domingo, 26 de julio de 2020

EL GEÓGRAFO ARTHUR RIMBAUD

Por Eduardo García Aguilar

Rimbaud nunca supo que era ni sería el gran poeta Rimbaud y cuando decidió partir a los 26 años a recorrer el mundo, solo, como un ermitaño, dejó atrás para siempre a Francia y al terruño del este, cerca de Charleville, donde quedaron su madre Vitalie y su hermana Isabelle. Regresaría una década después para morir en Marsella a los 37 años en 1891.

Antes de partir definitivamente a África, durante cinco años caminó por Europa como un vagabundo haciendo pequeños trabajos para sobrevivir y varias veces se desmayó por hambre o fatiga en los caminos de Italia, desde donde viajó a la isla de Chipre, siempre buscando estar más lejos de donde estaba lejos. Había decidido dejar atrás su pasado y borrar sus tiempos de poeta adolescente y las locuras que vivió con Verlaine en Francia, Bélgica  e Inglaterra.

Nació en 1854 en Charleville, bella ciudad con una plaza antigua construida con la piedra de color rosado de las canteras de la zona y que aun hoy es admirada, aunque para él no significaba nada, pues la vida familiar y provinciana lo asfixiaban. Desde temprano tuvo muy buenos resultados en la escuela de su época que daba gran importancia a la lengua y la retórica, por lo que adolescente era ya un brillante escritor y lector de clásicos, admirado por sus maestros.

Su padre el capitán iba y venía de un lado para otro, casi siempre ausente, dedicado a una vida permanente de desplazamientos y aventuras que terminó con el abandono de su familia. El clan de tres hermanos quedó en manos de la autoritaria madre Vitalie, quien hizo todo lo posible por retener a su hijo, que desde muy temprano se escapaba de casa a buscar un más allá aun indefinido. Durante esas fugas escribió sus primeras obras y encontró a Verlaine y el medio literario parisino que se asombró desde temprano por su talento.

Pero el alcohol, los malos pasos, la violencia y la errancia terminaron por convertirlos a él y su amigo Verlaine en marginales de su tiempo. El primero siguió su camino poético y bohemio, convirtiéndose más tarde en un gran poeta famoso en vida, aunque borrachín e impredecible, y el geniecillo loco dejó todo atrás para irse a buscar los mundos más lejanos, libre total como ese extraordinario Barco ebrio que va por el río sin amarras ni piloto.

Tal vez en el fondo buscaba a ese padre militar ausente que fue viajero y explorador y cuya maleta de recuerdos reposaba abandonada en un desván de la casa de Charleville. Leyó aquellos cuadernos, apuntes geográficos, imágenes, documentos y, cuando pudo, quiso emular su vida sin amarras. Después de bogar por la corriente de la vida logra que lo contraten como maestro de obra en una construcción importante en la isla de Chipre, que es la puerta del Oriente Medio.

De allí viaja al Cuerno de África, en la lejana Abisinia, donde es contratado en empresas fundadas por jóvenes aventureros que buscaban hacer fortuna en aquellos territorios y a la vez deseaban dejar atrás tortuosos pasados de amor y desamor. Al comienzo trabaja en una plantación de café donde se concentraba la producción del grano, encargado de revisar y seleccionar los cargamentos que eran exportados hacia Europa por el mar Rojo y el Canal de Suez.  

Uno de sus jefes, Alfred Bardey, lo recuerda como alguien emprendedor, fuerte, caprichoso, de una inteligencia excepcional y un cáracter indómito. Aunque nunca le dijo a sus nuevas amistades que alguna vez fue poeta en París, ellos se daban cuenta que era un individuo culto, talentoso en el dominio de las lenguas, entre ellas el árabe y el dialecto local que aprendió con rapidez, así como por su don de gentes con los habitantes de Abisinia, a quienes trataba de igual a igual, a diferencia de los jefes europeos que tenían alma de crueles colonialistas y terminaban por ser asesinados en emboscadas.

Pronto crea su propia empresa y gracias a sus contactos con los reyezuelos locales como Menelik II, se dedica al tráfico de armas y otras mercancías provenientes de Europa y abre sus propias rutas por peligrosos caminos desconocidos, ya que entretanto perfeccionó sus conocimientos de topografía, geografía y diversos oficios técnicos necesarios para enfrentar todas las vicisitudes. Crea un círculo de amigos con Ugo Ferrandi, Jules Borelli, Leopoldo Traversi, Edouard Bidault, Alfred Ilg, entre otros. Y toma en serio su trabajo como explorador y geógrafo, pues envió artículos e informes a varios periódicos y Sociedades geográficas de su tiempo en Egipto, Italia, Francia y Bélgica.

Tuvo que regresar de Harar, donde vivía en el Hotel Universal, al puerto francés de Marsella, por problemas graves de salud y aunque le amputaron una pierna, hasta el último suspiro quiso regresar a Abisinia, donde había encontrado su grupo de amigos y una vida concreta y feliz entre los espigados y bellos abisinios. Al morir tenía una buena fortuna y de haber seguido en vida es probable que se hubiese convertido en un viejo magnate poderoso en aquella zona clave de cruce de coordenadas entre Oriente Lejano, Oriente Medio, África y Europa.

La Sociedad de Geografía, fundada en 1821, le dedicó en 2006 un homenaje especial en el número 1519 bis de la revista, casi bicentenaria, La Geografia. Los ensayos incluidos fueron leídos en un coloquio celebrado el 9 de octubre de 2004 por grandes expertos contemporáneos, entre ellos su presidente Jean Bastié, el profesor de la Sorbona Pierre Brunel, presidente de la Sociedad de amigos de Rimbaud y el escritor Claude Jeancolas. La revista trimestral, discreta, que tiene el mismo formato de la revista colombiana Aleph, dirigida desde hace medio siglo en Manizales por Carlos Enrique Ruiz, lleva en su portada una de los pocas fotografías conocidas del poeta, de pie junto a un árbol, quien nos mira vestido de blanco con severidad, directo a los ojos, y lleva los brazos cruzados.

Es una delicia leer los ensayos rigurosos de los expertos, quienes nos hacen conocer a un Rimbaud desconocido, real, explorador y geógrafo, que siguió su camino poético por otros rumbos, como el estar siempre lejos de donde se está lejos. Puesto que Rimbaud saltó a la fama solo después de muerto, algunos de sus conocedores afirman que él nunca supo que fue o iba a ser el gran Rimbaud. Bella metáfora de la vida de alquien que repudió la fama y la gloria literarias en vida, pero fue atrapado por ellas mucho tiempo después de su partida de este mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domigo 17 de mayo de 2020.

3 comentarios:

Luis Manteiga Pousa dijo...

Con su vida posterior se puede decir que Rimbaud hizo una enmienda a la totalidad a su etapa literaria.

Enrique ALEGRÍA DULCAMARA dijo...

Gracias, maestro García AguilaR, por este buen texto que devela episodios vitales de tan grandioso poeta.

Santiago Uribe S. Àngel dijo...

Eduardo, aquello que dices, que "Rimbaud nunca supo que era... poeta", no se contradice con lo que dijo a Izambard,
"... yo me he dado cuenta de que soy poeta"?