Medio
siglo después de haberlo escrito, publico este libro América Escondida
como homenaje y reconocimiento al adolescente que tras ensayar muchas
veces en distintas direcciones desde los 14 o 15 años, trata en largas
jornadas y con toda su fuerza de crear una obra compacta que responda a
sus pulsiones y convicciones del momento.
Desde
muy temprano escribía poemas por centenares en las aburridas clases del
Instituto Universitario o el Instituto Manizales, muchos de ellos
marcados por las angustias adolescentes y la poesía de moda nadaísta,
pero a partir de 1970 los poemas adquirieron un marcado tono americano y
comprometido con las luchas que en ese momento encendían a los jóvenes
de todos los continentes contra los imperios y sus guerras.
Había
descubierto desde temprano la poesía de Arthur Rimbaud y Baudelaire,
Walt Whitman y Federico García Lorca en bellas ediciones que llegaron a
mis manos y aun tengo y la obra del modernista suicida colombiano José
Asunción Silva en la espléndida edición realizada por el Banco de la
República en Bogotá. Todas esas figuras me marcaron en esos años al
mismo tiempo que llenaba los cuadernos de poemas que no tenían títulos
sino que iban numerados.
En
1968 llegó a Manizales en el marco del Festival Internacional de Teatro
el gran poeta chileno Pablo Neruda y los poetas adolescentes pudimos
seguirlo por las calles de la ciudad y asistir a ese espectatacular
recital suyo en el Teatro Fundadores, cuando la muchedumbre quebró los
portalones de vidrio para invadir el recinto con tanta fuerza que yo me
vi impulsado al escenario, a su lado, como lo atestiguan las fotos que
sobre el acontecimiento salieron en el suplemento literario del diario
local La Patria.
Durante
el recital estuve junto a él y al final me acerqué y de la edición
empastada que leía con su voz gangosa del Canto General, extraje una
cinta marcadora de sedoso papel blanco donde él tenía escrita con tinta
verde la palabra Pobreza, que conservé durante mucho tiempo como un
amuleto. Esa experiencia de estar cerca a Neruda y seguirlo por la
ciudad fue sin duda un momento crucial para el poeta en ciernes, ya que
después, como era de esperarse, adopté ese tono americanista encendido,
telúrico y comprometido de su poesía y lo apliqué en la construcción del
libro, con cuyos poemas me ganaba casi todos los concursos poéticos
intercolegiados locales, uno de cuyos trofeos conservo, precisamente el
que gané con el poema América Escondida.
Más
tarde terminé bachillerato en el colegio Gemelli en 1971 y viaje a
Bogotá a estudiar sociología en la Universidad Nacional, donde además de
agotar las bibliotecas leyendo los libros recomendados por el gran
maestro y profesor de Historia Darío Mesa, me empapaba para el proyecto
del libro con la poesía y la historia prehispánicas mexicana o peruana,
así como el Martín Fierro y la poesía gauchesca estudiada por Jorge Luis
Borges, o La Araucana de Alonso de Ercilla en Chile, pasando por los
modernistas encabezados por el gran Rubén Darío. Sin olvidar La poesía
ignorada y olvidada del gran poeta Jorge Zalamea, las visitas al Museo
del Oro de Bogotá mientras afuera llovía o la lecturas de Los quimbayas
bajo la dominación española de Juan Friede, donde se cuenta el
exterminio de los indígenas, geniales orfebres, que vivían en la tierra
donde nací.
Y
seguía avanzando en el libro que deseaba compacto y al que entregaba
todas las fuerzas de la insensatez adolescente. El libro lo terminé en
1972, un año antes del golpe de Estado en Chile y la muerte del
presidente socialista Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, un
hecho histórico que marcó a varias generaciones y que ahora se conmemora
para que no vuelva a repetirse medio siglo después.
El
manuscrito de América Escondida con textos escritos entre 1970 y 1972
circuló entre varios de mis amigos y después de que viajé en abril de
1974 a seguir mis estudios en París, mi amigo Mario Nova llevó al teatro
algunas de esos fragmentos que lo componían. Sé que la obra se presentó
en varias lugares y que aun hoy quienes participaron se acuerdan de
aquellos poemas encendidos de fe latinoamericanista que escenificaban en
modestos teatros populares o escolares.
Nunca
pensé en publicarlo, y a medida que transcurría mi nueva vida en Europa
me acapararon otros intereses intelectuales, viajeros y literarios,
pero siempre cargué el mecanuscrito tipeado en máquina de escribir en
varias copias. Lo consideraba como una curiosidad impublicable y viajó
conmigo por el mundo y está intacto tal y como como lo dejé en 1972, ya
terminado. Tal vez sentí después desdén por él, ya que se inscribía
dentro de un tipo de poesía que ya no practicaba, la poesía
comprometida.
Escribí
luego poemas en Europa, y más tarde en San
Francisco y Berkeley, California, y en México a cuentagotas colecciones que fueron publicadas con los títulos de Palpar la zona
prohibida, Delirio de Noega, Llanto de la espada y Animal sin tiempo,
reunidas en la Poesía completa, publicada en la coleción Zenócrate y la
Casa de poesía Silva en 2017, bajo el título de La música del juicio
final. Al reunir toda la poesía, descarté lo escrito antes de viajar a
Europa en 1974.
Pero
tal y como dice Michael Hamburguer en el prólogo a su Poesía completa,
es muy dificil para todo poeta decidir en un momento dado a partir de
cuando considera que su obra es válida y publicable. Con angustia se
pregunta si hay que descartar los primeros poemas o no, o sea si hay que
censurar o no al poeta adolescente.
Antes
de América escondida escribí centenares de poemas que tal vez nunca
publique, pero este libro que tiene unidad y fue escrito con pasión en
los encendidos años del sueño latinoamericanista, puede salir al fin
medio siglo después como testimonio de esos tiempos y del muchacho que
amanecía tecleando en las noches heladas de Manizales y Bogotá antes de
irse de su país para siempre.
Esos
textos fueron escritos por alguien que aun vibra dentro de mí y a veces
escribía cartas al que sería décadas déspués en el futuro siglo XXI,
pidiéndole no renunciar a sus sueños ni traicionarlo. Ahora yo le
respondo a sus imprecaciones y lo saco del silencio con la publicación
de América Escondida, que entonces firmó con el seudónimo de Peromboco
Quimbaya. Como él se arriesgó, es necesario asumir también los riesgos y
no tener miedo. Cada palabra y mucho más aquellas escritas entonces
cuando todo comienza, merecen estar reunidas en un volumen con letras
impresas medio siglo después, porque el tiempo es circular y es solo un
espejismo.
París, 15 de julio de 2023