La
trágica muerte de cinco personas por la implosión catastrófica del
pequeño sumergible Titán durante la frustrada visita de los restos del
Titanic, causó conmoción pues es la parábola de las atracciones fatales
de los amantes del peligro y la aventura. Cada año se registran muertes
entre los montañistas que en romería intentan subir al Everest, la
montaña más alta del mundo, a cuyo alrededor cadáveres yacen cubiertos
por los hielos perpetuos. Aun a sabiendas del peligro, atraídos como
mariposas o insectos por la luz, los exploradores de las alturas no
temen despeñarse por las laderas inhóspitas de las cumbres nevadas o ser
cubiertos por aludes.
Para
aventureros del peligro abundan los retos. Viajes al Polo Norte o a la
Atártida en expediciones instaladas en bases donde no hay día durante la
mayor parte del año y se vive en temperaturas extremas. Viajes a la
selva Amazónica, Borneo y otros lugares donde se corren riesgos
extremos, volar con planeadores alados desde altas montañas lanzándose
desde abismos, ir en canoas o kayak por ríos caudalosos a toda
velocidad, viajar a la Luna o en misiones espaciales, cubrir guerras,
son algunas de esas actividades donde muchos pierden la vida. Cada
lanzamiento de un cohete espacial es un riesgo.
En
este caso se trata de exploradores amantes de las profundidades marinas
que pagaron enormes sumas de dinero y firmaron un contrato donde
aceptaron los riesgos y se declararon dispuestos a arriesgar la vida con
tal de acercarse al trágico paquebote. La catástrofe del gigantesco
transatlántico de lujo ha alimentado todo tipo de historias y
narraciones llevadas a la ópera, la música, el cine, los dibujos
animados y la literatura.
Desde
hace 110 años, cuando se hundió el transatlántico cargado de viajeros
que gozaron durante la travesía del Atlántico entre el lujo y las
diversiones, se habla del destino trágico de cada uno de esos turistas o
sus centenares de servidores. Millonarios, músicos, chefs de cocina,
pilotos, empleados modestos, barrenderos, divas, magnates, limpiadores
de baños, médicos, todos juntos perecieron unidos en el naufragio. Tanto
los sobrevivientes como los 1500 fallecidos alimentan desde entonces la
metáfora de la vida, algo tan frágil que cuando menos se espera
concluye y volvemos al estado primigenio natural de cenizas, líquido,
musgo, polvo y arena.
El
hundimiento de 1912 inspiró la película Titanic (1997), dirigida por
James Cameron, una de las más vistas y preferidas por el público y la
crítica en el último siglo, tercer lugar de recaudación en la historia
del cine y protagonizada por el ícono Leonardo di Caprio y su pareja en
la
ficción Kate Winslet. La cinta está presente en el imaginario de varias
generaciones, así como la nave inspiradora fue protagonista de la
imaginación planetaria durante el siglo XX junto a mitos como el aviador
Charles Augustus Linbergh, el primero en cruzar en solitario el
Atlántico en avión. Cuando se inventaba la aviación a comienzos del
siglo XX, los pilotos eran héroes que como Saint-Exupéry, sabían que
podían morir en cualquier instante.
En este pequeño batiscafo de seis metros de eslora construido con titanio y carbono cabían solo cinco personas que viven una experiencia peligrosa de diez horas, cuyo punto culminante es rodear la inmensa nave fantasma marcada por la muerte, una especie de palacio fantasmagórico donde aun penan las almas de quienes hasta antes del naufragio hacían la fiesta, jugaban a las cartas, bailaban o vivían la ilusión única de un viaje inolvidable de amor. Nadie pensó que eso podría terminar de súbito entre el estruendo de la catástrofe, la destrucción de las vajillas y los lampadarios y la algarabía de quienes en los varios pisos de la mole, lujosos salones y comedores, corredores, ascensores y escalinatas corrían despavoridos para poder escapar a la muerte y hallar espacio en un bote salvavidas.
Desde
el descubrimiento en 1985 de la nave hundida a casi 4.000 metros de
profundidad frente a las costas canadienses de Terranova, se han
realizado múltiples exploraciones con robots o naves tripuladas, así
como viajes turísticos y uno de los fallecidos esta vez, Pierre-Henri
Nargeolet, ex submarinista francés y militar de 77 años, apodado Mr.
Titanic, hizo 33 viajes al lugar y se convirtió en el mayor conocedor
del tema.
El milllonario británico-paquistaní Shahzada Dawood y
su hijo Suleman, quienes pagaron cada uno 250.000 dólares por la
aventura, perecieron en la implosión y ya se sabe que el muchacho
heredero aceptó hacer el viaje solo para darle gusto a su adorado padre.
Los otros dos viajeros, el piloto británico Stockton Rush, director
general de OceanGate Expeditions, y el millonario británico Hamish
Harding, también quedaron en la leyenda atados para siempre a la
tragedia mayor del Titanic.
La
catástrofe de esta semana junto al Titanic hizo olvidar otras tragedias
activas en el mundo desde hace mucho tiempo, guerras, hambrunas,
atentados. Y esto muestra que los humanos desde siempre nos sentimos
atraídos por la ficción y las aventuras como la de Ulises en la Odisea,
cuando viaja por décadas perdido en el Mediterráneo lejos de su hogar,
su patria, Penélope y su perro. Pero Ulises regresó y los héroes de esta
semana, aunque multimillonarios, quedaron allá flotando listos a ser
devorados por las criaturas que viven en aquellos abismos acuáticos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de junio de 2023.
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