domingo, 27 de febrero de 2022

ZOZOBRA EN EUROPA


Por Eduardo Garcia Aguilar

Muchas veces, cuando paseaba o me sentaba a descansar en bellos parques de la capital francesa como el Jardín de Luxemburgo o el Palacio Real, me dejaba arrullar por el sonido de las fuentes de agua o las cascadas y cerraba los ojos. Hacía lo mismo en otros parques más pequeños donde oía la algarabía provocada por los niños que mostraba el paso ineluctable de las generaciones humanas. Y percibía la alegría de los jóvenes felices que hacían pic nic y cantan cada año para recibir el verano, lejos de las penas vividas por sus abuelos.
Pero muchas veces, y eso desde hace ya mucho tiempo, me invadía la idea de que toda esa tranquilidad y belleza en tiempos de paz era muy frágil, ya que Europa, como todo el mundo, siempre ha vivido enfrascada entre guerras. Pensaba que era una fortuna pertenecer a una generación que no experimentó una guerra mundial, pero de repente comprendía que a mediados del siglo pasado todo este continente estaba en medio de una terrible conflagración con saldo de millones de muertos y que millones de personas fueron desplazadas y quedaron impactadas para siempre.
Imaginaba de repente que todos esos magníficos edificios antiguos perfectamente conservados y restaurados, museos, avenidas, plazas turísticas, podían algun día en el futuro ser bombardeados por alguna nueva potencia. Por lo tanto pensaba que uno mismo podía verse obligado como tantos otros a salir corriendo de aquí con una maleta, buscando desesperadamente un boleto de tren o un puesto en un barco en algún puerto Mediterráneo. Así le ocurrió al tímido Walter Benjamin y a cientos de miles de personas que viajaban a Marsella o a Casablanca con la esperanza de huir. 
Porque la verdad es que por muchos avances que se hayan logrado en el mundo, en  medio del auge del pacifismo, la ciencia, la educación y la tolerancia democrática, tarde o temprano las rivalidades e intereses de las potencias conducían primero a angustiosas tensiones diplomáticas y después a conflagraciones inevitables para definir un nuevo orden mundial. Durante las últimas ocho décadas, salvo el caso de la guerra en la ex Yugoslavia, las potencias dirimían sus problemas en regiones lejanas donde sus fuerzas se enfrentaban encarnizadamente devastando países enteros.
Tal es el caso de Vietnam, Afganistán, Irak, Libia, Yemen y recientemente Siria, donde todos metieron la mano durante una década dejando centenares de miles de muertos y un país destruido. En Europa  durante estas ocho décadas de relativa paz la gente ha dormido tranquila, mientras lejos, en los países del llamado Tercer Mundo, Asia, Medio Oriente, Africa y América Latina la población ha vivido las más atroces experiencias.
Estados Unidos, Rusia y las potencias europeas han apoyado o propiciado dictaduras o invadido países de su esfera de influencia, e incluso se han aventurado a crear guerras a miles de kilómetros de sus capitales y hasta hace poco muchos creían que la Europa del siglo XXI estaba a salvo. Los occidentales han estado interviniendo con frecuencia desde hace décadas en las fronteras del imperio ruso, deseosos de ampliar hacia esos territorios su influencia política y militar. El problema viene agitándose desde hace tiempo, pero esta vez el nuevo Zar ruso ha decidido dar un paso escalofriante e imprevisible, pues imagina que los occidentales no responderán y lo dejarán actuar.
Lo cierto es que este tipo de situaciones son extremadamente peligrosas y de ellas han surgido las grandes guerras que muchos pensaban evitables y que los sorprendieron de un día para otro como lo cuentan las películas y las novelas o las exposiciones nostálgicas que muestran la vida cotidiana tranquila meses o días antes de la tragedia.    
Pensaba por ejemplo en la gran novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, que en su última parte relata la vida de los capitalinos cuando Alemania lanzaba bombas hacia París durante la Primera Guerra Mundial. Los personajes ricos y aristócratas que pueblan esa novela vivían en la zozobra de igual manera que los pobres de los suburbios.
Todas las novelas importantes del siglo XX escritas por Thomas Mann, Herman Broch, Robert Musil o Joseph Roth relatan las peripecias de las guerras que han desangrado sin cesar a su continente.
Y basta leer La Guerra y la paz de Leon Tolstoi o ver la destrucción en Irak, Chechenia, Afganistán, Libia, Armenia y Siria para comprender lo poco que ha cambiado el mundo. En los mismos lugares conflictivos vuelven a reaparecer una y otra vez las guerras milenios después como si nada hubiera pasado y la humanidad estuviera condenada a vivir a merced de Alejandro Magno, Atila, Gengis Khan, Napoleón, Hitler, entre otros.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 27 de febrero de 2022
* En la imagen Alejandro Magno.

1 comentario:

Guillermo Castillo dijo...

Zozobra la verdad, más nunca ahogada la veremos. Así es la constante de los imperios cuando hacen la guerra de la sin razón.