sábado, 30 de octubre de 2010

LA LIBRERIA MERlÍN EN BOGOTÁ

Por Eduardo García Aguilar

En pleno centro de Bogotá existe una librería de viejo que por la enormidad de sus estancias y las sorpresas que depara al bibliómano de literatura colombiana y universal, se ha convertido en sitio obligado de visita para quienes deambulan en busca de hallazgos y palpan en las estanterías las huellas del pasado y la vida impregnada en cada uno de los libros.

Porque los libros tienen vida e historia y a veces parecen mirar y pensar en su soledad y en su silencio, lejos de sus primeros dueños, pues estuvieron en múltiples manos atentas y fueron testigos desde el nochero o la estantería de muchos pedazos de existencia fugaz.

La librería Merlín está situada en la zona donde se concentran los pequeños negocios del mundo librero de ocasión en Bogotá, en la carrera octava con calle 15, no lejos del legendario Café Saint Moritz, que funciona intacto desde 1937, una década antes del Bogotazo que partió el siglo XX colombiano en dos y cambió el país para siempre.

Al sitio se accede por una puerta pequeña enrejada que no dice gran cosa, pero luego, ya adentro, se sube una escalera y se cruza un pequeño puente bajo una claraboya para pasar a las amplias estancias de un edificio de viejos apartamentos de tres pisos construido tal vez en los años treinta o cuarenta cuando la ciudad pasó de las mansiones coloniales a los edificios art-deco.

Con pisos de fina madera, paredes sólidas, puertas enormes y umbrales de la época, los apartamentos debieron albergar en su tiempo a una generación de burócratas, prósperos comerciantes o abogados de cuando el país parecía salir adelante y no vislumbraba los horrores y la violencia que surgiría después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, a unas cuadras de allí, cruzando la Avenida Jiménez.


Los socios de esta librería usan todos los pisos, uniendo los apartamentos de las dos alas del edificio, en cuyo interior hay muebles de la época, vitrinas, escaparates, sofás de cuero, objetos que llenaron espacios de una vida confortable, con sus amplios comedores, habitaciones y corredores que una vez estuvieron llenos de vida familiar y ahora albergan estanterías llenas de clásicos.

Toda ciudad que se respete debe tener una librería Merlín y en esta ocasión mientras visito los diversos espacios, y hablo con Célico, uno de los socios que estudió literatura en la Universidad Javeriana, me acuerdo de las librerías de viejo de la ciudad de México, situadas en la calle Donceles, del centro histórico, que concentran en una cuadra la mayor cantidad de libros de ocasión hispanoamericanos jamás conocida.

Como allí, en la librería Merlín van entrando poco a poco las bibliotecas de quienes amaron los libros en vida y que sus deudos deciden feriar por ser para ellos inútiles estorbos, o también entran las de quienes en la quiebra, el desempleo o la miseria no tienen más remedio que deshacerse de sus libros amados por alguna suma irrisoria que les permita comer unos días.

Por eso en cada libro hay una historia, pues muchos de ellos están dedicados o traen huellas del tiempo, como esa edición original de Canción de la vida profunda y otros poemas de Porfirio Barba Jacob, publicada en Manizales en 1937 por Juan Bautista Jaramillo Meza y que, algo deteriorada y con un feo forro de origen, yace en una vitrina al lado de otros incunables colombianos por el precio módico de 80.000 pesos.

En dos visitas rápidas vi ediciones originales de libros de Jorge y Eduardo Zalamea Borda, Luis López de Mesa, Baldomero Sanín Cano, Rafael Arango Villegas, Aquilino Villegas, Rafael Maya, José Mar, Jose Antonio Osorio Lizarazo, José Vélez Sáenz, Hernando Téllez, Manuel Zapata Olivella, Eduardo Caballero Calderón, Héctor Rojas Herazo y otros muchos más.

Por supuesto hay ediciones de todo tipo y época de Alvaro Mutis y Gabriel García Márquez, sin contar las ediciones valiosas de clásicos de la literatura universal editadas en los cuarenta y cincuenta en casas argentinas, chilenas y españolas, o sea esos libros y esas colecciones que todos llevamos en la memoria pues nos iniciaron en el increíble vicio de leer y escribir.

Traducciones de Saint John Perse por Jorge Zalamea, clásicos de Kafka, Broch, Musil y Thomas Mann, clásicos franceses e ingleses y norteamericanos en su lengua original, gramáticas, libros de geografía, historia, sociología, derecho, ciencias políticas y religión comparten espacio con viejos libros de texto que nos traen a la nostalgia de la escuela primaria y secundaria y a nuestras primeras letras u operaciones matemáticas.

La librería Merlín es una verdadera delicia y la prueba de que en medio del caos y el descreimiento las metrópolis generan espacios espontáneos de cultura, con un público fiel que pasa la antorcha del pensamiento y el amor por la literatura y el arte de generación en generación.

martes, 12 de octubre de 2010

LOS POETAS LATINOAMERICANOS


Eduardo García Aguilar
 
 
Después de leer « Visiones de lo real en la poesía hispanoamericana » , del ecuatoriano Mario Campaña, editada por DVD ediciones en España, es legítimo pensar que las personas más notables del continente son y han sido los poetas. Porque en un mundo que tiene como prioridad la guerra, la competencia y la codicia insaciables, el bullicio de las telenovelas y el fútbol, aplicarse a un arte tan minoritario e ignorado es una prueba de rebeldía y generosidad.
En el ejercicio solitario de la poesía están implicados todos los sentidos y la aventura por esos caminos es una muestra de que aún hay esperanzas en el hombre. Que en vez de ejercer la vacía y rentable palabrería de los políticos, la intonsa jerga de economistas , juristas y novelistas, un hombre prefiera el lenguaje poético, que sin duda lo llevará más rápido al olvido y a la pobreza que a la gloria, es síntoma de demencia o altruismo y confianza en el hecho de existir.
En este libro figuran poetas del siglo XX como el argentino Enrique Molina, Carlos Martínez Rivas y Pablo Antonio Cuadra, de Nicaragua, los chilenos Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, el colombiano Alvaro Mutis, el cubano Eliseo Diego y los peruanos Blanca Varela, Carlos Germán Belli y Jorge Eduardo Eielson, entre otros. Esos nombres desconocidos para muchos ejercieron otros oficios para vivir de manera pacífica y sin hacer mal a nadie y en los tiempos libres, en la soledad de las tardes o las madrugadas, convocaron palabras que deslumbran y nos hacen mejores. Hubo grandes lectores de poesía entre los capitanes de los barcos que a media noche, bajo la tormenta, en el camarote, a la luz de una débil bujía recorrieron las palabras de esos que vivieron a la deriva.
La antología comienza con Enrique Molina, hombre con pinta de capitán, bajo de estaura, pero musculado, a quien vi una vez antes de que muriera, en un recital en México, en uno de sus últimos viajes que realizó a ese país. Su poesía es marina, erótica, y poemas como « Rito acuático » o « No Róbinson » son joyas inolvidables dedicadas a la pasión amorosa, a la usura de los cuerpos. Luego sigue Pablo Antonio Cuadra, mítico, alto, flaco y elegante, director de un gran periódico, con quien crucé unas palabras felices al subir por el ascensor del Hotel de la Ciudad de México, donde se realizaba un encuentro internacional de poetas. Comparte con su compatriota Carlos Martínez Rivas, autor de « La insurrección solitaria », esa capacidad revolucionaria iniciada con Rubén Darío que los hace inesperados, extremos y originales.
Más adelante uno se topa con la poesía de ese renovador increíble que es Nicanor Parra, que nos sorprende a cada renglón y nos hace desternillar de risa, invadidos por la ironía y el sarcasmo y la facilidad con que da otros sentidos a las manidas palabras. Nada que ver con la retórica preciosista latinoamericana y con « escribir bonito »: Parra descarriló a la poesía latinoamericana y la puso a caminar por los barrios y la vida cotidiana, como nos muestra ese duro y cruel poema dedicado a « La víbora ». Su compatriota Gonzalo Rojas es otro de los que usan la palabra como una cauchera, quebrando verso a verso la vidriera de la realidad, jugando con las retóricas para demolerlas con el más cruel sarcasmo. Lo vi una tarde de mayo de 1998 frente al Palacio de Bellas Artes donde había estado el féretro del gran Octavio Paz. Jorge Teiller,
del sur chileno, nos comunica, por el contrario, la lluvia y la humedad de los páramos, cerca a rieles abandonados entre la soledad, el desamor y el margen. Es una poesía desolada de ángel caído.
Eliseo Diego, Alvaro Mutis, Carlos Germán Belli, Eielson, Blanca Varela, Rosario Castellanos, Idea Villarino, Jaime Sabines, Enrique Lihn, Juan Gelman, Roque Dalton y Eugenio Montejo son otros de los autores incluidos en esta antología de poesía latinoamericana dedicada a quienes bajaron de los pedestales de mármol y se untaron del barro. Al cubano Diego, lo vi con todos los sobrevivientes del grupo de Orígenes durante el homenaje que se le hizo por recibir el Premio Juan Rulfo en la Feria del Libro de Guadalajara, el mismo año que estuvo dedicada a Colombia. Murió poco después y entonces estaba ahí silencioso, sabio y profundo como si supiera su inminente fin.
Al gran Alvaro Mutis, cuya poesía y la saga novelística de Maqroll el Gaviero son de las obras mayores del siglo XX, lo he visto en México, Bogotá, París y Madrid, con ese entusiasmo permanente y generosidad de quien sabe que la vida es un premio equivocado. Capitanes, contrabandistas solitarios, mujeres perdidas, enfermos, viajeros, pueblan esa obra vasta que nos cambia y de la que salimos distintos.
Belli y Eielson son « raros » como todos los poetas peruanos : siempre encuentran una veta inédita para bucear en un mar de palabras extrañas y encontrar sus propios caminos. El mexicano Jaime Sabines y Juan Gelman escriben una poesía que puede ser bolero o tango : el primero dulzón como los boleristas, lame de adjetivos, lágrimas y gomina el cuerpo femenino y el segundo, como en sus poemas « Ofelia » y « Mujeres », descree de la poesía con mayúscula y la acerca al barrio y al arrabal. De tanto demarcarse, Gelman ha creado un mundo propio en los santuarios de la poesía latinoamericana. Y de las mujeres salvadas, se destaca la Blanca Varela, con esa poesía vasta y estricta, llena de libertad, porque en su generación la rebeldía de la mujer poeta tenía que ser siempre doble.
Mucho se puede decir de todos esos poetas latinoamericanos del siglo XX, pero al escuchar su palabra, comprendemos que son grandes profetas destronados. Porque antes, en el siglo XIX y en el albor del XX, la poesía y el poder cohabitaban en los palacios presidenciales y los poetas como Nervo, Santos Chocano y Neruda discurrían hinchados en carrozas de gloria, ungidos de solemnidades como sapos rodeados de áulicos croantes. Después, los poetas perdieron el poder y fueron lanzados al margen. Por eso todos los incluidos en esta antología de lo « real hispanoamericano » son campeones sin corona. Reyes desnudos y tiernos sin laureles ni cetro.
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Arriba, fotos de los poetas Enrique Molina y Alvaro Mutis.

LA DICTADURA PERFECTA DE VARGAS LLOSA


Por Eduardo García Aguilar

El Premio Nobel a Mario Vargas Llosa es un reconocimiento a la literatura latinoamericana de inspiración decimonónica, convencional y previsible, que sigue vigente en el siglo XXI, y al maridaje obsceno y exasperante de nuestros escritores con las fuerzas del poder, el dinero y la apariencia.

Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz, que lo precedieron en el trono, fueron todos representantes del escritor comprometido con los poderes, que medraron todas sus vidas en las antesalas de los palacios presidenciales y los salones de la plutocracia. Los escritores rebeldes, experimentales y disidentes de América Latina están condenados al ostracismo.

Durante años Octavio Paz fue la voz omnipresente y servil de la cadena Televisa, una especie de big brother totalitario al servicio del régimen mexicano del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Cruel con los débiles y los disidentes, y servicial con los poderosos y los ricos, Paz era un megalómano omnívoro de ideas ajenas que se consideraba infalible.

El chileno Pablo Neruda fue el típico hombre de letras pro-estalinista al servicio de la tiranía soviética, pero a la vez se arrastraba sobre todos los tapices del dinero y los poderes terrenales de Oriente y Occidente. Poeta inolvidable, el destino lo atrapó sin embargo en las garras de uno de los dictadores de derecha más sanguinarios de la historia y murió en Chile con aires de tragedia en los sombríos aposentos del exilio interior y la enfermedad.

Miguel Angel Asturias a su vez estuvo empantanado al servicio de las peores dictaduras de su Guatemala natal y al final, ya casi como un enorme batracio engordaba como engordaron Paz y Neruda en las embajadas de sus respectivos países en París. Todos ellos son el arquetipo del escritor embajador, del novelista político, del bardo poderoso y feliz.

Gabriel García Márquez, más atípico y astuto, ha sido también un gran servidor de la dictadura de los hermanos Castro en la isla cubana, ajeno al sufrimiento atroz de ese pueblo en manos de una burocracia tropical y totalitaria, lo que no le ha impedido a su vez dejarse manosear por casi todos los presidentes de derecha o izquierda que ha encontrado a su paso, mediando aquí y allá en lo inmediable, llevando razones de un tirano a otro tirano.

Mario Vargas Llosa, el alumno perfecto del boom, es el ejemplo máximo de esa connivencia permanente de los hombres de letras latinoamericanos con los poderes y después de su conversión ha repetido sin cesar el sermón en defensa de ricos, empresarios, presidentes de derecha, la señora Margaret Thatcher y todos los magnates que encuentra a su paso. Es el mismo sermón que repetía como candidato presidencial en su natal Perú.

El Nobel peruano, como su gran maestro Octavio Paz, ha fustigado sin piedad a esos latinoamericanos « idiotas », que sin ser serviles del castrismo o los regímenes totalitarios asiáticos o europeos, osan oponerse a esa derecha financiera mundial depredadora que él tanto defiende. Cada semana encontramos en algún periódico el Angelus dominical del papa Vargas Llosa, donde nos habla de un capitalismo feliz, unos empresarios maravillosos y unos ricos que al ser más ricos traerán la felicidad y la abundancia a esa infame turba de las barriadas que sólo existe en la ficción de sus novelas de juventud y en los recuerdos de su mocedad peruana.

Vargas Llosa tiene una fuerza proteica y una suerte maravillosa. Apuesto como pocos y según las señoras cada vez más bello a medida que pasan los años y encanece, dotado de una dentadura digna de publicidad para dentrífico, estudiante impecable, este portento cuya única mancha en la vida es haberle dado un puñetazo por celos a García Marquez, saltó a la fama muy pronto con tres novelas costumbristas y desde entonces en la ola del boom ha surfeado publicando varios libros por año, impecables, bien escritos, amenos, comprensibles, vendibles, previsibles y a veces banales como telenovelas.

Cada mes recibe desde hace décadas un nuevo doctorado honoris causa. En toda provincia latinoamericana o española alguien crea un nuevo premio para tenerlo unas horas en su salón y él siempre, muy solícito, cobrará el cheque y partirá unas horas después en medio de los aplausos. Es y ha sido una verdadera y feliz industria de premios millonarios que ahora se corona con el premio mayor.

Puesto que el éxito atrae el éxito y el aplauso los aplausos y vivimos en una sociedad que se arrodilla ante la fama y el dinero y abomina el fracaso o la rebeldía, ahora viviremos para siempre felices bajo la dictadura perfecta de Vargas Llosa, hipnotizados por su sonrisa Pepsodent.
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* Eduardo García Aguilar (1953). Escritor colombiano, autor de El viaje triunfal y Bulevar de los héroes, entre otras novelas, así como de Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Alvaro Mutis. Reside en París)