domingo, 27 de marzo de 2011

CORNELIO HISPANO Y LA ROCAMBOLESCA HISTORIA DE BOLÍVAR Y PERU DE LACROIX


Por Eduardo García Aguilar


En torno a la rocambolesca historia del Diario de Bucaramanga de Peru de Lacroix , publicado en 1912 en París por el escritor colombiano Cornelio Hispano, se pueden tejer varias historias novelísticas, como si se tratase de una serie de intrincadas cajas chinas o matrioschkas rusas.



Primero está la historia trágica del general francés Lacroix, que trabajaba al lado libertador Simón Bolivar y fue uno de sus hombres de confianza como tantos otros europeos de su círculo más allegado. Tras la muerte de Bolívar, él como otros de sus colaboradores cayeron en desgracia y fue conducido injustamente al exilio por su enemigo Obando, viéndose obligado a abandonar a su mujer y sus hijos.



Ya en París, en 1837, a los 57 años de edad, en la ruina y sin poder ya pagar la pensión donde estaba hospedado, se disparó un pistoletazo dejando un testamento y varios manuscritos, entre los cuales figura el famoso Diario de Bucaramanga, que se había quedado en Caracas en manos del marqués del Toro.



Dicho documento relata día a día la vida cotidiana de Bolívar en Bucaramanga en 1828, cuando estaba rodeado de sus colaboradores mientras se llevaba a cabo la frustada convención de Ocaña. Es uno de esos instantes transitorios y apacibles en la vida del héroe que trascurre en calma, sin batallas y con mucho tiempo libre, sólo interrupido por la firma de documentos oficiales, escritura de correspondencia y recepción de invitados o colaboradores que acudían desde toda la región a rendir informes al mandatario.



Peru de Lacroix, tres años mayor que Bolívar, aprovecha esos largos momentos de intimidad y conversaciones en desayunos, almuerzos, cenas y paseos para anotar todo lo que cuenta el jefe y describirlo en los más mínimos detalles de la intimidad, sin que él estuviera enterado del propósito, por lo que el libro es una verdadera instantánea original y viva del personaje.



Peru de Lacroix anota muchos de los comentarios polémicos de Bolivar en torno a las diversas circunstancias de la lucha por la independencia y calificativos duros sobre sus colaboradores, lo que muestra otra faceta oculta de las verdades oficiales. Por ejemplo, habla muy mal de los militares granadinos, a quienes considera enemigos, describe con lucidez los defectos y cualidades de otros como Páez, Santander y Sucre y esclarece muchas de sus acciones de realpolitik.



Incluso Bolívar llega a decir que Ricaurte no murió en átomos volando en San Mateo y que esa como otras historias son solo leyendas patrióticas de progaganda necesarias a la lucha por el poder en medio de una guerra. Quienes leyeron el documento quedaron escandalizados y la Academia de Historia venezolana prefirió guardarlo en secreto y ocultarlo celosamente del público para evitarse problemas.



El joven y ambicioso intelectual colombiano Cornelio Hispano, nacido en 1880, buen estudiante y abogado graduado en Bogotá, fue nombrado cónsul en Venezela y haciendo uso de su rango logró entrar en contacto con el documento, que copió en secreto, a escondidas de quienes lo conservaban entre el polvo.



Ismael López, cuyo seudónimo era Cornelio Hispano, llegó a París en tiempos de Vargas Vila, Enrique Gómez Carrillo y Rufino Blanco Fombona, y publicó en 1912 en la editorial Ollendorf varios libros de éxito, entre ellos el famoso Diario. Al editar y difundir el documento se generó un escándalo continental con partidarios y detractores de Hispano. Pero por primera vez el público europeo, que admiraba a Bolívar como un héroe romántico, y el público latinoamericano, tuvieron acceso a un verdadero retrato íntimo y vivo del Libertador.



Allí vemos al hombre sencillo y generoso que viste de paisano, con camisa y pantalón blancos, casaca azul y sombrero de paja, monta a caballo para despejarse en los alrededores de Bucaramanga, va a misa con frecuencia aunque es incrédulo, y dedica largas horas a la lectura de los clásicos y a jugar a las cartas con sus más cercanos colaboradores. En esas veladas cuenta a Lacroix sus propias aventuras, como cuando vio desde lejos a Napoleón el día de su coronación y múltiples detalles de su vida, como su matrimonio, batallas, amores, prejuicios, ideas y decepciones diversas.



Cornelio Hispano, discípulo de Miguel Antonio Caro y amigo joven de Guillermo Valencia, es el otro personaje de esta curiosa historia tripartita. Pese a haber tenido éxito literario desde muy temprano en París con obras tales como el Jardín de las hespérides, Elegías caucanas y De París al amazonas, hoy es totalmente desconocido e ignorado. Se sabe poco de su larga vida y murió en Colombia en 1962 a los 82 años de edad. En algunos textos recuerda con nostalgia los años de juventud y prosperidad económica en París, cuando la vida le sonreía, relacionado con los grandes autores del momento y mimado por su editor.



Tres historias desgraciadas se imbrican en esta novela policiaca sobre un códice perdido y sus palimpsestos. Bolívar el héroe termina desgraciado y enfermo en San Pedro Alejandrino, Peru Lacroix cae en la miseria y se suicida viejo y pobre en París y a Cornelio Hispano lo devoró el olvido pese a su rimbombante seudónimo y a sus juveniles ambiciones de éxito.



Por eso leer ahora el Diario de Bucaramanga de Peru de Lacroix, vertido por Cornelio Hispano en una prosa impecable y enriquecido con su exordio y múltiples cometarios anexos, es como leer una novela donde vivimos desde adentro la vida cotidiana de un héroe que nos habla sin la posición hierática de las estatuas o la versión idealizada y servil de los fanáticos, mientras de paso descubrimos la vida de otros dos personajes menores que giran en torno a su leyenda.



lunes, 21 de marzo de 2011

EL CURA CAMILO TORRES

Por Eduardo García Aguilar

La foto del padre Camilo Torres en la primera plana de los periódicos me impresionó para siempre en ese lejano febrero de 1966, cuando, niño aún, supe que lo habían matado a los 37 años de edad, el 15 de ese mes, en un combate en Patiocemento, en las montañas de San Vicente de Chucurí. Han pasado 45 años y las cosas han cambiado muy poco en el país, que vive inmerso en sus mismas obsesiones bajo el mando de los nietos de los líderes de entonces, como si el tiempo estuviera estancado en un círculo vicioso adorador de Tánatos.

Desde mi visión de niño veo como la gente mayor tenía los diarios abiertos y leía en silencio la noticia que cerraba el corto y delirante sueño político de un nuevo liderazgo popular, tres lustros después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948. El cura muerto tenía los ojos semiabiertos, opacos, de pez ido, de ciego, hacia la nada. En la foto de los diarios se veía la boca entrabierta del cura, los dientes aparentes y el rostro inexpresivo en la paz de la inercia. Y el cabello ensortijado negro y la barba desordenada aferrándose a su cara de angel caído, Lucifer defenestrado desde las alturas. Diablo. Angel. Diablo. Angel.

Otra foto de lado, con los brazos abiertos de crucificado, dejaba ver la sangre mezclada a su barba y sus cabellos ensortijados y el perfil de muchacho perdido, de niño bien de la clase alta bogotana, que excepcionalmente se había entregado a los pobres, lejos de mamá Isabel, sin el aura que le daba el traje clergyman, la pipa de sociólogo graduado en Lovaina o las poses oratorias de impactante líder nacional. El cura guerrillero, fundador del Frente Unido en 1965 , había cometido el terrible e ingenuo error de irse a la boca del lobo de la guerrilla, como lelo, hipnotizado por la moda que incendiaba al continente y tendría su clímax con la muerte en 1967 de otro niño bien, el Che Guevara.

Los políticos capitalinos de traje negro y sombreros Stetson y los obispos con báculo, celebraban al unísono felices junto a la Plaza de Bolívar el fin de la guerrilla en Colombia. Los líderes del Partido Liberal o del Partido Conservador aliados en el Frente Nacional, se sucedían en la radio emocionados para celebrar el suceso, la muerte de este cura idealista que, ahora en el siglo XXI, cuando escribo 45 años después de su sacrificio inútil, ya casi nadie recuerda.

En un semestre su fama nacional, ya bastante sólida desde hacía unos años tras su regreso de Lovaina, se acrecentó vertiginosamente y el hecho de que fuera cura y profesara la religión católica lo hacía aún mucho más peligroso a los ojos del establecimiento. Para la clase dirigente era mucho más fácil cuestionar y perseguir a forajidos marxistas leninistas que a un cura cuyo ideario era ser un « profesional del amor ». Se volvió un líder carismático y a donde iba encontraba centenares de seguidores y tumultos y miles y miles de personas de todas las capas del pueblo dispuestas a seguirlo, a trabajar para la causa del Frente Unido. Obreros, campesinos, sindicalistas, artesanos, maestros, pequeños funcionarios, amas de casa, acudían a recibirlo a las ciudades y pueblos a donde llegaba.

En ese último semestre se aceleró su destino llegando al clímax, a su incorporación absurda a la guerrilla y a su muerte en el primer combate. De esos momentos quedan las fotos donde se le ve con el morral, la barba, el uniforme militar, como si fuese un miliciano de la revolución cubana, que era entonces desde hacía unos años el modelo de los idealistas revolucionarios más radicales latinoamericanos. En esas fotos se le veía perdido, iluminado, ingenuo, jugando al guerrillero como lo hicieron tantos otros miles de jóvenes colombianos de ese tiempo.

Todo eso fue un gran desperdicio, un gran delirio y la expresión local de ilusiones continentales luego de la victoria de los revolucionarios cubanos. Camilo Torres fue un personaje de su tiempo, un perfecto producto de su época desesperada. Unos con Stalin y los bolcheviques, otros con Mao Tse Tung y su reciente revolución cultural, otros con la Teología de la liberación o la reciente revolución cubana de Fidel Castro. Y al frente, en el contexto de la Guerra Fría, unos poderes implacables, codiciosos, afines a los terribles halcones norteamericanos, los mismos que matarían a Martin Luther King y propiciarían golpes de estado y terribles dictaduras como las del Cono Sur, auspiciadas por los tenebrosos agentes de la CIA.

¿Qué buscaba este cura ? En su Mensaje a los Cristianos, publicado en la primera edición del periódico Frente Unido el 26 de agosto de 1965, Camilo Torres dijo que “creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo en el terreno temporal, económico y social ». Pero esas palabras ya se las llevó el viento y sólo pertenecen a la historia y a sus analistas. Una historia que se repite sin cesar y de la que los colombianos nunca aprendemos nada. Sólo nos resta vivir esa gesta de novela en las biografías que escribieron Germán Guzmán Campos, Eduardo Umaña Luna y Joe Broderick y preguntarnos qué hubiera sido de él si estuviera vivo entre nosotros, ya anciano a los 82 años de edad, dos menos que su amigo Gabriel García Márquez.

sábado, 12 de marzo de 2011

UNA HUMANIDAD DE ZOMBIES NOTICIOSOS



Por Eduardo García Aguilar
En estos tiempos dominados por el desenfrenado flujo de noticias, el hombre ha perdido toda posibilidad de comprender las líneas y los ejes constitutivos de su época y su ser y ha quedado sumergido, asfixiado, aplastado por un tsunami de acontecimientos informativos que lo ahogan día a día y está conformado por una gama de basura que va desde catástrofes mundiales a chismes de farándula.
La humanidad entera se ha vuelto un rebaño de zombies hipnotizados que van al despeñadero como las pobres ratas del flautista de Hamelin. Miles de millones de humanos viven intoxicados por la información, el uso del celular y la publicidad consumista que le genera perspectivas virtuales de éxito y apariencia totalmente ajenas a su propia miseria. Los dioses milenarios han sido trocados por deidades paganas ante las que el ciudadano ora en trance mientras los magnates les succionan sus magros ingresos salariales.
Se trabaja hoy para consumir basura. Padres e hijos viven encadenados en una esclavitud planetaria que ni el más perverso pirata hubiese imaginado jamás y viven angustiados por la necesidad patológica de aparentar lo que no son y vivir de prestado. La famosa máxima « pienso, luego existo », ha pasado de moda y se ha cambiado por « tengo tarjeta de crédito, luego existo » o « tengo celular, luego existo », « estoy en Facebook, luego existo » o « tengo carro, luego existo ».
Nadie puede escapar hoy a la noticia, pues en todos los lugares públicos hay pantallas televisivas que transmiten noticieros permanentes con imágenes en directo de guerras y catástrofes, mientras en los transportes públicos suena la radio con la chismografía política local o los avatares sexuales de las estrellas de la farándula. Además de las noticias de guerras y catástrofes que sacuden al mundo con frecuencia y producen la misma letanía desde Haití a Japón y desde Australia a Chile, pasando por Africa, Asia y Oriente Medio, el hombre moderno está informado en permanencia de la vida de estrellas, príncipes y deportistas, y escruta en directo sus historias de cama, divorcios, ruinas, enfermedades.
El ciudadano contemporáneo es bombardeado a diario por la chismografia política de sus países respectivos, en una sucesión sucia de escándalos y declaraciones vacías con que los pillos intoxican a la población. Los gobiernos saben muy bien tapar un escándalo con otro o mantener a la gente adicta a esas riñas diarias entre políticos, que en su mayoría sólo son bandidos que se enrostran unos a otros su condición.
Leyendo a los columnistas de los diarios uno se asombra de ver como pueden perder toda una vida entera siguiendo día a día esa sucesión inútil de noticias políticas locales que no conducen a nada. Salvo algunas excepciones caracterizadas por el buen escribir o la investigación y la denuncia riesgosa de la corrupción a riesgo de morir, todos los escribidores de los periódicos pierden el tiempo con análisis intonsos sobre el devenir de esos politicastros.
El ciudadano de todos los países es llevado así de la brida a merced de los intereses de esas cadenas radiales, televisivas o de la gran prensa multimedia que llena sus cerebros de basura noticiosa 24 horas diarias.
George Orwel en su libro 1984 imaginó al famoso big brother que todo lo controlaba, pero su fantasía paranoica se quedó corta, pues cada uno de nuestros pasos y gestos es seguido, archivado y controlado a través de nuestros teléfonos, computadores o tarjetas de crédito. La humanidad en vez de estudiar y formarse, aprender del pasado y reflexionar sobre el futuro, vive manipulada por esas informaciones que llenan el cerebro de detritus infectos. Rumbo a su trabajo el hombre vive inmerso en la noticia y al regresar a casa tras la jornada laboral vuelve otra vez a vegetar frente al televisor. Nadie habla con el otro. Todos estamos pegados a las pantallas, a nuestros celulares u ordenadores. Somos sombras los unos de los otros. No vivimos, no existimos por cuenta propia, sino en función de ese alud incesante de datos, declaraciones, partes, que se suceden hasta que el pobre ser humano cae rendido, dormido, para volver el día siguente a repetir la rutina de ser sólo el escucha o el visor de un mundo virtual dominado por los poderosos y sus escándalos financieros mundiales.
Con la telefonía móvil el hombre no se liberó sino que terminó por ser presa también de sus noticias domésticas. No es extraño pues que la revista económica Forbes nos informe ahora que el hombre más rico del mundo sea Carlos Slim, el capo mexicano de la telefonía celular en América Latina. Y todos celebran orgullosos ahora a ese vampiro que ha logrado esclavizar a cientos de millones de miserables latinoamericanos que no comen para tener celular y engrosar así las cuentas de este magnate apocalíptico que llegó en la impunidad total a la suma astronómica de 70.000 millones de dólares sacados del bolsillo del pobre. Siente uno nostalgia de Bill Gates, el Marconi contemporáneo que al menos inventó la era del computador personal e internet. Porque la fortuna impensable de este gran pillo es la prueba contundente de que vivimos en un mundo de zombies noticiosos encadenados al celular como una prótesis de su vana existencia.