sábado, 19 de marzo de 2022

EL OSTRACISMO LITERARIO DE LAS MUJERES

Por Eduardo García Aguilar

No hay duda de que las mujeres escritoras latinoamericanas del siglo XX siempre fueron ocultadas por un sistema que era diseñado por y para el brillo de los hombres, fueran jóvenes lobos en ascenso o viejos patriarcas instalados en sus cómodas poltronas. Nuestra generación, que fue la primera en que empezaron a abrirse puertas a algunas autoras, vivió en carne propia lo que era ese reino absoluto y voraz de los patriarcas literarios del siglo desde Lugones, Vasconcelos, Reyes, Borges, Bioy, Gallegos, Neruda, Asturias y Paz, hasta las estrellas ultramasculinas del boom.

Salvo en el mundo literario anglosajón, donde ya en la primera mitad del siglo XX se dio la irrupción de extraordinarias autoras como Virginia Wolf, Anais Nin, Djuna Barnes, Doris Lessing, Nadine Gordimer, entre otras muchas, en el resto de las lenguas y en la nuestra en especial siempre los reflectores se dirigieron a hombres que encarnaban países como padres de la patria idolatrados y cubiertos de incienso, amantes del poder y los honores, casi todos blancos, burgueses, pomposos, encorbatados y urbanos.

En el mundo hispanoamericano esa fue siempre la regla y la existencia de clanes masculinos en cada país y en la región entera contribuía a sobredimensionar sus obras, que eran aplaudidas a su vez por una crítica de predominancia masculina en el marco jerárquico y petrificado de las universidades y la prensa. Y se crearon así poderosas sociedades de elogios mutuos en torno al gran jerarca nobelizable del momento, a donde se ingresaba por cooptación y servil espíritu de cortesanía.

Nuestra generación vivió dentro de ese sistema como si fuera algo ineluctable y los nuevos escritores, narradores, poetas y ensayistas construían a su vez  nuevos clanes y se preparaban para subir al trono a medida que fueran desapareciendo esas figuras totémicas que reinaron sin compartir el poder a lo largo del siglo XX. Las mujeres escritoras solo estaban invitadas al banquete como observadoras, musas, esposas o groupies de los ídolos.

Los grandes poderes editoriales hispanoamericanos eran a su vez controlados en Barcelona, Buenos Aires o México, salvo excepciones, como fue el caso de Carmen Balcells, por hombres que en pleno apogeo clánico definían ascensos y caídas, premios, condecoraciones y consagraciones. Pero Balcells, aunque mandaba como la Gran Mamá Grande de la literatura en castellano, estaba totalmente al servicio de los futuros patriarcas que ella inventaba y empujaba a la fama y a la riqueza y junto a los cuales no había ni por equivocación una sola mujer escritora.

Igual ocurría en las rancias academias de la lengua dominadas por empolvados carcamanes trajeados de saurios que se cooptaban unos a otros desde los tiempos inmemoriales y duraban más tiempo que las tortugas de Galápagos para defender lo castizo decimonónico y la ortodoxia literaria.

En los departamentos de humanidades y literatura en las universidades también reinó hasta hace poco una hegemonía legitimadora de esa dictadura patriarcal y miles de tesis dirigidas por académicos mandarines proliferaban como conejos desbocados al por mayor, y solo servían para rendir homenaje repetitivo en monótona cantinela a los mismos patriarcas triunfantes, como si no hubiera nada más y la literatura solo fuera asunto de poderosos machos alfa cargados de condecoraciones.


Las mujeres estaban ahí y escribían durante el siglo XX, pero nadie las veía. Siempre los bombos fueron para los infatuados ídolos del éxito y los nuevos escritores hombres emergían generación tras generación como promesas y medraban en las antesalas del poder antes de caer en la desgracia y el olvido y aun hoy siguen muy inocentes y muy esperanzados como gallos que mueven sus crestas y afilan sus espuelas, sin saber que son ya una especie en extinción.

Todo eso lo sentíamos y lo veíamos, pero solo ya entrado el siglo XXI, comienzan a cambiar los paradigmas culturales. Muchas de esas mujeres ocultas son rescatadas del ostracismo: entre las narradoras Elena Garro y Amparo Dávila en México, Elisa Mujica, Helena Araújo, Albalucía Angel y Fanny Buitrago, en Colombia, y así sucesivamente se pueden hacer largas listas en cada país. Y eso sin contar a las magníficas poetas latinoamericanas que siempre fueron ocultadas de manera deliberada por la crítica y el poder literario en el marco de los grandes movimientos. 

Hubo algunas excepciones, como fue el caso de varias poetas y escritoras uruguayas, brasileras y argentinas, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Clarice Lispector, Olga Orozco, en países del cono sur donde mucha gente descendía de los barcos que traían inmigrantes europeos, o el fenómeno milagroso de Gabriela Mistral, que fue la excepción que confirmaba la regla a lo largo del siglo XX. Todo eso está cambiando por fortuna en este siglo y por fin las escritoras de las nuevas generaciones ya no pueden ser ocultadas, ninguneadas, escondidas detrás de las cortinas y borradas del mapa. Esa es la revolución coperniciana de la literatura hispanoamericana de hoy y eso hay que celebrarlo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 20 de marzo de 2022.
* En las fotos Gabriela Mistral, Olga Orozco y Victoria Ocampo.