Por Eduardo García Aguilar
Hay algo que mucha gente no
sabe y es que por lo regular los que alguna vez entran al vicio de la
escritura lo hacen por una pasión inexplicable, como si de repente un
virus desconocido los hubiera atacado desde la infancia y la
adolescencia. Y que al empezar ese camino excéntrico nunca pensaron que
lo hacían para lograr dinero, fama o poder, sino sastifacer esa
necesidad imperiosa de plasmar con letras, ideas o historias. Igual
ocurre con músicos, cantantes o pintores y otros artistas como payasos o
dramaturgos, que ya desde temprano ejercen sus oficios sin saberlo y
que son reconocidos por los compañeros de clase en escuelas y colegios.
Ya desde temprano esos seres
raros y excéntricos aparecen en las aulas y se enfrentan a la
incomprensión de un sistema escolar que busca antes que todo formar
ingenieros, médicos, técnicos, gente útil que sirva para algo fructífero
y genere dividendos y propicie una situación sólida en la sociedad. Los
maestros, rectores, vicerrectores, prefectos de disciplina y otras
autoridades desde temprano pillan a esos rebeldes y les hacen la vida
difícil. También los compañeros no entienden a esos que por lo regular
ya llevan el apodo de "locos".
Pero los "locos" del colegio
siguen firmes en su camino y expanden sus conocimientos culturales por
fuera de las aulas en grupos de teatro o musicales, tertulias literarias
o filosóficas o circos imaginarios que acaparan su tiempo, convirtiendo
las arduas tareas escolares en algo secundario que concita la severidad
de quienes velan por el avance inexorable de conocimientos más útiles
como matemáticas, física y química y otras materias que llevarán a los
mejores a los primeros puestos y a las carreras arduas del deber.
Pero el poeta "loco" del
colegio toma ya desde temprano el placer de pertenecer a esa estirpe de
incomprendidos a la que pertenecieron todas las figuras del santoral
literario o filosófico encabezados por Walt Whitman, Edgar Allan Poe,
Jane Austen, Federico Nietzsche, Rubén Darío, Rimbaud o Virginia Woolf,
entre otros muchos desquiciados de otros tiempos idos. Y al final el
poeta, el músico o el filósofo del colegio termina por adquirir un aura
que envidian aquellos que ocupan los primeros lugares e incluso vagos y
nulos que tarde o temprano también terminarán por ser expulsados o
marginados.
Los vagos y los artistas
terminarán en el mismo grupo de los expulsados que pasan e colegio en
colegio como almas en pena, apoyados por autoridades más humanas que
saben que en todos ellos también existe el fuego de la vida y la chispa
de la existencia. Repitentes, rebeldes sin causa, agresivos, insolentes,
inadaptados, poetas, teatreros, rockeros, payasos, viven su errancia
como una forma de conocer más mundo que aquellos que siempre estuvieron
parados en la misma estaca de los loros incapaces de aventura y vuelo.
En el camino muchos de esos
personajes locos del colegio son triturados por la vida y no es extraño
encontrar mucho tiempo después a algunos de esos iluminados poseídos por
la droga, la locura, el fracaso, el suicidio, o atrapados en el redil,
convertidos en sumisos agentes de un mundo de máscaras con tristezas o
frustraciones profundas, obligados a ejercer profesiones u oficios que
nunca imaginaron. Pero algunos son fieles a su figura por siempre y
ejercen la poesía, la literatura, la música, la filosofía o el teatro
pese a las dificultades y la incomprensión de una sociedad que los
acepta como bufones y arlequines, pero en el fondo los desprecia porque
lo que vale para el sistema en boga es solo el dinero, el éxito, el
poder y el avasallamiento de los otros.
No es extraño que en una
sociedad tan corrompida como la nuestra los reflectores siempre se
dirijan hacia una farándula famosa de narcos, bandidos, violentos de
todos los pelambres, estafadores, pillos, periodistas venales, políticos
sin principios ni ideas y que sean ellos quienes ocupen día a día las
primeras páginas de los diarios y los momentos estelares de los
noticieros y que su voz incoherente, ruin, cómica e inconcebible se
convierta en el centro de la atención y en el ideario seguido por las
mayorías.
Todas esas figuras de una
comedia mediocre ascienden como meteoros y estallan en el aire para
desaparecer por lo regular al final acribillados o en las cárceles,
después de brillar por años o décadas ante una masa manipulable. Ellos
son quienes reciben condecoraciones, honores y cargos inmerecidos,
prebendas inauditas y aplausos sin fin en el escenario de las banana
repúblicas. Ahora incluso los más atroces bufones, violentos e
ignorantes politicastros del mundo son los que logran con sus desplantes
animar la galería para llegar al poder y reinar allí como los peores
sátrapas.
Por eso son tan importantes
en un mundo así los escritores, filósofos, poetas, pensadores, artistas,
músicos, actores, saltimbanquis, arlequines que escriben, piensan,
cantan y actúan para nada y para nadie. Su voz y su imagen es escuchada
por pocos, se ve en escenarios secretos, en ágoras ignoradas, pero por
el solo hecho de existir y vivir se convierten en los pilares de la
sabiduría y la cultura de un pueblo porque hacen cosas sin buscar
recompensas, medallas o aplausos.
Hoy todavía los humanos
recordamos a figuras locas como Sócrates, Diógenes o Nietzsche, Sor
Juana Inés de la Cruz, Virginia Woolf o Simone de Beauvoir, porque ellos
y ellas desde su margen siguen marcando el sendero más inesperado de lo
humano, el que más luz genera y más sentido da a la existencia.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 12 de julio de 2020
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