sábado, 16 de abril de 2022

PARÁBOLAS DEL PODER

 

Por Eduardo García Aguilar

A un amigo le decía esta semana que he sido muy escéptico en política y por eso escribo casi siempre de literatura, historia, arte, pensamiento y de asuntos que ya han sido decantados por el tiempo histórico. Borges dijo una vez que la democracia es un abuso de la estadística y pienso que para la gente honrada y de buen corazón es muy difícil ejercer la política, pues la búsqueda del poder llama a las más oscuras pasiones tanto para obtenerlo como para conservarlo.

Casi siempre quienes creen con demasiada ingenuidad en líderes o caudillos o incluso en figuras benévolas que llegan al poder, terminan por detestarlos y la vida es para ellos una interminable sucesión de frustraciones y amarguras. Por eso idealizan a veces los que mueren, son asesinados o son derrotados antes de tomar el poder porque no lo ejercieron y nunca sabremos lo que hubiera pasado si hubiesen gobernado.

Gobernar cualquier país o región debe ser una verdadera pesadilla y más en estos tiempos donde todo se sabe mucho más rápido que antes y cuando cualquier acción emprendida, discurso pronunciado, silencio o lavada de manos genera de inmediato todo tipo de reacciones emocionales y airadas de los opositores e incluso de los partidarios. Quien gobierna siempre será es un instrumento de fuerzas maléficas que lo superan. Por eso Darío Echandía preguntó: ¿El poder para qué?

Todo eso se remonta a los tiempos antiguos desde mucho antes de que Roma dominara el mundo conocido y enviara a las regiones o países lejanos a gobernadores o prefectos que, como Poncio Pilatos y tantos otros, debían tomar decisiones en las que era obligado tener en cuenta el juego de los poderes económicos y religiosos locales para evitar asonadas, revoluciones ciegas o disturbios generalizados.

Muchos autores, entre ellos el Anatole France en el Procurador de Judea o el Mijáil Bulgákov de El Maestro y Margarita, han abordado con diferentes versiones imaginarias la decisión que tomó Poncio Pilatos, al lavarse las manos y dejar que se ejecutara a Jesucristo, pese a que tras hablar con él, según el autor ruso nacido en Kiev, pudo haberse sentido seducido por su palabra e hizo todo lo posible ante el Sanedrín para evitar su sacrificio.

Bulgákov y otros aseguran que Poncio Pilatos se arrepintió y cargó eternamente con la pena, por lo que su condena ficticia habría sido la de seguir eternamente en un más allá nebuloso la conversación con aquel mártir loco que expresaba sus ideas utópicas con claridad y sin miedo, como si estuviera iluminado.

Igualmente quienes dieron la orden de matar al Che Guevara en Bolivia y lo ejecutaron cuando era un pobre diablo preso e inerme, nunca imaginaron que ese hombre greñudo y sucio, perdido en los Andes, terminaría por convertirse en un ícono mundial de su tiempo. Al ejecutarlo pensaron que el fracasado argentino pasaría directamente al olvido y nadie se acordaría de él o lo reivindicaría, cuando por el contrario tuvieron que cargar con el estigma hasta el fin de sus días.

Algo similar pasó con el padre colombiano Camilo Torres muerto un año antes en las montañas. Toda la vida Alvaro Valencia Tovar, entonces coronel y después general amante de las letras, buscó lavar su responsabilidad directa o indirecta en el suceso tendiendo puentes con el bando opuesto, como demuestra su calurosa correspondencia posterior con Tulio Bayer.

Por eso me gustan tanto las memorias de gente como Saint Simon, Fouché y Chateaubriand, entre otros muchos hombres de letras y poder en el mundo, que cuentan desde dentro lo que es ejercerlo y que en sus escritos recuerdan a veces con amargura las decisiones injustas tomadas al dar órdenes de gobierno que les amargaron el resto de sus días como traiciones, ejecuciones de amigos o enemigos y represiones sangrientas.

De ahí que circularan tantas ficciones sobre lo que hubiese pasado si el emperador Maximilano de Habsburgo no hubiera sido fusilado en el cerro de las Campanas por orden del líder mexicano Benito Juárez, y leyendas sobre famosos condenados a muerte que tras perder el poder se salvaron in extremis y vivieron vidas secretas en lejanas antípodas. 

Y así ha sido siempre desde mucho antes de Babilonia, Egipto, Grecia y Roma y después hasta nuestros tiempos. Por eso hay que leer a los clásicos y si es posible estar lejos del poder y de la política leyendo los libros de todos los tiempos que nos enseñan tanto, o escuchando a un sabio que como Diógenes se dio el lujo de poner en su lugar a Alejandro Magno y le pidió moverse de ahí para que no le ocultara los rayos del sol que son gratuitos y eternos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de abril de 2022.
* Ecce homo, imagen del pintor Antonio Ciseri (1821-19891), cuadro realizado en 1871.

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