Todos deberíamos leer con cierta frecuencia el
Quijote de la Mancha, la obra crepuscular de Miguel de Cervantes que se
convirtió en uno de los más grandes clásicos de la humanidad al lado de
la Biblia, La Ilíada, La Odisea, los libros sagrados asiáticos El
Mahabarata y El Ramayana y las sagas europeas y prehispánicas de todos
los tiempos, desde Los Nibelungos hasta el libro maya Popol Vuh.
Cervantes escribió esta obra ya anciano para su
tiempo siendo un sexagenario que pasaba por grandes dificultades como la
cárcel y cargaba la acumulación de muchas frustraciones, entre ellas el haber
sido secuestrado, participado en guerras donde perdió el uso de su
brazo, y no ser nombrado funcionario del reino en Cartagena de
Indias. Si hubiera cumplido el deseo de viajar a América su
destino económico habría sido otro, pero no existiría la magna obra que aun nos
maravilla y que comenzó a redactar en una celda fracasado y sin futuro alguno.
Cuando voy a Sevilla me encanta visitar el Archivo
de Indias y caminar por esas calles tan familiares que se parecen a las
de las grandes ciudades coloniales latinoamericanas. También gozo la
vista de la catedral sevillana, que fue reproducida en muchas de las
urbes del Nuevo Mundo. Lo mismo siento en la Gran Canaria, el lugar
donde paraban antes de cruzar el Atlántico Cristóbal Colón y otros viajeros y conquistadores que se aventuraban hacia lo desconocido.
En uno de esos viajes por casualidad me topé con una
muestra dedicada al escritor y pude ver de cerca las cartas y
documentos donde pedía
con insistencia un puesto en ultramar y pude ver su firma y su letra
junto a objetos, enseres y complejas cajas fuertes de esa época,
fabricadas en Alemania. En el Archivo de Indias uno viaja en el tiempo y
parece estar cerca del viejo escritor cuya vida fue una lucha
interminable. Y en Madrid me hospedé en el maraviloso Hostal Fernández, un sitio muy barato que semejaba el apartamento de una abuela y desde mi cuarto podía ver al frente la casa donde murió el autor.
Tuve la fortuna de cruzarme con el Quijote muy
temprano gracias a la edición que tenía mi padre, gran lector y
admirador de ese libro, tal vez su preferido. De manera que
muy temprano tuve conciencia de la magnitud de esa historia y en
especial la fuerza de sus palabras. Desde entonces lo he leído varias veces y en cada ocasión he sentido los efectos, pues
lo que uno escribe sale mejor después de haber estado en
contacto con su prosa. Cuando en bachillerato me expulsaron del Instituto Universitario y además
los profesores me pulverizaron en las calificaciones, me refugié en la
Biblioteca Municipal para leer partes de la obra en una edición enorme e ilustrada con los dibujos del gran Gustave Doré.
Cuando caemos en desgracia, cuando las vida nos da
palizas, cuando el rumbo deseado nos es esquivo, cuando todo parece
oscuro y cubierto por la bruma de la melancolía, no hay mejor remedio que leer El Quijote para que vuelvan los ánimos
y uno se sienta como un caballero andante capaz de recorrer todos los
caminos con la adarga al aire para vencer las injusticias y enderezar el
rumbo. Por eso todos los que dedican sus vidas a luchar por la
justicia, la igualdad, el bienestar para todos y fracasan en el intento,
son hijos de la utopía y a todo honor están unidos para siempre al impulso quijotesco.
Entre muchas de las aventuras que suceden en esa
obra, todas disfrutables, siempre me encantaba en especial la del
gobierno de Sancho en la Insula Barataria, donde el personaje mostraba
dotes de ser gran estadista. Desde entonces siempre supe que muchas
veces, a diferencia de los tecnócratas
o los delfines hijos de las élites, los que menos parecen preparados
para llevar las riendas de un gobierno, pueden convertirse en los
mejores, pues han vivido la vida desde abajo y conocen los verdaderos
sufrimientos de las clases populares, los marginados, los que son
invisibles porque nadie los ve ni los tiene en cuenta, como los pobres
de todos los orígenes, los indígenas y los esclavos negros que vinieron amarrados en galeras desde Africa.
Pero sin duda alguna lo fascinante de esta obra magna tan actual, es la fuerza utópica
del protagonista, el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que a
lo largo de la historia se dedica a "desfacer" entuernos y a inmiscuirse
en las mejores causas, como defender desvalidos y castigar matones. De
punta a punta vivimos las aventuras del manchego y nos queda grabada
para siempre la fuerza de su idealismo como un ejemplo para la
humanidad.
Por eso cuando hablaba con mi amigo el poeta Juan Carlos Acevedo sobre una frase que pudiera condensar esa energía magistral de un desfacedor de entuertos, no dudé en apostar por la que me salió al instante como en los juegos automáticos de los surrealistas: Si
todos llevamos un Quijote de la Mancha en nuestro corazón,
sobreviviremos a las tempestades y conjuraremos todas las catástrofes y
los apocalipsis del mundo.
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Publicado el domingo 27 de marzo de 2022 en La Patria. Manizales. Colombia.
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