Por Eduardo García Aguilar
Rimbaud nunca supo que era ni sería el gran poeta
Rimbaud y cuando decidió partir a los 26 años a recorrer el mundo, solo,
como un ermitaño, dejó atrás para siempre a Francia y al terruño del
este, cerca de Charleville, donde quedaron su madre Vitalie y su hermana
Isabelle. Regresaría una década después para morir en Marsella a los 37
años en 1891.
Antes de partir definitivamente a África, durante
cinco años caminó por Europa como un vagabundo haciendo pequeños
trabajos para sobrevivir y varias veces se desmayó por hambre o fatiga
en los caminos de Italia, desde donde viajó a la isla de Chipre, siempre
buscando estar más lejos de donde estaba lejos. Había decidido dejar
atrás su pasado y borrar sus tiempos de poeta adolescente y las locuras
que vivió con Verlaine en Francia, Bélgica e Inglaterra.
Nació en 1854 en Charleville, bella ciudad con una
plaza antigua construida con la piedra de color rosado de las canteras
de la zona y que aun hoy es admirada, aunque para él no significaba
nada, pues la vida familiar y provinciana lo asfixiaban. Desde temprano
tuvo muy buenos resultados en la escuela de su época que daba gran
importancia a la lengua y la retórica, por lo que adolescente era ya un
brillante escritor y lector de clásicos, admirado por sus maestros.
Su padre el capitán iba y venía de un lado para
otro, casi siempre ausente, dedicado a una vida permanente de
desplazamientos y aventuras que terminó con el abandono de su familia.
El clan de tres hermanos quedó en manos de la autoritaria madre Vitalie,
quien hizo todo lo posible por retener a su hijo, que desde muy
temprano se escapaba de casa a buscar un más allá aun indefinido.
Durante esas fugas escribió sus primeras obras y encontró a Verlaine y
el medio literario parisino que se asombró desde temprano por su
talento.
Pero el alcohol, los malos pasos, la violencia y la
errancia terminaron por convertirlos a él y su amigo Verlaine en
marginales de su tiempo. El primero siguió su camino poético y bohemio,
convirtiéndose más tarde en un gran poeta famoso en vida, aunque
borrachín e impredecible, y el geniecillo loco dejó todo atrás para irse
a buscar los mundos más lejanos, libre total como ese extraordinario
Barco ebrio que va por el río sin amarras ni piloto.
Tal vez en el fondo buscaba a ese padre militar
ausente que fue viajero y explorador y cuya maleta de recuerdos reposaba
abandonada en un desván de la casa de Charleville. Leyó aquellos
cuadernos, apuntes geográficos, imágenes, documentos y, cuando pudo,
quiso emular su vida sin amarras. Después de bogar por la corriente de
la vida logra que lo contraten como maestro de obra en una construcción
importante en la isla de Chipre, que es la puerta del Oriente Medio.
De allí viaja al Cuerno de África, en la lejana
Abisinia, donde es contratado en empresas fundadas por jóvenes
aventureros que buscaban hacer fortuna en aquellos territorios y a la
vez deseaban dejar atrás tortuosos pasados de amor y desamor. Al
comienzo trabaja en una plantación de café donde se concentraba la
producción del grano, encargado de revisar y seleccionar los cargamentos
que eran exportados hacia Europa por el mar Rojo y el Canal de Suez.
Uno de sus jefes, Alfred Bardey, lo recuerda como
alguien emprendedor, fuerte, caprichoso, de una inteligencia excepcional
y un cáracter indómito. Aunque nunca le dijo a sus nuevas amistades que
alguna vez fue poeta en París, ellos se daban cuenta que era un
individuo culto, talentoso en el dominio de las lenguas, entre ellas el
árabe y el dialecto local que aprendió con rapidez, así como por su don
de gentes con los habitantes de Abisinia, a quienes trataba de igual a
igual, a diferencia de los jefes europeos que tenían alma de crueles
colonialistas y terminaban por ser asesinados en emboscadas.
Pronto crea su propia empresa y gracias a sus
contactos con los reyezuelos locales como Menelik II, se dedica al
tráfico de armas y otras mercancías provenientes de Europa y abre sus
propias rutas por peligrosos caminos desconocidos, ya que entretanto
perfeccionó sus conocimientos de topografía, geografía y diversos
oficios técnicos necesarios para enfrentar todas las vicisitudes. Crea
un círculo de amigos con Ugo Ferrandi, Jules Borelli, Leopoldo Traversi,
Edouard Bidault, Alfred Ilg, entre otros. Y toma en serio su trabajo
como explorador y geógrafo, pues envió artículos e informes a varios
periódicos y Sociedades geográficas de su tiempo en Egipto, Italia,
Francia y Bélgica.
Tuvo que regresar de Harar, donde vivía en el Hotel
Universal, al puerto francés de Marsella, por problemas graves de salud y
aunque le amputaron una pierna, hasta el último suspiro quiso regresar a
Abisinia, donde había encontrado su grupo de amigos y una vida concreta
y feliz entre los espigados y bellos abisinios. Al morir tenía una
buena fortuna y de haber seguido en vida es probable que se hubiese
convertido en un viejo magnate poderoso en aquella zona clave de cruce
de coordenadas entre Oriente Lejano, Oriente Medio, África y Europa.
La Sociedad de Geografía, fundada en 1821, le dedicó
en 2006 un homenaje especial en el número 1519 bis de la revista, casi
bicentenaria, La Geografia. Los ensayos incluidos fueron leídos en un
coloquio celebrado el 9 de octubre de 2004 por grandes expertos
contemporáneos, entre ellos su presidente Jean Bastié, el profesor de la
Sorbona Pierre Brunel, presidente de la Sociedad de amigos de Rimbaud y
el escritor Claude Jeancolas. La revista trimestral, discreta, que
tiene el mismo formato de la revista colombiana Aleph, dirigida desde
hace medio siglo en Manizales por Carlos Enrique Ruiz, lleva en su
portada una de los pocas fotografías conocidas del poeta, de pie junto a
un árbol, quien nos mira vestido de blanco con severidad, directo a los
ojos, y lleva los brazos cruzados.
Es una delicia leer los ensayos rigurosos de los
expertos, quienes nos hacen conocer a un Rimbaud desconocido, real,
explorador y geógrafo, que siguió su camino poético por otros rumbos,
como el estar siempre lejos de donde se está lejos. Puesto que Rimbaud
saltó a la fama solo después de muerto, algunos de sus conocedores
afirman que él nunca supo que fue o iba a ser el gran Rimbaud. Bella
metáfora de la vida de alquien que repudió la fama y la gloria
literarias en vida, pero fue atrapado por ellas mucho tiempo después de
su partida de este mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domigo 17 de mayo de 2020.
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domigo 17 de mayo de 2020.
3 comentarios:
Con su vida posterior se puede decir que Rimbaud hizo una enmienda a la totalidad a su etapa literaria.
Gracias, maestro García AguilaR, por este buen texto que devela episodios vitales de tan grandioso poeta.
Eduardo, aquello que dices, que "Rimbaud nunca supo que era... poeta", no se contradice con lo que dijo a Izambard,
"... yo me he dado cuenta de que soy poeta"?
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