Por Eduardo García Aguilar
No sabemos que pensaría en estos momentos el poeta
Alvaro Mutis cuando se conoce la noticia de que el autoritario
presidente turco Recey Tayiq Erdogan volvió a convertir en mezquita en
pleno siglo XXI a la Basílica de Santa Sofía, construida en el siglo VI
de nuestra era en Constantinopla, capital del Imperio Bizantino y
declarada patrimonio universal desde hace tiempo por la Unesco. El
tirano turco, como tantos otros orates mundiales que gobiernan en el
mundo saben muy bien recurrir a los sentimientos religiosos,
nacionalistas o étnicos de la población para manipular y encender los
ánimos, dividiendo en vez de unir a los pueblos, prendiendo fuego en las
praderas en vez de apagar odios y prejuicios.
Son técnicas bien aceitadas para obtener votos
fáciles y aumentar las popularidades que van de capa caída. Desde su
llegada al poder, Erdogan ha tratado de quebrar para siempre la obra del
mítico Attatürk (1881-1938), presidente creador en los años 20 y 30 del
siglo pasado de la Turquía moderna, quien logró la separación de los
poderes religiosos y el Estado y abogó entre otras muchas cosas por la
laicidad y los derechos de la mujer, hasta entonces conculcados por el
Imperio Otomano.
El poderoso Imperio Otomano que había reinado desde
1453 en Constantinopla acababa de implosionar tras siglos de hegemonía
en Grecia y los países balcánicos, Oriente Medio, Egipto y la franja
norte del África mediterránea, después de complejas y cruentas guerras
en las que participaron los poderes mundiales. Esa larga guerra ya fue
contada con maestría en los Siete pilares de la sabiduría por Lawrence
de Arabia, el militar e intelectual británico que asesoraba y manipulaba
a las tribus árabes en su empeño por deshacerse del yugo y crear nuevas
naciones.
Todos aquellos territorios que han vivido y viven en
guerra desde hace milenios, volvieron entonces a experimentar ese
enardecido nido de alacranes en que se convirtieron las luchas por los
intereses geopolíticos de siempre en ese cruce estratégico de fronteras y
rutas, y al hundirse el extenso Imperio otomano surgió de sus ruinas la
Turquía de Attatürk, que estrechó lazos con Europa y a la larga teminó
aspirando a ser admitida en La Unión Europea, sueño que poco ha poco ha
desmontado el colérico Erdogan.
Un siglo antes, los románticos encabezados por Lord
Byron iban a Grecia a tratar de liberarla de las garras otomanas y
morían en el intento. Tras el repliegue otomano, Grecia y los países
balcánicos volvieron a ser libres, así como las iglesias ortodoxas
perseguidas, y Estambul se convirtió bajo el mando de Attatürk y sus
sucesores laicos en una mítica ciudad cosmopolita y tolerante, una
especie de faro en mitad de dos mundos, Oriente y Occidente. Estambul
encendió así la imaginación de poetas y novelistas y fue tema de muchas
obras inolvidables.
Attatürk, el enérgico y apuesto estadista nacido en
Macedonia en el seno de una familia pobre y errante y que subió a la
gloria en esos tiempos, dijo ya una vez en el poder que deseaba entregar
Santa Sofía a la humanidad entera y desde entonces fue uno de los
sitios más vistados por los viajeros del mundo y ejemplo de ecumenismo y
cosmopolitismo y del posible entendimiento pacífico y diálogo entre las
diversas creencias.
Al llegar al poder, Erdogan empezó a detruir los
equilibrios de poderes y poco a poco amplió su dominio aliado a las
fuerzas más extremas y conservadoras, aquellas que pugnan por el odio.
Pero también desde hace poco su popularidad ha bajado y después del
intento de golpe de Estado de hace unos años, nuevas fuerzas lo
desafían, como ocurrió hace poco en Estambul, donde su candidato
impuesto fue derrotado por la oposición laica y moderna. Desde entonces
agita sus banderas islamistas, financia fuerzas siniestras para
incendiar aun más el terreno de batalla sirio, reprime en sangre a la
minoría kurda e interviene en otros frentes como Libia, soñando con
restaurar el Imperio Otomano. El espectáculo de esta semana en la
Basílica de Santa Sofía es una jugada más para tratar de recuperar votos
e impedir su ineluctable caída.
El poeta colombiano Mutis, admirador del Imperio
Bizantino, escribió alguna vez un verso en que decía que era muy tarde y
ya sabía que "nunca visitaría Estambul". En su infancia y a lo largo de
toda su vida Mutis leyó todos los libros posibles sobre los mil años de
Bizancio, desde Constantino hasta su caída en manos de los otomanos en
1453. Revisaba la vida y gestas de príncipes y princesas, recorría
imaginariamente templos, apreciaba íconos, escuchaba músicas y leía
clásicos, poetas y todo tipo de memorias y relatos de viajes. Soñaba en
sus mares interiores y montañas o en las ruinas griegas que pueblan todo
el territorio turco.
Su gran amigo y casi hermano García Márquez leyó el
poema de lástimas y penas por no conocer Estambul y como el costeño ya
era rico y famoso mundialmente, quiso invalidar el texto y lo invitó a
hacer un viaje que ambos han contado con alegría y sentido del humor en
varios textos. Cuando Mutis publicó en Seix Barral la primera edición de
la Summa de Maqroll el Gaviero en 1974, puso en la portada una foto
donde se le veía feliz y risueño con una cámara frente a la Basílica de
Santa Sofía.
En su estudio de San Jerónimo, en el sur de la
ciudad de México, Mutis vivía rodeado por sus celebraciones literarias y
los fantasmas de sus gustos históricos. Uno de sus temas preferidos era
Bizancio y la lectura de clásicos como Gustave Schlumberguer
(1844-1929), quien escribió Bizancio y las cruzadas, La epopeya
bizantina a fines del siglo X y Nicephore Phocas, emperador bizantino en
el siglo X, entre otras obras sobre aquel imperio desaparecido. Mutis
soñaba con Bizancio, que fue centro de varios imperios, entre ellos el romano, y en el
estrecho del Bósforo, el mar de Mármara, el Mar Negro, el mar Egeo,
donde se dieron tantas batallas y proezas a lo largo de los milenios.
Supongo
que al calor de unos whiskies, Mutis sonreiría en su estudio de San
Jerónimo al comprobar que este nuevo avatar histórico en pleno siglo XXI de
la Basílica de Santa Sofía, a donde ayer los políticos turcos
encorbatados en pleno llegaron en campaña electoral para inaugurar la
mezquita, es una prueba de que los humanos seguimos repitiendo las
mismas guerras y batallas, condenados a revivir odios y provocaciones
ancestrales que terminan en sangre. Y entonces soñaría de nuevo en las
peregrinaciones literarias de los cruzados o en Lord Byron y viajaría a
los tiempos del gran Belisario (505-565), el más notable general del Imperio bizantino bajo el mando de Justiniano, quien ya fue contado con maestría en una novela por Robert Graves.
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Publicado el domingo 26 de julio de 2020 en La Patria. Manizales. Colombia.
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