viernes, 25 de julio de 2025

VIDA E HISTORIA AL AMANECER

Por Eduardo García Aguilar

Amenecimos el jueves 27 de marzo de 1974 cerca de la sede central de El Tiempo, en un café de la Avenida Jiménez. Bogotá, la metrópoli, la urbe agitada, se despertaba ya desde antes aun en la oscuridad y los diarios empezaban a circular con el grito de los voceadores. 

Había muerto el ex presidente Eduardo Santos (1888-1974), dueño del periódico y una figura que marcó todo el siglo XX como uno de esos personajes de entonces que estuvieron desde el comienzo del siglo en las primeras páginas de la actualidad, los negocios y los periódicos, uno de los líderes de la élite inasible de los protagonistas, que vivió todas las venturas y desventuras del país y a la vez lo ayudó a cambiar durante los sucesivos gobiernos de la República liberal, vigentes hasta poco antes del inicio de la trágica Violencia y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Esos días eran intensos porque el 5 de abril me preparaba a viajar a Europa a estudiar y dejar el país de mi infancia y adolescencia, lanzándome a una aventura escalofriante que entonces era poco probable y significaba casi como viajar a Marte, a otro planeta, o lanzarse sin alas hacia los abismos.

Hay momentos en que nos atropella la historia del país donde nacimos, al mismo tiempo que experimentamos cambios cruciales y definitivos en nuestras propias vidas, tal y como leíamos en las novelas clásicas. En ese instante en que yo vivía el júbilo de la próxima partida y saboreaba ya las aventuras futuras que se auguraban al otro lado del océano, no solo se iba uno de esos padres de la patria de entonces casi santificados, sino que el país se estremecía por el reciente robo de la espada de Bolívar.

Hacía poco los guerrilleros del M-19 habían hurtado la espada del Libertador de la quinta del mismo nombre en las faldas de Monserrate y aun estaban presentes las imágenes de los avisos publicitarios que salieron en varios diarios anunciando la llegada de un misterioso producto con ese nombre, que parecía un lombricida y resultó ser el movimiento que a la larga, medio siglo después, llegaría al poder a través de uno de sus militantes.

En ese entonces casi todo sucedía en el centro de Bogotá. Por ahí estaban las sedes de los grandes diarios, las   universidades, los ministerios, las mejores librerías y cafeterías donde poetas, políticos y negociantes se reunían durante el día y la noche en una actividad incesante de un país que aunque pobre y caótico, ya se caracterizaba por esa energía inagotable y la algarabía devastadora de sus pasiones políticas, antes de que se abriera la "ventanilla siniestra" del narcotráfico generalizado.

Con el amigo que estaba celebrando mi partida habíamos estado en la noche en varias reuniones con jóvenes escritores y salimos en la madrugada de una fiesta para dirigirnos a esperar el bus que nos llevaría a nuestras casas respectivas, pero antes nos sentamos en ese café recién abierto a tomar una changua y hojear los diarios que traían ediciones especiales por la muerte de Eduardo Santos. 

En esos diarios ilustrados con la increíble trayectoria del humanista, diplomático, político y periodista, representante del liberalismo moderado y de centro, viajero y cosmopolita, habitante de Nueva York y París, donde estudió,  veíamos pasar la historia del siglo que empezaba a terminar para siempre, mientras agonizaba el Frente Nacional y se abrían nuevos acontecimientos sociales y políticos inimaginables aquella mañana histórica y muy personal.
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Publicado en La Patria, Manizales. Colombia, el domingo 27 de julio de 2025.  

   

 


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