Tumba de Casimir Delavigne en Père Lachaise |
Por Eduardo García Aguilar
En estas épocas de pandemia y crisis mundial
proliferan los festivales poéticos en línea donde todos los escribidores
del mundo encerrados por obligación participan en recitales colectivos
que otros solitarios tal vez observan y escuchan en sus guaridas
cerradas ante el peligro de la peste. No me imagino lo que pensarían de
esto los poetas de otros tiempos, que más solitarios aun dejaban solo al
azar del destino la difusión de sus obras en el formato libro, reinante
desde los tiempos del gran Gutenberg, o por medio de cartas, que
llegaban muchos meses o semanas después a su destino de ultramar.
Gracias a la velocidad y visibilidad
que otorgan las redes sociales, dos siglos después de la primera,
vivimos al parecer otra espléndida era romántica en estos tiempos
terribles y extraños de las
primeras décadas del siglo XXI, donde muchos piensan que el cambio
climático nos conduce a un nuevo apocalipsis, acompañado de amenazas
bélicas y represivas. A través de las redes sociales, Twitter, Facebook
o Youtube cualquiera puede ahora gritar, llorar, reír y lanzar sus
ideas, imágenes y poemas al mundo sin tener que pasar por los controles
de los caciques poderosos de la cultura o los grandes medios controlados
por poderes económicos, ideológicos o religiosos.
Ante los
nefastos poderes mundiales florecen ahora generaciones
anticapitalistas, ecologistas, animalistas, antirracistas, feministas,
LGTB, que buscan con su voz liberar fuerzas que hasta hace poco
estuvieron reprimidas. Nuevos héroes como el Julian Assange de Wikileaks
o figuras
reprimidas en países como China, Rusia, Oriente Medio, Africa o Estados
Unidos, músicos,
artistas, poetas o heroínas del Metoo, usan las redes para denunciar la
corrupción y defender sus causas, pedir autonomías étnicas, indígenas,
raciales, de género o regionales y solicitar la liberación de los
perseguidos o la redención de los desposeídos. Este nuevo movimiento romántico podría tener similitudes con el del siglo XIX, liderado por Víctor Hugo, Goethe y Byron.
Por eso hay que volver a visitar aquel movimiento de
sueños. Como ahora es tan fácil encontrar tirados junto a los basureros
o en las aceras de las ciudades los más increíbles incunables de otros
tiempos botados por nuevos inquilinos que vacían cavas, graneros o
sótanos, suelo rescatar viejas ediciones de poetas que ahora nadie lee y
que en su tiempo fueron grandes estrellas de la poesía como Casimir
Delavigne (1793-1843), quien está sepultado junto a Balzac y Nerval en
el cementerio Père Lachaise de la capital francesa. Es una delicia
leerlos en libros de comienzos del siglo XIX, tocados por las manos de
aquella generación surgida después de la Revolución Francesa y al
interior de los cuales a veces halla uno papeles, hojas o flores
olvidados e intactos.
Las ediciones de aquellos tiempos de auge romántico
se hacían en papeles finísimos que resisten el paso del tiempo y solían
estar ilustradas con grabados preciosos que cubrían con papeles de seda
para no manchar las páginas y que hoy podrían ser sacados y cortados
para convertirse en cuadros. Prefiero dejarlos así y con frecuencia
vuelvo a esos libros empastados con gusto y tan sólidos como rocas, de
tal forma que aquel formato podría cruzar los milenios sin desmoronarse o
difuminarse en átomos volando. Lo lanzado ahora a las redes vuela pero
se difumina muy rápido en el olvido tras los quince segundos de fama
teorizados por Andy Warhol.
Delavigne se hizo famoso al escribir largas odas
después de la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo en julio de
1815, logrando un éxito impresionante, pues sus poemarios se vendían por
decenas de miles y pasaban de mano en mano como hoy las voces y las
imágenes pasan de un teléfono celular a otro. Tuvo éxito también como
dramaturgo y fue nombrado por la monarquía de la Restauración como
bibliotecario del Palais Royal y ungido a la edad de 35 años como
miembro de la Academia Francesa. Adulado, admirado, propietario de una
bella mansión en las orillas del Sena otorgada como canonjía por los
poderes de la monarquía, Delavigne fue denostado por autores que como
Flaubert lo consideraban cortesano, seguidor oportunista de temas y
corrientes de moda, pero también fue elogiado por Balzac.
Este autor ha sido olvidado casi por completo y hoy
solo algunos curiosos saben de su vida y obra. Varias veces he visitado
su tumba, después de recorrer las callejuelas secretas de uno de los
cementerios más literarios del mundo, donde reposan Proust, Wilde,
Chopin, Rufino J. Cuervo, Colette, Miguel Angel Asturias, Jim Morrison y
tantos otros. Una vez fui con el poeta francés Stéphane Chaumet, nacido
como él en la ciudad portuaria de Le Havre y otra el año pasado con el
escritor y pensador colombiano Hernando Salazar Patiño, quien por la
emoción de observar tantas célebres tumbas juntas extravió su bufanda de
seda florentina en las callejuelas del camposanto.
Los grandes y exitosos románticos que pasaron a la
posteridad por su talento y poder fueron Víctor Hugo, Alphonse
Lamartine, Alfred de Musset, Georges Sand y Alfred de Vigny. Con ellos
miles de aristócratas, burgueses, artesanos y obreros por igual se
dejaron llevar en toda Europa por ese deseo de escribir, opinar y
cantar, lanzando a la calle miles de libros en preciosas ediciones que
hoy nadie recuerda, como nadie recordará después a los poetas y
pensadores de Facebook, Twitter y Youtube.
El romántico Delavigne fue una especie de poeta
youtuber del momento y con él pasaron al olvido muchos otros como
Marceline Desbordes-Valmore o Reine Garde, la poeta costurera descubierta por Lamartine,
que reivindicaban el despertar de la mujer, o Pierre Dupont, Maurice de
Guérin o Alphonse Rabbe, entre otros que solo figuran en tratados
arqueológicos de la poesía de ese tiempo. Aunque todos vayan al olvido
ineluctable, es bueno saludar esta fiesta poética que prolifera en las
redes sociales y en Youtube, aunque no hay nada mejor como leer poesía
en el silencio de la madrugada en un viejo libro de papel, creando un
contacto secreto con un autor olvidado de otro siglo al que no le vemos
la cara.
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Publicado en La Patria. Manizales, Colombia, el domingo 18 de julio de 2020.
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