sábado, 7 de enero de 2023

EL MUNDO QUE SEREMOS

Por Eduardo García Aguilar

Cuando llega un año nuevo se celebra la posibilidad de vivir nuevos acontecimientos, viajes y lecturas que nos esperan en este giro rápido alrededor del astro solar que marca el ritmo de las horas, los días, los segundos.

Eso por supuesto si somos positivos, porque por lo regular en medio de tantas sorpresas, viajes, amores y satisfacciones, a los habitantes de este planeta nos esperan también las malas noticias, como el conteo de las desgracias personales, las separaciones, las crisis laborales, los decesos de amigos y familiares, las enfermedades, catástrofes naturales y guerras que nunca faltarán en el lapso y serán descritas de manera minuciosa en el balance posterior, cuando llegue el año nuevo y se proclame otro minúsculo juicio final.

Estamos ya en 2023, o sea que ya vamos raudos agotando los segundos del siglo XXI, cien años después de los años de entreguerras que fueron tan fértiles en todos los campos, científicos, técnicos, literarios, pictóricos y de pensamiento.

Los años de entreguerras del siglo XX vieron el avance raudo de las innovaciones científicas auguradas por Edison, Marconi, Freud y tantos otros con la expansión de la luz, la electricidad, la telefonía, la industria automotriz y aérea, el metro, los cables, el descubrimiento de la penicilina y el auge del psicoanálisis que desbancó a los confesionarios eclesiales por el diván.

Esas dos décadas de relativa paz que siguieron a la primera gran guerra mundial del siglo XX experimentaron el auge del cine sonoro, el jazz y las alegrías del Music Hall de Charles Chaplin, El Gordo y el Flaco, Joséphine Baker y Fred Astaire, cuando generaciones hartas de guerras y prohibiciones religiosas e ideológicas se desbocaron hacia el goce hedonista del cuerpo y del alma al mismo tiempo que Ernest Hemingway proclamaba que París es una fiesta y Albert Einstein ajustaba su teoría de la relatividad.

Los bólidos automovilísticos corrían raudos por las carreteras y los primeros vuelos comerciales generalizados coincidían con los lujosos transatlánticos que, como el Normadie, cruzaban el Atlántico cargados de miles de pasajeros que se divertían orgiásticamente en varios pisos marcados por atracciones musicales, etílicas y gastronómicas para llegar felices a la Estatua de la Libertad de Nueva York de un  lado o a los puertos europeos del otro.

En el París de Montparnasse los bares La Coupole, Le Select y la Rotonde recibían a todas las generaciones cosmopolitas de artistas y escritores del mundo que se solazaban hasta altas de la noche arreglando el mundo y pensando en utopías geniales, sin saber que pronto se atravesaría primero la crisis mundial del 1929 y diez años después la terrible Segunda Guerra Mundial, que aun hoy nos marca y nos determina y nos asusta.

La prensa escrita que se expandió de manera exponencial en el siglo XIX había llegado a sus grandes momentos en Nueva York, Londres y París y todas las capitales del orbe, al mismo tiempo que la radio y el cine empezaban a dominar el mundo.
 
En todas las capitales se revolucionaban la artes, la literatura, la filosofía y el pensamiento en general abriendo nuevas rutas impensadas, y podría decirse que tantos cambios y descubrimientos se registraban al mismo nivel de lo ocurrido cuatro siglo antes en el Renacimiento de Leonardo, Miguel Angel, Rabelais, Galileo y Pico de la Mirándola.

También nosotros estamos ahora viviendo a veces sin saberlo las primeras décadas de la revolución digital que jubiló de súbito a fines del siglo XX a la era de Gutenberg, y con Internet, las redes sociales, los teléfonos celulares y los múltiples satélites que desde el espacio exploran el universo o las máquinas que rastrean en laboratorio lo infinitamente pequeño, vivimos una nueva aventura de conocimiento que a veces desafía a la propia paradoja borgiana del Aleph.

Cada día arqueólogos, paleontólogos, astrónomos, físicos y médicos amplían el rumbo del conocimiento y a través de las redes descubrimos los nuevos secretos del universo que ponen en cuestión las teorías en boga sobre su inicio y su expansión. En directo vemos y conocemos las más lejanas galaxias, agujeros negros o planetas similares a la tierra que podrían albergar vida. Falta poco para que se anuncie la existencia de vida extraterrestre y dejaremos de estar solos como el único milagro biólógico.

Y en lo que respecta al rastro vital del homo sapiens, nuevas técnicas revelan la existencia de ciudades milenarias desconocidas y civilizaciones y pueblos que en otros tiempos construyeron ciudades mágníficas y complejas y ejercieron el arte, la arquitectura, el derecho, la ciencia y la tecnología a niveles sorprendentes.

Por eso hay que ser optimistas. Si se hace un balance, los humanos hemos superado siempre a través de los milenios los percances de guerras, miserias y pestes y a un ritmo sostenido avanzado en los descubrimientos y el perfeccionamiento tecnológico desde la rueda hasta las naves espaciales y los más impresionantes telescopios cósmicos.

Hay múltiples razones para pensar que esos avances seguirán ocurriendo y que generación tras generación los humanos seguirán dando pasos agigantados hacia un mundo cada vez mejor. Nuevas ideologías ecológicas y humanitarias florecerán en mentes nuevas que aun no han nacido y sería maravilloso poder echar un vistazo desde el más allá hacia esas conquistas futuras de la ciencia y la tecnología que aun hoy desnocemos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de diciembre de 2023. 

     



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