lunes, 28 de diciembre de 2009

JOSÉ EMILIO PACHECO EN LA CASA SILVA


Por Eduardo García Aguilar
El pasado agosto, en la penumbrosa Casa de Poesía Silva de Bogotá se presentó el poeta mexicano José Emilio Pacheco (1939), quien acaba de obtener el consagratorio Premio Cervantes, semanas después de recibir el Reina Sofía de poesía. Aquella tarde de viernes en Bogotá caminé por la séptima y luego por las calles de La Candelaria para llegar a tiempo a la casa del suicida autor de Gotas amargas y De sobremesa.
Las calles estaban llenas de gente, en las esquinas viejos cantantes de tango engominados interpretaban la Cumparsita y decenas de saltimbanquis y mimos hacían piruetas para el público vespertino de la multitudinaria Bogotá. Como muy pocas veces regreso a Colombia, me emocionaba caminar entre el gentío por la séptima, comprobando que seguía siendo el dominio de la plebe de barrios bajos y suburbios, de los desempleados y empleados modestos que se apresuran a tomar el transporte colectivo o estudiantes que se despliegan a encontrarse con amigos en alguna taberna improvisada.
Sin duda hervían también por esas calles carteristas, cuchilleros, espías del DAS y vendedores de lotería, mendigos y estudiantes pobres de universidades y colegios públicos. Y en medio de esa barahúnda, el chilango José Emilio Pacheco trataba de llegar a la Casa de Poesía Silva sorteando en el vehículo en que lo llevaban el embotellamiento infernal de las calles bogotanas.
Como yo iba a pie conmovido por el reencuentro con la entrañable Bogotá que sólo veo de cuando en vez, pude llegar a tiempo al santuario de la poesía colombiana como un caminante de los tiempos de la Gruta Simbólica de Julio Flórez, mirando con nostalgia las pequeñas fondas y las colegialas que volantoneaban por las calles de la vieja Bogotá colonial con minifaldas cuadriculadas color verde savia y camisas blancas cubiertas por un modesto suéter café. No podía perderme al poeta Pacheco en La Candelaria.
En la Casa Silva me encontré con Hugo Chaparro Valderrama y Genoveva que ya estaban en segunda fila, con la poeta bogotana Eugenia Sánchez Nieto y con Alberto y Margarita Ruy Sánchez, en primera fila, quienes esperaban al sabio mexicano. Tras una espera entró por fin Pacheco, quien con sentido de humor contó las peripecias de sortear en vehículo las intrincadas calles coloniales bogotanas parecidas a las de una agitada Shanghái de tiempos de entreguerra o una lejana Calcuta bengalí, caótica y alegre, demencial, cómica, grotesca y terrible, pero en el fondo real, surreal y llena de vida.
Pacheco, con el inconfundible rostro pálido enmarcado por gafas cuadradas de carey y el corte de pelo de eterno adolescente aplicado de los años 50, se colocó en la mesa, posó a un lado su novedoso bastón valleinclanesco, y lejos de la solemnidad que suelen agenciar los autores, distendió el ambiente con bromas y chistes para excusarse por el retardo y desde ese instante hasta al final leyó versos y prosas de sus dos últimos libros y creó un especial ambiente de informalidad agradecido por los asistentes que llenábamos la sala central y las adyacentes, en espera del “canelazo” santafereño que nunca llegó.
El autor de Morirás lejos y Batallas en el desierto obtuvo hace años el Premio de la Casa Silva, primer galardón de carácter continental que mereció cuando era sólo considerado un polígrafo, autor raro, extraño erudito rodeado de libros en su casa de la colonia Condesa de la ciudad de México, no lejos de la Capilla Alfonsina de su maestro Alfonso Reyes. Y verlo ahí esa noche de agosto entre los aires santafereños y decimonónicos nos parecía un hecho insólito, salido de la novela De sobremesa de Silva o de las historias excéntricas de Joris-Karl Huysmans, ambos autores simbolistas y decadentes. Era una lectura histórica que no se podía perder un colombiano que ama a México y a toda su profunda tradición poligráfica. Sólo faltaba la gigantesca tortuga recamada de esmeraldas de Des Esseintes.
Durante los tres lustros que viví en México comprobé que José Emilio Pacheco ha sido para los mexicanos una universidad permanente a distancia, ejercida a través de la columna semanal Inventario, publicada inicialmente en Proceso, ventana minuciosa a todas las literaturas del mundo y una revisión crítica de los autores mexicanos y latinoamericanos olvidados o por conocer. Con una prosa transparente, sin escándalos y con profunda generosidad magisterial de erudito, Inventario ha creado vocaciones entre los nuevos e incitado las curiosidades de los infectados literarios. Esperábamos cada semana ansiosos ese texto para partir luego a las librerías de viejo de la calle Donceles a hallar libros de los autores recomendados por él.
Sus novelas cortas también han sido un descubrimiento, como Batallas en el desierto, donde despunta el erotismo desde la perspectiva adolescente en el vientre romano de la ciudad de México, cuando aún era una región transparente del aire, o en Morirás lejos, sobre los avatares de la diáspora judía, ambas publicadas por Era. Su poesía, entregada gota a gota a través de las décadas, es una conversación sobre las cosas esenciales, desprovista de himnos, engolamientos y corbatines tan usuales en la poesía escolar y juiciosa de México y otros países latinoamericanos.
La primera vez que vi a Pacheco fue a principios de los años 80, presentado a él entre la algarabía mexicana una noche tras una presentación de libros, por uno de los más brillantes compañeros de su generación, el gran poeta Francisco Cervantes, el ya fallecido rebelde lisboeta-queretano con quien están en deuda en México en estos momentos de olvidos y consagraciones.
Otra vez lo vi en la Feria del Libro de Guadalajara en 2006 para comprobar en directo la memoria asombrosa que lo puebla, cuando recordó de inmediato con escalofriante precisión un artículo mío de un cuarto de siglo antes sobre la traducción suya de Epístola: In Carcere et Vinculis (De profundis) de Oscar Wilde, publicada por Seix Barral, en 1980, y la última en el hotel Tequendama de Bogotá, al día siguiente del recital en Casa Silva, al lado de los novelistas Elmer Mendoza y Oscar Collazos.
José Emilio Pacheco ha sido para muchos el ejemplo más transparente de lo que es el ejercicio literario. Estar en la literatura y para la literatura sin aspavientos, lejos del mundanal ruido pero entre el ruido mundanal de las calles, habitado por la curiosidad permanente de conectarse con los fantasmas de los escritores que pueblan el reino del olvido.
Por eso hay que creerle cuando dijo, al conocer la noticia del Premio Cervantes, que “no soy ni el mejor poeta de mi barrio”, porque sabemos con él que Sócrates sólo era el mejor filósofo de la plaza del pueblo y Miguel de Cervantes Saavedra sólo un pequeño escribano que soñaba con un nombramiento en Cartagena de Indias, en la Nueva Granada, y fracasó en el intento.

domingo, 20 de diciembre de 2009

LA GRAN FARSA ECOLOGICA DE COPENHAGUE



Por Eduardo García Aguilar


La década termina con el intento fallido de los poderosos del mundo en Copenhague por tratar de reducir la contaminación del planeta y la destrucción de los recursos naturales, que supuestamente nos llevan al calentamiento global. La reunión, que fue preparada durante mucho tiempo y tuvo propaganda a diestra y siniestra, en un bombardeo asfixiante de temas por radio, prensa y televisión multinacionales, concluyó en el caos, ya que las potencias y los grandes grupos económicos no podían aceptar medidas que fueran en su detrimento en tiempos de crisis económica.


Las potencias ya instaladas de Europa y América, que basaron su progreso en la destrucción del planeta en el último medio milenio de guerras y colonizaciones, no desean bajarse del tren de consumismo y riqueza en el que viajan cómodamente y que uno puede percibir en los aires cuando viaja de noche en avión sobre el orbe y ve la impresionante mancha lumínica que cubre a todos los países ricos del norte. Las potencias emergentes como China, India y Brasil y los países pobres que apenas comienzan a saquear sus riquezas de manera atónoma, no quieren renunciar a ese usufructo a cambio de nada, cuando los ricos ya están asentados cómodamente desde hace siglos en la explotación indiscriminada del planeta.


Las naciones asiáticas y mediorientales ricas, donde la gente viajaba hasta hace poco en bicicleta, quieren ahora ir en autos enormes y construir rascacielos y nuevas copias de Nueva York, como ocurre en Shangai, Dubai y Singapur. En América Latina el sueño de las ciudades y los pueblos es hacer avenidas y puentes de cemento, llenarse de autos y celebrar felices que el esmog las cubra hasta la asfixia. Zonas enteras del pasado con riquezas culturales invaluables son arrasadas cada día para hacer estacionamientos y construir urbanizaciones que son hongos interminables de cemento.


Las familias latinoamericanas no quieren tener un solo auto en casa sino un carro por persona y no poseer uno de esos vehículos es considerado un verdadero fracaso vital en los países del tercer mundo. La vida de los hombres pobres se reduce a ahorrar para comprar un carro, ojalá el más grande y contaminador posible. En las ciudades los gobernantes son felices derrumbando los barios antiguos e inaugurando cada semana puentes, rascacielos y avenidas. Un alcalde o un gobernador latinoamericano que no cubra de cemento sus campos y no abra boquetes para dar paso al dios automóvil es un funcionario fracasado. En una megalópolis monstruosa como la Ciudad de México, la locura llega hasta construir autopistas de varios pisos donde los habitantes son felices pasando horas y horas atrapados por el congestionamiento en los viaductos y en los periféricos en medio del estrés.


Los ríos están contaminados y son caños hediondos de detritus y desperdicios innombrables, las montañas nevadas se derriten y los bosques se vuelven desiertos ante la indiferencia de los humanos que celebran ese apocalipsis como el signo del desarrollo y el progreso y el aumento del PIB. Los cielos están inundados de aviones y el turismo de masa ha banalizado el viaje dejando una estela de basura por donde pasa la muchedumbre devastadora de los vacacionistas agitados, cuya mente manipula la propaganda de las grandes agencias de viajes. Ya estamos muy cerca de los paisajes impresionantes de Blade Runner, esa gran película de culto que imagina el mundo a donde nos conduce la idea de progreso y desarrollo que ha dominado las políticas gubernamentales a lo largo del siglo XX.


Aunque ya fue un progreso que en todo el mundo se planteara cambiar de actitud frente al derroche de agua, la deforestación, el crecimiento del parque vehicular y la idea de progreso a toda costa, la confusión de los representantes de las distintas regiones del mundo, como si estuviesen en una Torre de Babel, nos muestra que la humanidad sigue su camino ineluctable a la autodestrucción.


Pero hay algo también sospechoso en la súbita unanimidad neo-ecologista de las grandes multinacionales que mostraron esta semana la propaganda de sus nuevos inventos, al parecer con la anuencia de las grandes potencias y los grandes capitales multinacionales. Tal vez ya se están preparando para aprovechar el próximo agotamiento de los combustibles fósiles, subirse al rentable tren de las nuevas tecnologías alternativas e instaurar así una nueva hegemonía que apenas podemos imaginar los habitantes de este comienzo de siglo que por desgracia, a no ser que nos clonen, ya no estaremos vivos en 2050.


Asustan esas propagandas idílicas de los molinos de viento eólicos del futuro, las placas de energía solar y otras supuestas maravillas que vimos en estos últimos días en publicidad por la cadena mundial televisiva CNN. También es extraña la imposición televisiva de esa nueva religión neo-ecológica para ricos que se impone poco a poco y que puede ser una cortina de humo para esconder el verdadero problema de la pobreza y la miseria extremas que reinan en todos los países subdesarrollados del sur y en los suburbios repletos de inmigrantes en las grandes potencias. Es sospechoso que de repente todos los tiranos, magnates y presidentes del mundo se hayan convertido en ovejitas neo-ecológicas en Copenhague y que mientras hacen la guerra y gastan miles de millones en armamentismo propugan por jugar a la lechera bucólica de Vermeer o a la campesina lavandera junto a idílico riachuelo nórdico y el paisaje de estampa ideal.


Todos esos maleantes hipócritas que gobiernan el planeta nos han engañado en Copenhague. Durante una semana hablaron de ecología y energías alternativas, pero al regresar a sus atribulados países seguirán haciendo la guerra, enviando tropas, bombardeando, destruyendo el campo y llenando sus países de aviones, tanques, autos, avenidas, supermercados y productos de consumo innecesarios que ellos mismos fabrican y venden a una población hipnotizada por la propaganda de la televisión.


domingo, 29 de noviembre de 2009

LOS DESCUBRIDORES DEL AGUA TIBIA LITERARIA


Por Eduardo García Aguilar

Algunos escritores latinoamericanos suelen por estas fechas quejarse en foros hispánicos y universidades de que en América Latina se nos ha prohibido escribir sobre temas universales, en especial por culpa de Gabriel García Márquez y el boom latinoamericano y quieren convencer a sus auditorios de que acaban de revolucionar la literatura continental al escribir sobre asuntos europeos, medorientales o asiáticos que no tienen nada que ver con sus pobres y despreciables países de origen.

Estos autores se quejan de que los europeos le exigen a los latinoamericanos escribir únicamente sobre temas locales y folclóricos, cosa que ellos afirman estar remediando desde hace unos años con sus novelas, por lo que se posicionan ya como las nuevas Juana de Arco de la literatura hemisférica, aunque al final sólo serán clasificados como los grandes descubridores del agua tibia. Olvidan que autores "cosmopolitas" como Jorge Luis Borges y Octavio Paz ya fueron editados por los malvados europeos que supuestamente nos ignoran, en la prestigiosa colección de la Pléiade de la editorial Gallimard, en Francia.

Suelen las nuevas generaciones literarias de todos los tiempos tratar de desembarazarse de susancestros y proclamar con estruendo que van a cambiar el mundo y las letras gracias a sus desplantes y excentricidades. Eso está bien en autores adolescentes hijos de Rimbaud o impetuosos jóvenes de 25 años que miran el mundo con la novedad romántica de quienes acaban de acceder a la adultez. Pero estos "noveles" autores latinoamericanos ya calvos y barrigones que se posicionan ahora como los estoqueadores en el coso tauromáquico de las letras del pobre Gabriel García Márquez y el boom hacen más bien el ridículo o, a lo máximo, dan ternura.

Además, antes que ellos, dos o tres generaciones de brillantes autores latinoamericanos se proclamaron demoledores de sus ancestros, pero con mucha mayor precocidad que ellos, pues al menos en Colombia, además de Andrés Caicedo, los autores anteriores a éste se destacaron desde muy jóvenes con obras notables y acciones mucho más rebeldes y sólidas, de las que pronto avanzaron hacia vastas obras en el campo del ensayo, la novela o la poesía.

Cualquier estudioso atento de la literatura latinoamericana sabrá que desde siempre los autores de este continente han hablado de tú a tú con todas las literaturas del orbe y, para mejor ejemplo, recordemos a la generación modernista, encabezada por Rubén Darío, un autor que no sólo recorrió todos los países del continente escribiendo en sus principales diarios y tuvo como centro a la gran Buenos Aires, sino que posteriormente viajó a Europa y allí desarrolló una obra universal con temáticas universales.

Y como el gran Rubén Darío, puede decirse que tal fue el caso de todos sus compañeros de generación, como José Enrique Rodó, Amado Nervo, José Juan Tablada, Leopoldo Lugones, Julio Herrera y Reissig y Enrique Gómez Carrillo, el guatemalteco que escribió toda su obra en el viejo continente abordando temas mundiales hasta el día de su muerte prematura a los 54 años y que cubrió la primera guerra mundial y estuvo presente en deflagraciones asiáticas y mediorientales dejando una vasta obra que está por descubrir.

Casi todos esos autores exploraron las culturas universales y tanto en la poesía como en la prosa escribieron sobre Grecia, Japón, India, Oriente Medio, Rusia, Inglaterra, África y todos los puntos cardinales posibles o viajaron en sus obras por las leyendas y los mitos universales. Sus discípulos de la generación posterior, afincados por lo regular en París o Madrid, siguieron su ejemplo, por lo que sería interminable la lista de obras en que los grandes autores latinoamericanos del siglo XX abordaron temas universales en sus novelas, ensayos y poesías: Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Jorge Zalamea, Baldomero Sanín Cano, Arturo Uslar Pietri, Octavio Paz, Julio Cortázar, Álvaro Mutis, Gonzalo Rojas, son apenas algunos de esos nombres y eso sin mencionar a decenas y decenas de autores menos conocidos del siglo XX que hicieron lo mismo que nosotros: viajar, leer y tratar de comerse el mundo con sus palabras.

Resulta pues incomprensible que estos autores de best-sellers traten ahora de vender gato por libre haciendo creer a los desinformados que antes de ellos sólo hubo en la literatura latinoamericana autores terrígenos, naturalistas, folclóricos o telúricos. Hubo por supuesto episodios cíclicos de literatura terrígena, lo que de paso nada tiene de malo cuando releemos obras tan extraordinarias como La Vorágine de José Eustasio Rivera, Los Ríos profundos de José María Argüedas, o Pedro Páramo y El llano en llamas de Juan Rulfo, pero en términos generales los autores del continente han sido cosmopolitas incluso si en momentos de su trayectoria quisieron contar lo que sucedía en el terruño. Quienes conocieron a Rulfo saben que no sólo fue un gran fotógrafo moderno sino un lector insaciable de literatura universal, que estaba informado de todo.

El ejercicio de la novela es un espacio de libertad. Por eso un autor libre no debe limitarse ni a lo uno ni lo otro ni exigirle a otros que se limite: es tan legítimo hablar de las ciudades donde uno creció y amó, como explorar en la fantasía o contar sucesos de otras partes del planeta entre personas o ámbitos distintos a los que nos vieron nacer.
Incluso es válido ser literario hasta la indecencia o libresco si tal es la pulsión del autor. Un autor que se encierre en su biblioteca y sólo escribe de los mundos que lee, es tan válido como el gran Arguedas, que relató su infancia peruana marcada por los imaginarios y mundos milenarios indígenas.

Estos autores ingenuos y engolados que ahora se dan de cosmopolitas y van de Instituto Cervantes en Instituto Cervantes dando sermones sobre el horror del boom y García Márquez y sobre el martirio que sufren y supuestamente padecemos los autores latinoamericanos al ser obligados a hablar de lo que somos y vivimos, deberían mejor ponerse a estudiar la literatura latinoamericana para descubrir que el agua tibia que ahora dicen descubrir, ya está descubierta hace tiempos.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

EL RETORNO PERMANENTE DE ALBERT CAMUS


Por Eduardo García Aguilar

Los franceses se preparan para celebrar el 4 de enero de 2010 los 50 años de la muerte trágica del Premio Nobel Albert Camus (1913-1960), que después de varias décadas de ser considerado por la intelectualidad marxista y sartreana como un autor fácil para adolescentes, "filósofo incompetente" e ideólogo blando, ha terminado por convertirse en un gurú contemporáneo de la tolerancia y la no violencia.

Hijo de una sirvienta española analfabeta y un humilde agricultor que murió en la guerra, el autor de "El extranjero" y "La peste" creció en la miseria en la colonial Argelia francesa. Un maestro, Louis Germain, cambió su destino al sugerir a su familia que ingresara a los estudios secundarios en un liceo de Argel frecuentado por niños bien y allí se encontró después milagrosamente con la literatura a través de los libros que había en casa de un tío y las orientaciones de su admirado maestro y mentor Jean Grenier.

Empezó desde temprano una obra literaria y una actividad teatral y periodística en los diarios Alger Republicain y Soir Republicain, donde describió la miseria de su clase y mostró en contra de las autoridades el drama de los árabes humillados por el colonizador, así como el desprecio reinante por las costumbres musulmanas del amplio Magreb de parte del autoritario europeo: militares, funcionarios, comerciantes, industriales e incluso obreros y pobres de la metrópoli.

Al estallar la guerra, el joven reportero de 27 años, nacido en Constantine bajo el sol mediterráneo y amante del fútbol, acepta la invitación de Pascal Pia a viajar al húmedo París para trabajar en el diario París Soir. Hace fila en el puerto, entre los árabes, antes de subir al barco y pasar el humillante proceso de desinfección y eliminación de piojos que le aplicaban a los colonizados, sin pensar un sólo instante que 17 años después sería Premio Nobel de Literatura.

Gallimard le publica "El extranjero", que tiene un éxito fulgurante y muy rápido su intensa actividad teatral, ensayística y novelística lo llevó a la fama y a la gloria en medio del violento conflicto por la independencia argelina. Se había convertido en un símbolo joven de los "condenados de la tierra" descritos por Frantz Fanon y en ejemplo coyuntural de la lucha pacífica contra la colonización del Tercer Mundo.

Novelista y dramaturgo de éxito en el París de la post-guerra, Camus se destacó como periodista, reportero, articulista en el diario Combat, donde expresó la idea de que el conflicto concluyera con un país que admitiera, en concordia, la convivencia de los hermanos enfrentados: los nativos de siempre y los descendientes de los colonizadores franceses, o los mestizos que hicieron la vida allí y se sentían en casa tanto como los originarios de esa añeja tierra de dátiles que alguna vez fue colonizada por Roma.

Pero la guerra fue irreversible y la represión del ejército francés tan cruel y miserable con los árabes, que las heridas entre los bandos fueron de tal magnitud que al independizarse Argelia los franceses y los colaboradores de la metrópoli llamados pied noir (pies negros) tuvieron que abandonar en masa sus propiedades y tierras y viajar al exilio por millones a Francia, en la miseria, un país que muchos de ellos ni siquiera conocían.

De ahí viene el problema de los suburbios y el conflicto que se vive en Francia, donde existe la mayor cantidad de población musulmana e islámica de Europa. Durante décadas los que llegaron del Magreb fueron considerados la escoria de Francia y sirvieron como humildes trabajadores aplicados a las tareas más sucias, mientras la potencia francesa vivía sus famosos Treinta años gloriosos de progreso y crecimiento, que garantizaron el pleno empleo.

Sólo ahora a comienzos del siglo XXI algunos miembros de esa población argelina inmigrante de tercera o cuarta generación comienzan a acceder poco a poco a algunos puestos importantes, pero el origen árabe sigue siendo una tara para quienes buscan trabajo o ingresar a las escuelas. Medio siglo después de la muerte de Camus, la discriminación sigue viva y la cicatriz de la guerra de independencia arde con fuerza, mientras perviven sectores racistas de ultraderecha listos a endurecer las medidas contra los extranjeros y a desconocer a los descendientes de colonizados el estatuto de franceses auténticos.

Las grandes figuras literarias francesas del momento eran el gran autor de "La condición humana" André Malraux y el inquieto intelectual Jean Paul Sartre, que evolucionó hacia la izquierda y el marxismo y fue el filósofo de referencia de Francia en los años de antes de mayo del 68. Pero fue el humilde argelino periodista de Combat, extranjero en los medios literarios parisinos, el que recibió a los 44 años el Premio Nobel ante la indignación de los admiradores de Sartre y Malraux.

Alto, apuesto, con su cigarrillo siempre colgando de los labios, el personaje se volvió leyenda y sex-symbol al subir a los estrados de Estocolmo, pero tres años después la parca se lo llevó a los 47 años al estrellarse el auto en que viajaba con su editor Michel Gallimard contra un árbol en Villeblevin, cerca de Montereau, en el sureste de París, convirtiéndolo en leyenda, al igual que el aviador Saint Exupéry, autor de "El principito".

"Yo no aprendí la libertad con Marx. La aprendí en la miseria", dijo Camus para destacar que sus ideas estaban ancladas en la realidad de su pueblo natal Mondovi, el sufrimiento de su madre española analfabeta y la tuberculosis que lo aquejó desde muy joven, y no en la moda intelectual de los círculos parisinos.

Él admiraba desde adolescente a André Malraux y declaró que hubiera preferido que le hubieran dado el Nobel a él. Pero el destino escogió a Camus. En lo que respecta a Sartre, la historia mostró que su entusiasmo final por los totalitarismos de izquierda no fue tan acertado. Y ahora de nuevo las ideas humanistas de Camus, pasadas de moda un tiempo, reviven y vuelven con fuerza en tiempos de guerras y conflictos atroces y discriminaciones mundiales que parecen estar a punto de estallar en todas partes.

sábado, 14 de noviembre de 2009

LA REBELIÓN GROTESCA DE JAMES ENSOR

Por Eduardo García Aguilar
El Museo de Orsay de París, en colaboración con el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), está presentando la exposición de James Ensor (1860-1949), uno de los pintores que más me ha inquietado siempre, en especial por su cuadro grotesco "La intriga", que es uno de mis preferidos. Ensor, belga de Ostende, comenzó su vida pictórica por caminos convencionales como gran naturalista y pre-impresionista, situado entre Manet y Van Gogh, pero harto del rechazo de la crítica y la falta de reconocimiento en las exposiciones colectivas del momento, decidió romper con las tradiciones, realizando desde entonces una obra que espantó a las buenas conciencias y a quienes dominaban los cánones artísticos.
"La intriga", de 1890, es un cuadro arquetípico de su rebelión artística. Es un retrato grotesco de unos burgueses decimonónicos rodeados por figuras macabras, caricaturales, que se expresan con muecas y rictus de terror, en un mundo brumoso de locura, delirio y deformidad. La mujer de sombrero floreado y el hombre de bombín de copa negro, que se encuentran en el centro de la obra, expresan una burla extrema de su época, cuando el mundo europeo, en pleno auge de la técnica y la industrialización, esperaba días mejores y no imaginaba ni por equivocación que pronto vendrían dos conflagraciones espantosas que superarían en horror a todas las anteriores.
En las terribles tribulaciones de San Antonio, de 1887, Ensor se posiciona para los críticos de hoy en la vanguardia de la época, aunque por supuesto eso no se sabía entonces y es una lectura actual, a posteriori. Después sus figuras esqueléticas y sus máscaras casi mortuorias, con rostros y pieles de muñecos de cera, siguieron espantando en las galerías y provocando reacciones airadas de la sociedad.
Puesto que sobrevivió más de medio siglo a su rebelión, tuvo tiempo de ver después el éxito de impresionistas, cubistas, futuristas, expresionistas y modernos de todo tipo, a quienes saludó con la certeza de que él se había anticipado a todos ellos, aunque no lo supieran ni lo reconocieran. En las amplias salas del Museo de Orsay, una vieja estación de trenes decimonónica dedicada al arte de ese siglo, se puede ver paso a paso el proceso que lleva a Ensor de la convencionalidad a la ruptura.
"La comedora de ostras" (1882) muestra el talento de este artista anclado en lo más profundo del arte naturalista de ese siglo. La mujer se ve sentada junto a la mesa después de devorar el copioso almuerzo marino y reducir la botella de vino blanco, por lo que se siente un aire de sopor burgués en ese ámbito de tiempo detenido. Pero el personaje es sin duda la luz que inunda el comedor lleno de muebles, entre el silencio estable y vespertino de las grandes casas acomodadas de Bruselas y Ostende.
Luego, en lo que respecta a su trabajo de exploración de la luz, vemos en dos salas centrales varios de los cuadros más impresionantes de la muestra, entre ellos "Las aureolas de Cristo" (1887) y "La entrada de Cristo en Bruselas" (1888), entre otros donde la realidad es deformada por medio de un caos apocalíptico. En la primera serie crística vemos a Cristo en medio del mar con su aureola radiante en medio de las olas y el viento marino y en el segundo se trata de un Cristo recibido en Bruselas, pretexto de Ensor para caricaturizar una vez más esa sociedad que detestaba. En los cuadros marinos y apocalípticos, llenos de ángeles del juicio final o demonios, en horizontes ocres, naranjas y fucsias, entramos en pleno expresionismo, décadas antes del auge de ese arte y sus telas parecen anticipar la explosión artística de las primeras décadas del siglo XX.
Más adelante vemos sus 112 autorretratos por medio de los cuales el agrio y amargado artista se burla de sí mismo y de sus contemporáneos. Podemos ver su famoso "Autorretrato con sombrero de flores" (1888), donde el joven artista se pinta con su barba de fin de siglo y un sombrero de flores amarillas y plumas magenta. Su mirada severa nos ausculta y nos impreca. Después el juego pasará a mayores y se pintará en muchos cuadros como un esqueleto o un personaje grotesco que irrumpe en la escena para burlarse del hecho de crear.
En "Los baños de Ostende" (1890), Ensor pasa al otro lado del espejo al mostrar las playas de su tierra en verano, con un estilo que no tiene nada que ver con sus antecesores y bien podría ser de un artista contemporáneo. Hay humor, burla, alegría, felicidad. La playa está llena de bañistas y no hay un sólo espacio vacío en ese extraño aquelarre descrito con su aguda y disolvente mirada.Finalmente, vemos algunos de los objetos de su casa familiar y su estudio, como una sirena hecha con la cabeza de un mono y el cuerpo de un pez momificados, o una lámpara china con una calavera real, antes de pasar al amplio juego de máscaras que sin duda le sirvieron de modelos y por fortuna se conservan.
La obra de Ensor se inscribe dentro de esa tendencia decadente y simbolista de fin de siglo XIX que tuvo representantes excelentes en la literatura como Villiers de l'Isle Adam, Barbey D'Aurevilly y Joris Karl Huysmans y en la pintura el francés Gustave Moreau, maestro de esa escuela en París y quien inspiró el personaje de Des Esseintes de Huysmans y probablemente algunos ámbitos decadentes de la novela De Sobremesa del poeta colombiano José Asunción Silva, quien muy joven residió en ese tiempo en París.
En esa rebelión contra el auge industrial, financiero y burgués, que escondía a la vez la profunda infelicidad de la mayoría de la población, no sólo se destacaron pintores, músicos y escritores, sino también iluminados políticos como los anarquistas y los socialistas, que se difundieron por toda Europa con sus ideas antiautoritarias y pretendían disolver el Estado.
Contra esa sociedad de "progreso" a ultranza artistas como Paul Gauguin se escaparon hacia islas perdidas en busca de un mundo primitivo ideal gobernado por el deseo y el ocio. Por eso, ver a James Ensor de cerca en una tarde lluviosa de otoño, 110 años despues de su fracaso en los salones artísticos de Bruselas y París, es la prueba de que el arte rebelde termina tarde o temprano por llevar a la gloria a los artistas rechazados en vida y que, con carácter póstumo, son comprendidos por las generaciones venideras.
Ensor parece reirse a carcajadas mientras los habitantes del siglo XXI recorremos las salas y reímos y nos emocionamos ante esa obra contemporánea que nos dice mucho sobre nuestro tiempo de estafa, caos, violencia y mentira plutocrática. Sólo quedan las máscaras, la intriga y lo grotesco del mundo en que vivimos todos los humanos sin excepción y ese mundo lo intuyó un Ensor revolucionario.

sábado, 7 de noviembre de 2009

MI CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN


Por Eduardo García Aguilar

El 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlin, me encontraba en Nueva York cerca de Greenwich Village y el barrio universitario, al sur de Manhattan. Como todas las noches, solía pasear con los amigos hasta la madrugada por esas calles heladas donde uno podia encontrar restaurantes abiertos y puestos de periódicos que nunca cerraban a donde llegaban todos los diarios de Europa. Por eso, después de pasar la tarde viendo las imágenes televisivas de los noticieros nocturnos, amanecimos por esas calles tomando cerveza en espera de los diarios, en especial franceses como Liberation, que llegaban con la noticia fresca de la caída del famoso Muro de Berlín que marcó, como una extraña fantasía de cine gore, el imaginario de nuestra formación socio-política en los años 70.

La efervescencia en esas calles neoyorquinas era especial. Todos los jóvenes comentaban frente a la televisión o en los cafés las bellas imágenes de la juventud aupada al muro ante la mirada serena e impasible de los soldados de Alemania del Este, que por primera vez no dispararon a los fugitivos o a los curiosos. Una tras otro caían los segmentos del muro, coloreados con los tags del tiempo, en medio de la fiesta generalizada y por primera vez los estealemanes pudieron cruzar libremente hacia la Berlín capitalista y occidental de la que estaban cortados desde hacía décadas. Y los jóvenes de Berlín Oeste podían a su vez compartir con sus congéneres del otro lado, descubrirlos, y destapar botellas llenas de un licor que sabía a estupor y esperanza.

Como consecuencia de la política de la Perestroika y la Glasnost de Mijail Gorbachov, los países de la esfera soviética se vieron confrontados uno tras otro a asumir su destino, algunos en medio de la violencia como Rumania y otros por fortuna en una transición pacífica, mezcla de miedo y de fiesta. Puesto que para la declinante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en bancarrota esos países antes dominados y avasallados eran más una carga que un beneficio, las fichas del dominó cayeron con seco estruendo sobre la mesa metálica de la historia, dejando inermes ante sus pueblos a los tiranuelos locales que durante décadas fueron las marionetas del Kremlim.

Y como la joya de la corona, ese 9 de noviembre de 1989 tocó el turno a la poderosa Alemania del Este, abandonada a su suerte por los rusos y los países amigos. Viejos jerarcas, agentes de la policía secreta Stasi, ideólogos y militares asistieron impasibles a la reanudación del contacto y a la fiesta de arte y júbilo. Atrás quedaron los jóvenes mártires que fueron acribillados por las autoridades por intentar pasar al otro lado. Y poco a poco se fue borrando ese extraño espacio de no man’s land entre ambas partes de la vieja ciudad cubierto por la maleza, donde no se escuchaba ni el canto de las cigarras. Tuve la fortuna de conocer esos espacios diez años antes de la caída del Muro y ahora trato de rememorar esos instantes salidos de la historia, con la certeza de que muchas de las opiniones actuales son lugares comunes que ocultan un problema más profundo lleno de ángulos y de claroscuros.

Con la caída del Muro y la reunificación alemana terminaba simbólicamente la guerra fría, se derrotaba para siempre al totalitarismo soviético, pero al mismo tiempo ganaba la avorazada sociedad de consumo, el capitalismo neoliberal encabezado entonces por George Bush padre y Margaret Thatcher. Amplios espacios al este de Europa fueron rápida presa de los consorcios occidentales y muchos dramas humanos se vivirían desde entonces entre los obreros y los campesinos rasos, mientras los nuevos oligarcas rusos reemplazaban a los jerarcas de la Numenklatura soviética.

En 1979 hice una visita a Berlin Oriental con mis amigos Carlos Augusto González y Ricardo Scoremblut. Recuerdo todavía las grises estaciones del metro por donde cruzábamos vigilados por guardias, y el ambiente de sobriedad, penuria y tensión que se vivia al otro lado, donde todos eran sospechosos de algo y eran vigilados por la Stasi. Caminamos por esas avenidas siempre escrutados por la policía, experimentamos la penuria en las tiendas, la falta de variedad en las librerías, la omnipresencia de Marx y Engels en la estatuaria y al final nos acercamos al muro, del otro lado, para tomarnos fotos y fingir que éramos fusilados contra esas paredes que tenían las huellas de los impactos de bala. Las fotos en blanco y negro las guarda todavía mi amigo Carlos.

Sin duda no había punto de comparación entre la Berlín Occidental, especie de oasis juvenil donde al llegar la primavera o el verano las chicas tomaban semidesnudas el sol a la orilla de los lagos y en los parques y la Oriental, donde la sospecha, la delación y el moralismo soviético reinaban con su larga impronta congelada de estalinismo. Claro que no todo era terrible en una Alemania del Este, región germana que desde hacía siglos era siempre más agrícola y pobre que la occidental, más rica e industrial, con ciudades prósperas y universitarias como Frankfurt y Munich.

Incluso ahora, veinte años después, amplios sectores de la Alemania del Este tienen dificultades para competir con el avasallador ímpetu del capitalismo occidental, y eso pese a que la actual canciller alemana Angela Merkel es originaria de la RDA. Hay temor en mucha gente por el fin de las subvenciones y las ayudas que en estas dos décadas hicieron posible sobrevivir a amplios sectores de la población afectados por la súbita reunificación y la bancarrota de la atrasada industria y el arcaico agro estealemanes. Se espera que en una década la economía de Alemania de Este sea totalmente autónoma y despegue por medio de una industria aplicada a nichos novedosos. La larga transición no habrá sido en vano.

Han pasado 20 años desde el día en que en Nueva York veíamos con estupor la agitación provocada por un acontecimiento histórico que figurará en los libros de texto y 30 desde nuestra visita a una Berlin del Este, que nos pareció gris y asfixiante. Desde entonces Europa se ha ampliado y extendido a muchos de los países que antes estaban tras la cortina de hierro, cambiando radicalmente la forma de vivir de millones de habitantes. Nuevos problemas surgen cada día y muchos faltan por resolver, pero es probable que el proceso sea a la larga más positivo que negativo.

Después de la crisis espectacular del neoliberalismo occidental con la catástrofe financiera de los últimos años en el mundo, que fue otra especie de caída de Muro, es probable que el capitalismo salvaje que triunfó con el derrumbe de la esfera soviética sea ahora más moderado y viva bajo mayores controles, al menos Europa. Este 9 de noviembre se celebra la caída en Occidente de dos muros: el Muro del totalitarismo soviético y el Muro del capitalismo a ultranza que sólo piensa ciegamente en la ganancia y en las cifras. Pero ambas hidras siguen vivas en otras regiones del mundo, como Asia, amenazando con su codicia y frialdad a la humanidad entera. Sin duda en el futuro se construirán otros muros y llegará después la hora de derribarlos.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

LEVI-STRAUSS ESTÁ VIVO AUNQUE SE FUE


Por Eduardo García Aguilar
Casi centenario, Claude Levi-Strauss (1908-2009) caminó en 2005 hasta el Instituto Catalán de Cultura de París, erguido, enfundado en un traje ajustado gris, chaleco, y con un paraguas colgando de su brazo, como una figura intemporal de otra época, incluso futura. Este hombre contemporáneo de Jean Paul Sartre había recibido un importante galardón catalán y caminaba tranquilo por las calles de Saint Germain de Prés y Odeon, no lejos de la Antigua Comedia y el restaurante Procope, donde solían ir Voltaire y sus contemporáneos los enciclopedistas dieciochescos a comer y beber antes de la Revolución.

Parecía mentira verlo en la excelente fotografía del argentino Mordzinsky caminando por esas calles, en la flor de sus 97 años, como el último gran mito viviente del pensamiento y el saber del siglo XX francés. Todos sus discípulos y amigos desaparecieron hace tiempos. Las glorias del estructuralismo, al que se le atribuye la paternidad, murieron hace décadas en diversas circuntancias, como el gran polígrafo Roland Barthes, aplastado por un camión o el filósofo post-marxista Louis Althusser, loco, después de estrangular a su esposa. Y sus más famosos maestros, los grandes etnólogos Marcel Mauss y Levy Bruhl, vestidos con anacrónicas levitas, de bigote retorcido, sombrero y lentes quevedianos, se internan en un pasado remoto, mucho más cercano al siglo XIX que a este siglo XXI, por donde deambulaba Levi-Straus con su sonrisa irónica de sobreviviente. A esos viejos maestros él rinde homenaje con afecto pero sin complacencia en las primeras páginas de su extraordinaria obra Tristes trópicos.

Levi-Strauss sobrevivió a todos los peligros en las selvas y planicies amazónicas en los años 30 y 40, a donde viajó para anotar la vida cotidiana, los usos y costumbres de las últimas tribus casi vírgenes del planeta; se salvó de todas las acechanzas en Oriente, a donde también fue en pos de los rastros fósiles del pasado humano; sobrevivió a la persecución nazi-fascista de los judíos y pudo huir de Europa en barcos que lo llevaron al Caribe y a Estados Unidos, cargado de maletas y apuntes; venció todas las fiebres tropicales y picaduras de mosquitos, culebras y zancudos; hizo temblar la mano de los asesinos o se salvó milagrosamente de atracos y asonadas en la inmensidad de las selvas, por ríos caudalosos y pueblos perdidos que recorrió con espíritu científico para explorar las leyes del parentesco, la arqueología de los tabúes y las coloridas costumbres, lenguajes y expresiones artísticas y míticas de los aborígenes, para él tan sabios o más que los bárabaros hombres civilizados de un siglo XX bañado en la sangre de las guerras.

Levi-Strauss está vivo aunque se fue: cuando respondía a las preguntas de algún periodista televisivo lo hací con una sabiduría y una inteligencia admirables no carentes de ironía. Desde su venerable ancianidad, en el fondo de un abullonado sofá de cuero, junto a los viejos relojes de su viejísima morada, al hablar de religiones y creencias, de saberes y sabores, el viejo nos muestra que su enorme talento y brillantez están por encima del tiempo. Ese anciano es más moderno que todos los jóvenes juntos y pertenece a una generación de sabios y hombres que vivieron jóvenes las dos grandes guerras y en medio del holocausto escribieron obras fundamentales como Mircea Eliade, Ernest Junger, Jean Paul Sartre, Hannah Arendt, Karl Popper, Isaiah Berlin o Walter Benjamin, entre otros muchos. Fue una generación que se fraguó en medio de las más atroces guerras de la historia y entre la precariedad escribió las obras más sólidas y luminosas. Y además del saber se expresaron por medio de escrituras, de estilos admirables.

El autor de Las estructuras elementales de parentesco, Raza e historia, Tristes trópicos, El pensamiento salvaje y Mitológicas, entre otros libros, saltó a la fama mundial y popular en 1955 cuando en Tristes Trópicos relató sus experiencias de etnólogo e investigador para el gran público. Publicado en la colección Tierra humana, dirigida por el viajero Jean Malaurie, especialista en los esquimales, Tristes tropicos se volvió rápido uno de los grandes libros del siglo XX. Lo escribió en unos cuantos meses, del 12 de octubre de 1954 al 5 de marzo de 1955, culpabilizado por violar el rigor de los grandes académicos y dejar libre curso a su prosa encantadora, para contar paso a paso las aventuras que vivió al hacer sus investigaciones en las tribus " salvajes " de Oriente y Occidente.

El libro comienza con la ya legendaria oración "odio lo viajes y los exploradores ", con lo que indicaba el horror que sentía al lanzarse a una obra de intimidades autobiográficas donde no campea la lejanía helada del lenguaje académico. Y todavía, medio siglo después de su publicación, no entiende porqué él es más conocido en el mundo por este libro y no por las otras obras suyas, que él considera decisivas. El secreto es muy simple: la prosa que esgrime Levi-Strauss en Tristres trópicos se alza al nivel de las mejores en lengua francesa, al lado de escritores como Voltaire y Chateaubriand, como lo atestiguan esas diez páginas sobre el crepúsculo, escritas en 1935 en el barco, antes de llegar a Brasil.

Es claro que el autor escribe con soltura, armado de todas las cualidades de una formación académica excepcional y también de un amplio conocimiento de los clásicos. No sólo lo que dice es profundo, conmueve, nos hunde en la extraordinaria aventura humana, ayuda a situarnos en la inmensidad del cosmos y del globo terráqueo y al interior de la naturaleza y las especies que lo habitan, sino que además está escrito por un mago de la escritura.

Su prosa vibra, huele, suena, sangra, se mete en los más extraños recovecos, levanta polvos milenarios, a través de extensos pasajes donde nos describe las maravillas del extenso Brasil con sus interminable selvas y sus ciudades en plena formación y la India con sus arcaicas metrópolis y su sorprendente actualidad. El París de sus años estudiantiles, el éxodo por la guerra, la aventura de participar en la fundación de la universidad moderna brasileña y la exploracion de la India y otros países e islas asiáticas quedan plasmadas en medio millar de páginas magistrales.

Pero lo increíble es que Levi Straus está vivo todavía entre nosotros como el tótem viviente de la aventura del saber y la palabra, una figura donde confluyen el rigor moderno de las ciencias humanas y el talento literario que lo izará sin duda al lado de los grandes prosistas de la lengua francesa.

sábado, 31 de octubre de 2009

REMBRANDT Y VERMEER PARA VIEJOS TRISTES

Por Eduardo García Aguilar
En su mayoría jubilados prósperos llenan con sus cabezas grises la Pinacoteca de París para ver en este otoño naciente la exposición La edad de oro holandesa: de Rembrandt a Vermeer, excepcional muestra del arte pictórico del siglo XVII holandés, presentada por el Rijksmuseum de Amsterdam, aprovechando la ocasión de que está cerrado por trabajos de remodelación. La obra estrella de la exposición, en torno a la cual se apretuja la gente, es La carta de amor de Johannes Vermeer, cuadro pintado en entre 1669 y 1670, y que muestra a una rolliza y rica mujer joven con una mandolina en la mano a quien una sirvienta le acaba de entregar una misiva amorosa.
Como hay tan pocos Vermeer en el mundo, los entendidos no pierden la oportunidad de acercarse al inconfundible estilo del maestro, que se nota a lo lejos porque hay una fuerza original en esos espacios íntimos que él pintaba en la semipenumbra de los interiores donde, junto a cuadros o tapices lujosos, se puede observar la escoba y el trapeador de la fregona sobre los mosaicos brillantes y coloridos del piso de las mansiones burguesas de su tiempo.
Y cerca de Vermeer, menos espectaculares, hay varias obras del gran Rembrandt, que concitan la admiración de los jubilados ricos, como un retrato de su hijo Titus. Cada vez que hay algo del gran maestro polifacético y temperamental, esas salas siempre están apeñuscadas de gente que se resiste a irse o codea a los otros para acercarse a esas superficies tocadas por la mano proteica del genio. El fetichismo siempre se centra en las obras de los más famosos, pero en las diversas salas también hay obras inolvidables de otros autores menos exitosos en la eternidad, pero tan geniales como Frans Hals, Emanuel de Witte, Jan Steen, Pieter de Hooch y Albert Cuyp, entre otros.  
La Pinacoteca de París es un museo semiprivado que desde hace apenas unos años se instaló en la Plaza de la Madeleine, al lado de las lujosas tiendas gastronómicas Fauchon y que en su corta existencia ha logrado presentar exitosas exposiciones a las que acuden en masa turistas y prósperos ancianos de una época que está a punto de concluir. Como ahora crece cada vez más en la pirámide demográfica la población de jubilados, son éstos los que cuentan con el tiempo libre y los recursos para viajar y visitar museos o asistir a conciertos. Por el contrario, los jóvenes viven en la precariedad en los suburbios multirraciales, sin posibilidades de empleos fijos, y con pocos recursos para interesarse por el arte o la música clásica, que se han convertido en lujos de élites. Ellos prefieren quedarse con la música pop y los tags pintados en las paredes carcomidas de la marginalidad. 
En El Louvre, en Versalles y en los múltiples museos de la capital, las salas están llenas de jubilados, esos senectos personajes de la modernidad, probablemente la única generación beneficiada por el progreso de tres décadas reinante en Europa después de la terrible II Guerra Mundial y que llegó casi al pleno empleo para todos. Son los abuelos nacidos en los años 30 y 40, obreros, maestros y pequeños funcionarios, quienes acaparan las buenas jubilaciones que tienden poco a poco a desaparecer, al aumentar los años de cotización y disminuir las sumas que engrosaban los bolsillos de esta capa privilegiada. La crisis de los subprimes y la bancarrota de los gobiernos superendeudados están acabando con la idílica vida de los jubilados futuros. 
Las nuevas generaciones serán de viejos precarios, angustiados por los fines de mes y no tendrán la tranquilidad para ir de museo en museo o de concierto en concierto, como éstos que veo hoy entre Vermeer, Rembrandt y Franz Hals, cubiertos por finas ropas, abrigos, suéteres de cachemir y mucho traje de marca. Mujeres y hombres perfumados en el crepúsculo de sus vidas exhiben las finas prendas como hace siglos lo hacían los potentados de Venecia, Florencia o Amsterdam retratados por los prósperos pintores de las capitales financieras y comerciales.
Los ancianos que están hoy en esta Picacoteca de París pertenecen sin duda a esa vejez afortunada de las Tres Décadas Gloriosas dominadas por De Gaulle, por lo que es casi imposible ver con calma las obras expuestas, mientras los guías les explican en voz alta cuadro por cuadro. Muchos son ancianos en sillas de ruedas, otros con bastones y aquellos lentos, temblorosos y cascarrabias que permanecen horas junto a los cuadros, impidiendo el paso de los escasos jóvenes que por equivocación se encuentran allí, y son sin duda la excepción. Un guardián trata de acelerarlos, pero es inútil. Es la dictadura de la senectud. 
Ahora inmerso en la semipenumbra climatizada de este museo que cuida como las joyas más preciadas del mundo los cuadros de la época presentes en la ciudad por única y feliz oportunidad, no dejo de establecer el paralelo entre ambos tiempos. Por un lado, ese siglo XVII de esplendor comercial y riqueza sin límites que caracterizó a las Provincias Unidas y a su capital Amsterdam, cuando se izaba al podio de la riqueza gracias a la amplitud de espíritu, la tecnología marítima y la agilidad monetaria y comercial de los habitantes de esta tierra baja a donde acudían desde toda Europa artistas, intelectuales, artesanos, comerciantes. La joven república creada en 1581 fue un centro neurálgico de ese nuevo capitalismo y sus artistas la eternizaron con sus pinceles. Y por otro, este mundo de hoy en plena Plaza de la Madeleine, junto a las tiendas Fauchon de París, que es una jaula de oro, congelada e irreal, sobrevivencia de otro auge económico, en este caso el francés, que en la segunda mitad del siglo XIX, bajo el reino y el progreso económico de Luis Napoleón Bonaparte y Haussmann, se encumbró a niveles nunca vistos de poder y de gloria burguesa y plutocrática. París fue el centro del mundo. Hoy ya no lo es y la rodea la miseria de los suburbios.
Algunos de los artistas expuestos fueron polifacéticos como Rembrandt y abarcaron todas las esferas de la representación, pero otros se especializaron en temáticas precisas como las muy exitosas y vendibles naturalezas muertas, la ciudad y sus edificios en pleno progreso, los mercados y la vida popular, el campo, las imágenes religiosas y los retratos de aristócratas y personalidades. En este fresco de un época podemos apreciar el carácter mundano de esta pintura alejada de la imagen religiosa y solemne de los italianos que los precedieron. Porque en Amsterdam había más libertad religiosa y los mecenas eran terrenales, los artistas pudieron plasmar la vida interior familiar, las escenas cotidianas, los cuerpos de las sirvientas, el ánimo etílico de los borrachines y de paso el esplendor de las fiestas y actos públicos de la aristocracia rodeada por la podredumbre de la pobreza.
Era Amsterdam, el emporio del norte junto al mar Báltico. Amsterdam, la ciudad en cuya memoria se creó en el Nuevo Mundo la Nueva Amsterdam que sería después Nueva York, la capital babélica del mundo. Pero ahora, visitándola a través de sus pintores, la vejez y la decadencia nos rodean mientras afuera los turistas salen con su caviar desde la tienda Fauchon, que alguna vez tuvo gloria, pero ahora decae ante el imperio de los comerciantes chinos y asiáticos. Estos poco a poco se toman el mundo como en su tiempo lo hizo La Compañía Holandesa de las Indias Orientales con sus naves cargadas de especies orientales, marfil, seda, azúcar y porcelana, productos que eran embodegados en la espléndida babel del Norte pintada por Vermeer, Rembrandt y sus discípulos geniales.  

 

 

 

 

 

 

 


sábado, 24 de octubre de 2009

CONSEJOS INÚTILES PARA ESCRITORES BOBOS


Por Eduardo García Aguilar

La devaluación de la palabra ha llegado a tal nivel, que no es vano preguntarse si escribir tiene todavía sentido y si la literatura es sólo un oficio comercial e industrial que pasó a la historia, en tiempos de imágenes y competitividad desbocadas. Los autores de hoy están avorazados por obtener premios y subir a los podios como reinas de belleza y obedecer mansos a las órdenes de los editores que planean en sus oficinas olas sucesivas de novelas históricas, autobiográficas, policiacas o sobre temas de autoayuda para amas de casa. Y para sostenerse en la efímera pasarela del cabaret, el autor produce a destajo obras cada vez más vacías y ridículas.

Hoy un autor discreto y profundo como Juan Rulfo o Elías Canetti sería impensable y a cambio tenemos que soportar cada semana la risa Pepsodent de Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes con sus cien doctorados honoris causa y el premio semanal. El silencio es un pecado en tiempos de literatura espectáculo, donde reinan las obviedades y los temas correctos y perfumados de historia patria, cuando no el fácil escándalo autobiográfico para asustar monjas. Y para sobrevivir en la farándula, el escritor debe volverse el perro faldero e inicuo de los poderosos y de los grupos de influencia mediática.

Todo comenzó con las tabletas de los grandes imperios perdidos, cuando funcionarios y sacerdotes plasmaban jeroglíficos sobre un barro que luego, ya seco, viajó milenios hasta nosotros. Es saludable observar esos escritos de piedra en las estanterías de los grandes museos que nos hacen viajar hacia los tiempos de Babilonia, Nínive o Alejandría, para entender el olvido y la pervivencia simultánea de esas voces lejanas. Nada tan impactante como la observación del pequeño escriba sentado de Egipto, expuesto en una sala del Louvre, que nos maravilla e interroga siempre desde su época con la ignota mirada. Esa figura me fascina desde la escuela, cuando la descubrimos en viejos libros de historia que mirábamos durante horas con sus figuras borrosas de grandes templos y ciudades milenarias desaparecidas en el cataclismo del vasto Oriente Medio, de donde provienen casi todas las cosas.

El escriba esta ahí, perfecto, silencioso, con sus ojos de vidrio insondables, imagen del letrado que nos viene desde el más profundo pasado y del más allá. Hay algo en él que resume en su gloria la labor de quienes escribían sobre papiros o cueros para la eternidad o el olvido. En el mundo egipcio, la escritura impregna todas las enormes superficies de los templos y las criptas selladas. De ellos nos quedan muchas cosas gracias a las arenas secas del desierto y tanto o más tuvo que haber en otras civilizaciones borradas del mapa por inundaciones, incendios o guerras en las interminables rutas del Extremo Oriente.

Lo que ha llegado a nosotros es ínfimo fruto del azar. Del escultor Praxiteles sólo tenemos copias de sus obras inolvidables. Y de Sócrates, sus palabras rebeldes nos llegan a través de su discípulo Platón. Ellos existieron e hicieron parte de la obra colectiva del hombre en su larga aventura, después de milenos de ver amanecer y atardecer y atestiguar las acciones de la muerte, la enfermedad, el poder, la gloria, la derrota y el olvido. Con los clásicos de la filosofía y tragedia griegas es suficiente. Esquilo, Sófocles y Eurípides dijeron todo lo que había que decir sobre la aventura humana. ¿Entonces para qué escribir hoy banalidades y creerse el cuento?

Muchas de esas voces colectivas quedaron para siempre en los libros sagrados que hoy por fortuna se leen en todos los puntos cardinales y nos impactan con la misma fuerza que hace milenios y nos iluminan como en tiempos de anacoretas y guerreros. ¿Qué misterio hay ahí en esas obras que siguen firmes pese a los progresos de las ciencias y los avances y retrocesos de la razón, que todo explica y desmenuza? Hay gran belleza en esas palabras antiguas, en los libros de viejos filósofos que como Lucrecio trataron de entender el mundo y sus misterios con una voz llena de poesía que está viva tiempo después de la caída del Imperio Romano, el de Pompeya, a la vez tan lejano y tan cercano que nos prueba lo poco que el mundo ha cambiado pese a las nuevas proezas técnicas. Lucrecio y Propercio han sobrevivido y una escasa cofradía de hombres de hoy accedemos a ellos y los disfrutamos. Somos la minoría y qué importa. Es preferible pertenecer a la minoritaria cofradía anacrónica que ir entre el rebaño de los lectores de best sellers.

¿Para qué escribir entonces hoy? Los escritores milenarios lo hacían por otras razones. Grababan ideogramas en esos papiros para nada y para nadie, sin imaginar que un día estarían tan cerca de quienes habitamos en el mundo tres mil o cuatro mil años después. Los motivos de la escritura presente son tan deleznables que uno se pregunta por el sentido de escribir hoy y perder el tiempo leyendo contemporáneos. La pulsión actual es competitiva, comercial, vanidosa, corroída por la envidia y la emulación, y el individualismo del éxito y la vanidad patética llevan indefectiblemente a endiosar a escritores payasos y a olvidar a quienes están lejos de los tronos y los corredores del poder y cerca de la ebriedad y la locura como Sócrates y Diógenes en su tiempo.

En la guerra el héroe arriesga su vida, pero en la literatura y la escritura de hoy nadie arriesga nada. El escritor de hoy está equivocado porque busca izarse en un podio de dólares y volverse estatua de pacotilla para una corte de ilusos. ¿Para qué escribir hoy si nos hemos olvidado de que todo es olvido y que no quedará rastro de tantos libros y textos lanzados en la red? Todo será sólo la voz colectiva de una época. El escritor como individuo, el que surgió en la era moderna, se ha ido para siempre en el remolino de la proliferación. Volveremos a los libros sagrados, donde la voz no tiene autor ni estatua. La palabra hoy es sólo polvo, ruido y viento. Y como diría nuestro poeta Porfirio Barba Jacob, es sólo "Polvo de Pericles, polvo de Simón".

lunes, 12 de octubre de 2009

HERTA MÜLLER Y LOS ESCRITORES DESCONOCIDOS


Por Eduardo García Aguilar

Es muy saludable para el arte cuando el premio Nobel de literatura es otorgado de manera acertada a escritores desconocidos como Herta Müller, Gao Xingjian, Wyzlaba Symborszka, Wole Soyinka o Imre Kertesz, Elfriede Jelinek, surgidos del margen, lejos de las esferas del poder, el marketing, el arribismo y la representación.

La literatura por estos tiempos se ha vuelto un desfile de marketing y los escritores en general son hoy sólo productos de algún monopolio editorial mundial capaz de convertir a un asno o a un jabalí en genio de la literatura, a punta de publicidad e intoxicación de periodistas en las secciones culturales y críticos acríticos en las universidades.

En este caso, el premio Nobel de Literatura 2009 fue dado una autora de mi generación, que nació en la misma estación del año de 1953 cuando murio Stalin y cuyos primeros libros fueron publicados a comienzos de los años 80 en Rumania, país de la esfera soviética dominado por la dictadura comunista y bajo la imagen patriarcal del tirano Nicolau Ceaucescu y su esposa, la bienamada Helena.

En la foto que aparece en el primer libro que publicó en francés en 1988, en una editorial marginal, Herta Müller aparece con la pinta algo punk, un corte rebelde de pelo y una vestimenta tîpica de los jôvenes que detrás de la Cortina de hierro trataban ya de liberarse de décadas de propaganda oficial y pobreza : chaqueta y camisa de jean desleído, largos aretes de pacotilla, un suéter de poliestireno y la mirada de la muchacha pobre recién emigrada de 34 años que no se imagina que dos décadas después ganaría el premio Nobel.

« El hombre es un gran faisán en la tierra » pasó totalmente inadvertido en Francia y es un milagro si en alguna librería de viejo de París, entre volúmenes empolvados, se encuentra un ejemplar. Es una novela corta divida en pequeños segmentos titulados y por medio de una prosa de frases cortas hace el fresco de un infeliz pueblo rumano donde muchos quieren huir hacia el oeste y escapar de la pobreza y el totalitarismo. Los personajes son arquetipos del margen : el ebanista, el molinero, el tendero, el cartero, el policía, el cura, el lechero, el cantinero y en medio de todos mujeres derruídas y muchachas jóvenes que tienen que dejarse manosear por hombres lascivos, entre ellos el cura o el funcionario, que a cambio de un acostón les entregan la partida de bautismo o un documento necesario para iniciar los trámites para el exilio. Nadie tiene un peso o un lei en este caso, todo es precario, la pobreza ronda en todas partes, el silencio es de rigor, la muerte y la enfermedad están presentes y los velorios ocurren bajo lluvias antediluvianas mientras el ebanista cuadra el ataúd y clava la tapa con puntillas oxidadas.

En los años 70 muchos de los estudiantes europeos del este y el oeste de Europa íbamos en primavera y verano a trabajar a Suecia, que era un próspero emporio nórdico de modernidad, para ganar mucho dinero y sobrevivir después en los fríos meses siguientes, después del tradicional regreso a clases en el otoño. En los restaurantes, oficinas, fábricas, cafés, residencias universitarias y discotecas suecas uno se cruzaba entonces con chicas venidas de los países del este dominados por la Union Soviética, muy parecidas a la de la foto de Herta Müller, en esta típoca edición modesta apta para animar a un nuevo autor promisorio. Rumanas, polacas, alemanas del este y yugoeslavas compartían con los latinoamericanos en el delirio del verano sueco. Me impresionaba esa avidez de las chicas del este, algunas cultas y muy interesantes, por perfumarse e ir de compras para gozar por fin de todos esos abalorios a los que se tenia acceso con abundancia en los países del oeste capitalista, después de tres décadas de progreso ininterrumpido tras el fin de la guerra y el New Deal.

En los restaurantes u oficinas donde trabajábamos o en las fiestas desbordadas de alcohol y sexo de los fines de semana, cuando el día duraba casi 24 horas, aprendimos a conocer a estas chicas de otro mundo desconocido para nosotros, Europa del Este, mucho antes de que cayera el muro de Berlin y con esa caída el Imperio Soviético y sus verdades admitidas, himnos y patriarcas.

Ahora la academia sueca para celebrar los 20 años de la caída del Muro de Berlín ha rescatado a esta autora de 56 años, perteneciente a la minoría alemana marginada de Rumania, que en 20 años se ha convertido en Berlín en una notable autora de la misma lengua de Mann, Böll y Grass y de tantos otros autores extraordinarios como Joseph Roth, Elias Canetti y Hermann Broch, todos ellos verdaderos ejemplos de lo que debe ser la literatura: algo que surge desde el fondo del corazón y no del marketing y la ambición competitiva de un Occidente neoliberal, arribista, codicioso y podrido.

Fue enternecedor ver a esta mujer decir que nunca creyó en la posibilidad de obtener el premio y que aunque sabía que era cierto, todavia la noticia no subía a su cabeza. Müller no tiene nada que ver con estos autores latinoamericanos que pasan sus vidas medrando en las esferas del poder y que parecen estrellas maquilladas de cine como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, y sus jóvenes discípulos, encorvados por tantos doctorados honoris causa y por premios y honores venales conseguidos por las multinacionales de turno y que son un pretexto para vender un nuevo best seller.

Hasta hace poco nadie la conocía en el mundo, pero su obra existía y era el grito de dolor de una infancia, una adolescencia y una juventud vividas bajo la dictadura totalitaria de Ceaucescu, el tirano que cayó y fue ejecutado en medio de una asonada que todo el mundo siguió por televisión. Al mirar su foto en esta edición confidencial que tengo en mis manos, celebro el Nobel para un escritor auténtico, pues la verdadera literatura del mundo está en la voz de los autores desconocidos de las provincias o los barrios marginados de las capitales, aquellos que viven sus vidas lejos de las esferas de poder y las zalamerías de la corrupción y el arribismo mafioso y para quienes vivir y escribir es ya un gran premio, tan extarordinario como el Nobel.

lunes, 5 de octubre de 2009

LA POLEMICA EXHUMACIÓN DE GARCIA LORCA


Por Eduardo García Aguilar

La polémica en torno a si se debe o no exhumar el cadáver del poeta Federico García Lorca, asesinado por las fuerzas de la ultraderecha franquista en la Guerra Civil española, muestra con claridad la polarización política que afecta a España en los últimos tiempos, en medio de tensiones separatistas y regionalistas muy exacerbadas y la pervivencia de una tragedia que fue amordazada, pero cuyos fantasmas perviven y asustan todavía a comienzos del siglo XXI.

García Lorca, que fue acribillado joven por el delito de pensar distinto, es una figura crucial en la memoria de generaciones enteras de latinoamericanos y españoles del exilio, que tuvieron en sus libros una compañía permanente. Su libro Poeta en Nueva York es una de las cumbres de la poesía hispanoamericana y todavía estremece a quienes se acercan a esas palabras cargadas de energía inagotable. Al lado de libros emblemáticos como Canto General y Residencia en la Tierra del chileno Pablo Neruda o los Poemas Humanos y España, Aparta de mí este Cáliz, del peruano César Vallejo, la obra de Gracía Lorca cruza las edades con la misma ligereza de su tierna genialidad adolescente. Yerma, Bodas de sangre, Mariana Pineda, Don Perlimplín con Belisa en su jardín y otras piezas por él escritas ayudaron a nutrir la vida de lectores en todo el orbe hispánico, en medio de crisis, guerras, golpes, masacres e injusticia.

Después de que el juez Baltazar Garzón abrió una causa contra el franquismo por "crímenes contra la humanidad", entre los cuales figura la desaparición de 114.266 personas que reposan en fosas comunes, algunos dirigentes del Partido Popular y portavoces de la nostalgia falangista se han desatado, lanza en ristre, contra el abogado, acusándolo de todos los males posibles y de ser un loco empecinado en hacer disparates.
Garzón atribuye a Francisco Franco y a otros 34 jefes militares rebeldes el delito de insurrección contra el régimen legalmente constituido y de haber aplicado un plan sistemático de exterminio de los opositores políticos durante la Guerra Civil y la posguerra. Asimismo considera que las familias de los fusilados masivamente por las hordas franquistas tienen derecho todavía a saber donde están los cadáveres de sus familiares desaparecidos y que los crímenes cometidos por órdenes del tenebroso generalote español durante la rebelión y la larga dictadura no deben prescribir nunca.

Se comprende que muchos quieran borrar las heridas del pasado y no tratar de levantar los espectros de la muerte que reinó sobre la gran tierra española, pero el genocidio y la intolerancia fueron imperdonables, como lo son también el exilio de cientos de miles de familias y hombres de bien que tuvieron que irse a todos los rincones del mundo, pues no eran aceptados en su propio país por la terquedad criminal de un dictador fanático. Los exiliados españoles de la República se fueron en diáspora por toda Europa y en ultramar hacia México, Estados Unidos, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, Chile y Centroamérica, donde nosotros tuvimos la fortuna de recibir sus enseñanzas. Esos hombres de bien nos ayudaron a los latinoamericanos fortalecer la industria editorial, la prensa, la ciencia, las escuelas y las universidades.

Por eso a esa generación de sobrevivientes y a todos los republicanos españoles les debemos mucho, y podemos imaginar entonces a través de los salvados de la muerte a los otros valores extraordinarios españoles fusilados jóvenes por Franco y sus bárbaros, que reposan en el olvido en las fosas comunes que busca destapar Garzón para que no queden impunes.

Después de la súbita derrota de la derecha en las elecciones y su reemplazo por el gobierno socialista de Zapatero tras el horrible atentado del 11 de marzo de 2004 cometido por los fanáticos islamistas, proliferan en España muchas voces sectarias de una derecha post-franquista atrasadísima y fundamentalista que desea resucitar las ideas de Adolf Hitler, Benito Mussolini e incluso las de la Inquisición y ve tras la acción judicial de Garzón a las fuerzas del terror comunista o del diablo, así como ve en los gobiernos democráticos latinoamericanos de izquierda la fuerza del demonio, encarnado en los indígenas de Evo Morales o en los mulatos de Hugo Chávez, a quienes quisieran callar.

A veces al leer la prensa española uno no da crédito al odio y el veneno que circula actualmente entre las fuerzas políticas, ideológicas o regionalistas. En Cataluña los fanáticos catalanistas quieren prohibir el español y en las escuelas los niños que hablan esa lengua son discriminados y vejados y los que defienden el derecho humano de educar a sus hijos en el idioma de Cervantes son estigmatizados. En el País vasco la violencia de ETA sigue vigente y el diálogo es imposible entre separatistas y gobierno. Ahora los gallegos han protestado por unas declaraciones leves del gran escritor George Steiner, que discrepaba del nacionalismo creciente gallego y fue obligado a dar excusas. Pero más allá de estas tensiones folclóricas regionales que uno puede comprender como frutos precisamente de la intolerancia franquista, que oprimió a las minorías, planea sobre España un enfrentamiento autista entre derecha e izquierda, de donde está excluido el diálogo y el debate, lo que nos hace recordar los peores tiempos de la intolerancia.

Hay que apoyar la acción de Garzón para que las nuevas generaciones no olviden lo que pasó en su país. Y ojalá que la probable salida de los restos del poeta García Lorca conduzcan a leerlo de nuevo y a restablecer los lazos con la España creativa del Medioevo, el Siglo de Oro y la Ilustración decimonónica, con la España donde vivían cristianos, musulmanes y judíos conviviendo juntos en paz.

Porque del triunfo de la tolerancia depende que los descendientes de millones de migrantes latinoamericanos indios y mestizos que han llegado en la última década a ese país puedan vivir allí en paz y que nunca se despierten los fantasmas del racismo y el deseo de exterminar al otro, al extranjero, al distinto en campos de concentración, crematorios o fosas comunes.

sábado, 3 de octubre de 2009

RIVALIDADES EN VENECIA


Por Eduardo García Aguilar

Las rivalidades y emulaciones de los grandes maestros Tiziano, Tintoreto, Veronese y Bassano en la segunda mitad del siglo XVI, son presentadas en la exposición « Rivalidades en Venecia » en la sala Napoleón del Museo del Louvre, en asociación con el Museum of Arts de Boston, hasta el 4 de enero de 2010. Desde ángulos muy originales y alrededor de temas específicos se despliegan 85 obras del gran Tiziano, decano y el más prestigioso de todos en ese momento, y de los nuevos artistas ascendentes, para hacer por primera vez de manera simultánea en una sala de exposiciones el estudio comparativo de sus cualidades y diferencias en medio de la expansión y apogeo de la gran ciudad en el ya muy analizado segundo cinquecento.

Tiziano, como Rafael y Miguel Angel, merced a la afirmación del individualismo renacentista, es un gran señor, nombrado conde palatino de Letrán por Carlos V y miembro de la corte imperial. Es además una figura que se codea con los poderosos del momento y adquiere incluso más rango que ellos, al gozar de rentas principescas y regalos reales sin fin, y tiene una altura, un éxito y una autoconciencia tan marcada de la grandeza, que todo ello se refleja en su propio autorretrato de 1562. Al morir en 1576 Tiziano es sepultado con todos los honores. De él dice Arnold Hauser que « Carlos V se inclina a recoger el pincel que Tiziano deja caer, y piensa que nada es más natural que un maestro como Tiziano sea servido por un emperador ».

Centro del comercio y las finanzas mundiales, Venecia es un hormiguero de riquezas inconmensurables y la concentración más impresionante de ricos potentados, patricios y eclesiásticos profanos de alto rango, que competían entre ellos por adornar de la mejor forma sus palacios situados entre los meandros abigarrados de la serenísima ciudad lagunar. Un enorme mapa muestra callejuelas, laberintos y canales junto a los cuales crecen palacios, iglesias, instituciones educativas y financieras que rivalizan para contratar a los mejores artistas. Cada año verdaderas hectáreas de paredes y superficies eran cubiertas por los artistas que desde todas las regiones de Italia y de Europa acudían allí buscando obtener los mejores contratos y oportunidades, generando entre ellos rivalidades, intrigas y crueles traiciones. Pero además obligaba a esos artistas a emularse en permanencia y llevar su talento hasta los puntos más altos jamás alcanzados por un grupo de artistas en ese siglo de oro veneciano, en medio de conflictos mundiales y conflagraciones como la famosa Batalla de Lepanto, que fue ilustrada con genio por casi todos ellos. Como en los tiempos modernos, tal emulación se dio por medio de concursos oficiales, como los convocados para la Biblioteca Marciana, La Scuola di San Rocco y la sala mayor del Consiglio de los Doges.

La exposiciôn se inicia con una serie de retratos de patricios, eclesiásticos, almirantes y personalidades de la Republica de Venecia a partir de supremacía de Tiziano en 1540, y la ascensión paulatina de jóvenes como el temperamental Tintoretto y Veronse, estrella emergente del firmamento pictórico italiano. Pasamos luego en otra sala a ver el despliegue el ingenio de los artistas para demostrar con obra el dominio de la pintura sobre las demás artes, en el marco de una polémica que estaba entonces en boga sobre ese tema de los parangones. A través de reflejos en espejos y espacios acuáticos se trata de mostrar la capacidad de la pintura para llegar a las tres dimensiones y volverse casi omnisciente al captar la realidad y el esplendor de los cuerpos humanos. Venus ante el espejo de Tiziano y Susana y los ancianos de Tintoreto son muestras de ese intento paranoico por demostrar el dominio del pincel sobre todas cosas.

Luego pasamos a buscar el límite entre lo sagrado y lo profano, a través de cuadros enormes donde las situaciones bíblicas son pretexto para mostrar con lujo de detalles comidas, figuras de seres humanos de todas las edades y la irrupción amplia de los animales domésticos, que comienzan a tener un especial lugar al lado de sus amos, como se ve en Los peregrinos de Emaús de Veronese. En otra sala se ve como los distintos artistas abordan la noche en sus telas, así como otros aspectos de la representación, como ocurre con el famoso El bautismo de Cristo de Tintoreto y los diversos San Jerónimo de Tiziano.


En el campo específico de los retratos mundanos, que nos acercan a la terrenalidad de los poderosos, incluso burgueses ascendentes, se destaca la soberbia imagen del dealer de la época Jacopo Strada de Tiziano, donde se ve su astuta mirada de vendedor al acecho para convencer a un posible cliente y la agitación corporal del comerciante, que obtuvo la gloria al ser pintado por Tiziano. Asimismo son de subrayar los retratos por Veronese de Iseppo da Porto y su hijo Adriano, asi como el de su mujer Livia y su hija Porzia. Ambos cuadros, efectivos y esenciales, muestran la majestuosidad serena y fría que dan la riqueza y el poder.

Tras un paso por los pequeños formatos decorativos, la exposición termina con una sala dedicada al cuerpo de la mujer, que tiene como centro protagónico las versiones de la violación de la virtuosa Lucrecia por el enérgico Tarquino, de Tiziano y Tintoreto, la primera de ellas ejemplo de violencia contenida y la segunda una versión plástica y sensual que muestra el deseo de diferenciación del más joven frente al maestro. Otras imágenes inolvidables del cuerpo femenino nos quedan en la memoria despuês de este saludable recorrido por la sala Napoleón que en permanencia está repleta de 500 visitantes del mundo entero.