuvieron presentes las jóvenes escritoras Lucía Estrada, Melba Escobar, Gloria Cecilia Díaz y la feminista franco-colombiana Florence Thomas, quienes en varias mesas redondas abrieron la ventana a la literatura colombiana escrita por mujeres, que encabezan hoy la gran Maruja Vieira, merecedora ya del Premio Reina Sofía de Poesía y la narradora mayor Fanny Buitrago, merecedora del Premio Cervantes.
En la jornada final tuve la fortuna de participar a nombre de Colombia en una mesa redonda con autores mexicanos, argentinos, centroamericanos y con la presencia del ex embajador, poeta y ensayista Geraldo Holanda Cavalcanti, presidente de la Academia de Letras de Brasil, para hablar del viejo boom y de un probable nuevo auge de la literatura latinoamericana en Europa. Planteé allí que no hay tal nuevo boom, porque las literaturas latinoamericanas fueron reducidas a la novela comercial monotemática creada por el marketing y se encajonó en cubículos de temas nacionales para autistas, como el narcotráfico y el sicariato.
Ahora los europeos miran hacia las literatura norteamericana, africana, asiática y América Latina no genera ya el sueño romántico que propició en los años 60, cuando apareció la Revolución y el mito crístico del Che Guevara sobre los que se aupó el boom que condujo a la coronación irrepetible de García Márquez. En ese debate estábamos, cuando apareció un grupo de batucada brasileña y los argentinos cedieron en ceremonia oficial la antorcha a Brasil, que será el país invitado del Salón en 2015.