sábado, 17 de octubre de 2020

DIARIO DE UN OBSERVADOR POLÍTICO


Por Eduardo García Aguilar

Francia, el más antiguo Estado nación de Europa, tuvo desde tiempos inmemoriales una sólida burocracia gubernamental con tradiciones ancladas, ritos inamovibles y sistemas como la monarquía por derecho divino, la monarquía constitucional, las repúblicas parlamentarias y el presidencialismo vigente desde 1958 en la Quinta República fundada por el general Charles de Gaullle. Por lo tanto carga una larga historia cortesana de intrigas palaciegas, nobleza, aristocracia, revoluciones, escuelas para élites, auges y caídas, guerras, amores contrariados, bodas fastuosas, travesías del desierto, ostracismos, masacres, defenestraciones.

Y con tanto movimiento de película en los palacios y las élites del poder, posee entre sus tradiciones más acendradas la de los grandes memorialistas que desde su cercanía al palacio y a la corte cuentan en la vejez los detalles de esa gran telenovela del poder, como lo hicieron en su tiempo Saint Simon, el Cardenal de Retz, Casanova, Fouché, Chateaubriand y el General de Gaulle, cuyas memorias tienen rango de clásico al lado de sus antecesores.

Los memorialistas nos introducen en los secretos del poder al interior de los inaccesibles palacios de aquel tiempo -- o en los actuales -- donde la corte hervía o hierve entre privilegios y abusos, lejos de la para ellos sucia e infame turba de los pobres. Vemos así a reyes, duques, marqueses, condes, princesas, cortesanas, en los salones más fastuosos, dedicados al ocio, la música, el baile, el lujo, el vino, la gastronomía, cubiertos por elegantes vestimentas, pelucas, máscaras, haciendo la venia, coqueteando, cabalgando, cazando y a veces dedicados a matar, violar o traicionar.

Aunque ahora reinan los presidentes elegidos cada cinco años por sufragio universal, muchas de esas tradiciones siguen vigentes y suceden en los mismos palacios de antaño como el del Elíseo y las sedes ministeriales. Alrededor de los presidentes gira una corte elegante y perfumada de funcionarios formados en altas escuelas, que son equiparables a la vieja nobleza y se odian e intrigan como en los tiempos de Fouché. Acceden a esos estamentos merced a una compleja red de relaciones familiares que se ancla en genealogías centenarias y en privilegios de casta.

Pienso todo esto al leer el Diario de un observador, libro del analista y cronista televisivo Alain Duhamel (1940), quien al acercarse a la venerable edad de 80 años en perfecta salud y lucidez, decide contar sus aventuras cerca del poder a lo largo de 60 años dentro de la V República, desde su inicio con De Gaulle hasta el joven Emmanuel Macron. Duhamel, estudiante de la escuela de Ciencias Políticas de París, se inició en 1963 en el diario Le Monde como colaborador del director Jacques Fauvet y luego saltó con un grupo de condiscípulos de ambos sexos a la naciente televisión, que se volvió desde entonces sector decisivo para cimentar las carreras políticas y conquistar el poder.

Colaborador e inspirador de las principales emisiones políticas televisivas y radiales, pero además excelente articulista y analista diario en los principales periódicos y revistas, su visión ponderada y serena, centrista, obtuvo prestigio y reconocimiento en casi todos los sectores políticos, que lo solicitan y escuchan con atención desde hace más de medio siglo, aunque otros lo acusan de ser un cortesano. Dedicó toda su vida a comentar el día a día de la lucha por el poder en este país, lo que es tratar de atrapar el viento con las manos.

Mitterrand leía sus artículos y con frecuencia lo llamaba a palacio o lo invitaba a hacer con él paseos históricos por la provincia, mucho antes de internet y las redes sociales que hoy lo acusarían de connivencia con el príncipe. Chirac le regaló un soldado de plomo para su colección por sus buenos servicios en una entrevista crucial. Líderes comunistas, socialistas, centristas lo consultaban. Políticos en desgracia lo llamaban desesperados a pedir consuelo como el suicida Primer ministro Beregovoy.

Los magnates trataron de convertirlo en patrón de las grandes cadenas mediáticas. Un político astuto le ofreció la alcaldía de Rouen. Pero él siempre prefirió cierta independencia y la modesta tarea de observador de la vida política. Duhamel fue interlocutor cercano de los presidentes y los primeros ministros, pero ahora es feliz dedicado a las sesiones de la vieja y rancia Academia de ciencias morales y políticas, a donde fue recibido por sus pares hace poco.

Lejos de la batalla del opinar diario, vuelve a sus libros y a veces en momentos de crisis, como la pandemia actual, acepta pasar a los estudios de la televisión BFMTV donde alterna con una nueva generación de comentaristas. Es bajo, de ojos azules, usa gasné y sacos de tweed, suéteres de cachemir, ama el tenis, la historia y la literatura. Es un perfecto fruto de la posguerra y la Quinta República y su libro resume 60 años de vida y política francesas que se fueron tan rápido como un vals vienés.
       
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de octubre de 2020.
 



   

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