sábado, 26 de noviembre de 2011

FERNANDO VALLEJO, EL ULTIMO NADAÍSTA


Por Eduardo García Aguilar
Cuando vi por primera vez a Fernando Vallejo, éste era un señor cegatón y muy feo que acababa de terminar la biografía de Porfirio Barba Jacob, cuyo centenario de nacimiento se celebraba en 1983. El cónsul de Colombia en México nos invitó a su casa de Coyoacán para hablar de los respectivos proyectos, siendo el mío en ese entonces la minuciosa recopilación de la obra periodística del poeta, publicada finalmente en el Fondo de Cultura Económica con el título de Escritos mexicanos.
Vallejo vivía como siempre en la calle Amsterdam con su enorme perra Bruja, un piano, muchos cuadros y esculturas, muebles antiguos y el caballeroso escenógrafo mexicano David Antón, con quien ha compartido su vida a lo largo de cuatro décadas.
Ya había terminado también el titanesco libro Logoi, elaborado para aprender a escribir y emprendía en el total anonimato la escritura de su saga novelística de carácter autobiográfico. Como nadie lo situaba ni en México ni en Colombia entre los escritores de futuro, tuvo que publicar la biografía de su paisano poeta y sus dos primeras novelas con plata de su propio bolsillo, aplicándose él mismo a buscar las ilustraciones para la portada, elaborar el diseño y corregir las pruebas.
Con mucha frecuencia Fernando nos invitaba a su casa a largos almuerzos de donde todos salíamos muy ebrios de tanto vino y cognac. Eran reuniones alegres donde se hablaba de todo sin pretensiones de ninguna clase, porque es y ha sido siempre alguien desprendido de todas las vanidades literarias del mundo.
Suelen los escritores y los artistas en general luchar a lo largo de su vidas por obtener honores y escalar posiciones en la clasificación boxística de la literatura e hincharse de vanidad como pavos reales cuando obtienen premios o reconocimientos, pero en el caso de Vallejo eso no es posible porque sabe que vamos al hoyo y al olvido.
Como los viejos sabios cascarrabias de la historia, Vallejo ha vivido con resignación el hecho de existir en el mundo y dejado transcurrir el tiempo veloz que tarde o temprano cesará de ser su vehículo viajero. Descree profundamente de los seres humanos, pero es buen amigo y noble y servicial si es el caso como lo pueden ser los sencillos campesinos de su estirpe antioqueña.
Vallejo emprendió en México primero la factura de varias obras cinematográficas y luego la escritura de sus memorias para tratar de exorcizar el horror de haber nacido en Colombia, país tan injusto y terrible que le parece una version aún más atroz de los círculos infernales de Dante, donde siglos de guerra y sangre y abuso generalizado han dejado huellas indelebles de dolor, frustración y amargura en la gran mayoría de su hijos.
Pero su diatriba va más allá y se vuelve universal al cruzar las fronteras de su patria y emprender el juicio verbal no sólo contra la tierra natal sino contra la familia misma, estructura monstruosa donde según él se originan todos los odios y pulsiones criminales, y contra la Iglesia y la religión, que cimentan los horrores que hierven en sancrosantos hogares y patrias.
Fernando Vallejo, tal vez sin quererlo ni saberlo, es uno de los principales representantes del movimiento nadaísta colombiano, apadrinado por su mentor y precursor Fernando González y fundado desde Antioquia por el profeta Gonzalo Arango y sus jóvenes discípulos surgidos en las barriadas de las ciudades colombianas a finales de la década del 50, cuando aún humeaba la sangre fresca y caliente de la Violencia.
Todo en Vallejo es puro Nadaísmo. Nadaísmo en el vestir, hablar, perorar, gritar, rebelarse contra todo y contra nadie y en el amar sin límites a los animales, para él seres más confiables y nobles que los hombres y a quienes ha destinado las ganancias de sus premios y regalías editoriales. Nadaísta en su desprendimiento y nadaísta en su descreimiento, porque como decía su también paisano León de Greiff « todo no vale nada si el resto vale menos ».
Y aunque Vallejo haya destinado miles de páginas a atacarla y denunciarla con ferocidad, la Iglesia católica permea su obra y su ser como esencia de la que nunca podrá liberarse. La ideología profunda subyacente en su escritura es el anarquismo católico que en otros tiempos practicaron autores tan polémicos como D’Annunzio y Georges Bernanos e incluso José María Vargas Vila, que en el fondo fue sólo un cura laico traumatizado por la misma religión anclada en las montañas aisladas de Colombia.
Cuando los nadaístas pisaban hostias y escandalizaban frente a las iglesias, arrastrando tras ellos a jóvenes que se rebelaban contra la familia, la religión y la patria, actuaban como seminaristas rebeldes desde el fondo de la cultura antioqueña que ha moldeado parte de los imaginarios colombianos, excepto tal vez en las costas Atlántica y Pacífica donde por fortuna reinaron el animismo y los ritmos africanos.
Tuve la alegría de conocer los primeros manuscritos de sus obras, cuando Fernando no figuraba en ninguno de los catálogos de la literatura colombiana contemporánea y mucho menos en las listas de los nadaístas. Y poco a poco, a medida que fueron publicados, sus libros sedujeron a los colombianos, como antes sedujeron los poemas nadaístas y las novelas de Gustavo Alvarez Gardeazábal, porque son gritos generales contra la cultura blanca, católica, hispana, neurótica, señorial y autista de las montañas colombianas. Con Vallejo el nadaísmo gana y por eso puede ya bajar tranquilo al sepulcro, como diría Bolívar.

sábado, 19 de noviembre de 2011

DANIEL SADA: LA VIDA PARA PULIR UN VERSO


Por Eduardo García Aguilar

El mexicano Daniel Sada (1953-2011) vivió por y para literatura contra la corriente, haciendo un esfuerzo descomunal para que la historia contada y la forma llegaran a plasmarse en un todo ambicioso. Lo conocí cuando teníamos 27 años y publicábamos los primeros libros en la Ciudad de México, en ese tiempo feliz para la literatura, cuando no había sido devorada por el comercio y estaban aún vivos Octavio Paz, Juan Rulfo, Salvador Elizondo, Augusto Monterroso, Francisco Cervantes y toda una pléyade de autores mexicanos inmersos en el crepúsculo de un humanismo preciosita donde se « sacrificaba un mundo para pulir un verso », como dijo el poeta colombiano Guillermo Valencia.

Nuestra primera charla sobre el decadentista Joris Karl Huysmans, que él adoraba, fue en el Palacio de Bellas Artes, presentados por Guillermo Samperio. Lo veo recostado en una de las columnas de mármol, a la entrada del inmenso templo laico construido por los padres fundadores de la patria revolucionaria y humanista mexicana, encabezada por el gran José Vasconcelos, autor del imprescindible Ulises criollo. Es la primera imagen que tengo de él.

O sea que fue allí, entre mármoles untados de modernismo, entre los fantasmas de Amado Nervo y José Juan Tablada, donde se inició ese diálogo de jóvenes devorados por la literatura, que poca atención hacían a la realidad. México se hundía, lastrado por la corrupción del régimen y pronto se quebraría del todo en el crepúsculo de un Quetzalcóatl megalómano, pero nosotros sólo sabíamos de los incunables hallados en las librerías de viejo de la calle Donceles o de Las Diabólicas del dandy Jules Barbey d’Aurevilly.

Sada venía del norte y solía escribir sobre los ámbitos vividos en la infancia y la adolescencia, llenos de artistas de circo y gitanos de paso en pueblos y ciudades polvorientas esparcidas en territorios unidos por largas vías férreas o carreteras sin fin entre cactus. Usaba el lenguaje coloquial de la gente del norte, con sus modismos y acentos peculiares y osaba escribir novelas en octosílabos, endecasílabos y alejandrinos perfectos que revisaba uno a uno a lo largo de páginas y volúmenes sin fin.

Vestía sencillo, con ropas amplias de colores no muy vistosos y una cachucha de béisbol. Tenía la amenidad y la generosidad que fluía por las redondeces de una corporalidad similar a la de su admirado maestro Alfonso Reyes, que como él vivió rodeado de libros y buscó en ellos la frase sorpresiva, la idea escondida entre el polvo y los siglos. Barroco hasta el extremo, Sada llevaba dentro de sí un Góngora personal que garantizaba el funcionamiento de su relojería, aunado a un Gracián de cabecera, que daba consistencia ontológica al transcurso de sus personajes.

Hablaba rápido y reía con frecuencia. Su rostro, en la alegría, adquiría el tono de los budas risueños provenientes del Oriente que adornan como amuletos los restaurantes chinos y traen suerte y abundancia. Amaba el vino, la comida, el béisbol, los amigos, y se le veía feliz poseído siempre por las historias y proyectos que fraguaba. Le gustaba en la tierra caliente usar gafas oscuras y en los encuentros de escritores en los que coincidimos, desde el homenaje a José Agustín por sus cuarenta años en Cuautla, hasta los de Puebla y Huatulco, solíamos hablar también del inescrutable tema del amor, que por fortuna lo rodeó hasta al final, al lado de su esposa y sus dos hijas.

Cuando lo conocí, vivía por las torres de Satélite con sus padres y había leído todos los libros. Se había iniciado con Lampa Vida (Premiá. 1980) y soñaba con escribir, como lo hizo, enormes obras narrativas de orfebrería única donde vivieran a sus anchas sus personajes cómicos y picarescos de provincia. Albedrío (1989), Una de dos (1994), Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999), Juguete de nadie y otras historias (1985), entre otras obras, representan un vasto y sólido balance.

Cargaba siempre sus manuscritos y leía por teléfono a sus amigos las historias que acababan de surgir de su pluma. Vivía por y para la literatura. Todo en él se reducía a buscar historias y encontrar el tono y las palabras para contarlas. Su obra estaba al servicio de sus ambiciones, por lo que nunca cedió a la narrativa fácil y exigió que el lector lo siguiera por sus difíciles laberintos.

Hacía parte de ese amplio espectro de provincianos que desde todos los puntos cardinales llegaban a la capital, como Juan Rulfo o Carlos Montemayor, a nutrir de palabras el árbol fértil de la literatura mexicana. Pero en su caso, venía del norte, que siempre dio a la literatura mexicana voces y ámbitos peculiares para alimentar el crisol multifacético que hierve en el Distrito Federal.

Daniel Dada fue un Quijote de la novela. Dio su vida al acto de escribir movido por una pulsión incontenible. Y en sus archivos reposará sin duda una obra secreta de poesía, que fue el jardín secreto, básico, que cimentaba sus proezas narrativas.

Acaba de morir este viernes 18 de noviembre y, al recordarlo, sabemos que es un ejemplo heroico para todos los que escogimos el camino de la literatura en un mundo cada vez más hostil para los creadores, porque nunca se apartó del camino contra viento y marea, siempre estuvo ahí al frente en el a veces árido campo de las letras, en la soledad del oficio y de la vida, entre sus diccionarios y su biblioteca nutrida de clásicos de todos los tiempos.

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domingo, 13 de noviembre de 2011

EUROPA, FIESTA, CRISIS, NOCHE



Por Eduardo García Aguilar

Mientras en las pantallas de televisión se ve al primer ministro griego Georges Papandreou en medio de la crisis financiera y política mundial que amenaza al viejo continente como si fuera un país del Tercer Mundo, la fiesta continúa en las calles céntricas de Bruselas, capital de la Unión Europea y sede de las principales instituciones de esa zona.
En la Gran Plaza jóvenes y adolescentes liban y cantan sentados en círculo y poco a poco llegan ebrios de todos los pelambres a celebrar y tomar cerveza Leff o Grinberguen, mientras a lo lejos se escucha la incesante voz de la diva pelirroja Axelle Reed o la del inconfundible cantante nacional Adamo. No lejos de ahí centenares de gays inundan una calle y hacen la fiesta con sus banderas multicolores.
A una hora por avión de la capital belga, a la misma hora, en la famosa Cannes, los presidentes de los países más poderosos del planeta reunidos en la Cumbre del G-20 siguen estremecidos por la posibilidad, ya conjurada, de que se convoque al pueblo griego a un referéndum para decidir si continúa o no en la Unión Europea.
En la esquina de la plaza, en los bajos de una vieja casa antigua del siglo XVIII de estilo flamenco, en un amplio viejo antro, una joven familia popular latinoamericana anima una discoteca donde suenan bajo la penumbra rota por haces lumínicos el reggaeton y la bachata que bailan expertas muchachas provenientes de las barriadas del Caribe, Colombia o Perú.
Sin duda miles de peruanos, bolivianos, ecuatorianos y colombianos, desempleados después de la quiebra de España y el fin del sueño laboral de la Madre Patria han emigrado a esta capital en busca de trabajo y pululan por todas partes. El reggaeton, la bachata y otras músicas de ese tipo proliferan poco a poco en estas callejuelas y los bares están llenos de emigrantes populares. Los diplomáticos y la juventud burocrática dorada europea hace la fiesta en otros sitios de más glamour.
El español Zapatero, el portugués Sócrates, los líderes irlandés e islandés, ahora Papandreu y después Berlusconi han caído unos tras otros precipitados por la crisis de la deuda y la incertidumbre. Las fronteras se difuminan, los Estados desaparecen y las fuerzas oscuras de las finanzas instalan poco a poco el gobierno de magnates, grandes grupos y corredores de bolsa. Ni el francés Sarkozy ni la alemana Merkel están a salvo de caer al precipicio, chupados por el hueco negro del desastre.
Papandreou, tercero de una dinastía política social-demócrata, trata de salvar los últimos muebles, antes de ceder el poder y en espera de la llegada de los representantes de los acreedores internacionales con las órdenes de incautación de los enseres domésticos. Se llevarán hasta las vajillas y la licuadora.
El cómico presidente francés Sarkozy, que considera ridículamente a Papandreou su prefecto en una provincia lejana, salta como Luis de Funés en El Gendarme de Saint Tropez ante la sorpresiva idea de que el pueblo griego pueda decidir democráticamente su destino. Papandreou lo mira desde lo alto de su dinastía ateniense como se observa a un gañán impertinente que se cree más importante de lo que es y ni siquiera sabe quien fue Pericles.
En Bruselas uno trata de palpar ese malestar que sacude la región y los estremecimientos monetarios, las bajas y subidas de tobogán de las bolsas, la sucesión de las calificaciones de Standard's and Poors y Moody's, pero nada indica en la calle que un sueño se derrumba, que languidece una utopía creada por los viejos fundadores de la Unión Europea.
En Bélgica los flamencos y wallones se ignoran, hablan sus respectivas lenguas y se dan la espalda como catalanes y castellanos. Desde hace año y medio no hay consenso para formar gobierno en Bélgica y se desempeña como primer ministro interino el economista Yves Laterne. Por todas partes surgen nuevos nacionalismos. La extrema derecha progresa.
Después de medio siglo de minuciosa y conflictiva construcción, la Unión Europa tiembla y uno tras otro los países del continente caen de rodillas ante las oscuras instituciones financieras internacionales. La magnitud de las deudas nacionales es tal que Irlanda, Grecia, Italia, Islandia, España, Portugal y ahora Francia y en el futuro Inglaterra, Bélgica y otros países caen uno tras otro incapaces de pagar los intereses de la deuda, tras décadas de cuentas alegres y delirios de grandeza.
Grecia organizó los Juegos Olímpicos y tiró por la ventana más de 20.000 millones de dólares así como muchas familias pobres gastan a crédito en fiestas de bodas o cumpleaños de quinceañeras y quedan ahorcadas a expensas de los agiotistas. La corrupción chupó los miles de millones de euros de las subvenciones que han ido a dormir a las cuentas de los bancos suizos.
Pero la deuda de Grecia es poco comparada con las de Francia, Italia, Estados Unidos, que han gastado a crédito millones en guerras exteriores absurdas o tirado fortunas por la ventana dando canonjías a bancos y a grandes multinacionales. Las industrias nacionales han sido pulverizadas y deslocalizadas a China, donde la mano de obra no vale nada.
Los indignados de todo el continente acuden a Bruselas a protestar y expertos sindicales o humanitarios de todo el planeta, convocados por partidos de izquierda europeos, se reúnen en un amplio salón de la calle Washington para tratar de entender este nuevo Imperio del Big Bussines, gigantesco pulpo inteligente de capitales apátridas y crueles que asfixia al planeta con sus ocho brazos dúctiles llenos de ventosas. Pero no es tiempo de llorar. Después todos saldremos en busca de fiesta al ritmo caribeño de la bachata y el reggaetón.