sábado, 29 de junio de 2013

ÚLTIMA RAYUELA CON JULIO CORTÁZAR

Por Eduardo García Aguilar

Eduardo García Aguilar es un escritor colombiano y periodista en la Agencia France-Presse (fue corresponsal en México y está actualmente basado en la sede de París). Estudió en Francia en los años 70. Su obra literaria ha sido traducida a varios idiomas. Entre sus principales libros figuran El bulevar de los héroes (novela), El viaje triunfal (novela), Tequila coxis (novela) y Urbes luminosas (relatos). Este es su testimonio de cuándo conoció a Julio Cortázar, con motivo de los 50 años de la publicación de su novela Rayuela, exclusivo para AFP.

Ahora que se celebran los 50 años de Rayuela, publicada el 28 de junio de 1963, recuerdo que tuve la fortuna de conocer y hablar brevemente con Julio Cortázar en el verano de 1978 en la Universidad de Toulouse Le Mirail, durante un congreso de literatura hispanoamericana donde participaron el paraguayo Augusta Roa Bastos, quien residía ahí entonces, el ecuatoriano Jorge Enrique Adoum y el argentino Juan José Saer, entre otros autores, académicos, cineastas y críticos.
Nosotros fuimos invitados como estudiantes de la Universidad Paris VIII y estuvimos ahí esa semana en una verdadera fiesta ganada con nuestra exposición de revistas latinoamericanas, que coleccionábamos en el Centro de Información para América Latina (CIAL).
Es necesario ubicarse en ese momento, o sea un lustro antes de la muerte de Cortázar en 1984, para calibrar la magnitud simbólica de esa cercanía en el campus de la universidad tolosana, en una región cercana a España, permeada por las luchas y sufrimientos de los españoles que se refugiaron allí desde la guerra civil. América Latina era el continente de moda en Europa y ser latinoamericano en París o en cualquier capital europea nos revestía en los años 60 o 70 de un aura mágica y bohemia y todo nos era permitido, hasta el delirio.
Cortázar era un viejo alto y enorme que desde lejos parecía un adolescente eterno, pero de cerca mostraba las profundas arrugas de sus casi 65 años bien vividos. Cruzarse con él todos los días durante el congreso, sentarse cerca a él, abordarlo al concluir los debates, era nuestra tarea más feliz y de inmediato nos cubría con un halo de gloria. Y nos considerábamos los más legítimos, pues en esos años su novela Rayuela era nuestro libro de cabecera, que leíamos en las interminables veladas de las buhardillas parisinas como estudiantes adolescentes pobres y felices.
Los latinoamericanos éramos los mártires del odioso imperio estadounidense y bajo la imagen crística del Che Guevara y la popular del rebelde Gabriel García Márquez, quien era la más grande estrella mundial de la literatura entonces, representábamos un ejemplo para los europeos. Casi todos los países latinoamericanos eran dominados por dictaduras de ultraderecha que cometían crímenes sin nombre y estaba fresca la sangre de los chilenos, que lloraban el primer lustro de la dictadura de Augusto Pinochet. Por nuestras desgracias los europeos nos amaban de corazón y de cuerpo.
La solidaridad era la palabra mágica y miles de exiliados uruguayos, brasileños, argentinos, paraguayos, chilenos, peruanos, bolivianos recalaban en las urbes europeas donde eran recibidos por el amor de una vasta izquierda humanista. En toda Europa las fiestas de solidaridad eran motivo de reunión y abrazo, aún bajo las banderas frescas de mayo del 68 y las protestas contra la guerra de Vietnam.
Cortázar estaba también en su apogeo. Él, que había sido en sus inicios un intelectual exquisito, cercano a las ideas de su contemporáneo mexicano Octavio Paz, y posaba casi de imberbe, se fue transformando en una bandera del izquierdismo procastrista y pronicaragüense y brincó de escuálido intelectual a viejo barbado y marxista, como lo describe en un genial retrato su sorprendido amigo Mario Vargas Llosa. Ahora era un “intelectual comprometido”, miembro del Tribunal Russell, y solía andar en sandalias, al lado de alguna muchacha, en este caso, en Toulouse, de una novelista colombiana.
Rayuela nos representaba y era la versión moderna de la surrealista Nadja de André Breton. Es un libro portátil, rompecabezas armable, collage de citas y emociones, donde viven personajes artísticos y poéticos que no tienen más que sueños y agotan el tiempo en la vagancia bohemia que se practicaba en París desde inicios del siglo XIX. El escritor libre e indómito, estructurado para el fracaso, preparado siempre para las peores pobrezas, el poeta o pintor feliz en la buhardilla, incapaz de pensar en carreras literarias o dinero o en honores, entregado al vivir, al ser y al acontecer en un París que ya pronto dejaría de ser la Meca de los escritores latinoamericanos.
Por eso cuando lo veíamos tan cerca como uno de nosotros, enfundado en un largo poncho para los fríos vespertinos de Toulouse, nos embargaba una emoción inolvidable, sin saber que los latinoamericanos pasarían de moda en París, que la Revolución, el Che y García Márquez cruzarían a los baúles de la nostalgia y que la ciudad Luz que recorrían Horacio Oliveira con La Maga y sus amigos bajo el sonido del jazz, se convertiría solo en una jaula de oro amada y caricaturizada por Woody Allen por donde la sangre del arte, el jazz y la poesía ya no corre sino como eco de fantasmas ahogados en una escenografía urbana sin alma para millones de turistas







sábado, 22 de junio de 2013

LA BÚSQUEDA INSACIABLE DE EDUARDO GÓMEZ


                    * Eduardo Gómez

Por Eduardo García Aguilar
Eduardo Gómez acaba de anunciar que publicó su primera novela La Búsqueda insaciable en la colección Los Conjurados de Común Presencia, considerada por quienes han tenido acceso a ella como una obra a contracorriente de las tendencias actuales de la novelística colombiana, por ser un ejemplo del Bildungsroman o novela de formación intelectual, que abarcaría todo el siglo XX colombiano.
Debido a su temática y al rigor con el que Gómez (1932) ha trabajado sus obras poéticas y ensayísticas, no encontró cabida en ninguna editorial comercial, por lo que con verdadera valentía quijotesca ha tenido que encargarse en parte de la distribución de los ejemplares y utilizado las vías de internet para ponerlos en la mano de muchos de quienes estiman y han seguido su obra. Tal fuerza y entusiasmo expresa el espíritu joven que lo ha caracterizado y que sin duda forjó en sus luchas políticas estudiantiles durante la dictadura de Rojas Pinilla y sus periplos por la vieja Alemania, donde estudió literatura y filosofía.
Conocí a Eduardo Gómez cuando yo era estudiante de primer semestre de Sociologia en la Universidad Nacional y desde entonces me ha impresionado que sigue siendo la misma figura del gabán negro, como si tuviera un pacto fáustico con el tiempo, lo que no es extraño, dado su amor por la literatura alemana. Lo vi por primera vez en la oficina de Jaime Mejía Duque en el Ministerio del Trabajo, donde el crítico literario recibía a sus amigos antes de salir a dar una vuelta por la séptima.
Sus libros de poesía tienen piezas de gran factura y sus ensayos son rigurosos, como suele ocurrir en los escritores de su generación y la posterior, al lado de "raros" como Germán Espinosa, R. H. Moreno Durán, Hugo Ruiz, Ricardo Cano Gaviria, Francisco Sánchez y Fernando Cruz Kronfly y otros más jóvenes que se inspiran en la gran literatura del este europeo de Broch, Musil y Mann. Hoy esos autores de enormes volúmenes o vastas trilogías serían rechazados por profundos y complejos. La nueva obra de Gómez, al parecer se inspira en esas novelas-río admirables pero condenadas hoy al silencio.
Mientras pueda acceder a la obra, que sin duda nos sorprenderá, quisiera destacar en esta actitud contra el descreimiento actual algo importante: que no solo si se publica en las grandes editoras multinacionales se tiene garantizado entrar a los cánones y que en estos tiempos volvemos por fortuna al ejercicio de la literatura en editoriales privadas pequeñas manejadas por verdaderos amantes del arte, como es el caso de Común Presencia, que aumenta cada día su catálogo con notables obras de poesía, ensayo y narrativa. En su sello y en otros que proliferan en el país, como Sílaba, se están refugiando por fortuna muchos notables autores colombianos.
La gran literatura latinoamericana, incluso la de Borges, fue publicada en editoriales pequeñas como Sur de Buenos Aires o Era de México y ahora por Corregidor de Buenos Aires. Muchos de los clásicos de la poesía dels siglo XX editaron sus obras a cuenta de autor, colaborando afectuosamente para su ilustración con artistas del momento. Ediciones confidenciales ayer son ahora joyas bibliográficas.
Sorprende también que después de publicar a lo largo de su vida una decena de libros de poesía y de ensayos en especial germanísticos, Gómez tuviera la osadía y fortaleza de arriesgarse en 2013 a publicar su novela total a una edad en que muchos ya se se dan por vencidos o hastiados y no quieren sacar fuerzas para lanzar al viento las palabras que con furia creativa han sacado del silencio.
Antes de publicar esta novela única, Gómez publicó Restauración de la palabra, El continente de los muertos, Movimientos sinfónicos, El viajero innumerable, Historia baladesca de un poeta, Las claves secretas, Faro de luna y sol y La noche casi aurora y en el campo del ensayo, Ensayos de crítica interpretativa, Función estética y social de la poesía, entre otros. La editorial Libros de la frontera de Barcelona, publicó en al año 2000 una antología de su poesía, y la editorial Trafo de Berlín editó dos antologías suyas en 2007, una en español, La ciudad delirante, y otra bilingüe: Stadt im Fieber.
El acto mefistofélico de Gómez y de Común Presencia es un ejemplo para todos los escritores del país, porque es el grito literario de un intelectual sólido del siglo XX colombiano. La literatura es vida y ejercerla es un asunto independiente del éxito, la fama, el ruido, la vanidad y las prebendas oficiales en vida. Su gesto es emancipador y nos anima a todos a seguir escribiendo novelas y libros improbables y a publicarlos contra viento y marea.

* Publicado en La Patria el domingo 23 de junio de 2013 

sábado, 15 de junio de 2013

EL BAÚL SECRETO DE MI PADRE

Por Eduardo García Aguilar
Nada más inquietante que enfrentarse a hurgar en los archivos dejados por el padre a su muerte, conservados dos décadas en un enorme baúl de los recuerdos que nadie se atrevía a abrir. Y mucho más cuando ese padre era un ser metódico, ordenado, amante de las leyes y la literatura, que iba dejando en cartapacios los avatares de su larga historia, cartas oficiales y familiares, escritos dispersos en la prensa o poemas escritos a mediados del siglo pasado, cuando tuvo que irse de su pueblo natal, Marquetalia, a causa de la violencia partidista.
Mi padre Alvaro, que murió a los 77 años en Bogotá y allí está sepultado al lado de mi madre, cumpliría cien años en este 2013 y con motivo de su centenarrio decidí abrir el baúl y observar los papeles donde está parte de la historia familiar y de la microhistoria del departamento de Caldas y el país en esos largos años. Ejemplo de esa microhistoria es que mi padre era primo hermano del gran músico caldense Ramón Cardona García, asesinado en 1959 en una atroz matanza en las alturas del Tolima.
Poco a poco se define en esos papeles la trayectoria de un hombre honrado de su generación a través de sus diversas edades y se observa cómo se va relacionando con la realidad y los problemas del país mientras trabaja sin descanso desde los 15 años, como el más responsable hijo de su numerosa familia.
Aquella generación excepcional fue de una valentía cívica indudable y como pertenecían a una época humanista donde aún la poesía, las letras, el pensamiento, los ideales, tenían algún sentido, pasaron como él mucho tiempo leyendo clásicos, explorando en los periódicos nacionales y anotando en cuadernos y libretas, en hojas dispersas, las ideas u obsesiones que los invadieron durante sus largas vidas como hijos de su época, marcada por dos guerras mundiales, la guerra fría, y los múltiples genocidios nacionales.
La vida de esos hombres fue de una permanente autoeducación. En la adolescencia y la juventud, desde 1928 y en los años 30 y 40, mi padre tuvo que trabajar mucho, pero en las diversas misiones que cumplió, sacó tiempo para dedicarse a lo que más le gustaba: leer, pensar, escribir artículos y poemas y discutir de literatura, historia y política con sus amigos, que en su mayoría eran liberales de izquierda.
Ni él ni sus amigos fueron gente de poder ni tuvieron grandes cargos, ni fueron senadores, representantes, embajadores o ministros, pero son el sustento de la historia real del país, a donde la luz de los historiadores casi nunca llega. Eran ciudadanos probos y por eso no se enriquecieron ni tuvieron éxito en sus empresas políticas, pues siempre optaron por las causas perdidas frente a la injusticia, el nepotismo y la corrupción colombianas.
Según veo al revisar sus archivos, sus amigos fueron humanistas liberales que se enfrentaron a la intolerancia
de los regímenes conservadores de Ospina y Laureano y por los tiempos iniciales del Frente Nacional, hombres de la línea dura del Movimiento Revolucionario Liberal, militantes del Frente Unido de Camilo Torres, sindicalistas, escritores como José Naranjo, que lo visitaban en su oficina del edificio Gonzalo Salazar, hoy Hotel Cumanday, al lado del café Osiris, diagonal con el Edificio El Escorial.
Era normal que en una ciudad tan conservadora como Manizales, dominada por una casta cerrada, ellos tuvieran todos un bajo perfil, por lo que los microhistoriadores deberían algún día estudiar esa parte secreta de la realidad, aplastada por los caudillos locales de la corrupción y la componenda política.
En los archivos descubrí los periódicos efímeros que publicaban los liberales y donde escribían y opinaban sobre política o literatura, pero lo más sorpresivo es la pequeña obra poética secreta, parte de la cual destruyó antes de morir, poemas que yo sabía había escrito y reencontré con su caligrafía inconfundible en diversas libretas.
Entre ellos se destaca el poema "A un terruño", que escribio en 1951, a los 37 años, después de abandonar Marquetalia a raíz de la persecución sufrida allí por los liberales. En ese bello poema canta a su tierra natal, a la que ya no podrá volver, desde el exilio en la fría Manizales.
En esta inicial exploración de los papeles descubrí sus años de telegrafista muy joven en su natal Marquetalia y en Marmato en los años 30, lugar estratégico por la minería, donde sin duda el telegrafista, conocedor de los códigos secretos del alfabeto Morse, debía saber muchas cosas secretas y riesgosas.
O sea que en ese baúl personal de mi padre arde un mundo lleno de historias, pues la vida es una novela donde, pasado el tiempo, encontramos que en cada historia modesta y trágica de un hombre se basa la historia de un país y sus regiones. A él le debo la literatura, y ahora él, minucioso heredero de los escribanos egipcios, me devuelve los detalles de su vida antes de la mía, como si fuera el gustoso contador de la Lámpara de Aladino.

* Texto publicado en La Patria. Manizales. 16 de junio 2013







sábado, 8 de junio de 2013

ENCUENTRO CON LOU DOILLON Y SU MÚSICA

Por Eduardo García Aguilar
Foto Kate Barry
Lou Doillon tal vez no sabe que en el lugar de la calle Vivienne donde la vi el miercoles vivió Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, autor de los maravillosos y terribles Cantos de Maldoror, una de las obras más extrañas de la literatura de los dos últimos siglos.
Ahí donde ahora hay un edificio de cemento horrendo estuvo una de las viejas casas parisinas donde residió el poeta nacido en Uruguay de padres franceses y que de retorno a Francia escribió su obra en un francés estremecedor, que hoy nos asombra y asusta.
La calle Vivienne es histórica porque ahí vivió Simón Bolívar en su primera estadía en la ciudad y porque alberga a la Biblioteca Nacional de Francia, a donde vinieron a estudiar todos los sabios de Europa y América, y en los tiempos modernos, Walter Benjamin, Jean Paul Sartre o Michel Foucault.
Lou Doillon está en esa puerta porque acaba de dar un concierto privado de su primer disco de rock, cantado en inglés, en la azotea del edificio de marras, en la sede de la revista alternativa rockera Magic, donde abundan los amigos del gran músico, compositor y  arreglista Etienne Daho, a quien admiro desde hace tiempos.
La voz de Lou Doillon, quien es la hija menor de la diva pop inglesa Jane Birkin y nieta de quien hizo el papel de la mujer de Tarzán en la película histórica, inunda toda la calle Vivienne, mientras suena su pequeña orquesta, compuesta por los mejores rockeros de París  convocados por Daho.
Lou canta ante un selecto público de cien personas invitadas por la revista Magic este día de excepcional sol que corta con siete meses de grisalla y depresión citadinas. Las copas de vino van y vienen.
Doillon es actriz y ha actuado en unas 20 películas que le han dado notoriedad. Como su madre ---que saltó a la fama entre otras cosas a los 16 años en la película Blow Up de Antonioni, por su vida con el gran compositor alcohólico Serge Gainsbourg o por la  famosa canción de escándalo donde hacía el amor con su viejo marido en "Je t'aime moi  non plus", a fines de los años 60---, Lou se ha hecho querer por su sencillez, frescura, fragilidad y sensibilidad artística y por la forma discreta como busca sus propios yacimientos sin dejarse aplastar por la celebridad de sus familiares.
Hace ya mucho, desde su adolescencia, su medio hermana Charlotte Gainsbourg, hija de Serge, es famosa en medio del escándalo y figura en  todas las portadas de las revistas por sus filmes, discos de rock y premios como actriz en Cannes en cintas terribles de directores nórdicos desquiciados. Su otra hermana mayor es Kate Barry. Lou era menos conocida y la prensa del corazón se preocupaba por ella, porque no es tan rica como su hermana y es tan  discreta y lúdica como su padre el director de cine Jacques Doillon, el amor por el que Jane Birkin abandonó a inicios de los años 80 al borracho Serge Gainsbourg, ante la mirada de toda Francia e Inglaterra atónitas.
Pero ahora es ella la que ha sorprendido con su primer disco titulado Places, que ganó el premio Victoria de la música y mereció elogios generalizados de la crítica. Lou ha compuesto en la soledad un grupo  de melodías de un rock ceñido y original donde se destacan letras íntimas que son pura poesía y embonan  perfectamente con los ritmos y los trenos de su música.
Yo estaba en el avión Bogotá-Paris de Air France hace una semana, desesperado sin saber que hacer en esas diez horas en que el viajero está encerrado en una cápsula asifixiante. En la pantalla buscaba con desespero películas, noticieros o discos que me salvaran del tedio, pero todo era previsible hasta que vi entre lo propuesto el diminuto ícono de la obra Places de Lou Doillon.
Ahí estaba su rostro, con esa belleza lánguida que mezcla los atributos de su madre Jane Birkin y los de su abuela, quien actuó de mujer de Tarzán en la famosa película al lado de Johnny Westmüller. Quedé seducido de inmediato. Escuché varias veces el disco y me di cuenta que era de  verdad algo nuevo, una obra de arte de riesgo, de gran unidad y que la voz grave y ceñida de Lou Doillon y sus palabras poéticas rebeldes me decían muchas cosas, más allá de las propias palabras, pues constituían una atmósfera extraña en esta dureza contemporánea del siglo XXI. La musicalización me pareció excelente y el todo un verdadero logro estético, como si ella hubiese descubierto en una alejada cantera un yacimiento inédito. Lou Doillon, desde la soledad, se salió con las suyas y creó arte con dolor y soledad. Así de simple.
Estoy este miércoles en la azotea viéndola frente a mi y un público privado y reducido de cien personas. Su cabellera ágil ondea por el viento. Lleva un saco vaporoso negro que cubre sus largos brazos como si fuese un ave romántica descrita por Hölderlin, una falda de seda estampada con flores diminutas de muchos colores bajo un fondo amarillo desleído que va  hasta la mitad de sus muslos muy blancos. Sus piernas libres empotradas en botas cherokee negras y ella ahí, alta y flaca, con el micrófono en la mano repitiendo para nosotros, para mí, las mismas canciones de su disco que escuché en el aburrido vuelo Bogotá-París.
Más tarde, a medianoche, cuando salía cansado de la redacción internacional de la AFP, que está en el mismo edificio, horas después de terminado el concierto, me encontré a Etienne Daho y lo felicité entusiasmado por su arreglos sin darme cuenta de que la mujer que estaba con él fumando un cigarrillo era precisamente Lou Doillon.
Y él me dijo de inmediato: "a la que hay que felicitar es a ella". Entonces le conté mi experiencia de escucharla en ese vuelo y le reiteré la sorpresa que fue para mi descubrir una obra de arte conquistada al descreimiento de muchos. Y entonces sentí su mirada transparente sobre mí y sus risas jugetonas y cómplices estallaron y empezaron a recorrer esa calle Vivienne solitaria, a medianoche, la misma calle y la misma puerta donde vivió Isidore Ducasse, el conde de Lautréamont.
Ahí estaba al fin solo yo con Lou Doillon y Etienne Daho conversando, en la soledad  de la primera noche casi veraniega. La poesía y el azar me llevaron a decirle a ella en persona lo que pensaba en secreto: que los poetas vuelan y la vida los junta al azar porque son de aire y de viento.


miércoles, 5 de junio de 2013

EDUARDO CARRANZA O EL SÚBITO GALOPE DE LOS ALAZANES FUNERARIOS: HOMENAJE POR EL CENTENARIO

Por Eduardo García Aguilar*


Los amigos de periodizaciones históricas encontrarían gran dificultad para situar a Eduardo Carranza en el panorama de las letras colombianas y latinoamericanas. Si fuera exacta la idea de que un movimiento sigue a otro por obra y gracia de un proceso evolucionista, la poesía, que es tal vez la forma más profunda y luminosa del conocimiento humano, perdería el carácter intemporal que hace de ella un relámpago sobre los siglos. En un Olimpo secreto y deliciosamente anacrónico, se reúnen los poetas y no encuentran dificultad para entenderse, por una razón muy simple : conocen la esencia de las cosas, o al menos perciben la imposibilidad de conocerla. Siempre, a través de los siglos, por encima de las guerras y de las catástrofes, el género humano producirá esos extraños seres que buscan detener lo imposible con palabras. El día en que en este mundo ya no haya luz y todo semeje una enorme caverna, habrá un solitario que cantará a los musgos, a la humanidad, a la tiniebla. Y ese canto, aunque es único, tiene la misma fuerza e idéntica liviandad en los tiempos de Propercio, de Joachim du Bellay o del poeta futuro.
Eduardo Carranza, que nació en 1913 en los extensos llanos orientales de Colombia, habría tenido que cantar a los aviones o a las bombas atómicas, si fuera cierto que las minucias del tiempo debieran reflejarse en el poema. Tal poesía cataloga objetos que se acaban y desedeña al hombre, sin saber que las ideas pasan y los hombres quedan, con sus paisajes y nostalgias, sus desdichas y triunfos. La voz de un poeta, aún la de aquellos desconocidos y secretos, es siempre una ventana que se abre a ciudades lejanas cuyas cúpulas tienen un brillo proporcional a la entrega de quien la pronuncia. En un poema de Carranza, dedicado a un gran poeta místico de Colombia que murió loco y siempre viajó a contracorriente, « Cantata en honor de Antonio Llanos », el poeta nos dice :

El día como un rojo gavilán

Volaba entre palmeras y cruzaba

Una venada blanca con su cinta

Azul. La juventud con una brasa

O un lucero en la mano atravesaba

Entre doncellas como una floresta

O una isla de árboles frutales.

«Lo que una vez ha sido será siempre ! »

Somos memoria solamente, tiempo

Con pisadas de música, de lluvia,

Como en tu poesía, maestro mío.

A veces a las playas del insomnio,

Vuelvo a encontrar los ángeles de entonces,

Las voces por los tiempos sepultadas

Los besos por el tiempo apenumbrados,

Los pasos que llevan al amor

Cubiertos de silencio y de nostalgia.

Y oigo latir el corazón del tiempo

Y el rumor submarino del pasado.

Oigo los sueños que suspiran y oigo

La luna andando, entre palmeras, sola.


Carranza publicó en 1936 « Canciones para iniciar una fiesta », convirtiéndose en el portaestandarte del « piedracielismo », movimiento poético que se reclamaba del mundo de Juan Ramón Jiménez. Era entonces un muchacho de 23 o 24 años. En ediciones delgadas, fakirescas, los piedracielistas Carlos Martín, Arturo Camacho Ramírez, Tomás Vargas Osorio, Gerardo Valencia y Darío Samper provocaron un escándalo en Colombia, no porque se dedicaran a asustar señoras sino porque retornaban a la voz de Garcilaso, buscaban en un mundo ideal los ritmos de una poesía que la ciencia, el progreso y la academia habían convertido en un horroroso lánguido camello de papier maché para opereta. Carranza y los piedracielistas hicieron una pequeña revolución en Bogotá al desnudarse lentamente y caminar flotando por la altiva floresta de nísperos y guamos. Un señor, muy piernijunto él, don Juan Lozano y Lozano, llegó a decir de ese movimiento que « en todo aquel galimatías de confusión palabrera no hay nada de original, nada de estable, nada de duradero. Para quienes tenemos una visión fuerte y grande de esa patria, constituye deber ineludible salir al encuentro de todo síntoma débil, morboso, extraviado, disociador, decadente, erostrático, que aparezca en el horizonte de la nacionalidad ».
Esa patria, esa nacionalidad, es para Carranza a veces « un deseo de llorar y a veces un deseo de cantar ». En las primeras obras del poeta los poemas no pesan y pareciera que se vuelan de la página para dejarla en blanco. Su mundo son olores, perfumes, aromas, sueños, jardines. Por lo que espíritus pesados que llevan siempre un ancla herrumbrosa como corazón , no podían ni podrán comprender esta poesía hedónica.
En los poemas de « El olvidado » (1948-1954), por ejemplo, dice « La primavera con sus largas piernas, / huía riendo como una muchacha » o « la llama blanca de un jazmín ardía » o « crecen, a veces, cuando estás dormida/ a través de tus sueños los jardines » o « El silencio dobla la esquina de tu calle » o « Una barca desciende, paralela,/ llena de flores, rumbo a la mañana » o « Se abren las puertas de la lluvia,/ y en algo entramos tan hermoso/ como una casa de aire y flores ».
Estos versos sacudieron la poesía de ese país sudamericano. Hasta ellos y poco antes de aparecer el recatado y maravilloso Aurelio Arturo, autor de Morada al sur, la poesía era una inmensa réplica de basílicas de cartón sobre las que cada día los cultores seudo grecolatinos del país, como Guillermo Valencia y otros menores discípulos suyos, colocaban con énfasis cada vez más asfixiante estatuas de cemento, cruces de acero, madonas de plástico, camellos de elásticas cervices, hermafroditas dormidos. Los poetas de entonces, con la excepción de Silva, el extraterrestre, terminaban por tradición de politiqueros en el « honorable » Senado de la República. La poesía era para ellos una variante del discurso, una forma menor de la arenga. Enfundados en sus lustrosas levitas, con sus sombreros chaplinescos y sus cuellos almidonados, los que tuvieron la desgracia de vivir en esos años, se alumbraban con cirios para escribir poemas sobre ataúdes de cedro. Como una corbata de plomo, el incienso se colgó de los versos para ahogarlos. Los de la Gruta Simbólica, todos ellos malditos, surgieron a finales del XIX para convertirse en la otra cara, mucho más lúgubre aún, de ese ejercicio que los piedracielistas vinieron a airear. En el desván de la poesía colombiana encontraron los fémures tallados y las pelvis con telarañas de Julio Flórez. Después de limpiar, quedaron flores, jardines, muchachas, cabelleras al aire, jugadoras semidesnudas de tenis, observadas con deseo, y eso era, de verdad, un peligro mortal para la patria, según don Juan Lozano y Lozano.
Escuchemos « Cantando en la lejanía » :

Crecen las flores hacia tus pestañas.

Te rodea la música lo mismo

Que a las islas el canto de la espuma,

Tu frente pura se deshoja en nubes

De silencio, de gracia, de nostalgia.

Como esa estela de flotantes nubes

Que sigue el curso de los grandes ríos,

Alta, celeste, vas sobre mi sangre.

Y en sus márgenes eres como una

Blanca floresta de alas y de sueños.

La mañana se acerca de puntillas

Como una doncella de rocío

En tu ventana y en tu voz aprende.

La tarde apoya su dorada frente

En tus cristales. Tu piensas la tarde.

Los ríos llevan hacia el mar su imagen

Que ha de brillar en los futuros nácares.

Qué invisible Pompeya de ademanes

Y de imágenes tuyas en el aire :

Por ella va mi alma, ojos absortos !

Antes de que las sombras del fin vinieran a perturbarlo para producir la eterna Epístola mortal, Carranza siguió cultivando con rebeldía una llama de alegría y de conciliación con la naturaleza como en « Se Canta a los llanos de la patria en metáfora de muchacha » o los sonetos de « Azul de ti », cuyos solos nombres indican su materia : « Alazul », « Muchacha como isla », « Soneto atravesado por un río », « María con un jazmín de lágrimas », « Espacio de mi voz », « Soneto asomado a la ventana » o « El poeta se despide de las muchachas ».
El poeta todavía está en el medio del camino de la vida y nada lo turba como una piel o unas manos, un aliento o una cabellera, una seda, un seno, unos ojos, un perfume. Este conjunto de textos gratos, que parecieron contradecir el sino trágico del desdichado, están, sin embargo, cruzados por un río siniestro. Detrás de lo más bello y puro, junto a las azules ventanas de un mundo imaginario, los demonios acechan y se ríen. En la blancura angelical de los sonetos, ciertas caries fatídicas son apenas cubiertas por el marfil de una felicidad que siempre trae su carga de desgracia. En estos versos de Carranza, el lúcido lector descubre tras el paraíso, los túneles, las cavernas, el ruido incontenible del detritus, el galope súbito de ciertos alazanes funerarios. Tanta belleza semeja el rostro florecido de una doncella muerta.
En « Los pasos cantados », dice :

… Bueno es a veces detenerse un poco

en medio del camino de la vida,

y mirar, a lo lejos, como absortos.

Vamos desde el recuerdo a la esperanza

Por el puente instantáneo del presente ;

Del ayer al mañana caminamos,

Unidos por el aire y por las flores.

Vamos pisando como un tenue prado

Ese niño que fuimos, caminamos

Pisando como un suelo de jardín

Enardecido, ese adolescente

Con su traje sonámbulo de besos

que también fuimos cuando Dios quería.

Como tierra mezclada con el cielo

Vamos pisando al joven de los sueños,

De los sueños,

De los sueños, de los sueños, de los sueños…


De ahí para adelante Carranza tratará de rescatar al niño ; y toda su poesía, que se carga de soledades, extranjeros y violetas, cantará la nostalgia de su mundo. Mientras la terrible antropolatría atea, con su carroza de ciencias y de técnicas, trataba encontrar razones para la sinrazón, Carranza seguía cabalgando en un corcel de niño. No estaba equivocado. El poeta, el verdadero instrumento de la palabra, es un niño eterno que ve morir su cuerpo, y celebra como un emperador el incendio de la propia ciudad de sus ensueños. La poesía es la perversa voz de los niños, una voz hermosísima y terrible. Es el ángel de Rilke que dicta tras la puerta. La gran tragedia de Carranza y de todos los seres humanos, es tener conciencia de haber sido infantes. La nostalgia de su voz, el recuerdo punzante de su contacto con la tierra y con el bosque, la memoria de un nido de pájaros destruido al azar, el sueño de una carretera polvorienta, son sólo algunas de las punzadas que nos hieren día a día. La juventud, que debería ser dicha, carga la sombra inatajable de su fin y una lágrima del tamaño del mundo nos inunda y ahoga. En el poema « El nino del retrato », dice el poeta :

Entre cuantos he sido me perturba,

Más que ninguno otro aquel

De la barca : vestido marinero

La frente que ya todo lo soñaba

Y ojos desamparados.

Y a veces me desvelo imaginando

Como tocar podré esa mano mía ,

Como podré volver a esa mirada

Donde volaban visionarios ángeles

Hacia mi ahora :

Donde los días caminan en silencio

Hacia el secreto adolescente triste

Y el joven victorioso en su relámpago

Y el que su vida atravesó, jinete

En rojo potro.

Me hago el dormido a veces esperando

Despertar a ese niño del retrato

Que duerme por los siglos de los siglos

-y en el fondo del tiempo y de mi vida –

y que ya te miraba.


Después, en Epístola mortal, que es uno de los poemas más logrados de su obra, Carranza se rebela contra la muerte. El gran poeta Propercio, furioso hace dos milenios porque Cinthya lo engañaba y se negaba a ser suya, desdeñando su amor, la poseyó para siempre en la eternidad del poema. Usando el poder que le confiere este arte maravilloso, la hace prisionera suya para siempre. De igual forma Carranza conjuró su fin en esta Epístola, que comienza diciendo :


Miro un retrato : todos están muertos;

Poetas que adoró mi adolescencia

Ojeo un álbum familiar y pasan

Trajes y sombras y perfumes muertos.

(Desangrados de azul yacen mis sueños)


Carranza pasa revista a su vida e invoca a los amigos, a las novias, a los paisajes, para decirnos que « somos antepasados de otros muertos » y que sólo esperamos « el tiro de gracia ». Esa verdad terrible aparece en todo su esplendor, y Carranza no tiene compasión para hacer sonar las trompetas del juicio. Este largo poema es totalmente disitinto del tono de su obra. Parece un dictado texto de la noche. El fruto de una ebriedad sobrenatural, la prueba de que el poeta es un elegido, un ser dotado de ciertos sentidos secretos. Si la poesía es una terrible enfermedad, Epistola mortal es el síntoma más notorio de que el virus glorioso ya domina su genio. Es la hora del llamado y el poeta que ya habló con los abismos cóncavos nos dice la verdad. Cada uno de los versos de este poema está dotado de una fuerza devastadora y quien lo lee no puede evitar estremecerse. La vista del funesto alegórico pudo haberlo acodado a esa revelación :


Las niñas de Primera comunión

De cuyas manos vuela una paloma,

Las blancas novias que arden en su hoguera,

Días y bailes, reyes destinados

Y coronas caídas en el polvo,

La manzana y el cámbulo, el turpial,

El tigre, la venada, los pescados,

El rocío, mi sombra, estas palabras :

Todo muriò mañana ! Ya está muerto.

El polvo es nuestra cara verdadera


Eso nos indica que Eduardo Carranza
si está vivo y anda hoy entre nosotros.


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* Ensayo publicado en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica en México D. F., en 1984, con motivo de la publicación de su obra en esa casa editora.



lunes, 3 de junio de 2013

MATRIMONIO GAY EN MONTPELLIER

Por Eduardo García Aguilar
Francia logró por fin esta semana, pese a la agitación provocada por las manifestaciones y disturbios organizados por la derecha y la ultraderecha, imponer la ley que autoriza el matrimonio de las personas del mismo sexo, en una ceremonia transmitida con toda pompa desde la ciudad de Montpellier, al sur del país.
Una entusiasta alcaldesa de edad madura, Hélène Mandroux, ofició la ceremonia en la que dos jóvenes hombres, Vinncent y Bruno, se dijeron el si frentre a la fotografía del mandatario francés François Hollande, una de cuyas promesas de campaña fue precisamente cumplirle a los homosexuales su reivindicación.
Se debe reconocer al presidente socialista francés el valor de cumplir las palabras de la campaña electoral, pese al largo y complejo proceso de adopción de la ley Taubira por el Congreso, en medio de multitudinarias manifestaciones, a veces violentas, organizadas por la Iglesia católica y una gran parte de los movimientos de derecha, aunque el sector más moderno y civilizado de ese bando optó por una posición más moderada.
Las manifestaciones multitudinarias abarrotaron varias veces las calles de París. Desde todos los pueblos, el campo, los suburbios, sacerdotes, obispos y arzobispos trajeron en buses a sus fieles, mayores y niños, familias enteras, que esgrimían pancartas donde se hablaba de la decadencia del país y se reiteraba la idea de que el matrimonio debe ser solo para un hombre y mujer dispuestos a reproducirse y a crear familia.
Más virulenta aun, la derecha católica se oponía a la posibilidad de que los homosexuales puedan adoptar hijos y crear familias, como ya ocurre en otros países del mundo. Las manifestaciones de mayo parecían ya el augurio de una especie de mayo de 1968 al revés, de derecha, y son impresionantes las imágenes de los grupos de choque enfrentándose ante la policía que vigilaba el recinto de la Asamblea Nacional.
La joven y bella portavoz del gobierno Najat Vallaud Belkacem, de origen marroquí, fue la enviada visible del gobierno a la ceremonia y con su radiante sonrisa y simpatía de sus treinta anos, elocuencia y  talento político, posó para las cámaras y declaró a quienes querían saberlo que no habrá marcha atrás y que el país de los Derechos Humanos se unía a la decena de países del mundo, entre ellos Argentina y España, que han optado por dar el derecho a los gays.
Los primeros en subir al altar de la República Francesa fueron dos apuestos y elegantes hombres, de 40 y 30 años respectivamente, quienes parecían preparados para la escena y a lo largo de la ceremonia, antes de la llegada de la oficiante y después ante el público y las tribunas, parecieron representar una especie de boda de familia real, equiparable a las recientes celebradas en Londres, Amsterdam o Mónaco.
En las afueras de la alcaldía la muchedumbre local celebró la boda con vítores y todo el país tuvo que ver el acto por el que se confirmaba que la ley triunfó y que la presión de la calle y de los políticos de derecha no impedirían dar el paso histórico que reconoce los derechos a una parte de la población marginada a lo largo de los siglos.
Las mismas manifestaciones opositoras se dieron en Francia hace más de tres décadas cuando la ministra Simone Veil y el gobierno de centro de Valéry Giscard d 'Estaing dieron el paso histórico de legalizar el aborto. Y la misma oposición suscitó en su momento la reivindicación de las mujeres sufragistas que reclamaban el derecho al voto primero y después la posibilidad del divorcio. Durante siglos la mujer fue considerada una menor de edad y solo después de muchas luchas ha logrado arrancar sus derechos a la intolerancia.
Por eso sin duda alguna el gobierno de Hollande pasará a la historia no solo por haberle cumplido la palabra a los homosexuales y lesbianas que votaron por él, sino por dar un nuevo impulso mundial a esta reivindicación necesaria. Hasta hace muy poco los homosexuales han sido perseguidos, estigmatizados, humib llados, discriminados en las escuelas y el trabajo. Y a lo largo de la historia han tenido que vivir su deseo y sus amores a contracorriente bajo el estigma pecaminoso, viviendo el atroz silencio al interior de su propias familias.
Reconocer sus derechos en público, en directo, ante todo el país, como ocurrió esta semana en Francia, es un triunfo para los sectores más progresistas de la humanidad que luchan contra la recrudescencia de la intolerancia en el mundo, pues en los países de dominio islamista los más arcaicos no solo persiguen a los homosexuales sino que cubren con la burka y confinan a las mujeres en casas o harems y crean tensiones en las sociedades democráticas donde quisieran imponer lo mismo.
La principal activista contra el matrimonio gay fue la Iglesia católica que paradójicamente ha vivido en los últimos años una crisis enorme al descubrirse que en su seno actuaron a lo largo del tiempo muchos sacerdotes pedófilos que abusaron de cientos de miles, tal vez millones de niños que debían cuidar en las escuelas.
No es ninguna sorpresa para nadie que la Iglesia ha servido en muchos casos de refugio para los homosexuales perseguidos que encontraron allí la paz que la sociedad intolerante de su tiempo nunca les dio. Razón por la cual el Vaticano, en vez de enfrentarse a esta realidad, debería legalizar en su seno la homosexualidad abiertamente y dar el derecho a los gays católicos de oficiar y ser sacerdotes como ocurre ya en otras iglesias protestantes, así como permitir que sacerdotes heterosexuales y homosexuales puedan vivir su vidas maritales ante el mundo sin miedo ni vergüenza.
Cuando la pareja de homosexuales se besaba ante el país entero, pensé en toda la tradición de literatura francesa y mundial donde los amores entre personas del mismo sexo son protagonistas. Por ejemplo en la histora de amor conflictiva entre los poetas Veraline y Rimbaud o en los poemas de Constantin Kavafis o en la gran novela  busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Antes de que la ley los legalizaran para siempre, las personas que aman a los de su mismo sexo vivían ya libreremente en la literatura y la ficción se ha hecho por fin realidad por el bien de la humanidad deseante y amante.
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* Publicado en Excélsior de México el 2 de junio de 2013.