El mundo se paraliza desde esta esta semana con los Juegos Olímpicos, cuya horrenda inauguración acaparó todas las pantallas, haciendo pasar a segundo plano las crisis económicas, las guerras, la pobreza, la contaminación mundial y el deterioro del planeta, dominado como nunca por los poderes de la plutocracia más depredadora y asesina.
A diferencia de otros tiempos cuando las noticias tardaban y se digerían a través de los diarios y las ondas radiales, el mundo globalizado de hoy en una inmensa e intercomunicada red miltimedia, un videojuego que nos matiene enterados al instante de todo lo que pasa, como si viviéramos en una telenovela de horror permanente.
Los Juegos Olímpicos taparán por un mes los graves conflictos y el polvorín en que está convirtiéndose el planeta, pero en menos de un mes volveremos a enterarnos que vivimos uno de los instantes geopolíticos más decisivos de la historia reciente y que Colombia y Suramérica en general hacen parte del mapa de la codicia de las fuerzas financieras mundiales y tal vez ya figuren en la agenda de las guerras futuras azuzadas por los agentes locales de esos intereses.
El asesino loco de la ciudad estadounidense de Aurora, que se creía el Joker de la nueva versión de Batman, con su cabello pintado de rojo y su mirada de payaso de juguete, es la metáfora perfecta del mundo en que vivimos y de la hipocresía de los grandes industriales del armamento y sus grupos de influencia, que hacen todo lo posible para que las armas sigan vendiéndose libremente y las guerras regionales se reproduzcan como champiñones.
Sectores retardatarios del sistema norteamericano, como los puritanos hipócritas o los ultraconservadores, generan sin escrúpulos el mal que dicen combatir en todas las partes del mundo, consumiendo la mitad de la cocaína que se produce en América Latina y por otro lado facilitando la reproducción de las masacres delirantes de tipo Columbine y Aurora, al permitir que cualquier pelagatos compre las armas como si se tratara de juguetes o bombones.
Y además, ese mismo sistema financiero y político mundial encabezado por Tío Sam y en el que desempeñan gran papel Europa, los países emergentes como China, Brasil, India, o las ricas monarquías árabes, así como la plutocracia rusa, entre otros, alienta cada año el surgimiento de nuevas guerras y conflictos en el mundo para participar en el próspero negocio millonario del armamento, del que viven Estados Unidos, Alemania, Francia y otros países europeos, por un lado, y por otro lado, China, India y otros países emergentes que ganan millones vendiendo tanques, aviones, fusiles, lanzacohetes, municiones, barcos de guerra, minas y todo tipo de instrumentos bélicos y de represión.
A esas potencias les conviene que cíclicamente los países del mundo se trencen en guerras y cuando en una región suenan los vítores de la paz, se precipitan a crear otras en zonas donde no existían o había cierta estabilidad.
América Latina fue durante mucho tiempo centro de guerras locales y conflictos y ahora, salvo en Colombia, México y Guatemala, reina cierta calma, pero los gérmenes de nuevos conflictos azuzados por el odio tenebroso de ignaros líderes fanáticos siguen latentes para cuando los imperios decidan abrir un nuevo campo para sus rentables negocios.
Las guerras de Libia y Siria no son desde ningún punto de vista la irrupción de rebeliones auténticas, sino la cínica estrategia de crear conflictos para poner a funcionar la industria armamentista imperial que destruye todo para que después los gigantes grupos se enriquezcan con la reconstrucción o la explotación del subsuelo. Todo eso sobre un mar infinito de cadáveres, familias destrozadas, niños traumatizados y masacrados, de ingenuos militantes y soldados desaparecidos por miles mientras los líderes mundiales brindan champán en sus encuentros interminables y hablan a favor de una democracia falsa y corrupta.
Las guerras de Irak provocadas por los Bush padre e hijo -famosos magnates petroleros-, las guerras de Oriente Medio y los conflictos en Africa y el sudeste asiático y las regiones fronterizas del sur de Rusia, en torno al mar Negro y el Bósforo, solo son conflictos para definir la repartición de los recursos petroleros y gasíferos del siglo XXI y establecer las rutas futuras del producto. Las potencias mundiales occidentales y ahora Rusia, China e India están creando nuevos bloques para definir como se repartirán las riquezas del susbsuelo de la parte sur del planeta, de las que depende su sobrevivencia y su poderío.
Y por supuesto los Juegos Olímpicos, el fútbol, Batman, las noticias de la farándula mundial, las telenovelas reales e imaginarias que nos cuentan la radio, la TV y la cinematografía hollywoodense, son instrumentos para mantener a la población alienada y ciega, como niños eternos, anestesiada frente a la pantalla chica o grande mientras se fraguan frente a sus casas los horrores del futuro en que estarán involucrados.
Todos aquellos que vivimos en zonas ahora relativamente pacíficas del planeta, no debemos estar muy seguros ni confiados de la permanencia de ese idílico momento. En cualquier instante la guerra puede tocar a nuestra puerta y ponernos en una deriva de horror como la han vivido Irak, Afganistán, Libia, Siria, Chechenia, Georgia, Pakistán, Costa de Marfil, Mali, Chile, México, El Salvador, Guatemala, los Balcanes, y decenas de países que son y serán la carne de cañón de las nuevas guerras por el botín planetario del subsuelo.