Por Eduardo García Aguilar
Pocas ciudades conmueven tanto como Calcuta, la mítica capital de Bengala, situada a las orillas del Hooghly, en el delta final del sagrado Ganges. Es un inmenso hormiguero de millones y millones de seres humanos que circulan entre polvo, contaminación, canícula o lluvia, en un incesante ir y venir de risas, lágrimas, miseria, riqueza, fiesta, generosidad, injusticia y amor inagotables. En los viejos muros de los edificios neoclásicos del antiguo esplendor colonial crecen árboles y plantas que florecen y echan raíces entre la humedad generalizada. Una mujer tiende ropa en una ventana y al lado, en los nobles muros de un palacio viejo, poblado tal vez antaño por un magnate, un alto funcionario colonial o un embajador, se explaya ahora un matorral de flores color fucsia, amarillo y rojo sangre, poblado de pájaros y monos sagrados.
Porque hay que escuchar los pájaros a la hora del crepúsculo tropical: cuando se avecina la noche llegan por cientos de miles desde las amplias extensiones del delta y se refugian en los árboles del patio de un palacete decimonónico convertido en Gran Hotel. Hacen un bullicio fenomenal, como si cada una de esas aves hubiera llegado para contarles a las otras las experiencias del día en los amplios campos cantados por viejos cantores de epopeyas, poetas budistas o Rabindranath Tagore. Y de repente, a las seis y media, de súbito y al unísono, como comandados por una fuerza natural escrita desde hace millones de años, esos cientos de miles de pájaros se silencian y duermen dejando un halo de paz, mientras uno bebe cerveza india y piensa en los viejos tiempos del comercio de especias, en los años de Marco Polo, en las naos de los aventureros portugueses, ingleses y británicos que llegaron allí.Surgida como un fortín y puesto comercial de la Compaía de las Indias Orientales en el siglo XVII, Kalikata fue compañera inicial de otros prósperos enclaves coloniales como el Chinsura holandés, los franceses Chandenagor y Pondichery y el Goa portugués. Luego de la decadencia final del imperio moghol musulmán, que dominó la India durante siglos construyendo mezquitas sobre los derruidos templos hinduístas o budistas, todo ese enorme imperio islamista invasor se fragmentó en un caótico entramado de feudos de maharajás y nababs, que finalmente aceptaron el triunfo británico.
Calcuta fue la capital colonial desde 1774 hasta 1911, cuando fue trasladado el poder a Nueva Delhi, al otro lado noroeste de la India. La joven urbe surgió de un depósito comercial instalado el 24 de agosto de 1690 en el poblado Kalikata por Job Charnock. Luego de que los ingleses derrotaron a los caciques locales se convirtió en la capital de las posesiones británicas. Y tras su corto esplendor, la enorme metrópoli de palacios inimaginables y lujosos edificios diplomáticos y burocráticos, construidos a imagen y semejanza de los del Imperio Británico, fue cubriéndose de moho y vegetación y creciendo de manera desordenada hacia todos los puntos cardinales, pero enriqueciéndose de cultura, poesía, arte e ideas religiosas, políticas y filosóficas. En su seno Ramakrishna a fines del siglo XIX y Vivekananda en el XX pretendieron reunir todas las religiones en una sola para tratar de terminar con las guerras religiosas y los odios fanáticos; allí escribieron el sublime Rabindranath Tagore o el profundo Jibananda Das; hizo cine el grandioso Satyajit Ray y lo hace hoy el moderno Mrinal Sen.Y aunque se habla de la Madre Teresa y de indigentes que duermen en la calle, rickshaws halados por famélicos, bellas esposas repudiadas y viudas indigentes, o niños enfermos, también es cierto que cada año la Feria del Libro impresiona porque desde todas las partes de la ciudad acuden cientos de miles de visitantes, niños y grandes, al encuentro con la próspera industria editorial bengalí que se despliega en el Maiden, un verdadero pulmón verde en el centro de la ciudad. De un día para otro crecen edificaciones efímeras de madera y surge una ciudad dentro de la ciudad, una metrópoli de libros con calles y avenidas de polvo que no da abasto a la muchedumbre.
Los bengalíes, que han sido rebeldes y se sienten orgullosos de ser el centro cultural de la India, están ávidos de conocimiento. Decenas de jóvenes abordan a este colombiano proveniente de la tierra del legendario Gabriel García Márquez para hablarle en el español que aprendieron con el joven hispanista Dibyajyoti Mukhopadhiay, director de estudios hispánicos en la Ramakrishna Mission, una torre de babel en pleno Calcuta, construida a fines del siglo XIX y donde todos pueden estudiar por unas cuantas rupias las lenguas del mundo. Ellos conocen a Pablo Neruda, a Miguel Angel Asturias, a Juan Rulfo y a Julio Cortázar y consideran a América Latina como una tierra hermana.El auditorio de la Feria es una construcción de madera cubierta de flores y decenas de materos de plantas exuberantes y hasta allí llegan los conferencistas que hablan ante ese público de piel quemada por el sol, elgante en sus trajes ceñidos de tela blanca de algodón, adornados con chalecos y vistosos tocados cilíndricos. A la salida, el viejo sabio Doctor B. Chakravarti, todo de blanco, me ha regalado y firmado los tres tomos de su investigación The indians and the amerindians, donde desarrolla, a través de minuciosas comparaciones iconográficas del arte prehispanico e indio milenario, la teoría de los vasos comunicantes y la hermadad que, según él, une desde hace muchos milenios a estas dos regiones antípodas del planeta.Terminada la Feria del Libro, la actividad cultural seguirá en el Indian Coffee House, en Bankin Chatterjee Street, en torno al barrio universitario lleno de casetas de libreros ágiles y entusiastas. Adentro del café se mueven las aspas de los ventiladores y en cada mesa el diálogo fluye entre taza y taza de té. Al salir cruzará por la calle un pastor con cien ovejas y más allá uno podrá comprar un coco en una tienda protegida de la lluvia con latas de Coca-Cola, junto a una imagen en altorelieve del revolucionario Lenín.
En la Sahitya Academy los escritores de Calcuta preguntarán sobre América Latina al recién venido y recordarán con orgullo los poemas de los siddhacharias budistas que son considerados las primeras formas del lenguaje bengalí, de los siglos VII y VIII de nuestra era. Y más tarde, en la casa del gran maestro casi centenario Annada Sankar, la más importante figura viva de las letras de Calcuta, los escritores de la ciudad participarán en el encuentro de un viajero colombiano nacido en Manizales con las inolvidables letras de Bengala, que lo dejarán marcado para siempre.Porque en el ejercicio del arte, las letras y el pensamiento, los bengalíes conservan una orgullosa fuerza milenaria alejada de la competencia, el comercio desbocado, el dinero, la codicia y la usura ciegas en que se hunden ahora las letras occidentales. Se nota en la mirada profunda y sabia de esos hombres y mujeres de todas las edades a la hora de sentarse en círculo a hablar y compartir la alegría de leer y pensar, la alegría de escribir y morir, que todavía allÌ la literatura es algo sagrado y terrenal como el polvo de las calles y la incesante lluvia traÌda por los monzones. Y por eso, a la hora de decir adiós y subir al avión de Air India, no queda más remedio que llorar de felicidad al saber que aún existe una ciudad tan real y tan mítica como Calcuta.
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Pocas ciudades conmueven tanto como Calcuta, la mítica capital de Bengala, situada a las orillas del Hooghly, en el delta final del sagrado Ganges. Es un inmenso hormiguero de millones y millones de seres humanos que circulan entre polvo, contaminación, canícula o lluvia, en un incesante ir y venir de risas, lágrimas, miseria, riqueza, fiesta, generosidad, injusticia y amor inagotables. En los viejos muros de los edificios neoclásicos del antiguo esplendor colonial crecen árboles y plantas que florecen y echan raíces entre la humedad generalizada. Una mujer tiende ropa en una ventana y al lado, en los nobles muros de un palacio viejo, poblado tal vez antaño por un magnate, un alto funcionario colonial o un embajador, se explaya ahora un matorral de flores color fucsia, amarillo y rojo sangre, poblado de pájaros y monos sagrados.
Porque hay que escuchar los pájaros a la hora del crepúsculo tropical: cuando se avecina la noche llegan por cientos de miles desde las amplias extensiones del delta y se refugian en los árboles del patio de un palacete decimonónico convertido en Gran Hotel. Hacen un bullicio fenomenal, como si cada una de esas aves hubiera llegado para contarles a las otras las experiencias del día en los amplios campos cantados por viejos cantores de epopeyas, poetas budistas o Rabindranath Tagore. Y de repente, a las seis y media, de súbito y al unísono, como comandados por una fuerza natural escrita desde hace millones de años, esos cientos de miles de pájaros se silencian y duermen dejando un halo de paz, mientras uno bebe cerveza india y piensa en los viejos tiempos del comercio de especias, en los años de Marco Polo, en las naos de los aventureros portugueses, ingleses y británicos que llegaron allí.Surgida como un fortín y puesto comercial de la Compaía de las Indias Orientales en el siglo XVII, Kalikata fue compañera inicial de otros prósperos enclaves coloniales como el Chinsura holandés, los franceses Chandenagor y Pondichery y el Goa portugués. Luego de la decadencia final del imperio moghol musulmán, que dominó la India durante siglos construyendo mezquitas sobre los derruidos templos hinduístas o budistas, todo ese enorme imperio islamista invasor se fragmentó en un caótico entramado de feudos de maharajás y nababs, que finalmente aceptaron el triunfo británico.
Calcuta fue la capital colonial desde 1774 hasta 1911, cuando fue trasladado el poder a Nueva Delhi, al otro lado noroeste de la India. La joven urbe surgió de un depósito comercial instalado el 24 de agosto de 1690 en el poblado Kalikata por Job Charnock. Luego de que los ingleses derrotaron a los caciques locales se convirtió en la capital de las posesiones británicas. Y tras su corto esplendor, la enorme metrópoli de palacios inimaginables y lujosos edificios diplomáticos y burocráticos, construidos a imagen y semejanza de los del Imperio Británico, fue cubriéndose de moho y vegetación y creciendo de manera desordenada hacia todos los puntos cardinales, pero enriqueciéndose de cultura, poesía, arte e ideas religiosas, políticas y filosóficas. En su seno Ramakrishna a fines del siglo XIX y Vivekananda en el XX pretendieron reunir todas las religiones en una sola para tratar de terminar con las guerras religiosas y los odios fanáticos; allí escribieron el sublime Rabindranath Tagore o el profundo Jibananda Das; hizo cine el grandioso Satyajit Ray y lo hace hoy el moderno Mrinal Sen.Y aunque se habla de la Madre Teresa y de indigentes que duermen en la calle, rickshaws halados por famélicos, bellas esposas repudiadas y viudas indigentes, o niños enfermos, también es cierto que cada año la Feria del Libro impresiona porque desde todas las partes de la ciudad acuden cientos de miles de visitantes, niños y grandes, al encuentro con la próspera industria editorial bengalí que se despliega en el Maiden, un verdadero pulmón verde en el centro de la ciudad. De un día para otro crecen edificaciones efímeras de madera y surge una ciudad dentro de la ciudad, una metrópoli de libros con calles y avenidas de polvo que no da abasto a la muchedumbre.
Los bengalíes, que han sido rebeldes y se sienten orgullosos de ser el centro cultural de la India, están ávidos de conocimiento. Decenas de jóvenes abordan a este colombiano proveniente de la tierra del legendario Gabriel García Márquez para hablarle en el español que aprendieron con el joven hispanista Dibyajyoti Mukhopadhiay, director de estudios hispánicos en la Ramakrishna Mission, una torre de babel en pleno Calcuta, construida a fines del siglo XIX y donde todos pueden estudiar por unas cuantas rupias las lenguas del mundo. Ellos conocen a Pablo Neruda, a Miguel Angel Asturias, a Juan Rulfo y a Julio Cortázar y consideran a América Latina como una tierra hermana.El auditorio de la Feria es una construcción de madera cubierta de flores y decenas de materos de plantas exuberantes y hasta allí llegan los conferencistas que hablan ante ese público de piel quemada por el sol, elgante en sus trajes ceñidos de tela blanca de algodón, adornados con chalecos y vistosos tocados cilíndricos. A la salida, el viejo sabio Doctor B. Chakravarti, todo de blanco, me ha regalado y firmado los tres tomos de su investigación The indians and the amerindians, donde desarrolla, a través de minuciosas comparaciones iconográficas del arte prehispanico e indio milenario, la teoría de los vasos comunicantes y la hermadad que, según él, une desde hace muchos milenios a estas dos regiones antípodas del planeta.Terminada la Feria del Libro, la actividad cultural seguirá en el Indian Coffee House, en Bankin Chatterjee Street, en torno al barrio universitario lleno de casetas de libreros ágiles y entusiastas. Adentro del café se mueven las aspas de los ventiladores y en cada mesa el diálogo fluye entre taza y taza de té. Al salir cruzará por la calle un pastor con cien ovejas y más allá uno podrá comprar un coco en una tienda protegida de la lluvia con latas de Coca-Cola, junto a una imagen en altorelieve del revolucionario Lenín.
En la Sahitya Academy los escritores de Calcuta preguntarán sobre América Latina al recién venido y recordarán con orgullo los poemas de los siddhacharias budistas que son considerados las primeras formas del lenguaje bengalí, de los siglos VII y VIII de nuestra era. Y más tarde, en la casa del gran maestro casi centenario Annada Sankar, la más importante figura viva de las letras de Calcuta, los escritores de la ciudad participarán en el encuentro de un viajero colombiano nacido en Manizales con las inolvidables letras de Bengala, que lo dejarán marcado para siempre.Porque en el ejercicio del arte, las letras y el pensamiento, los bengalíes conservan una orgullosa fuerza milenaria alejada de la competencia, el comercio desbocado, el dinero, la codicia y la usura ciegas en que se hunden ahora las letras occidentales. Se nota en la mirada profunda y sabia de esos hombres y mujeres de todas las edades a la hora de sentarse en círculo a hablar y compartir la alegría de leer y pensar, la alegría de escribir y morir, que todavía allÌ la literatura es algo sagrado y terrenal como el polvo de las calles y la incesante lluvia traÌda por los monzones. Y por eso, a la hora de decir adiós y subir al avión de Air India, no queda más remedio que llorar de felicidad al saber que aún existe una ciudad tan real y tan mítica como Calcuta.
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