Por Eduardo García Aguilar
Hace
30 años, el 1 de enero de 1994, estalló en México la revolución
indígena encabezada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN), liderado entonces por el joven subcomandante Marcos, quien saltó
a la fama por sus discursos y proclamas y por su talento e
inteligencia, destacados inclusive por el propio Premio Nobel Octavio
Paz.
La figura atípica y
original del encapuchado, muy bien diseñada para generar impacto
mediático, contrastaba con la imagen de otros gerrilleros
latinoamericanos del siglo pasado y se acercaba más al estilo
cumbiambero y gozón del colombiano M-19. Marcos realizó estudios
universitarios y viajó una temporada a Europa donde se nutrió de las
ideas sociales y filosóficas de moda. De ahí que sus escritos se
convirtieron en un cóctel sincrético muy original y moderno, irrigado
por la literatura y la poesía.
El
movimiento zapatista logró fama mundial y acaparó las primeras planas
de diarios y noticieros televisivos, y generó innumerables estudios y
artículos en revistas acdémicas, pues hasta esa fecha era impensable que
un movimiento así surgiera en México, que durante más de medio siglo
fue controlado por el todopoderoso Partido Revolucionario Institucional
(PRI), cuyo régimen había sido calificado por Mario Vargas Llosa de
"dictadura perfecta".
El
día de la insurrección ocurrida en la Selva lacandona y en los altos
del estado sureño de Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala, en
territorio ancestral de los mayas, entraba en vigor el Tratado de Libre
Comercio entre Estados Unidos y México, negociado por el gobierno de
Carlos Salinas, joven tecnócrata que solidificó el viraje del hegemónico
PRI hacia las ideas neoliberales de moda en el mundo tras los gobiernos
de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino
Unido.
El EZLN estaba
compuesto por indígenas chiapanecos de las etnias tzeltal, tzotzil, chol
y tojolobal, que cargaban pequeños fusiles de palo casi de juguete,
usaban uniformes modestos, lucían en el cuello un paliacate colorido e
iban enmascarados como su líder, quien se autodenominaba subcomandante
pues el mando según él estaba en manos de los nativos y él era solo su
portavoz temporal. Con el tiempo Marcos se esfumó y cambió de nombre por
el de Galeano, pero aun sigue por ahí ya sexagenario entre las brumas
chiapanecas.
Los
enfrentamientos con el Ejército mexicano, muy violentos al inicio,
duraron poco, y rápidamente empezaron a establecerse complejas
negociaciones con la mediación de la Iglesia, lo que convirtió a la
antigua y colonial San Cristóbal de las Casas en el epicentro de un
movimiento mundial de reivindicación de los pueblos indígenas, hasta
entonces marginados en muchos países latinoamericanos que aplicaban un
virtual Apartheid. En esa bella ciudad colonial fue obispo en el siglo
XVI el legendario Bartolomé de las Casas (1484-1556), autor de la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552).
Decenas
de miles de intelectuales de izquierda, antropólogos, sociólogos,
etnólogos, poetas, periodistas y jóvenes mochileros del mundo acudieron a
San Cristóbal de las Casas, convertida en la sede mundial del
altermundialismo aun vigente y una especie de torre de babel donde se
producían nuevas ideas para enfrentar la ideología ultraconservadora
dominante en Estados Unidos, que incluso predecía con Fukuyama el fin de
la historia.
La
prensa siguió al detalle a esos pequeños soldaditos indígenas de baja
estatura como Moisés y Ramona y sus figuras se reproducían popularmente
en muñecos artesalanes que se vendían en los mercados como pan caliente y
se volvieron de moda. La prensa mundial irrumpía con frecuencia
en la catedral de San Cristóbal, donde daba conferencias de prensa el
popular arzobispo Samuel Ruiz, respetado mediador del conflicto y lejano
sucesor de Bartolomé de las Casas.
A
mi me tocó cubrir el acontecimiento varias veces, por lo que viví ahí y
alcancé a captar la magia de sus callejuelas, iglesias, ex conventos,
plazoletas, el misterio de otros pueblos y rincones poblados por los
descendientes de los mayas, la agitación de los jóvenes periodistas y
los curiosos del mundo entero. Por eso escribí y publiqué sobre esa
experiencia el libro Delirio de San Cristóbal, traducido y publicado en
inglés con el título de Mexico madness, inspirado en esas atmósferas
históricas del sincretismo latinoamericano que ahora acuden vivas de
nuevo, tres décadas después de los sucesos.
Mi
amigo el poeta y periodista Javier Molina, nacido ahí en San Cristóbal,
me guió por ciertos recovecos y me presentó ancianos amigos de sus
padres que me contaban la historia de la ciudad en patios coloniales
interiores llenos de vegetación y hasta con loro, al calor de un tequila
o un mezcal. Así poco a poco fui adentrándome en ese mundo que en
algunos barrios está igual como hace siglos, con la población indígena
monolingüe que teje y vende sus productos en los atrios de las iglesias,
ataviados con sus prendas tradicionales de antes de la Conquista.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 7 de enero de 2023.
* En la foto la comandante zapatista Ramona.
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