Comencé el año leyendo los documentos básicos de Simón Bolívar publicados en la clásica Colección Panamericana bajo el título de Ideas políticas y militares, con prólogo de Vicente Lecuna. Sorprende hacer una relectura de los textos fundacionales del país como si se tratase de la novela de las gestas libertadoras y el testimonio de un hombre de aquella época sobre los avatares del continente recién desmembrado de la odiosa madrastra española, que lo sojuzgó durante tres siglos de sangre y humillación. Lo primero que salta a la vista es la grandeza de ese joven idealista que lanzó sus primeras proclamas de guerra a los 29 años y cuya prosa es la de un clásico de la lengua castellana. Sólo con piezas tan notables como Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, también conocida como Carta de Jamaica, de 1815, o el Discurso en el Congreso de Angostura de 1819, el héroe pasaría a la historia como un gran escritor político de la estirpe de Montesquieu o Chateaubriand.
Revisar la prosa lúcida y exacta de Bolívar el primer día del año en que se celebra el bicentenario de las independencias, reconcilia al lector en estos tiempos de frivolidad planetaria con la tradición intelectual y política de América Latina, ese extremo occidente de mil aristas que en su seno vio nacer y crecer a grandes hombres, no sólo heroes sino pensadores y escritores como José Martí, Rubén Darío o José Enrique Rodó, que pueden todavía decirnos tantas cosas y que poco a poco hemos ido olvidando en medio de la gritería violenta y la estupidez reinantes.
Suelen algunos fanáticos actuales creer que cuando en estos días se menciona a Simón Bolívar se está hablando de un loco al que se recurre para hacer la guerra o practicar la demagogia, cuando por el contrario, como padre fundador de las naciones libres y soberanas de esta tierra latinoamericana, su voz es de una actualidad escalofriante. Lo que pasa es que pocos lo leen y lo escuchan o tratan de colocarse en el centro de esa gesta histórica que con incomparable generosidad encabezó en tiempos revueltos de geopolítica mundial.Hoy como ayer el mundo se reacomoda en medio de las tensiones entre potencias establecidas y emergentes que algunas veces negocian y otras se amenazan como perros rabiosos mostrándose los dientes. En aquel entonces la arcaica y torpe potencia española declinaba y se instalaba en su lugar Gran Bretaña como el gran imperio de todos los mares, con sus ideas abiertas, la ciencia floreciente y los claros intereses económicos y militares de hegemonía mundial. España se eclipsaba ante naciones que habían adoptado ideas protestantes, acordes con los nuevos vientos económicos, y criterios más modernos en materia de gobierno, justicia, gestión y comercio. Las viejas aristocracias y castas autistas e intolerantes eran reemplazadas por el auge del emprendedor burgués decimonónico que escalaba gracias a sus méritos y talentos y no por el apellido, la canonjía y el fuero.
En esos textos límpidos Simón Bolívar vio con claridad la necesidad de concretar para siempre el corte definitivo con la odiosa madrastra española para abrirse a otras alianzas mundiales novedosas. Y por medio de las armas, sorteando todos los peligros, paso a paso, como los grandes héroes y visionarios logró su objetivo poseído por la osadía delirante de los utópicos. En sus discursos y cartas salta a la vista la mente de un hombre culto que desde muy joven vio mundo y gozó de una notable formación política y militar. La Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura son textos fundacionales, cuya lectura en 2010 es útil para tratar de entender el extraño tinglado geopolítico mundial, cuando emprendemos un nuevo siglo de supuesta independencia buscando una mayoría de edad verdadera, ya no como simples colonias o cuarteles del amo sino como países maduros capaces de hablar con tolerancia, de tú a tú con las potencias en el ágora mundial, tal y como hoy lo hacen por ejemplo naciones antes sojuzgadas y hoy emergentes como China e India y en nuestro continente el notable y sorprendente Brasil de Lula da Silva.
En una bellísima carta del 22 de agosto de 1815, Bolívar advierte al presidente de las Provincias Unidas de Nueva Granada sobre el peligro de que el derrotado Napoleón Bonaparte trate de instalarse en América del Norte o en América Meridional para involucrar el continente en una nueva guerra perdida contra las potencias triunfadoras en Waterloo. Esta bella ficción no se concretó nunca y el gran Napoleón murió derrotado y preso en la perdida isla de Santa Helena, en medio del Océano Atlántico, pero muestra como en aquellos tiempos las arenas movedizas de la política mundial eran tan inciertas y peligrosas.
En este 2010, como hace apenas dos siglos, los equilibrios mundiales están cambiando. Están los poderes tradicionales a un lado y al otro una extraña hidra calibanesca de varias caras en Asia, Medio Oriente y África con la que hay un tratar, como Perseo, con mesura y talento, tratando de que no sea la cara más agresiva y fundamentalista la que predomine allí. Y cosa curiosa, América Latina se debate entre ser un cuartel o una base militar al servicio de una sola potencia, como ocurre por desgracia en Colombia, o asumir con dignidad su destino en el concierto pacífico de las naciones como ocurre con Brasil. O sea: o seguir siendo sólo un conjunto de naciones que se comportan como perros falderos llorones de la potencia del norte cual banana repúblicas o tener la dignidad de tomar decisiones propias y pesar en el concierto mundial nutriéndose de las ideas de los grandes pensadores del continente.
No sé qué escribiría Simón Bolívar si resucitara en estos días en Santa Marta, pero es bastante probable que optara por modelos de países tolerantes y abiertos que no se enfeuden a un solo protector sino que se abran a Europa y a los países emergentes y negocien de manera elegante con los vecinos que no piensen igual o incluso desafíen a las ideologías reinantes de la plutocracia. Una de las nuevas proclamas de Bolívar sería sin duda contra los Pablo Morillo contemporáneos, o sea contra la idea de que la gran Colombia se convierta sólo en un cuartel servil y esquinero al servicio de Estados Unidos y que siendo el "corazón" de América se vuelva vil perro bóxer gruñón del amo, llevando a sus ciudadanos a una conflagracion inútil y nefasta con sus vecinos por puro fanatismo ideológico.
Revisar la prosa lúcida y exacta de Bolívar el primer día del año en que se celebra el bicentenario de las independencias, reconcilia al lector en estos tiempos de frivolidad planetaria con la tradición intelectual y política de América Latina, ese extremo occidente de mil aristas que en su seno vio nacer y crecer a grandes hombres, no sólo heroes sino pensadores y escritores como José Martí, Rubén Darío o José Enrique Rodó, que pueden todavía decirnos tantas cosas y que poco a poco hemos ido olvidando en medio de la gritería violenta y la estupidez reinantes.
Suelen algunos fanáticos actuales creer que cuando en estos días se menciona a Simón Bolívar se está hablando de un loco al que se recurre para hacer la guerra o practicar la demagogia, cuando por el contrario, como padre fundador de las naciones libres y soberanas de esta tierra latinoamericana, su voz es de una actualidad escalofriante. Lo que pasa es que pocos lo leen y lo escuchan o tratan de colocarse en el centro de esa gesta histórica que con incomparable generosidad encabezó en tiempos revueltos de geopolítica mundial.Hoy como ayer el mundo se reacomoda en medio de las tensiones entre potencias establecidas y emergentes que algunas veces negocian y otras se amenazan como perros rabiosos mostrándose los dientes. En aquel entonces la arcaica y torpe potencia española declinaba y se instalaba en su lugar Gran Bretaña como el gran imperio de todos los mares, con sus ideas abiertas, la ciencia floreciente y los claros intereses económicos y militares de hegemonía mundial. España se eclipsaba ante naciones que habían adoptado ideas protestantes, acordes con los nuevos vientos económicos, y criterios más modernos en materia de gobierno, justicia, gestión y comercio. Las viejas aristocracias y castas autistas e intolerantes eran reemplazadas por el auge del emprendedor burgués decimonónico que escalaba gracias a sus méritos y talentos y no por el apellido, la canonjía y el fuero.
En esos textos límpidos Simón Bolívar vio con claridad la necesidad de concretar para siempre el corte definitivo con la odiosa madrastra española para abrirse a otras alianzas mundiales novedosas. Y por medio de las armas, sorteando todos los peligros, paso a paso, como los grandes héroes y visionarios logró su objetivo poseído por la osadía delirante de los utópicos. En sus discursos y cartas salta a la vista la mente de un hombre culto que desde muy joven vio mundo y gozó de una notable formación política y militar. La Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura son textos fundacionales, cuya lectura en 2010 es útil para tratar de entender el extraño tinglado geopolítico mundial, cuando emprendemos un nuevo siglo de supuesta independencia buscando una mayoría de edad verdadera, ya no como simples colonias o cuarteles del amo sino como países maduros capaces de hablar con tolerancia, de tú a tú con las potencias en el ágora mundial, tal y como hoy lo hacen por ejemplo naciones antes sojuzgadas y hoy emergentes como China e India y en nuestro continente el notable y sorprendente Brasil de Lula da Silva.
En una bellísima carta del 22 de agosto de 1815, Bolívar advierte al presidente de las Provincias Unidas de Nueva Granada sobre el peligro de que el derrotado Napoleón Bonaparte trate de instalarse en América del Norte o en América Meridional para involucrar el continente en una nueva guerra perdida contra las potencias triunfadoras en Waterloo. Esta bella ficción no se concretó nunca y el gran Napoleón murió derrotado y preso en la perdida isla de Santa Helena, en medio del Océano Atlántico, pero muestra como en aquellos tiempos las arenas movedizas de la política mundial eran tan inciertas y peligrosas.
En este 2010, como hace apenas dos siglos, los equilibrios mundiales están cambiando. Están los poderes tradicionales a un lado y al otro una extraña hidra calibanesca de varias caras en Asia, Medio Oriente y África con la que hay un tratar, como Perseo, con mesura y talento, tratando de que no sea la cara más agresiva y fundamentalista la que predomine allí. Y cosa curiosa, América Latina se debate entre ser un cuartel o una base militar al servicio de una sola potencia, como ocurre por desgracia en Colombia, o asumir con dignidad su destino en el concierto pacífico de las naciones como ocurre con Brasil. O sea: o seguir siendo sólo un conjunto de naciones que se comportan como perros falderos llorones de la potencia del norte cual banana repúblicas o tener la dignidad de tomar decisiones propias y pesar en el concierto mundial nutriéndose de las ideas de los grandes pensadores del continente.
No sé qué escribiría Simón Bolívar si resucitara en estos días en Santa Marta, pero es bastante probable que optara por modelos de países tolerantes y abiertos que no se enfeuden a un solo protector sino que se abran a Europa y a los países emergentes y negocien de manera elegante con los vecinos que no piensen igual o incluso desafíen a las ideologías reinantes de la plutocracia. Una de las nuevas proclamas de Bolívar sería sin duda contra los Pablo Morillo contemporáneos, o sea contra la idea de que la gran Colombia se convierta sólo en un cuartel servil y esquinero al servicio de Estados Unidos y que siendo el "corazón" de América se vuelva vil perro bóxer gruñón del amo, llevando a sus ciudadanos a una conflagracion inútil y nefasta con sus vecinos por puro fanatismo ideológico.