sábado, 20 de febrero de 2016

TARDES CON DASSO SALDÍVAR EN MADRID

Por Eduardo García Aguilar
Dasso Saldívar vive desde hace mucho tiempo en Madrid, ciudad cuyos secretos conoce como la propia palma de su mano. Originario de Amalfi, en Antioquia, y nacido en 1951, ha dedicado su vida a la literatura y durante décadas escrutó los pasos de Gabriel García Márquez, sobre quien escribió la más minuciosa y detallada biografía bajo el título del Viaje a la semilla, que ha tenido muchas ediciones y traducciones y será presentada en una nueva edición revisada el próximo 3 de marzo en la sede mundial del Instituto Cervantes, con la presencia del canario Juan Cruz y el andaluz Felipe González.
La primera vez que lo vi fue cuando se encontraba él hace unas dos décadas en la Ciudad de México levantando y cotejando datos para escribir la parte mexicana de la vida del Nóbel. Vestía entonces de blanco en ese verano azteca y con él recorrí las calles centrales de la ciudad en busca de los inolvidables rincones de la capital hispanoamericana donde el autor de Cien años de soledad pasó medio siglo de su vida. En esas conversaciones interminables descubrí que Dasso vive en y por la literatura y que su oficio de lector no tiene límites. Como muchos autores de su generación en Colombia, considera que es un gran premio ser lector y poder viajar por las obras hacia todas las eras e instantes de la historia y la vida de la humanidad.
En dos ocasiones coincidimos en las islas Gran Canaria y Tenerife con motivo de la exposición itinerante dedicada al Nóbel colombiano y allí sentimos con toda claridad los vasos comunicantes y los puentes existentes entre esos islotes donde se detenían las naos de Colón y otros viajeros antes de atravesar el Atlántico hacia la aventura. En esas callejuelas, frente a plazas antiguas de piedra e iglesias construidas mucho antes del descubrimiento de América, hablamos como siempre de literatura, pero al mismo tiempo acompañados por amigos de Tenerife exploramos las escarpadas cumbres volcánicas de esa isla, que parece un secreto remanso antidiluviano. Dasso entonces también vestía de blanco y lucía un sombrero andaluz de amplias alas para conjurar los insistentes rayos de sol del interminable crepúsculo.
En la Gran Canaria se celebraba la feria del libro y en todas las esquinas se veía la inmensa fotografía del gran novelista de esa tierra, Benito Pérez Galdós o se podía uno cruzar con el poeta Leopoldo María Panero, que salía libre de su residencia en un hospital psiquiátrico para firmar sus libros en un puesto de libros de ocasión. Esa vez, después de fatigar las noches y sus piedras centenarias, o los bellos rincones junto al céntrico Ateneo de la localidad, acudíamos a saludar el mar con Luis Armando Soto, otro apasionado de la cultura y del arte.
Ahora en Madrid nos hemos encontrado de nuevo y caminamos como siempre por las calles intrincadas de la gran capital del mundo hispano tras los pasos del viejo Cervantes, de quien se celebran este año los cuatrocientos años de su muerte, junto con William Shakespeare, también ido del mundo ese mismo 1616. Debo a Dasso la primera visita de mi vida al lugar donde el autor del Quijote fue sepultado en un convento en la calle Lope de Vega, que lleva el nombre de su gran enemigo, y por eso he recalado esta vez en el Hostal Fernández, a unos pasos de la casa donde vivió y murió el padre máximo de quienes escribimos en castellano.
Caminamos en una excepcional noche gélida por las calles y avenidas y aledañas al Paseo del Prado y por los amplios espacios donde se destaca el ayuntamiento y la plaza Cibeles y hemos terminado en el bar restaurante del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde él ha evocado sus lecturas de Borges, Pessoa y tantos más junto a la preciosa escultura en mármol de una bella yaciente desnuda esculpida en Roma en 1900 y bajo los cuadros que recuerdan el esplendor de esa generación modernista encabezada por Sorolla y Zuloaga.
En su casa del centro de Madrid, no lejos de los lugares más bellos y emblemáticos de la capital del castellano, Dasso Saldívar vive al lado de su esposa Reina y sus hijos rodeado de libros que cuida como las pupilas de sus ojos. Y a cada instante se levanta para traer un volumen y leer alguna cita que cae como anillo al dedo a la conversación. Puede ser un libro de Erich Fromm, el Libro del desasosiego de Pessoa, alguna colección de conferencias  de Jorge Luis Borges, Ovidio, Horacio, Virgilio, Rilke o Virginia Woolf, porque todos los libros estan ahí a su mano como en el propio Aleph, ojo desconocido desde donde se pueden consultar las bibliotecas del mundo y viajar hacia los siglos.
En ese apartamento largo lleno de libros Dasso Saldívar recibe a sus grandes amigos colombianos y compañeros de generación William Ospina y Héctor Abad Faciolince cuando pasan por Madrid y caminan con él por las calles de Madrid en busca de librerías de viejo o lugares cargados de historia, guerras, esplendores, las vidas de Goya o Velásquez o las aventuras de Rubén Darío o Valle Inclán. Ospina y Abad son sus interlocutores más cercanos y también quienes comentan en contraportada Los soles de Amalfi, primera novela publicada hace poco por Dasso en la editorial Navona y que es una de las obras narrativas más notables de la literatura colombiana de las últimas décadas. 
En ella, Dasso hace su propio viaje a la semilla a través de la voz de la abuela y el nieto en medio de los bucólicos paisajes de una Antioquia agraria de infancia poblada de cocuyos, duendes, ánimas, pájaros y otros seres humanos del mal y del bien que rondan en los caminos de arriería y en las riberas de las quebradas bajo la lluvia o el viento. Esta obra notable es única pues está escrita como la huella digital de un gran autor que evoca aquellos tiempos alejándose del coloquialismo y el costumbrismo para izarse hacia los caminos de un lenguaje poético que es a la vez realidad y esencia de vidas.
Al día siguiente, antes de partir de Madrid, nos hemos dado cita en la oficina  del Instituto Caro y Cuervo, en la sede del Instituto Cervantes, y allí junto a las amplias fotos del filólogo Rufino J. Cuervo en su biblioteca de París hemos conversado con Martín Gómez de libros y literaturas colombianas recientes. Queda poco tiempo y la charla se traslada a un café, donde se convierte en un lanzamiento acelerado de cartas sobre la mesa en torno a literatura, poesía, novela, industria editorial, realismo, retóricas, famas súbitas y olvidos tenaces, porque los libros siempre nos invitan a la pasión y tres bibliómanos, bibliópatas, bibliófagos como Saldívar, Gómez y yo no podíamos más que agotar las horas con premura al calor del sol y unos vinos.
Nos despedimos y Dasso Saldívar se difumina en esas calles donde ha caminado durante cuatro décadas. Va rumbo a su estudio, donde ajusta las últimas versiones de su nueva novela sobre los años de exilio y destierro de Manuelita Sáenz en un puerto del Pacífico, no lejos de donde vivía también el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez. Ahora lee la Carta de Jamaica en un pequeño y viejo volumen Crisol empastado en cuero. Trata de dar vida a los últimos largos pedazos vitales de estos dos amigos fieles del Libertador, quienes le sobrevivieron en la pobreza y el silencio mucho tiempo. Al verlo alejarse siento que ha viajado de repente a mediados del siglo XIX y que las ánimas de Manuelita y los dos Simones lo esperan en alguna taberna del Madrid dieciochesco para hablar de las horas, la gloria y el olvido.

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