lunes, 23 de septiembre de 2013

ALVARO MUTIS O EL VIAJE SIN FIN

Por Eduardo García Aguilar
Desde niño Alvaro Mutis viajó con sus padres en transatlánticos que lo traían y llevaban cada año desde Europa hasta el Canal de Panamá, rumbo al puerto colombiano de Buenaventura, en la "tierra caliente" que llegó a ser, al lado de los reinos idos, uno de los temas centrales de su obra.
De ahí le vino la afición indomable por barcos, puertos, mares, ríos y selvas, donde encontró la materia vital del personaje básico de su obra literaria, Maqroll el Gaviero, viajero sin destino y "sin lugar jamás sobre la tierra", gran amigo de sus amigos y lector secreto de literatura francesa.
Bebedor de buenos whiskies y explosivos cocteles, descreído de la humanidad, cultor de la "desesperanza", Maqroll estaba siempre dispuesto a emprender con los hombres las más inverosímiles y peligrosas aventuras, en el límite de la ilegalidad, el deseo y la muerte, pero siempre protegido por mujeres halladas en el camino como Ilona, Flor Eztévez, Doña Empera y Amparo María.
A Mutis lo conocí en México cuando estaba a punto de jubilarse hace ya más de tres décadas y emprendía con el ímpetu de un joven la obra narrativa que lo catapultaría a la fama y lo llevaría al Premio Cervantes.
Alto, fuerte, de cejas pobladas de levantino y vozarrón de locutor que llegó a ser el relator de la serie "Los intocables", era de una fuerza inagotable como sus ancestros, los Mutis de Cádiz y los Jaramillo de Manizales.
Una tras otra, desde su biblioteca en la casona de San Jerónimo, al sur de la capital mexicana, salieron "La nieve del almirante", "Un bel morir", "Ilona llega con la lluvia" y otras obras de la saga "Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero", ante el estupor de sus amigos, entre ellos su casi hermano y vecino Gabriel García Márquez.
Durante años, al calor de los whiskies en el estudio gobernado por fotos de Felipe II, Baudelaire, Proust, Luis Cardoza y Aragón, Joseph Conrad y una estatuilla del capitán Cuttle de Dickens, entre otros fetiches, aprendí a conocer a esa fuerza de la naturaleza, un "roble" que sabía "el fin ineluctable" y cuya obra toda es un tratado de preparación a la enfermedad, la podredumbre y la muerte.
Su vida de barcos, hoteles e internados escolares en la vieja Europa gótica y milenaria se terminó de repente a los 9 años de edad, con la muerte prematura de su padre Santiago, diplomático en Bruselas.
Quedó huérfano, junto a su hermano y su madre Carolina Jaramillo, mujer enérgica y viajera de la ciudad de Manizales, quien lo trajo de regreso a la tierra caliente y lo dejó en la finca de los abuelos maternos a merced de la naturaleza.
Allí en el Tolima, junto a los ríos Cocora y Coello, vivió los primeros deseos junto a las recogedoras de café y amó los cafetales, los ríos desbocados que se precipitaban por la cordillera desde los volcanes nevados y sobre todo el sonido de la lluvia sobre los techos de zinc.
Ahí aprendió a conocer los socavones de las minas abandonadas y todos "los elementos del desastre", la naturaleza destructora con ríos caudalosos que arrastran en las crecientes cuerpos de vacas muertas, hombres asesinados, árboles, animales y la podredumbre múltiple deglutida por una fuerza con la que luchó Maqroll el Gaviero a sabiendas de que jamás podría vencer y que marca su poesía.
Después en Bogotá, donde nació el 25 de agosto de 1923, intentó seguir el bachillerato, pero luego de conocer la poesía y el billar en los antros céntricos de la capital, se entregó a la vida de adulto prematuro. Como locutor, funcionario de terreno de aerolíneas, empresas petroleras o multinacionales cinematográficas, su vida fue un viaje sin fin de hotel en hotel y de avión en avión, con una sucesión de amigos a los que fue leal.
Por eso dijo que "la única manera de vencer el tiempo y lograr vivir un mundo válido es preservando la niñez. La amistad es la prolongación de esa disponibilidad de la infancia".
Ahora que sigue su viaje en otras naves y otros mares, sus lectores y amigos lo seguirán buscando en sus libros, pero ya no escucharán su voz inolvidable llamándolos desde la otra esquina para invitarlos a soñar en barcos, mares y reinos perdidos.

* Eduardo García Aguilar es un escritor colombiano y periodista en la Agencia France-Presse (fue corresponsal en México y está actualmente basado en la sede de París). Autor de "Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Alvaro Mutis". Participó el mes pasado en los homenajes organizados en Bogotá por los 90 años de Álvaro Mutis por la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de Colombia.

Publicado por la AFP en su hilo del lunes 23 de septiembre de 2013.

domingo, 22 de septiembre de 2013

CON ANGELA MERKEL EN LA CANCILLERIA

Por Eduardo García Aguilar
Nunca me había sentido tan bien y relajado en un palacio presidencial, en este caso la Cancillería alemana, una edificación ultramoderna donde comenzaba a reinar Angela Merkel, originaria de la República Democrática Alemana (RDA), quien se ha convertido en la gran zarina de Europa y una de las más populares dirigentes de la Alemania contemporánea de la posguerra.
Nadie hubiera imaginado que esa muchacha modesta que solía ir en verano a los lagos nudistas, esa aplicada estudiante de fisica que se vestía de manera sencilla y se maquillaba poco, llegaría un día a ser la Canciller de un país que siempre privilegió a los grandes varones autoritarios, desde Bismarck hasta Hitler, y de Willy Brandt hasta Kohl.
Nacida después de la guerra, Merkel creció sobre las ruinas de un país dividido que fue llevado a la catástrofe por un pintor fanático y loco de bigote, que con su histrionismo nacional-socialista, odio a los judíos y discursos desbordados, amor por los ejércitos compactos y las hordas asesinas, sedujo a todo un pueblo magnetizado.
Las ruinas de Alemania por supuesto no fueron obra solo de la locura de Hitler, sino que se anclaban en realidades muy concretas, derrotas pasadas y anhelos ancestrales que se concretaron en sus palabras y constituían sin duda la materia prima de esa deriva colectiva. Después de la pesadilla el país quedó en ruinas, dividido en dos, con sus ciudades arrasadas y la riqueza perdida, mientras cada familia en silencio se reconstruía contando sus muertos y ocultando para siempre las complicidades de los suyos en los crímenes cometidos contra millones de judíos, gitanos, extranjeros, izquierdistas, intelectuales y marginales que no se acomodaban a los cánones de la megalomanía racista.
A Merkel le tocó el dominio sovietico en la RDA, las avenidas marcadas por las estatuas de Marx, Lenin y Stalin y a los otros la prosperidad capitalista en la Republica Federal Alemana, que como toda Europa se reconstruía con la millonaria ayuda estadounidense y crecía a pasos agigantados. A un lado el dominio de la policia Stasi, que vigilaba los pasos de cada uno de los ciudadanos para protegerlos de la tentación capitalista y occidental y al otro las delicias desbordadas del glamour y el consumismo, el hedonismo, la libertad y el juego de una democracia domesticada.
Caído el muro de Berlín, que era el emblema de esa división y de la guerra fria, la RDA quedó huerfana de su protector soviético y de un día para otro sus habitantes tuvieron que enfrentarse a la competencia desbordada del capitalismo, viviendo en el desempleo sin ayudas y viendo como las fábricas y las mastodónticas instituciones artificiales de la patria socialista quedaban abandonadas de funcionarios y obreros y pasaban al olvido. Hoy, muchos de los  habitantes de esa parte este de donde viene Merkel, viven la nostalgia de los tiempos soviéticos, con su inocencia llena de secretos ocultos y terribles.
Cuando entré a la Cancilleria y más tarde, después de los discursos y las ceremonias, hablé con Merkel en el cóctel bajo los rayos de sol que cruzaban a través de las enormes vidrieras, senti su sencillez y la calidez auténticas de esta mujer, una muchacha del pueblo nacida a mediados de los años 50 o sea de mi generación. La poderosa Canciller es una mujer sencilla y simple, como si nunca olvidara de donde viene,  mira a los ojos, sonrie y habla al interlocutor interesada a su vez por sus orígenes, en mi caso el lejano país de Colombia.
Posamos juntos para la foto y quedó allí plasmada con su amplia sonrisa generacional, mientras a los lejos los discretos guardaespaldas vigilaban. El ambiente no era para menos, pues estábamos entre escritores e intelectuales del Pen Internacional, provenientes de todo el mundo. Tuve el privilegio de ser uno de sus pocos interlocutores y después lo tuivieron unos escritores nepalíes y afganos, que con sus trajes tipicos la rodearon y empezaron con ella animada conversación.
Han pasados los años y dos períodos al mando de Alemania. El peso del poder ha tocado con fuerza su rostro y su cuerpo. Ahora es la mamá de los alemanes y casi todos la quieren como su protectora en tiempos de crisis. Cuando la vi pasaba sus primeros años  de gobierno y su rostro era aun diáfano y firme y sus ojos de un azul romántico la hacían ver todavía como la muchacha descomplicada del campus universitario que salió de pic nic con sus amigas hacia algún bosque cercano y de repente, como en un cuento fantástico de los hermanos Grimm, se vio catapultada sin saberlo al Palacio del Príncipe, donde fue coronada Reina ante su estupor.
Luego vino la terrible crisis económica mundial de 2008 y como líder europea tuvo que manejar un barco a la deriva y mantener firme a su país mientras los otros alrededor caían como cartas de naipe. Ha sido firme en sus decisiones económicas y ahorrativa como un ama de casa y en otros campos ha cedido lo impensable, como decidir el paulatino fin de la energía nuclear y negarse a participar en las aventuras bélicas francesas y británicas.
Alemania ha logrado mantenerse en una situacion privilegiada con bajas tasas de desempleo y una economía pujante que se da el lujo de abrir las puertas del trabajo a cientos de miles de inmigrantes anuales que provienen de países en quiebra como España, Portugal o Grecia y de otras naciones del Este, como Hungría y Polonia. En materia energética ha dado el giro y eso se ve en la proliferacion de células solares en las casas del campo y las ciudades, así como las aspas de las torres eólicas. La influencia de los Verdes ecologistas es real y concreta.
Dicen que en su despacho guarda una imagen de la gran Catalina de Rusia, su modelo secreto. Merkel, con su pragmatismo, sedujo a una gran mayoría de los alemanes y en su tercer período puede gobernar ya sea con sus aliados liberales o con los Verdes o los Socialdemócratas o sola.
Antes que por el sectarismo de las ideologías, Merkel es guiada por la busqueda del bienestar de sus súbditos, el equilibro de su pais y la perivencia de una Europa en crisis. Nadie duda ahora que pasará a la historia como la insomne madre sensata que alguna vez gobernó su país con éxito, ayudada por los gnomos y las hadas milagrosas de los bosques alpinos.

lunes, 16 de septiembre de 2013

LOS DADAÍSTAS Y LA REBELIÓN LITERARIA

Por Eduardo García Aguilar
Leo ahora las obras completas del gran dadaísta Tristan Tzara (1896-1963) y me centro en sus primeros libros publicados en plena post adolescencia, gracias a los cuales fue considerado el fundador de ese movimiento literario revolucionario, mucho antes de que el autoritario André Breton y los surrealistas arrasaran con todo.

Tzara nació en Rumania, pero muy pronto se fue de su país hacia otras tierras, primero a la Suiza neutral en plena guerra y luego a Francia, donde se instaló y vivió hasta la muerte en plena actividad, dejando una vasta obra. Está enterrado en el cementerio parisino de Montparnasse, donde hace unos años unos artistas rumanos jóvenes sembraron un rábano, lo cultivaron y luego lo cosecharon para hacer una obra de arte, donde el producto natural quedaba conservado en una sustancia transparente que garantizará su perennidad. El performance de los artistas plásticos fue un típico acto dadaísta.
El dadaísta era muy amigo de ese otro gran experimentador Francis Picabia quien decía que "el cerebro es redondo para que las ideas circulen" y fue además una de las figuras vanguardistas más importantes, verdadero agitador en el campo de las artes plásticas y la literatura. Picabia también fue amigo del poeta peruano César Moro, quien vivió por esos años en Europa, como su compatriota César Vallejo y el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. Todos ellos, al lado de Guillaume Apollinaire, René Crevel, Blaise Cendrars, Philippe Soupault y otros muchos, conformaban una pléyade de jóvenes futuristas, expresionistas, que buscaban hacer explotar las formas de la poesía y el arte, al mismo tiempo que Europa vivía una guerra atroz que dejó millones de muertos bajo el efecto de las bayonetas, las balas y los gases químicos.
En el Café Voltaire de Zurich y en otros antros de las diversas capitales leyeron sus poemas y discutieron abiertamente sobre cómo liberar la palabra y ahora, cien años después, al asomarse uno a sus textos y acciones concluye que son muy contemporáneos y que serían muy bienvenidos en este mundo donde la literatura ha desaparecido por efectos del marketing y el comercio y está confinada en subterráneos y en el descreimiento y la soledad.
Estos movimientos eran profundamente antiburgueses y fustigaban la avaricia de los potentados, involucrados por supuesto en las guerras y en el estado general del mundo. Hans Arp decía en 1922 que "Dadá es la base primaria de todo arte. Dadá es partidario del sinsentido del arte, cosa que no significa no-sentido. Dadá carece de sentido como la naturaleza. El burgués consideraba al dadaísta como un libertino, un vulgar revolucionario, un asiático perverso, depravado, que odia las campanas, sus cajas fuertes y su honor. El dadaísta ha inventado juegos para privar al burgués del sueño del justo. Ha conseguido infiltrar en la persona falsos rumores. El dadaísta ha hecho sentir al burgués un temblor lejano, pero vigoroso, de modo que sus campanas han empezado a bordonear, sus cajas fuertes a fruncir la nariz. El burgués normalmente constituido dispone de tanta fantasía como un gusano de tierra y en lugar de corazón tiene un inmenso juanete que le duele cuando el barómetro, es decir, la bolsa, va a la baja".
Los años de guerra y entreguerra, la agitación mundial, el surgimiento de nuevas tecnologías, la aparición de las telecomunicaciones, el marconi, la aviación comercial, el submarinismo, los zepelines y otras muchas cosas dejaron atrás ese mundo cerrado del siglo anterior liberando las fuerzas en todos los campos, como lo muestra la película futurista Metrópolis.
Al releer a Tzara y esos jóvenes de su tiempo surge de inmediato una gran identificación con ellos, como si hicieran falta en el siglo XXI. El dinero, el comercio, el marketing, al aburguesamiento general han convertido al escritor en un petrimete que teme dar cualquier paso en falso y va siempre por los caminos trillados para merecer becas, subvenciones, honores, premios y campañas de prensa.
El ejemplo más claro de ese escritor burgués adocenado y retardatario, que no da paso en falso y parece un viejo arzobispo, es en la actualidad Mario Vargas Llosa, encorvado de tantas condecoraciones y premios y que no solo es cavernario en su pensamiento sino en la literatura misma, después del sólido delirio juvenil que lo consagró con cuatro novelas. Contra ese tipo de figuras reinantes en las literaturas y las artes oficiales del momento se rebelaron los dadaístas y los demás actores de las vanguardias.
Como los editores solo publican ahora novelas de reinas de belleza, figuras de la farándula y presentadores de televisión, toda esa literatura rebelde de hoy está confinada y tal vez condenada para siempre. El pensamiento domesticado domina el mundo y por eso una literatura insurgente como la de los dadaístas no puede existir por falta de oxígeno y respiración, o sea de lectores. Por eso el dadaísmo espiritual de hoy está en el underground musical, en los tag que proliferan en las paredes y en los actores secretos de un arte clandestino que es perseguido a veces con la muerte, como el caso de los grafiteros jóvenes muertos recientemente por las fuerzas del orden en varios países. Allí en esa poesía gráfica desesperanzada se encuentra el aliento del dadaísmo de ayer, hoy más joven que nunca.
             Publicado en La Patria, domingo 15 de 2013



sábado, 7 de septiembre de 2013

EL NADAÍSTA MARIO ESCOBAR JUNTO A LA CATEDRAL


Por Eduardo García Aguilar

Acabo de releer La piel condena los cuerpos del nadaísta manizaleño Mario Escobar Ortiz, fallecido en un accidente en 1991 a los 55 años después de haber ejercido el periodismo, el teatro y la literatura a fondo durante décadas y dirigido durante un moment o el suplemento literario de este diario, denominado Paradiso, en homenaje a su admirado barroco cubano José Lezama Lima.
Lucía una larga melena, gafas negras y enormes, camisas floridas y pantalones de bota campana e iba de un lado para otro con sus inconfundibles carcajadas, agitado, nervioso, risueño, cumpliendo con  todas la tareas que exige el diario, por lo cual fue imprescindible durante años en el periódico y tolerado con simpatía pese a ser todo lo contrario en actitud y moda a los hombres de aquella época, engominados, fumadores de pipa, enfundados siempre en trajes oscuros, chalecos y camisas blancas almidonadas atadas con sombrías corbatas.
En tiempos que parecen ahora más abiertos que los actuales y cuando llegaban de todo el mundo las corrientes más modernas de la música, el arte, el pensamiento y la literatura, Escobar Ortiz abría ventanas a las literaturas del mundo y del continente y además daba espacio a los escritores adolescentes que éramos entonces y lo buscábamos en busca de ser publicados en el diario, cuando estaban allí Beatriz Zuluaga, Héctor Moreno y Oscar Jurado en la redacción y una pléyade de escritores de  talento en las páginas de opinión, como Jorge Santander Arias.
El nadaísta Eduardo Escobar, que tiene excelente memoria, recuerda en reciente entrevista al amable personaje y destaca que este diario tuvo tal vez la más sólida página de opinión del país con una variedad de articulistas de alto nivel intelectual. Esos personajes encabezados  por Santander Arias, Edgardo Salazar
Santacoloma y Ebel Botero, entre otros, discurrían en los diversos cafés de la ciudad y se les veía caminar con sus libros debajo del brazo, como figuras dedicadas con total pasión a pensar, leer y escribir.
Esas presencias magistrales se inscribían en la tradición cultural de la ciudad, que tuvo en los años 30 la Editorial Zapata, casa privada  que publicó en su momento a los más grandes autores del país como Fernando Gonzalez, José Antonio Osorio Lizarazo, León de Greiff y muchos más. Además, la ciudad fue centro de la famosa  generación greco-quimbaya, tan vilipendiada por los ignorantes que nunca se han atrevido a leer a esos autores, que no por ser derechistas, carecían de talento y se inscribían en una corriente continental filo mussoliniana, en la que se destacaban Leopoldo Lugones en Argentina y José Vasconcelos y otros en México y que requerirían análisis y estudio de contexto, antes que ostracismo total.
El libro de Mario Escobar Ortiz, publicado en 1972 en la imprenta del diario con prólogo de Jorge Santander Arias, brincó hace poco de los  archivos guardados, con la imagen de portada tomada de un cuadro sicodélico del autor e ilustraciones de Basto, donde se ve la figura del nadaísta en relación con las caóticas imágenes evocadas en ese texto experimental y desbocado que es un extraño grito de rebelión, escatológico e  impertinente. Santander Arias cumplió con generosidad la tarea de prologar el libro de aquel joven, aunque deja entrever en sus palabras la enorme distancia literaria que los separaba, pues el primero era un erudito lector clásico que debía mirar con estupor los experimentos del nadaísta, sus imprecaciones, el erotismo desbordado, su sicodelismo cannábico y los automatismos literarios surrealistas con que hizo gala en ese monólogo de un desquiciado sobre la cárcel de la  piel. Sin duda para Santander como para muchos, aquel libro era un Objeto Literario No Indentificado, o sea un OLNI.
Lo bueno de Escobar Ortiz, quien tenía una columna diaria llamada Carlitos, es que ahí desmenuzaba sin piedad las colaboraciones que los adolescentes le enviábamos con la esperanza de ser publicadas o los artículos de los viejos pomposos que seguían escribiendo como en los tiempos del modernismo.
Yo fui víctima mortal de una de sus andanadas, cuando a los 15 años le envié un soneto que llevaba un título en latín, Sunt Lacrimae Rerum, que fue destrozado y burlado sin piedad en público en la primera vez que me asomaba a las letras de molde. Gracias a esa diatriba contra mis malísimos poemas, y muy sonrojado, pasé rápido a otras experimentaciones, que me dieron la posibilidad de ganar en serie muchos premios literarios intercolegiales.
Escobar Ortiz vivía desbocadamente la literatura pero sin la típica solemnidad reinante en Colombia, donde casi todos quieren escribir bonito y muy pocos se atreven a romper con todo, como ocurrió con el genial León de Greiff, cuya obra toda es también un Objeto Literario no Identificado.
Releer otra vez La piel condena los cuerpos de Mario Escobar Ortiz, ver su dedicatoria firmada en 1973, me comunica de nuevo con esa década loca donde se confirmaron tantas revoluciones recientes mientras crecía en prestigio el Festival Latinoamericano de Teatro que trajo a la ciudad a los más grandes desde Neruda y Miguel Angel Asturias a Jerzy Grotowzky y una pléyade de teatreros, poetas locos y críticos literarios.
La ciudad era vigilada por la enorme Catedral, pero en cafés secretos y centros culturales bullía un mundo libre de estirpe durrelliana, mientras se oía la carcajada intermitente de Mario Escobar, un personaje literario colombiano inolvidable que merecería ser contado.