lunes, 17 de marzo de 2025

LOS TIEMPOS DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL

Por Eduardo García Aguilar

Siempre he considerado a la Universidad Nacional de Colombia, en su sede de Bogotá, como mi Alma Mater, aunque solo estuve ahí estudiando Sociología dos años intensos e inolvidables que marcaron para siempre mi camino en las ciencias sociales y por supuesto en la literatura. En aquel entonces esa carrera era la de moda en ese campo, como lo fue antes el derecho y después el periodismo, y las tres han graduado millones de estudiantes en el mundo.

Durante un siglo e incluso en la actualidad, la carrera de derecho lleva la delantera y aunque sin duda ha graduado y gradúa a muchos que más tarde serán bandidos o cómplices de la corrupción, también es cierto que una gran mayoría de los abogados quedan marcados por las clases de grandes juristas generosos y sabios, que además de elocuentes, aman las letras y el pensamiento por sobre todas las cosas, inspirados en los discursos y la vida de Cicerón.

Se supone que el abogado debe saber hablar y argumentar y además escribir bien, sin lo cual no podrá brillar en los estrados ni en las oficinas. Nuestro país es y  ha sido sin duda uno de abogados y cuenta en todo el territorio con excelentes universidades, donde siempre se han destacado notables docentes que además de transmitir los conocimientos a sus alumnos, vibran en el fondo de la vida real de un país tan complejo, violento e impredecible como es Colombia.

Un día antes de su muerte trágica, Jorge Eliécer Gaitán ganaba un caso como penalista y al día siguiente seguía con su febricitante actividad política en la Jiménez con séptima donde lo mataron, animado por los años que estudió en Roma y conoció allí a los mejores maestros en la capital que dos milenios antes fue centro del más brillante y poderoso imperio jamás conocido.

En mi caso, tambíen debí ser estudiante de derecho, pero en esos tiempos colombianos agitados de cambios y pasión por la justicia social, sentí el llamado de seguir por otros rumbos y optar por la Sociología en la más prestigiosa sede fundada por el padre Camilo Torres y donde en un principio dominaron las ideas de Orlando Fals Borda. Mi sabio padre, que era muy prudente, comprendió mi camino y decidió que nos íbamos a vivir a Bogotá, donde ya mi hermano mayor Humberto se había graduado en derecho y ciencias políticas en la Gran Colombia.

Mi padre me acompañó el primer día de inicio de clases hasta la entrada de la Universidad en la calle 45 y desde entonces viví con pasión la magnitud de aquella experiencia inolvidable, no solo recibiendo clases de grandes eminencias como el profesor de historia Darío Mesa o del geógrafo alemán Ernesto Gühl, quien nos llevó a la laguna de Guatavita y nos abrió las puertas del Instituto Agustín Codazzi, sino que entramos de lleno en aquel universo de mil ventanas y puertas donde vibraba una generación rebelde y soñadora.

Estaban a un lado las residencias "la Gorgona", donde residían centenares de estudiantes provenientes de las provincias y al otro las residencias femeninas y otros recintos para jóvenes que vivían de lleno la soledad de la fría urbe. En mi caso, tenía casa no lejos de allí y muchas veces mis compañeros de otros departamentos venían a pasar tardes enteras. Así conocí condiscípulos de Girardot, Moniquirá, santandeareanos, costeños, llaneros, boyacenses, chocoanos, bogotanos o antioqueños y pronto ya tenía uno todo el país en la cabeza.

Además de las clases, conferencias, exposiciones de arte y cineclubes, se registraban violentas manifestaciones y huelgas que convertían la 26 en un campo de batalla. Pero uno visitaba también las bibliotecas Luis Angel Arango o la Nacional y recorría el centro lleno de espléndidas librerías hoy desaparecidas, cines y cafés visitados por leyendas como Luis Vidales, Jorge Zalamea o León de Greiff y ahí, viéndolos de lejos, entre todos soñábamos con cambiar el país.

Ahí en la Nacional vivimos inocentes, en el Jardín de Freud, frente a la sede de Sociología, las jornadas insomnes del golpe de Estado en Chile, con la esperanza de que un milagro ocurriera y después como por arte de magia el tiempo se difuminó. 
 
Como terminar una carrera con tantas huelgas podía durar lustros o décadas, llegó el tiempo de volar a Francia a buscar otros rumbos. Pero cada vez que vuelvo a la sede de la Nacional siento que es mi casa, el epicentro donde comenzaron tantas cosas maravillosas. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de marzo de 2025. 
*** Foto del Jardín de Freud en Sociología en la Universidad Nacional, mi primera Alma Mater.

       


  
 
 

 

 

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