Por Eduardo García Aguilar
La
 poesía colombiana tiene muchas joyas secretas que uno disfruta siempre,
 como ocurre con Morada al sur de Aurelio Arturo, Pensamientos del 
amante de Fernando Charry Lara o Los elementos del desastre de Alvaro 
Mutis, entre otros. 
Y 
entre las generaciones posteriores también hay varias colecciones 
inolvidables como Casa que respira, de Samuel Jaramillo González (1950),
 que es un libro de cabecera, de los que pueden estar siempre sobre el 
nochero, al lado de la lámpara, en las noches de lluvia.
El
 libro, en la impecable edición de Letra a Letra (Bogotá, 2016), reúne 
una veintena de textos que evocan la infancia y la adolescencia 
transcurridas por el hablante en una casa grande del Quindío en pleno 
Eje cafetero, donde el de la voz vive con su abuelos y familiares 
después de la muerte prematura y trágica del padre.
A
 lo largo de los poemas se describen los ámbitos de esa región cafetera 
con sus vientos y soles, lluvias y nieblas, ríos y quebradas, guaduales y
 prados, sembradíos, cafetales y trochas, pero además se adentra en el 
alma de personajes que vienen de otras épocas ancestrales y sobreviven 
en tiempos de violencia que rasgan al país y a la región generando 
cambios definitivos.
Ahí se
 avistan los temibles pájaros de la violencia que persiguen liberales y 
se sienten los temores que llevarán al abandono de esa casona de tres 
pisos, poblada de cuartos, chambranas, corredores y ventanas, patios, 
jardines, materos, donde transcurren las vidas de mujeres y hombres que 
tarde o temprano desaparecerán dejando al hablante preso de la nostalgia
 esencial del tiempo transcurrido.  
El 
 abuelo liberal y tal vez masón rodeado de libros secretos de 
librepensadores en los cuartos superiores de la casona, refugio del 
patriarca cafetero donde se encuentra la biblioteca que alimenta al de 
la voz poética, las máquinas de escribir a las que tiene acceso y lugar 
donde se hacen las cuentas del negocio, en medio de la tierna confianza 
del viejo por el nieto huérfano, que lo acompaña en tren los domingos en
 el desparecido ferrocarril hasta la finca de Quimbaya.
Todo
 se estremece con la irrupción de la joven y bella Estrella, cuyos senos
 untados de saliva y su alegría contagiosa conmueven al adolescente. Su 
llegada a la casa hace ver y germinar todo con mayor colorido y mucho 
tiempo después su voz seguirá rondando por la casa abandonada que 
respira como un ente intemporal y fértil.   
Desde
 la atalaya del librepensador el poeta ve transcurrir la vida de ese 
pueblo del Quindío y paso a paso descubre el mundo, el deseo, la 
soledad, la música que sale de las sórdidas cantinas, el paso del 
tiempo, ante lo que a veces se rebela al caminar solitario por las 
calles frías de los andes hasta el amanecer o a caballo entre las 
callejuelas de ese territorio de colonización donde recias figuras se 
abrían camino hacia la prosperidad, la enfermedad o la muerte.
Ahí
 está la abuela Soledad, la más bella de Circasia que se casa con el 
abuelo y se convierte en la matrona infalible de un mundo donde cumple 
la ardua tarea milimétrica de hacer que todo funcione desde la madrugada
 hasta el anochecer para que siempre esté lista la harina molida de maíz
 para las frescas arepas del desayuno y nunca falte ninguno de los 
alimentos, a la hora precisa en el comedor de la casa. 
Todo
 en medio de impecable limpieza, donde brillan pisos, paredes, 
corredores y amplias estancias de maderas y baldosas, y las sábanas y 
ropas recién lavadas y planchadas que huelen siempre a limpio. Tode ello
 regulado como una maquinaria de relojería. Así es el  mundo del  Eje 
cafetero, poblado de centenarios fantasmas coloniales y prehispánicos, 
de voces de espectros entre guacas de oro y miseria.
Samuel
 Jaramillo es autor de una vasta obra poética, ensayística y narrativa 
en la que destacan libros como Geografias de la alucinación, Selva que 
regresa, Bajo el ala del relámpago, entre otros muchos. Cada uno de sus 
libros, como el magnífico Casa que respira, es un estremecedor 
testimonio del paso del tiempo y de las llaves secretas del pasado que 
ayudan a cerrar para siempre los portones finales.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de junio de 2025. 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
