Por Eduardo García Aguilar
La
española Tachia Quintanar fue la pareja de Gabriel García Márquez
durante un año entre 1955 y 1956, y según cuenta ella fue una linda
historia de amor que después se convirtió en gran amistad de toda la
vida. El escritor la visitaba siempre cuando venía a París, después de
acceder a la fama con la publicación de Cien años de Soledad y
convertirse en una figura literaria y política mundial.
La
invitó a la entrega del Premio Nobel en Estocolmo en 1982 y durante
años fue su cómplice, corresponsal y consejera para asuntos
administrativos y de propiedades en París; amiga y casi tutora de
Gonzalo, el hijo menor del nativo de Aracataca, tipógrafo y editor que
ha vivido largo tiempo en esta ciudad, a diferencia de su hermano mayor
Rodrigo, quien prefirió Los Angeles, donde hizo exitosa carrera
cinematográfica.
Tachia
es un verdadero fenómeno, persona llena de luz, generosa, apasionada
por las artes, dotada de una energía que desafía los años. Cuando la vi
por primera vez en 2010 me impresionó por su belleza e
inteligencia y la agilidad y vivacidad con la que nos atendía a todos en
ese
apartamento donde ya vivía sola después de la partida de su esposo.
Ella
conecta de inmediato con jóvenes y mayores y comunica esa energía y
pasión por las artes que caracteriza a los seres luminosos como ella, de
origen vasco, madre de un músico. En su casa pasamos varias veladas,
cuando nos ha contado la alegría de visitar Colombia, donde hizo una
gira para representar el cuento Isabel viendo llover en Macondo.
Poco
antes de la partida del autor de El amor en los tiempos del cólera
hacia el misterio del más allá, tal vez ya afectado por la peste del
olvido, la recibió en la costa caribe y dieron un paseo propiciado por
Mercedes Barcha en carroza halada por caballos por las calles de
Cartagena de Indias, del cual hay amplio testimonio fotográfico.
El jueves la volví a ver en el
consulado de Colombia en París, en el marco de una mesa redonda que
sostuvimos con la francesa Annie Morvan, la traductora al francés una decena de sus obras, y el
novelista bogotano Juan Gabriel Vázquez.
Pese
a su edad y estado de salud, Tachia llegó con su hermana Irene y se
sentó en primera fila igual de risueña y radiante que siempre, con la
mirada viva del amor. Era muy emocionante verla de nuevo allí, en
territorio colombiano, para hablar sobre la literatura de nuestro país,
marcada para siempre por la obra del creador de Macondo.
Su
hermana contó ante el público una sorpresiva anécdota. Gabriel llegó
una tarde al pequeño apartamento donde vivían en la calle Assas con su
amigo el padre Camilo Torres Restrepo y ella les preparó una deliciosa
sopa de lentejas. Irene estaba tan encantada hablando con el inteligente
y apuesto estudiante colombiano de postgrado de la Universidad de
Lovaina, que Gabriel le advirtió muy preocupado y en secreto que se
trataba de un cura. ¡Es un cura, le dijo!
Tachia
se casó con el ingeniero de petróleos Charles Roussof, con quien vivio
40 largos años y residían en un apartamento en un piso alto de un
edificio de la rue du Bac, casi esquina con Saint Germain des Prés,
frente al cual está situada ahora la plaza que lleva el nombre del
colombiano, inaugurada con pompa hace algunos años por la alcaldesa de
París.
Se
habían conocido un 21 de marzo de 1955, cuando el colombiano quedó
varado en Europa tras el cierre del diario El Espectador por la
dictadura de Gustavo Rojas Pinilla y vivía como tantos jóvenes en la
pobreza recogiendo botellas para vender o cantando en tabernas y bares
canciones de su tierra vallenata, que interpretaba muy bien.
El
colombiano vivía con otros latinoamericanos que huían de las dictaduras
en un hotel donde les fiaban, situado en la rue de Cujas, y Tachia en
un apartamento de la rue de Assas, donde se le fue instalando en esas
frías jornadas aquel muchacho flaco, pobre, tierno y soñador caribeño
que escribía y cantaba todos los días.
Tachia
ya había vivido una larga historia de amor con el conocido poeta
español Blas de Otero, y era poeta, actriz, activista cultural en torno a
la cual se reunían artistas de distintos orígenes y nacionalidades que
después se volverían famosos como el músico griego Mikis Teodorakis,
Antonio Saura y el artista venezolano Jesús Soto, también amigo del
costeño y con quien recorría las tabernas en dúo en busca de unas
monedas.
Tachia es una
fuerza inigualable y es ella más allá de la anécdota de su romance con
Gabriel. Ella es poesía, vida, vino, ficción y realidad. Por eso al
verla ahí en el consulado de la rue de Berri, a un lado de los Campos
Elíseos, sentí la alegría de reencontrarla y evocar los brindis en su
casa, poblada de cuadros, amigos y copas que tintinean en el aire de la
noche al calor del vino, el afecto y la literatura.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 26 de mayo de 2024.
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