Al emprender la
tercera década del siglo XXI, la literatura parece un "dinosaurio agónico", como bien afirma el poeta y crítico mexicano Sergio Cordero en uno de sus ensayos.
En las dos pasadas décadas dominadas por las redes sociales y los medios
digitales se uniformizó mundialmente el gusto
de los consumidores de novedades y casi en todas partes los libros que circulan
como literatura, promocionados por los grandes consorcios con poder mercadotécnico,
son en su mayoría textos autobiográficos que tocan temas emocionales para el
consumidor.
Esos libros,
elaborados con una prosa insípida que parece
escrita por momias empolvadas de notarios, dan al lector un producto totalmente
uniformizado y masticado para una población
robotizada y anancefálica. Las novelas que
circulan traen frases claras, cortas, diálogos
sencillos, argumentos bien encuadrados con planteamiento, desarrollo y final,
como si fueran guiones cinematográficos listos
para filmar y están basadas por lo regular en
hechos concretos ya ocurridos y archivados.
Los consorcios
editoriales también expulsan poco a poco a los escritores de sus catálogos, pues la preferencia viene a la publicación de novelas, reportajes o relatos escritos por figuras
de la farándula, la televisión,
el deporte o la política que ya de por si
traen bajo su escarcela ventas garantizadas. Los escritores que aun quedan en
sus catálogos escriben a destajo y por encargo
a la orden de sus patrones.
Y lo más importante, ya ni siquiera se necesita saber
escribir para convertirse en gran novelista premiado, incluso con el Premio
Cervantes o el Nóbel, pues el trabajo lo hacen
los llamados escritores fantasmas, ghosts writers en inglés, que realizan los
libros de esas figuras mediáticas o los
editores que contratan ellos mismos para que pongan orden, corrijan y ajusten
lo que han escrito con torpeza.
Los pobres e
ingenuos escritores que aun creen en la literatura y escriben ellos mismos sus
obras después de un arduo trabajo y una formación
apasionada de décadas, pertenecen a una especie en extinción que desparecerá
de la faz de la tierra, como esos "dinosaurios agónicos"
a los que se refiere el mexicano Cordero. Esos ingenuos autores quedan
relegados al ejército de editores a sueldo o escritores fatasmas que se ven
obligados a escribir los textos de los famosos para sobrevivir. Eso ya es
moneda corriente en los mundos editoriales anglosajón,
francés y ahora en español.
Los consorcios preparan
sus agendas para las temporadas venideras y éstas se replican de región en región. Es el
caso de novelas que cuentan la vida de personajes famosos del pasado o del
presente tipo Evita Perón, Marylin Monroe o
Frida Kahlo o el gran éxito del best seller francés Emmanuel Carrière sobre la
vida del ruso Limonov, que ha inaugurado una tendencia, ahora replicada en
todas partes. El autor no tiene que imaginar nada, pues los hechos reales con
trama y desenlace final estan ahí para copiar
y pegar con prosa insípida.
Las grandes
editoriales lanzan las novelas de cantantes, ex presidentes, figuras de la farándula y la sociedad, presentadores de televisión o personalidades que han saltado a la fama mediática por éxitos fenomenales, delitos cometidos o
tragedias o desgracias vividas. Ninguno de ellos tiene que preocuparse por
escribir nada, pues los escritores fantasmas redactan sus obras.
Conozco
innumerables casos de novelas publicadas con éxito que fueron escritas por esos
ghost writers, fantasmas que en Francia ya incluso mencionan las obras famosas
de otros, que ellos han escrito para ganarse el pan de cada día.
Algunos ghost writers cuentan con humor como los supuestos autores defienden
sus obras en la televisión e incluso llegan a
olvidar que nunca las escribieron.
Alguna vez, cuando
se descubrió que la biografía de Ernest Hemingway que circulaba ya como una
gran novedad, escrita supuestamente por el gran presentador de la televisión francesa Patrick Poivre d'Arvor, era un plagio
casi total de un libro publicado en Estados Unidos, éste tuvo el cinismo de
afirmar que ese no era su problema, sino la falla del escritor fantasma al que
le habían encargado escribirla.
También ha
ocurrido que los malos periodistas han terminado por adueñarse con arrogancia del ejercicio novelístico, inscribiéndose en la tendencia ahora
mayoritaria de negar la validez de la ficción y
encomiar la falta de estilo y el uso hasta la náusea
de la primera persona del singular.
Hoy ninguna
editorial aceptaría novelas como Rayuela de
Julio Cortázar o Tres Tigres de Guillermo
Cabrera Infante y escritores exquisitos como Alejo Carpentier, Jorge Luis
Borges, Juan Rulfo o José Lezama Lima serían
rechazados por barrocos. El entusiasmo literario que acompañaba a esos grandes escritores de la inolvidable
pléyade latinoamericana ha quedado para la historia. Y los grandes críticos que los acompañaron
entonces como Emir Rodríguez Monegal, Angel
Rama, Emmanuel Carballo, José Miguel Oviedo, han desaparecido para siempre.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 3 de octubre de 2021