* Foto Midi Libre.
Por Eduardo
García Aguilar
Poetas
de toda la cuenca mediterránea se congregaron la última semana de julio de 2021
en el puerto francés de Sète, convocados por le festival Voix Vives, Voces
Vivas, considerado uno de los más importantes de Europa. Se reunían por primera
vez después de largas temporadas de aislamiento provocadas por la pandemia.
Sète
es un puerto que tiene la marca de los inmigrantes italianos que llegaron allí
hace mucho tiempo e impregnaron de ambiente las callejuelas adosadas a la
colina frente al mar. Nacieron aquí el gran poeta nacional francés Paul Valéry y
el trovador y cantante George Brassens, glorias locales que son celebradas en
cada esquina con orgullo por sus habitantes y están sepultados en dos camposantos
con vista al mar.
Hoy
es un importante centro de llegada y salida de mercancías hacia diversos rumbos
del Mediterráneo y enormes embarcaciones provenientes de Africa llegan y salen
cada día otorgando dinámica y vida al bello lugar. También es un centro turístico
por su belleza, los festivales musicales y las fiestas que se realizan para
homenajear a Brassens o Valéry, el autor del Cementerio marino. En todos
los rincones y muros del intrincado puerto hay imágenes de los dos más famosos artistas
nativos del lugar, y liceos, colegios, escuelas, bibliotecas,
museos, llevan sus nombres.
Voix
vives se ha convertido en el principal festival poético de Francia y durante
la semana anual son invitados poetas para convivir en un centenar de
actividades como conciertos, recitales, debates y presentaciones de libros,
mientras en la plaza central se instalan las principales editoriales francesas
de poesía, tanto de París como de las diferentes provincias.
Esta
vez fui invitado a participar con poetas de Argelia, Túnez, Marruecos, Egipto,
Palestina, Israel, Irak, Líbano, Siria, Italia, Francia, Espana, Rumania,
Croacia, entre otros países de la región. Desde la llegada de los invitados la
poesía se adueña de la ciudad y en una veintena de lugares, atrios de iglesias,
jardines, patios, explanadas, museos, plazoletas, calles, se celebran las
actividades que siempre están llenas de público atento e inundadas por el sol.
La
primeras noches desde mi habitación frente al mar veía la salida y ascenso de la
luna llena acompañada por Venus sobre un cielo despejado y luminoso. Excelente
compañía para noches de loco insomnio provocadas por la excitación de residir
por una semana en la tierra del gran Paul Valéry, cuyo poema El Cementerio
marino es uno de los que más disfruto de la poesía francesa al lado del Barco
ebrio de Arthur Rimbaud.
Poetas
todos, hombres y mujeres de diversas edades y orígenes que hablan el mismo lenguaje
de la poesía, presente desde antes de la escritura entre la humanidad y que
sigue activo y actuante entre los de hoy. Porque aunque el mundo concreto esté
poblado de las peores atrocidades y monstruosidades y la vida del humano
acechada siempre por el peligro y la infamia, todos por igual se detienen ante
es lenguaje que puede ser de signos, palabras, miradas, gestos y también de
música, expresión abstracta máxima.
Hay
definiciones infinitas de lo que es la poesía, aunque algunas me han marcado
especialmente, como que ella es "la expresión de lo que nosotros somos sin
saberlo", del poeta paralítico de Carcassone Joë Bousquet, o de que ella es "la única
prueba de la existencia de la humanidad" (Luis Cardoza y Aragón) , de
este homo sapiens consciente de su estar aquí por extraño misterio.
Convivir
una semana con poetas de diveros orígenes es algo feliz. A veces pienso ahora
en la dulzura de una poeta griega o la sonrisa de la libanesa, cuando no de las
palabras sabias de la hebrea, la sefardí o la tunecina. Y las miradas de los o las que vineiron de Francia, Rumania, Italia, Croacia, Palestina, Cataluña, España, Portugal, Túnez, Argelia, Egipto, y de otras partes. También en los delirios
de muchos franceses como Serge Pey, en la profunda belleza de los textos de una siria
exiliada, o en la lucidez cosmopolita del egipcio o la fuerza de turcos,
argelinos, rumanos y palestinos, entre otros.
Todos
ellos fueron acompañados en un momento dado por el violoncello de una
concertista francesa o el instrumento de cuerda de un argelino o las
percusiones y voces de una argentina. Algunos espacios, como en el Museo Paul
Valéry, fueron propicios para la irrupción en medio de los recitales de pájaros
cantores frente a la extensa inmensidad del mar Mediterráneo.
El
festival se realizó pese a las amenazas de la pandemia y en medio de las
dificultades se evitó pasar por el fantasmagórico rito de la virtualidad que en
estos últimos meses se ha convertido en la regla. Los poetas deben estar
presentes en carne viva en algun lugar lugar para mirarse, tocarse, reir,
llorar y compartir con el público amante de la poesía que también está en el
universo de ese género especial de la literatura.
En
las escuelas primarias francesas los niños aprenden poemas y se acostumbran a ese
lenguaje de paz y futuro. Y en Sète, uno de los mejores momentos fue la
traducción de poemas al Lenguaje de los Signos que se practica entre
quienes no oyen ni hablan --y claro que viven, hablan, miran y oyen--, pero llevan el lenguaje poético a una de sus máximas
expresiones a través de su cuerpo, los gestos y la imaginación.
En este puerto
Mediterráneo todos volvimos por un momento a sentir, milenios después, la fuerza del
Agora socrática griega o los espacios marítimos frente a la biblioteca de
Alejandría. Los poetas siempre traen buena suerte y evitan las guerras. Y los que estuvieron en Sète en 2021, poetas, visitantes, editores... todos volvieron a nacer un poco después de la pandemia, lejos ya de la virtualidad...
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* http://www.sete.voixvivesmediterranee.com
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