Por Eduardo García Aguilar
Un personaje tan ignaro como George Bush hijo se empecinó a comienzos del siglo XXI en realizar una guerra inútil en Irak, aduciendo falsedades y alarmando al mundo con la supuesta existencia de "armas de destrucción masiva", lo que se revirtió desde entonces de manera dramática para el pueblo
Un personaje tan ignaro como George Bush hijo se empecinó a comienzos del siglo XXI en realizar una guerra inútil en Irak, aduciendo falsedades y alarmando al mundo con la supuesta existencia de "armas de destrucción masiva", lo que se revirtió desde entonces de manera dramática para el pueblo
de Estados Unidos, afectado por los
miles de soldados muertos y las colosales deudas contraídas, así como
para el propio pueblo iraquí que vive entre el Éufrates y el Tigris,
zona donde surgieron hace miles de años joyas de la civilización humana
como las míticas ciudades de Nínive y Babilonia o luego la multifacética
Bagdad.
Pasando por encima del concepto de
las Naciones Unidas, los halcones del gobierno de ese presidente
pendenciero se lanzaron contra el tigre de papel de Saddan Hussein y
devastaron el país y la región, desestabilizando los frágiles
equilibrios y haciendo renacer las viejas querellas religiosas y étnicas
que ahora llegan al extremo de que el ejército islamista del Estado
Islámico del Islam y el Levante (EIIL), incluso más extremista que Al
Qaida, está a las puertas de Bagdad.
Todos los más serios expertos y
analistas del mundo coinciden hoy en que esa guerra de Irak, más que un
crimen fue una estupidez de cerebros calientes, y los resultados están a
la vista. Tal vez en el momento los grandes industriales del
armanentismo cantaron victoria al lado de los inversionistas de las
grandes empresas de seguridad, el petróleo y la construcción, pero
ahora, después de que en río revuelto sacaran ganancia, el
empantanamiento obliga al gran país del norte conducido por el moderado
Barack Obama a contemplar una nueva intervención, aunque de diferente
tipo.
Nunca aprenden las grandes potencias o
los países menores gobernados por almas maníacas al iniciar las guerras
y actuar como gendarmes del mundo o de las regiones. Napoleón fracasó
en el intento de adueñarse de toda Europa e imponer sus ideas
megalómanas de la misma forma que Hitler soñó con imponer las suyas a
todo el continente dominado por los procónsules de la supuesta raza
superior.
A lo largo de la historia esos locos
de gloria y poder muy enérgicos e infatigables llevaron a sus pueblos a
la muerte y la sangre y tarde o temprano fueron derrotados dejando a los
suyos hundidos por siglos en el pantano de sus errores.
La Francia de Napoleón y la Alemania
de Hitler quedaron arrodilladas por generaciones y con ellos son muchos
los países grandes o pequeños que han sido llevados al precipicio por
torvos líderes mesiánicos que creen poder imponer sus ideas e
intolerancia a sus vecinos, haciendo derramar la sangre de los pobres,
porque eso sí, esos cobardes envalentonados con alma de rufianes nunca
mandarán a sus propios hijos al frente de batalla.
¿Cuántas han sido las guerras bobas
realizadas por los países latinoamericanos, asiáticos y africanos, a
veces por más papistas que el papa que se arrogan el estatuto de
supuestos gendarmes ideológicos regionales? ¿Cuánta sangre ha sido
derramada por los pueblos y cuántas las riquezas perdidas cuando son
llevados al matadero por líderes irresponsables e iluminados que no
saben lo que hacen y carecen de la menor lucidez estratégica?
Hace apenas tres años un presidente
agitado de una Francia pobre y en crisis se empeñó en hacer una guerra
sin sentido en Libia para sacar al dictador crepuscular Gadafi que lo
desafiaba, rompiendo así un imperfecto statu quo regional por cuyas
grietas se metieron otros ejércitos islámicos aún más sangrientos que el
tirano empalado, como Al Qaida en el Mahgreb Islámico (AQMI) que
siembran ahora el terror en los desiertos del África sahariana y
subsahariana para aplicar la estricta ley o sharia profética, robar
colegialas, decapitar infieles, colgar rebeldes, lapidar mujeres y
mutilar infractores.
Los grandes capitales petroleros de
los jeques fanáticos han servido para financiar y desestabilizar toda la
región árabe medioriental por medio de la creación de conflictos
artificiales con mercenarios multinacionales en Siria, Egipto y los
países norafricanos y surafricanos, zonas donde sueñan con imponer un
gran califato islámico que aplique las conservadoras leyes irrestrictas
del pasado.
Las guerras y conflictos que pululan
en el mundo no son tanto el fruto de la impericia o la estupidez de
líderes irresponsables como la estrategia de quienes saben que la guerra
y el terror generan beneficios a los potentados del mal y a los
codiciosos de tierra y riquezas sin fin. Los grandes plutócratas del
mundo y sus marionetas locales ganan con la guerra y cuando en algún
continente hay relativa paz, buscan a toda costa volver a atizar las
guerras.
Eso es lo que pasó en Irak y lo que
pasa ahora en África, Asia, el Este de Europa o en América Latina,
continente este último donde los fanáticos de la extrema derecha
nostálgica de los halcones republicanos de Estados Unidos sueñan con
tumbar a gobiernos que el pueblo eligió y que no son de su gusto, como
en Venezuela, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, entre otros
países.
Quisieran que Colombia se convierta
en el nuevo gendarme regional, pero con la sangre de los soldados
surgidos de las capas pobres de la sociedad a las que han explotado y
explotan desde hace siglos. Sueñan esos halcones de la ultraderecha con
una América Latina que vuelva a las horrendas dictaduras del siglo XX
donde los tiranos imponían a sangre y fuego ideas tan sectarias como las
que tratan de imponer los fanáticos islámicos del EIIL o el AQMI,
financiados con dineros de la plutocracia petrolera de los jeques
encabezados por Arabia Saudita.
Porque detrás de los halcones que
encienden las guerras en el mundo están las colosales fuerzas del dinero
que buscan reproducirse al infinito con beneficios cada vez mayores,
están los oscuros barones de la mano negra, los capos de las mafias, los
reyes del mambo de los paraísos fiscales, que desde sus yates juegan
con la sangre ajena de los pobres.
Esperemos que las guerras reinantes
en Afganistán, Irak, Oriente Medio y en algunas fronteras europeas o
asiáticas no se contagien a América Latina, que desde hace un tiempo
vive en medio de una relativa estabilidad muy imperfecta que puede
mejorarse, pero también agravarse hasta el caos. Y soñemos con que
Colombia siga siendo un factor diplomático y sereno de equilibrio
regional latinoamericano y no un pequeño gendarme regional gobernado por
fanáticos.