domingo, 20 de septiembre de 2020

CON CHARRY LARA EN BOGOTÁ: CENTENARIO


 

Por Eduardo García Aguilar

Varias veces caminé con Fernando Charry Lara (1920-2004) por las calles céntricas de Bogotá, donde tenía su oficina de abogado en un viejo y enorme edificio de la carrera séptima con calle 18, cerca de las cafeterías y librerías que abundaban entonces en esa zona de la urbe que fue el centro de la actividad del país a lo largo del siglo XX. Por esas calles caminaron todas las glorias colombianas del siglo pasado cuando eran jóvenes, en busca de algun café como el Automático y otros similares, donde se reunían a tomar tinto, beber, arreglar el mundo y hablar de literatura.
 En la primera mitad del siglo la élite del país solía residir en esta zona donde se encontraban las sedes de los grandes diarios, además de los ministerios, en amplios apartamentos de estilo art-deco que ahora se han vuelto en algunos casos espléndidas librerías de ocasión como la llamada Merlín, situada en la carrera octava, no lejos de la Avenida Jiménez. Por esos rumbos podía el transeúnte toparse de repente con expresidentes, políticos famosos o leyendas literarias como los poetas Aurelio Arturo, Luis Vidales o León de Greiff.
 Conocí a Charry porque el poeta guatemalteco y mundial Luis Cardoza y Aragón, que había sido amigo y maestro suyo y de Alvaro Mutis cuando fue diplomático en Bogotá en los tiempos de asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, me encargó entregarle el libro André Breton atisbado en la silla parlante, que recién había publicado la Universidad Nacional Autónoma de México. Con semejante recomendación de quien a los 18 años había sido en París uno de los más jóvenes poetas dadaístas y el hecho de que Charry hubiese vivido de joven en México, donde yo residía entonces, hacía que tuviéramos mucho tema de conversación. 
 Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, vuelve la imagen de uno de los más exquisitos poetas colombianos del siglo XX, cuya obra concisa y profunda, llena de luz, cobra cada vez mayor fuerza porque bien sabemos con Gracián que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sus poemas, como los de Aurelio Arturo, son ya obras clásicas de la poesía hispanoamericana y sus ensayos, de claridad y lucidez impecables, nos adentran en el ejercicio y los misterios de la poesía y en la obra de los grandes poetas españoles y latinoamericanos del siglo XX. 
 Este bogotano de carta cabal era de baja estatura, delgado, vestía de traje y corbata, lucía una gabardina para enfrentar los chaparrones capitalinos y con frecuencia llevaba una boina negra que lo hacía semejar a Fernando Pessoa cuando caminaba por las calles lisboetas. Charry era de una sencillez especial y un interlocutor amistoso con los poetas jóvenes, a quienes escribía cartas comentando sus primeros libros, que leía con atención y afecto.
 Varias veces recorrimos las librerías del centro, como la vieja Lerner o la Nacional, que en ese entonces estaba por esos rumbos, y caminando por esas calles y carreras capitalinas, la séptima, la décima, la trece, la Caracas, la Jiménez, solía contarme recuerdos de su infancia y juventud. Así supe de viva voz suya del sepelio de José Eustasio Rivera, al que asistió de niño llevado por su padre y al que dedicó un poema que es uno de los mejores de la poesía colombiana, o de una primera aventura amorosa que tuvo con una enfermera en alguna de aquellas esquinas por donde pasábamos.
 La última vez nos vimos en 2001 en el Segundo Congreso de poesía en lengua española desde la perspectiva del siglo XXI, organizado por el Instituto Caro y Cuervo en tiempos de su director Ignacio Chávez, al que asistieron el peruano Carlos Germán Belli, la uruguaya Ida Vitale, y los chilenos Pedro Lastra y Oscar Hahn, entre otros.  Charry falleció de manera sorpresiva tres años después en Washington, a donde había ido a visitar a su hija. El destino quiso que viera su última luz en Estados Unidos, no lejos de donde José Eustasio Rivera se apagó fulminado por las fiebres contraídas en las selvas que inspiraron La Vorágine. El rigor de su crítica literaria y la lucidez, erotismo y luminosidad de su poesía seguirán iluminando a los lectores afortunados.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 20 de septiembre de 2020. 



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