Poco
a poco se va acercando el cincuentenario del golpe de Estado en Chile
del 11 de septiembre de 1973 y la muerte del presidente Salvador
Allende, un hecho impactante para varias generaciones, tanto que aun es
actual y motivo de actos, coloquios, efemérides que buscan conjurar
aquellos tiempos para que no vuelvan a repetirse. Ese mismo año, el 27
de junio, se dio también el golpe de Estado en Uruguay y el inicio de
unos años sombríos caracterizados por la represión y las desapariciones
de demócratas, muchos de los cuales aun son buscados por sus familiares y
las organizaciones que militan por la defensa de los derechos humanos.
La
organización Amigos de El mundo diplomático, el colectivo Donde Están y
la Coordinación para conmemorar los 50 años de ambos golpes de Estado
cívico-militares realizan amplias actividades en París a partir de junio con
debates, exposiciones, conciertos, conferencias de historiadores y
analistas, proyección de filmes como Estado de sitio, con la presencia
de su mítico director de cine griego Costa Gavras. Es loable que estas
organizaciones no olviden nunca a las víctimas de esas dictaduras e
insistan en esclarecer lo ocurrido.
El
23 de marzo de 1976 se dio el golpe de Estado en Argentina y llegó al
poder una junta militar cívico militar, con lo que se inició un largo
proceso de terrorismo de Estado que imperó hasta 1983, dejando una
estela de ejecutados, 30.000 desaparecidos, y una oleada de tráfico de
niños de militantes muertos que dio lugar a la creación del movimiento
las Abuelas de mayo, que aun están en actividad y siguen descubriendo
nietos que fueron adoptados ilegalmente después de la ejecución de sus
madres.
Aun caen
antiguos torturadores de las dictadura argentina, miembros de la
organización parapolicial Triple A, que cometió crimenes atroces contra
los opositores, muchos de ellos lanzados al mar desde aviones o
enterrados en fosas comunes después de jornadas de suplicios perpetrados
en la Escuela Mecánica de la Marina (ESMA). Con el regreso de la
democracia, la Comision nacional sobre la desaparicion de personas
entregó en 1984 bajo la dirección del escritor Ernesto Sábato al
presidente Raul Alfonsín un informe detallado sobre las atrocidades.
Algunos
de los torturadores lograron escapar y rehicieron sus vidas en Europa,
como en su tiempo muchos nazis lo hicieron en Suramérica, pero tarde o
temprano la justicia argentina llegó, como en el reciente caso del
policía Mario Alfredo Sandoval, quien se refugió en Francia en 1985 y
llevaba una vida de honorable profesor universitario en París o experto
en altas instituciones de Inteligencia, como lo revela esta semana el
excelente reportaje de la periodista Angeline Montoya en el diario Le
Monde. Sandoval fue extraditado a su país, donde fue condenado el 21 de
diciembre de 2022 a 15 años de prisión.
Todas
esas acciones terroristas se hicieron en el marco del plan Cóndor
propiciado de manera conjunta por Estados Unidos y las dictaduras
militares imperantes en Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Perú,
Ecuador, Paraguay y Bolivia, que sembraron el terror en Suramérica en
aquellos tiempos de Guerra fría entre los imperios estadounidese y
soviético, cuando en varios países surgían guerrillas armadas que
también cometieron delitos atroces contra los derechos humanos.
A
mi me tocó siendo estudiante de Sociología en la Universidad Nacional
de Bogotá seguir por radio con los compañeros apiñados hasta la
madrugada en el famoso Jardín de Freud las terribles noticias del golpe
de Estado en Chile y el bombardeo del Palacio de la Moneda. Con
inocencia de adolescentes incautos creíamos que el golpe podía
revertirse y esperamos que militares leales a Allende retomaran la
situación con una supuesta contraofensiva que nunca llegó.
Un
año después en París, fui testigo de la llegada masiva de decenas de
miles de exiliados de los países suramericanos que recién escapaban de
las mazmorras argentinas, uruguayas, chilenas, o brasileñas. Líderes
políticos, ex ministros, intelectuales, escritores, altos funcionarios,
artistas, sindicalistas, militantes o campesinos deambulaban por la
helada Europa desolados, arrancados de tajo a sus vidas cotidianas y algunos
marcados por los atroces recuerdos post-traumáticos de la tortura. Y en México, donde viví en los años 80 y 90, compartí con miles de sudamericanos y centroamericanos de diversas profesiones que fueron acogidos como exiliados por ese hermano país.
Muchos
de ellos se quedaron para siempre en los países que los acogieron, como
en su tiempo ocurrió con los exiliados de las dictaduras derechistas
española, portuguesa y griega o los disidentes de los países de la
esfera soviética que huían de la represión totalitaria.
De
acuerdo a la famosa Doctrina Monroe, Estados Unidos siempre consideró a
América Latina como su patio trasero y propició a lo largo del siglo XX
múltiples golpes de Estado sangrientos allí donde aparecían gobiernos
democráticos como el de Jacobo Arbenz en Guatemala, derrocado en 1954.
Después
de medio siglo de estos golpes en Chile y Uruguay parece que la
doctrina ha cambiado y se reconoce a los gobiernos de izquierda que
llegan al poder por medio de las urnas como José Mojica en Uruguay, Luis
Inacio Lula en Brasil, Gustavo Petro en Colombia, Luis Arce en Bolivia,
Gabriel Boric en Chile y López Obrador en México. Pero siempre subyace
la tentación profunda de no reconocerlos e incluso de "defenestrarlos"
porque muchos sectores en el continente son aun muy alérgicos a la
alternacia política.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de julio de 2023.
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