Por Eduardo García Aguilar
Dasso
Saldívar vive desde hace mucho tiempo en Madrid, ciudad cuyos secretos
conoce como la propia palma de su mano. Originario de Amalfi, en
Antioquia, y nacido en 1951, ha dedicado su vida a la literatura y
durante décadas escrutó los pasos de Gabriel García Márquez, sobre quien
escribió la más minuciosa y detallada biografía bajo el título del
Viaje a la semilla, que ha tenido muchas ediciones y traducciones y será
presentada en una nueva edición revisada el próximo 3 de marzo en la
sede mundial del Instituto Cervantes, con la presencia del canario Juan
Cruz y el andaluz Felipe González.
La primera vez que lo vi fue
cuando se encontraba él hace unas dos décadas en la Ciudad de México
levantando y cotejando datos para escribir la parte mexicana de la vida
del Nóbel. Vestía entonces de blanco en ese verano azteca y con él
recorrí las calles centrales de la ciudad en busca de los inolvidables
rincones de la capital hispanoamericana donde el autor de Cien años de
soledad pasó medio siglo de su vida. En esas conversaciones
interminables descubrí que Dasso vive en y por la literatura y que su
oficio de lector no tiene límites. Como muchos autores de su generación
en Colombia, considera que es un gran premio ser lector y poder viajar
por las obras hacia todas las eras e instantes de la historia y la vida
de la humanidad.
En dos ocasiones coincidimos en las islas Gran
Canaria y Tenerife con motivo de la exposición itinerante dedicada al
Nóbel colombiano y allí sentimos con toda claridad los vasos
comunicantes y los puentes existentes entre esos islotes donde se
detenían las naos de Colón y otros viajeros antes de atravesar el
Atlántico hacia la aventura. En esas callejuelas, frente a plazas
antiguas de piedra e iglesias construidas mucho antes del descubrimiento
de América, hablamos como siempre de literatura, pero al mismo tiempo
acompañados por amigos de Tenerife exploramos las escarpadas cumbres
volcánicas de esa isla, que parece un secreto remanso antidiluviano.
Dasso entonces también vestía de blanco y lucía un sombrero andaluz de
amplias alas para conjurar los insistentes rayos de sol del interminable
crepúsculo.
En la Gran Canaria se celebraba la feria del libro y
en todas las esquinas se veía la inmensa fotografía del gran novelista
de esa tierra, Benito Pérez Galdós o se podía uno cruzar con el poeta
Leopoldo María Panero, que salía libre de su residencia en un hospital
psiquiátrico para firmar sus libros en un puesto de libros de ocasión.
Esa vez, después de fatigar las noches y sus piedras centenarias, o los
bellos rincones junto al céntrico Ateneo de la localidad, acudíamos a
saludar el mar con Luis Armando Soto, otro apasionado de la cultura y
del arte.
Ahora en Madrid nos hemos encontrado de nuevo y
caminamos como siempre por las calles intrincadas de la gran capital del
mundo hispano tras los pasos del viejo Cervantes, de quien se celebran
este año los cuatrocientos años de su muerte, junto con William
Shakespeare, también ido del mundo ese mismo 1616. Debo a Dasso la
primera visita de mi vida al lugar donde el autor del Quijote fue
sepultado en un convento en la calle Lope de Vega, que lleva el nombre
de su gran enemigo, y por eso he recalado esta vez en el Hostal
Fernández, a unos pasos de la casa donde vivió y murió el padre máximo
de quienes escribimos en castellano.
Caminamos en una
excepcional noche gélida por las calles y avenidas y aledañas al Paseo
del Prado y por los amplios espacios donde se destaca el ayuntamiento y
la plaza Cibeles y hemos terminado en el bar restaurante del Círculo de
Bellas Artes de Madrid, donde él ha evocado sus lecturas de Borges,
Pessoa y tantos más junto a la preciosa escultura en mármol de una bella
yaciente desnuda esculpida en Roma en 1900 y bajo los cuadros que
recuerdan el esplendor de esa generación modernista encabezada por
Sorolla y Zuloaga.
En su casa del centro de Madrid, no lejos de
los lugares más bellos y emblemáticos de la capital del castellano,
Dasso Saldívar vive al lado de su esposa Reina y sus hijos rodeado de
libros que cuida como las pupilas de sus ojos. Y a cada instante se
levanta para traer un volumen y leer alguna cita que cae como anillo al
dedo a la conversación. Puede ser un libro de Erich Fromm, el Libro del
desasosiego de Pessoa, alguna colección de conferencias de Jorge Luis
Borges, Ovidio, Horacio, Virgilio, Rilke o Virginia Woolf, porque todos
los libros estan ahí a su mano como en el propio Aleph, ojo desconocido
desde donde se pueden consultar las bibliotecas del mundo y viajar hacia
los siglos.
En ese apartamento largo lleno de libros Dasso
Saldívar recibe a sus grandes amigos colombianos y compañeros de
generación William Ospina y Héctor Abad Faciolince cuando pasan por
Madrid y caminan con él por las calles de Madrid en busca de librerías
de viejo o lugares cargados de historia, guerras, esplendores, las vidas
de Goya o Velásquez o las aventuras de Rubén Darío o Valle Inclán.
Ospina y Abad son sus interlocutores más cercanos y también quienes
comentan en contraportada Los soles de Amalfi, primera novela publicada
hace poco por Dasso en la editorial Navona y que es una de las obras
narrativas más notables de la literatura colombiana de las últimas
décadas.
En ella, Dasso hace su propio viaje a la semilla a
través de la voz de la abuela y el nieto en medio de los bucólicos
paisajes de una Antioquia agraria de infancia poblada de cocuyos,
duendes, ánimas, pájaros y otros seres humanos del mal y del bien que
rondan en los caminos de arriería y en las riberas de las quebradas bajo
la lluvia o el viento. Esta obra notable es única pues está escrita
como la huella digital de un gran autor que evoca aquellos tiempos
alejándose del coloquialismo y el costumbrismo para izarse hacia los
caminos de un lenguaje poético que es a la vez realidad y esencia de
vidas.
Al día siguiente, antes de partir de Madrid, nos hemos
dado cita en la oficina del Instituto Caro y Cuervo, en la sede del
Instituto Cervantes, y allí junto a las amplias fotos del filólogo
Rufino J. Cuervo en su biblioteca de París hemos conversado con Martín
Gómez de libros y literaturas colombianas recientes. Queda poco tiempo y
la charla se traslada a un café, donde se convierte en un lanzamiento
acelerado de cartas sobre la mesa en torno a literatura, poesía, novela,
industria editorial, realismo, retóricas, famas súbitas y olvidos
tenaces, porque los libros siempre nos invitan a la pasión y tres
bibliómanos, bibliópatas, bibliófagos como Saldívar, Gómez y yo no
podíamos más que agotar las horas con premura al calor del sol y unos
vinos.
Nos despedimos y Dasso Saldívar se difumina en esas calles
donde ha caminado durante cuatro décadas. Va rumbo a su estudio, donde
ajusta las últimas versiones de su nueva novela sobre los años de exilio y
destierro de Manuelita Sáenz en un puerto del Pacífico, no lejos de
donde vivía también el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez. Ahora lee la
Carta de Jamaica en un pequeño y viejo volumen Crisol empastado en
cuero. Trata de dar vida a los últimos largos pedazos vitales de estos
dos amigos fieles del Libertador, quienes le sobrevivieron en la pobreza
y el silencio mucho tiempo. Al verlo alejarse siento que ha viajado de
repente a mediados del siglo XIX y que las ánimas de Manuelita y los dos
Simones lo esperan en alguna taberna del Madrid dieciochesco para
hablar de las horas, la gloria y el olvido.
sábado, 20 de febrero de 2016
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