Unos
años después de llegar a la Ciudad de México y cuando comenzaba a
publicar uno tras otro varios libros, entre ellos novelas, relatos y
poemarios, cumplí el extraño sueño irrealizable de vivir en uno de los
edificios más misteriosos y bellos de la capital mexicana, enclavado en
la antigua colonia Roma y situado en la plaza Río de Janeiro, en cuyo
centro arbolado hay un estanque y una reproducción del David de Miguel
Ángel.
Abigarrado edificio
de varios pisos construido por un arquitecto y constructor británico en
ladrillo rojo como los castillos antiguos, tenía una torreta central
rematada por una cúpula aguda de tejas oscuras y cuatro torretas del
mismo estilo que le daban la apariencia de un edificio de película de
vampiros con sede en Londres.
Allí
en su tiempo y su juventud vivió el escritor Carlos Fuentes con su
esposa, la gran actriz Rita Macedo, y es escenario de la novela El
desfile del amor del Premio Cervantes Sergio Pitol, con la que obtuvo el
Premio Herralde, y quien residió allí un año para asegurarse de que su
narración de espionaje, situada en tiempos de antes y después de la
Segunda Guerra mundial, fuera verosímil.
En
un barrio lleno de museos, galerías, bibliotecas, palacetes de
instituciones, cruzado por avenidas construidas al estilo europeo y
pleno de árboles y plazas hermosas, vivían artistas, eruditos, sabios,
familias añejas, magnates y jóvenes estudiantes y artistas locos que
poblaban los cafés nocturnos y hacían la fiesta hasta altas horas de la
noche.
Albergó
diplomáticos en las primeras décadas del siglo XX, pero en 1942 fue
restaurado y convertido en su interior en una gran construccion de
estilo Art Deco, por lo que sus lujosos apartamentos y estudios con
amplias bañeras y acabados preciosos en madera y mosaicos, eran
codiciados. Sobrevivió a la Revolución mexicana y a varios terremotos
terribles como el de 1985, que experimenté ahí mientras veía como se
desmoronaban los edificos modernos. Aun está en pie, enhiesto, bello y
orgulloso y sigue siendo codiciado por las nuevas generaciones bohemias
que sueñan con vivir en un sitio cargado de historia, misterio y
leyenda.
Como esperaba el
nacimiento de mi única hija, buscaba con afán un apartamento y tuve la
suerte de que mi amigo el poeta mexicano Guillermo Fernández, traductor
de decenas de libros de poesía y literatura italiana, convenciera al
encargado del edificio, el generoso y amable bailarín Juan Medellín, de
alquilarnos a nosotros el mejor apartamento, el situado en el segundo
piso, en la esquina de la torreta gótica frente a la plaza, pese a que
mucha gente hubiera dado la vida por obtenerlo.
El
apartamento tenía una sala amplia, dos habitaciones y un estudio
espléndido que daba a la plaza, donde escribí varios libros, entre ellos
Bulevar de los héroes y Llanto de la Espada y muchos artículos para
diversos medios mexicanos. Era una delicia escribir en ese lugar de
sueño y mis amigos mexicanos cuentan y recuerdan que en las noches y
las madrugadas capitalinas escuchaban el incesante tecleo de mi máquina
de escribir, cuando amanecía redactando y delirando con el ímpetu de
tener apenas 30 años. Entre mis vecinos estaban el poeta Mario del
Valle, director de la editorial Papeles Privados, el escritor Vicente
Quirarte y Eduardo Vázquez Martin, quien después sería secretario de
Cultura de la Ciudad de México. Pero en el edificio de unas cincuenta
viviendas vivían también pianistas, pintores, bailarines, matemáticos,
aristócratas arruinados, funcionarios, académicos y cantantes de ópera.
La treintena es una
de las edades más fogosas y creativas para todos los seres humanos en el
campo que sea: finanzas, música, arte, arquitectura, medicina, física,
ciencia, antropología, arqueología, geología, astronomía. En esa década
las neuronas están en su mejor momento y la persona no es ni el
adolescente inseguro o el jovencito inexperto, sino ya una criatura
formada que es lo que será.
La
Roma, donde vivió en la Avenida Alvaro Obregón el poeta nacional
zacatecano Rafael López Velarde y en cuyo honor se creó ahí la Casa de
Poesía que lleva su nombre, es un barrio porfiriano poblado de
mansiones, palacetes, y cuando viví allí aun pervivían confiterías,
cafeterías y pastelerías de las más exquisitas de la ciudad, como la
centenaria Dulcería Celaya o La Bella Italia, donde se vendían los
mejores helados. O sea que vivir y deambular por sus calles era como
residir dentro del sueño.
Mucho
tiempo después quise hacer un homenaje a la amada ciudad de México,
donde viví más de tres lustros inolvidables, con una novela que se
situara en parte en ese edificio contado por Pitol y Fuentes en los
tiempos de la época del cine de oro mexicano. Parte de la trama y el
desenlace de la novela se da ahí en ese palacete y la protagonista es
una acriz colombiana imaginaria que vivió allí en los tiempos de gloria
de Dolores de Río, María Félix, El Indio Fernández, Jorge Negrete y
Pedro Arméndariz y tantas otras estrellas de la patalla grande que
encendieron y animaron todos los cines de las ciudades latinoamericanas
desde Tijuana hasta la Patagonia.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 5 de mayo de 2024.
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