lunes, 2 de julio de 2007

EDUARDO GARCIA AGUILAR: UN NOVELISTA ERRANTE


Por Marcos Fabián Herrera
Qué mejor escuela para un escritor que haber trafagado por México, Estados Unidos y Francia; y, cuando se ha hecho de la errancia una necesidad vital y de la iconoclastia una religión de ferviente devocionario. Nada más ajustado a la acrisolada raza cósmica que soñó Vasconcelos. Si los verdaderos poetas, a tenor con la sentencia de Willian Blake, son del partido del diablo, Eduardo García Aguilar, es sin discusión un aplicado discípulo de Mefistófeles. Iconoclasta e incisivo, este novelista y poeta Colombiano residenciado en París, con iluminada agudeza, lanza dardos y mandobles para advertir de los espejismos y vacuidades de estos tiempos.
¿Cómo se sitúa dentro de la literatura colombiana?
Nunca he pertenecido a generación o grupo alguno. No me gustan los clanes, grupos de poder y menos el nacionalismo apolillado que practican algunos ahora para recibir aplausos fáciles y seguidores ciegos, o para escudarse detrás de una bandera. Prefiero a los autores apátridas y marginales, a los malditos. Salvo entre mis amigos, me siento extranjero entre los escritores colombianos y soy un forastero para ellos. Me aburre mucho la literatura colombiana de hoy con sus sicarios, travestis, prostitutas de caricatura y narcos relatados por medio de historias planas sacadas de guiones o reportajes fallidos. Y me encanta ser un forastero en mi ex-país, pues no hay mejor estatuto para un escritor que ser extranjero. De la extranjería tratan mis novelas, poemas y ensayos. Mis personajes son desarraigados, siempre en éxodo, lejos de una tierra nativa, acosados por la quimera del regreso y destruidos, triturados por el retorno. Leonardo Quijano en Tierra de leones, Petronio Rincón en Bulevar de los héroes, Faría Utrillo en El viaje triunfal y Néstor Aldaz en Tequila coxis, son a fin de cuentas extranjeros profesionales, apátridas, marginales, rebeldes, tiran piedra desde afuera a los festines de los poderosos. Para ser honesto, creo que por tantos años « afuera », llevo dentro una Colombia fosilizada, la Colombia de la infancia y la adolescencia, y por eso las afinidades tribales o de generación para mí son ficticias, inexistentes, artificiales. Me fui a los 20 años recién cumplidos y no he vuelto a vivir allá. He ido de viaje a ver amigos y familiares, invitado a la Feria del Libro, pero eso es también ficticio: uno es una ficción para quien lo ve allá y el país es a su vez una quimera para uno como visitante y forastero. Yo no he estado allá en los terribles combates cotidianos de las últimas décadas. En el campo literario no me siento afín a ningún grupo o tendencia colombiana de hoy, pero respeto a los colombianos que han enfrentado la situación allá con dignidad y entereza. Y en especial respeto a los escritores que viviendo allá entre los suyos son extranjeros en su propia tierra, ninguneados por los grupos de poder literario de Bogotá y Medellín.
¿Qué piensa de la generación de sus mayores, integrada por Suescún, Espinosa, Ruiz Gómez, Fanny Buitrago, Collazos, R.H Moreno-Durán, Cano Gaviria, Fayad, Cruz Kronfly, Ramón Illán Bacca, entre otros muchos?
La generación a la que te refieres es un grupo de contemporáneos colombianos de gran nivel que publicaron sus primeras cosas al inicio de la explosión estética de los 60, cuando Colombia era sin duda más moderna que hoy en el aspecto literario, con revistas como Mito y Eco. Ahora hemos vuelto al realismo ramplón precarrasquillano y prevargasviliano que imponen los mercaderes, a una literatura del escándalo dictada por las editoriales, una literatura mercancía cuya única finalidad es vender y hacer del escritor un producto lanzado con las técnicas del marketing por las oficinas de prensa. Ahora sólo se puede escribir de sicarios, narcos, prostitutas y travestis. O sea vender afuera y adentro un cliché de lo colombiano absolutamente deleznable. Esos escritores fueron aplastados por la indiferencia de los colombianos, los críticos de las universidades que siguen lo ordenado por las tres editoriales multinacionales y el ninguneo infame de la crítica, las editoriales y la prensa española. A todos ellos los admiro y los respeto en su espléndido fracaso. Ahora, antes que ellos han existido escritores de una gran modernidad en Colombia, abiertos al mundo, como Jorge Gaitán Durán, Fernando Charry Lara, Hernando Téllez, Álvaro Mutis, Danilo Cruz Vélez, para sólo mencionar a algunos, con quienes hay que restablecer el diálogo. Esos son los importantes, no los payasos o payasas mediáticos de hoy. Ahora, tengo debilidad por mis contemporáneos de la Generación Sin Cuenta, o sea los que nacimos en los 50 como Tomás González, Julio Olaciregui, Evelio José Rosero, Sonia Truque, Julio Paredes y Juan Carlos Moyano, y otros mas recientes como Pedro Badrán, Pablo Montoya y Hugo Chaparro. Comparto con ellos esa actitud un poco rebelde, marginal, alérgica a las mafias y a los clanes. Hacen su obra y viven a contracorriente del escándalo reinante.
¿La diáspora emprendida por muchos que buscaron una trinchera creativa en Barcelona, México o París, logró una literatura más ecuménica o tan sólo recuerdos parisisnos, barceloneses y bohemios?
No me gusta mucho la palabra diáspora, pues me parece muy pretenciosa para el caso de los escritores colombianos que somos privilegiados y salimos del país voluntariamente, ya formados por la intensa actividad universitaria y cultural colombiana. Nada que ver con la persecución y exterminación del pueblo judío. Somos viajeros felices y en el viaje nos hemos divertido mucho acercándonos a otras culturas, ámbitos, paisajes, lenguas, amores. Cada quien carga sus orígenes regionales y los lleva adentro. Barcelona, Londres, Berlín, Roma, Nueva York, México o París acercan a la humanidad, a todas las razas y clases, a diversas culturas y religiones, a otras literaturas. Vivir en esas grandes capitales ayuda a palpar la humanidad entera y abrir otros espacios a la escritura. En mi caso la Francia de los años 70 fue definitiva: fue la última época de la rebelión intelectual francesa. Allí podíamos ir a escuchar las clases de Foucault, Barthes, Deleuze o Chatelet, en el Colegio de Francia o en Vincennes, ver de lejos a Sartre y a Lacan. Ahora la intelectualidad francesa es sólo una sombra de aquella época. México también fue decisivo para mí. Allí me han publicado todos los libros, escribí en los diarios, y crecí con una generación de escritores de ficción con los que me identifico y comparto muchas cosas. Ahora, lo de la bohemia, eso ya no existe.
Usted ha reclamado recuperar el legado de polígrafos como Macedonio Fernández y Pedro Henríquez Ureña. ¿Perdimos al escritor Latinoamericano polemista y reflexivo?
En varios ensayos he planteado que hubo una ruptura curiosa después del boom latinoamericano con toda una tradición moderna que tuvo su esplendor en nuestro país con las revistas Mito y Eco. Basta abrir una vieja revista Eco de los años 60 para percibir la modernidad y el nivel de la discusión intelectual de esa época, comparada con la ridiculez de las estrellas literarias locales de hoy, que se pelean desaforadamente por ocupar el podio del más estúpido o la más estúpida. Si uno revisa a esos autores que proliferaron desde el río Bravo hasta la Patagonia, como Borges, Reyes, Uslar Pietri, etcétera, se da cuenta que la intelectualidad latinoamericana estaba más abierta al mundo y no se especificaba en temáticas locales como hoy. Las tres editoriales multinacionales ordenan hoy a los argentinos escribir sobre tango o Evita Perón, a los mexicanos sobre chocolate y charros de sombrero con pistola, y a los colombianos sobre narcos, sicarios o putas y si cumplen con la tarea, los vuelven hasta genios. Por el contrario, los hombres de esa generación de la primera mitad de siglo tenían varias cualidades: eran profundamente tolerantes, democráticos, consideraban que desde América Latina podíamos dialogar de tú a tú con el mundo y no eran sumisos vendedores de folclorismos y clichés, como ocurre con nuestros geniales narradores de moda. El boom contribuyó a dar a conocer la literatura latinoamericana, pero fue nefasto a la vez porque promovió al escritor profeta endiosado, rodeado de corte y de áulicos acríticos, a un escritor o escritora inflado como sapo que camina como político, opina de todo y es bandera nacionalista o regionalista. Prefiero a ese intelectual democrático y crítico de esa generación polígrafa y en el caso colombiano pienso que los hombres de Mito y Eco fueron arrasados a cambio de un intelectual escandaloso, demagogo y payaso mediático. Ahora a los escritores los promocionan como a modelos de telenovela. Prefiero en Colombia a Charry Lara, a Mutis, a Gaitán Durán, a Danilo Cruz Vélez. Y en América Latina a Henríquez Ureña y a Alfonso Reyes y a críticos como Emir Rodríguez Monegal que decían al pan pan y al vino vino.
Dada su condición de escritor colombiano residente en Francia, y acucioso rastreador de literaturas, puede decirnos si los editores consideran diversas estéticas literarias o ¿Siguen buscando mujeres que ascienden a los cielos y pandilleras que mueren en quirófanos?
En lo que respecta a la literatura latinoamericana, las multinacionales promueven hoy a autores latinoamericanos de tercer o cuarto nivel que les doren la píldora con temas folclóricos o sandeces. Para ellos un autor latinoamericano actual no tiene derecho a hablar de tú a tú con la cultura del mundo, y debe venderse como el salvaje calibanesco que cuenta las atrocidades de las ex colonias. Si se pone la piel de bárbaro, se pone las plumas y se ajusta los colmillos es promovido. Pero aparte de eso, el mundo editorial es muy rico y se sabe muy bien cual es la literatura de fondo y cual la de los best-sellers. Se venden más estos últimos, pero la literatura verdadera existe y tiene sus espacios críticos, universitarios y su público sólido.
Es Colombia tierra de verdadero poetas, o de simples balbuceos de beodo y alambicados discursos de gramático?
Desgraciadamente Colombia es como una ínsula en materia de poesía. Salvo Silva y casos excepcionales a lo largo del siglo XX, siempre ha dado la espalda a lo que pasa afuera. Antes la poesía colombiana estaba encerrada en el soneto y el alejandrino, ahora en una retórica anacrónica surgida de malas lecturas de traducciones del romanticismo y de cierto expresionismo alemán. El alba y el crepúsculo siguen aplastando a la poesía colombiana. Todos quieren escribir bonito y engolado y ahora les ha dado por volver a la poesía terrígena o al romanticismo a lo Corin Tellado. No se han dado cuenta de las rupturas en la poesía anglosajona e incluso de las explosiones latinoamericanas ejercidas desde Brasil, Chile, México y Nicaragua. Lo beodo, alambicado y gramático ya quedó atrás, pero renace por desgracia lo precarrasquillano y prevargasviliano, un realismo fácil y ramplón que no sé si es peor que lo gramático.
¿Sigue siendo Colombia un país sumido en el parroquialismo cultural?
No, en Colombia hay muchas universidades y hombres de letras y pensamiento de primer nivel, pero no tienen espacios y están vetados en los periódicos, las revistas y las editoriales. Lo que yo creo es que los grupos de poder en Colombia son más papistas que el papa. Es un país dominado desde las seis de la mañana hasta medianoche por las cuatro pestes de la humanidad que son los políticos, los militares, los curas y los periodistas. Es un país mediático donde todo tiene que ser rápido, superficial, escandaloso, plástico, clasista, racista. Los periódicos se acabaron y no tienen espacio para el pensamiento. Todo el país y hasta los intelectuales y escritores piensan y actúan como el columnista de El Tiempo Poncho Rentería. Está prohibido detenerse un instante a pensar. Y por eso la literatura que circula y domina es una literatura plástica, de revista de peluquería. Como todos los medios están dominados por dos o tres familias de la oligarquía que viven entre Miami y el búnker de los barrios ricos y rosas del norte de Bogotá, ese es el rasero impuesto a la cultura. Creo que a fines del siglo XIX, en los años 20 y 30, en la década de los 50, cuando surgieron García Márquez y Mutis, y en los 60, cuando aparecieron los nadaístas y la generación desencantada, el país era más moderno e interesante que hoy. Basta ver al Congreso recibir y homenajear a los más grandes asesinos de la historia colombiana, que son los paramilitares, para entender lo que pasa hoy. No tardarán los paras en adueñarse de la narrativa colombiana. A lo mejor ya se adueñaron y no nos hemos dado cuenta. La narrativa colombiana de moda hoy es una paraliteratura.
De Manizales a Europa, de la tradición Grecoquimbaya al postmodernismo francés… cuéntenos un poco esa trayectoria…
Yo nací en Manizales que fue centro cultural en los años 30 y luego en los 60 y 70 con el Festival de Teatro. Los grandes autores colombianos de entreguerras fueron editados en los 30 por Arturo Zapata editores que fue una de las primeras editoriales modernas del país. Cuando yo abrí los ojos a la literatura, la ciudad era un centro internacional de cultura muy interesante, con el Festival Internacional de Teatro. Allí los adolescentes salíamos del colegio e íbamos a ver debatir a Neruda, a Sábato, a Asturias, a Vargas Llosa, a Grotowsky y vimos todo el teatro contemporáneo en el Teatro Fundadores. Teatreros de todo el mundo pasaban por allí y dejaban libros e ideas, y las bibliotecas del Colombo-Americano y la Alianza Francesa traían todas las novedades editoriales del continente. Yo aprendí francés en la Alianza Francesa de Manizales y ahí veíamos cine moderno y leíamos a los autores franceses. El grecoquimbayismo ya era cosa del pasado. Pero respecto a los grecoquimbayas o grecolatinos que mencionas, ahora a cualquier columnista analfabeta de Bogotá le da por criticarlos y burlarse de ellos sin entender que fue una generación que se dio en los años 20, 30 y 40 en todos los países de América Latina y Europa. Hay que analizar su fenómeno situándolo históricamente. Los críticos y los universitarios mexicanos analizan todos los episodios de su literatura con sangre fría y con respeto hacia las expresiones de su pasado, tratando de analizar el marco histórico. En esas épocas de auge de la ideología nazi-fascista, falangista, mussoliniana y franquista hubo muchos intelectuales seducidos por esas ideas, como nuestro Porfirio Barba Jacob. En México hubo muchos, entre ellos José Vasconcelos, en Argentina Leopoldo Lugones y así de país en país. En Europa fueron dominantes durante los tiempos de ese auge reaccionario fascista: son escritores de estirpe católica y conservadora, lectores de Maurice Barrès, Charles Maurras, escritores filonazis, filofranquistas y filomussolinianos. Hasta Gaitán se dejó seducir por cierta retórica nacional-socialista. Hay que analizar lo que pasó ahí y tratar de desentrañarlos para entender ese aspecto de las letras colombianas y latinoamericanas. En mi trilogía sobre Manizales se aborda ese extraño asunto. De modo que de mi ciudad natal destaco esa especie de hidra cultural de los 60 y 70: por un lado totalmente abierta la mundo con el Festival de Teatro y a la modernidad y por otro bajo el fantasma reciente de una retórica escondida en las torres de la catedral. Eso está en mi trilogía compuesta por Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje triunfal.
Después de varios años en la AFP, ¿Qué experiencia le deja periodísticamente la prensa Francesa?
He trabajado en varios periódicos mexicanos y en una agencia internacional de prensa para sobrevivir. Ha sido una gran experiencia poder viajar, ir en búsqueda de la noticia, estar al tanto día a día de lo que pasa en el mundo. Todo contacto con la realidad y las palabras que la representan es enriquecedor. Soy francófilo, aprendí francés adolescente en la Alianza Francesa de Manizales y he trabajado en la AFP durante 20 años. Ahora estoy desde hace casi ocho años en la sede de París. Soy un afortunado. Le debo mucho a Francia, aprendí demasiado cubriendo conflictos y sucesos de todo tipo para la agencia francesa y quiero mucho a este país. Casi todos los escritores de la historia han estado relacionados con la prensa de alguna u otra forma y en especial los franceses. Y eso es necesario y vital. La prensa francesa es muy rica. Es un modelo distinto al anglosajón, que es el que copian en Colombia los medios dominados por dos o tres familias oligárquicas. Y en esos medios franceses hay mucho espacio para la cultura, el debate histórico, la literatura de todas las regiones del mundo. Ante la banalización del ejercicio periodístico y el cada vez más exiguo análisis en la prensa.
¿Se hace apremiante el retorno de los escritores al periodismo, y acabar con el divorcio?
Los escritores, si pueden, debemos huir del periodismo tal y como se hace hoy. A veces no es posible porque es la única forma de sobrevivencia. Y no podemos hacer nada porque los medios son propiedad de esas familias y esos grupos de poder y cambiarlos desde adentro es imposible. Lo mejor es escribir, escribir y escribir y estudiar, leer y mirar al mundo. El periodismo de hoy se ve afectado por las mismas estrategias multinacionales que controlan a las editoriales y dictan lo que se debe escribir y decir. El periodismo es hoy un gran negocio multinacional y la máquina trituradora de noticias una productora de noticias-mercancía para el consumidor. Los periodistas son fichas asalariadas y toda veleidad de independencia es castigada. Ojalá Internet libere esa situación y haga posible expresarse por blogs o por chats, como ya está ocurriendo.
Desde Tierra De Leones hasta Tequila Coxis, perviven elementos transversales, como las inmersiones psicológicas y la presencia de hombres en busca de lo cosmopolita y lo universal. ¿Es un deliberado proyecto de hacer una literatura apátrida?
Me gusta mucho su pregunta, porque se acerca a esa gran pulsión apátrida personal que he tratado de expresar en la Trilogía de Manizales (Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje triunfal), así como en Tequila coxis, Urbes luminosas y en mis libros de poesía Llanto de la espada y Animal sin tiempo, que conforman lo esencial de mi corpus literario hasta ahora. Voy a reunir mis ensayos publicados en la prensa a lo largo de dos décadas bajo el título de Textos nómadas. Mi combate es contra los nacionalistas, los que cautivan su público hablándoles maravillas de los paisajes nacionales, cuando paisajes lindos hay en todo el mundo y las guerras se dan a veces en los escenarios más hermosos del planeta. Como lo dije anteriormente, la temática central de mis libros es la extranjería, el viajero, el judío errante, el hombre solitario en las estaciones de tren o los aeropuertos, el individuo que anda por el mundo y no ve fronteras y se come las antípodas con pasión. Te cuento y no es para presumir, que El viaje triunfal, totalmente ignorado en Colombia, fue publicado en 2005 en bengalí en Calcuta en edición hard cover y aparecerá este año en Estados Unidos en inglés, y que Bulevar de los héroes, inédita en Colombia, está publicada desde hace diez años en Estados Unidos con prólogo de Gregory Rabassa, el traductor de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Valle Inclán. También están publicados en Estados Unidos mis relatos apátridas y mundiales de Urbes luminosas, así como mi ensayo sobre la revolución zapatista mexicana Mexico madness.
Al igual que Cortázar, ¿París le permitió descubrirse Latinoamericano?
Llevo 30 años de relación ininterrumpida con Francia, incluso dentro del lapso en que viví en Estados Unidos y México. Adoro París y toda la literatura que ha inspirado a lo largo de la historia, hasta la de Julio Cortázar y su excepcional Rayuela. Nuestra generación descubrió Latinoamérica y su latinoamericaneidad oyendo por la radio el 11 de septiembre de 1973 los pormenores del golpe de estado de Pinochet contra Salvador Allende. Los estudiantes de Sociología de la Universidad Nacional nos quedamos esos días en vela en el Jardín de Freud esperando el regreso del general Pratts y el retorno de Allende, pero todo fue inútil. Regresamos a nuestras casas, adolescentes de 19 años, con un dolor enorme, el dolor de la derrota por el triunfo de ese milico fascista y la derrota de un civilista de izquierda. Es una fecha clave para varias generaciones de colombianos y latinoamericanos. En París, en la Universidad París VIII-Vincennes, acabé de comprender el rompecabezas al ver, recibir y hablar con los miles de exiliados del Cono sur que llegaban a medida que surgían dictaduras militares infames de ultraderecha. Ahora París es una ciudad muy latinoamericana, como siempre, pues aquí han vivido alguna vez casi todos los autores latinoamericanos. Yo creo que Colombia debe disolverse en América Latina. Deberíamos decir que somos latinoamericanos, ese es nuestro verdadero espacio cultural.

Marcos Fabián Herrera.

EL TIEMPO RECOBRADO DE RAUL RUIZ

MAYO DE 1999
París

EL TIEMPO RECOBRADO DE RAUL RUIZ

por Eduardo García Aguilar

El chileno Raúl Ruiz nos ha sorprendido de nuevo llevando al cine con ambición "Le temps retrouvé" (El tiempo recobrado), de Marcel Proust, uno de los volúmenes más intensos de su extensa obra "A la recherche du temps perdu". Quienes han seguido la obra de este cineasta impar en estos tiempos de cine domesticado, corrieron de inmediato a las salas donde se proyectaba lo que parecía un proyecto demencial.
Mientras la película participaba en la selección oficial del 52 Festival de Cannes, los seguidores de Proust y los admiradores de Ruiz acudieron con el temor de presenciar un extraordinario fiasco. Pero aunque es posible que la película sea un enorme fracaso, vale decir que se trata de uno extraordinario, notable, de un fracaso que ilumina y nos introduce al túnel de lo que el arte tiene de fundamental: una tarea de locos para conquistar lo imposible.
Ruiz es un director de culto que poco a poco gana espacios incluso en el Extremo Oriente y Hollywood, lo que a él le parece curioso después de tantos años de dificultades y películas con bajos presupuestos. Ahora, gracias alcada vez más reconocido productor portugués Paolo Branco, quien rescató a Manoel de Oliveira, el chileno se metió en la aventura de gastar 60 millones de francos en un filme con grandes escenografías, vestuario de época y actrices y actores de cartel como Catherine Deneuve, Emmanuel Béart yVincent Perez. En medio de la incredulidad general, la película encontró su camino como si se tratase de una novela: Ruiz encontró poco a poco y de súbito los puntos de vista, el tono, los trucos temporales, como viejo zorro que es, un cirquero, un teatrero de origen latinoamericano que sabe trabajar en tiempos de vacas flacas y no se asusta en los de vacas gordas. Es lo fascinante de esta locura: un chileno osa realizar lo que no logró Visconti y como un Quijote emprende la adaptacion de una de las obras emblemáticas de la literatura francesa, lo que debe molestar a muchos proustópatas o proustomaniacos de alcurnia. "Le temps retrouvé" de Ruiz escoge el segmento en el cual los personajes de la larga aventura novelística se encuentran ya cerca del fin, en la decrepitud y la despedida, en la nostalgia de los tiempos idos, cerca de lamuerte. Aparece entonces Proust en el lecho de moribundo, donde escribe contra viento y marea, dedicado a la observación de fotografías de todos esos seres idos cuyo rescate a través de la memoria es el motor de la obraextraordinaria de Proust, ejemplo máximo de lo que debería ser la ambición artística. Un tiempo ido que se recuerda desde el caos de la Primera Guerra Mundial, cuando Paris está rodeado por los alemanes y suenan las macabrassirenas de alerta y se vive en la decadencia final de ese agónico y tardío siglo XIX que se niega a irse ya entrado el XX. Un siglo que pervive en esos barones, princesas, condes, burgueses, coquetas, cínicos, sirvientas, arribistas, músicos, pintores y poetas marcados por la insaciable búsqueda de la satisfacción del deseo.
Ruiz dice en una excelente entrevista en el último número de "Cahiers du cinéma" (mayo de 1999, 535) que no "adaptó" el libro de Proust sino que lo "adoptó". Y lo adoptó desde una experiencia estética insurgente, que se sale de las leyes del cine comercial de hoy que --como es el caso también de la novela-- exige linealidad y eficacia similares a las de un partido de tenis o de fútbol. Ruiz siempre ha sido un loco salido de los caminos, unforajido, un bandido fuera de las leyes cinematográficas y por eso lo más normal es que emprendiera la adaptación de una obra literaria que a su vez fue ejemplo notable de rebelión literaria frente a los caminos trazados.
Puesto que en novela y cine toda rebelión es una "falla profesional" castigada con el anonimato o el ostracismo, tanto Proust como Ruiz coinciden en esa vocación y se encuentran como peces en el agua en sus respectivosdelirios. En esta película Ruiz hace un homenaje al cine de Melies y no teme recurrir al teatro, a la magia y a los efectos especiales arcaicos para llevarnos como niños al espectáculo de la gran mascarada. Un espléndido Marcel Proust (Marcello Mazzarella) narra con lejanía y asiste al teatro de "su" mundo y "su" sociedad. El nos lleva a ver a la coqueta Odette (Catherine Deneuve) ya vieja y gorda, al barón de Charlus (John Malkovich) destruido por décadas de excesos, a Gilberte (Emmanuel Béart), espléndidasiempre, a madame Verdurin (Marie France Pisier), a Orianne de Guermantes (Edith Scob), a Madame de Farcy (Arielle Dombasle), a Saint Loup (Pascal Greggory) y a Morel (Vincent Perez), entre otros fantasmas de ese mundopomposo e insignificante que termina para siempre.
Magia, teatro, circo, mascarada, la película "Le temps retrouvé" de Raúl Ruiz es osadía y da gusto verla desarrollarse con la pasión del artista que la "adopta" porque a su vez ha buscado revolucionar las leyes del cine,como nos recuerda su inolvidable "Las tres coronas del marinero". Ruiz, contra la corriente, acerca el cine a su función de "artificio" e "ilusión", porque sabe que arte es "truco", como dice el ensayista Stéphane Bouquet en suensayo sobre esta obra (Tous en scene, A propos du "Temps retrouvé" de Raoul Ruiz, Cahiers du cinéma, 535, mayo de 1999, pp 43). Unos sombreros de copa y guantes blancos, Proust haciendo una pirueta de mimo, objetos que se alejan a medida que son captados, el estallido del flash fotográfico, Gilberte disfrazada, Odette recordando, Charlus joven, Charlus en el burdel pederástico y sadomasoquista, Charlus hecho una ruina, Saint Loup comiendo carne mientras habla, todos viejos, ridículos, pasados de moda, entre otras imágenes inolvidables. Y Ruiz, el chileno, como el domador del circo: dominando el genio de su fieras en el sueño logrado, más allá del tiempo y el espacio, en las redes del arte, con sus látigos, sus conejos y sus cartas cruzadas.

BRIGITTE BARDOT, SIMBOLO SEXUAL ETERNO

Monday, December 18, 2006

Por Eduardo García Aguilar
Ella tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos.
Aunque ahora es una horrenda bruja, descuidada y de extrema derecha, y su marido actual es un líder local del neofascista Frente Nacional en la Costa Azul francesa, frente al mar Mediterráneo, Brigitte Bardot fue el símbolo sexual moderno del siglo XX, ante quien palidecen todas las divas contemporáneas del cine y el modelaje. Uno puede admirar a Kate Mosss y Claudia Shiffer, sentirse maravillado por Ornella Mutti, Sharon Stone, Sophie Marceau, Emmanuelle Beart o la brasileña Sonia Braga o celebrar el surgimiento de las nuevas Scarlett Johanson, Isild le Besco, Julia Roberts, Nicole Kidman o Ludivine Seigner, pero nada destrona a esta mujer que creó los más grandes tumultos en los años 60 y 70 del siglo pasado.
Más de medio siglo después de su consagración en el filme “Y dios creó a la mujer”, la Bardot es una leyenda tal vez sólo comparable a la italiana Sofía Loren, quien a diferencia suya ha sabido envejecer en la grandeza y la discreción de las grandes leyendas como Greta Garbo y Marlene Dietrich.
¿Qué tenía esa mujer? Un cuerpo y una gestualidad únicas para romper con las tradiciones en boga en los años 50, cuando emergió en las pantallas del mundo. Poseía un rostro inolvidable y perverso, una sonrisa tierna y pulposa como ninguna otra y una gracia de gestualidades que la hacía brillar aunque fuera pésima actriz y cantante. Todos los hombres y las lesbianas del mundo soñaron con ella, pues era sexo y deseo puros, ángel total independiente y rebelde de cuyos labios y ojos emanaba la fertilidad hormonal nunca soñada por el Marqués de Sade, Georges Bataille, Alain Robe-Grillet y Charles Bukowski juntos. Tenía los labios más carnosos de la historia, ventosas del mal y el bien y su rostro realzado por el rímel, el maquillaje y el lápiz labial era tentación y ejemplo para las Lolitas de su tiempo. Ninguna, ni Marylin Monroe, a quien admiraba, o Catherine Deneuve, que pretendió emularla infructuosamente, lograron superarla en la leyenda del ser oscuro objeto del deseo mundial de mujeres y hombres.
Nació en 1934 en el seno de una familia burguesa tradicional parisina y desde muy niña dio muestras de una belleza excepcional, como lo muestra la foto en que aparece vestida de organdí blanco en su primera comunión en 1945 y sus iniciales fotos de bailarina, donde se destacaban sus inmejorables y deseables piernas. Su primer esposo y descubridor fue Roger Vadim, una de esas típicas leyendas del donjuanismo francés, que más tarde corroboró sus méritos al llevar a la cama y al altar, entre sólo algunas de sus conquistas, a Catherine Deneuve y Jane Fonda.
En 1956, Bardot, al interpretar la danza de mambo en “Y dios creó a la mujer” dio el paso hacia la fama mundial bajo la mirada de Jean-Luis Trintignan, quien la robaría a Vadim, e iniciaría la vasta lista de sus múltiples amantes, entre quienes figuraron el apuesto cantante Sacha Distel, Jacques Charrier, Sami Frey, el playboy alemán Gunter Sachs, el cantante Serge Gainsbourg y otros con nombres triviales como Patrick y Christian y decenas y decenas de hombres que la convirtieron en una de las más deliciosas libertinas de su época. Pero al llegar a la madurez rechazó operaciones y maquillajes inútiles y dejó que la fealdad aflorara poco a poco de las tersuras de su rostro, hasta convertirla en la odiada bruja derechista que hoy es, con sus declaraciones xenófobas y sus discursos más reaccionarios.
Brigitte Bardot tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos. Perros, caballos, martas, gatos, conejos, gatos, manatíes, ballenas, caballos, monos, gorilas, chimpancés, leones, tigres, panteras, jaguares, aves, reptiles, quelonios: todos ellos tienen en ella a una defensora irreductible frente a la depredación de la humanidad. Aunque odie a los hombres de supuestas razas inferiores, a los extranjeros árabes, negros o asiáticos que según ella le quitan el pan a los franceses, tiene ternura por todas las bestias y criaturas que sufren torturas en laboratorios o son objeto de abandono, maltrato, caza y pesca exageradas.
Como depredadora sexual que fue amó y devoró gozosa y sin límites y como pocas a su vecino animal el hombre, que a su vez la gozó, la poseyó y la deseó en todas las pantallas del orbe. Brigitte Bardot fue la diosa del siglo XX, y su cabellera y su cuerpo perfumados pasarán a la historia como en su tiempo las más bellas esculturas griegas o las Venus de Boticelli u otros maestros italianos. Por eso triunfó con un filme llamado “Y dios creó a la mujer”. Cada día en el mito los dioses la crean y Francia con ella alcanza las alturas sublimes de Juana de Arco, incendiada en la hoguera de la intolerancia. Su horror crepuscular es nada frente a su lúbrica leyenda.

domingo, 1 de julio de 2007

EL MERCADO DE PULGAS DE CLIGNANCOURT

NOVIEMBRE DE 1999
París
Es todo un bazar o un mercado persa. Desbordado por vendedores de ropa, chucherías, inciensos, pipas, bolsas, máscaras africanas, crepas, prendas de cuero, zapatos, camisas, bufandas, sombreros y todo tipo de adornos de pacotilla, el viejo mercado de pulgas de Clignancourt se ha desvirtuado poco a poco en las últimas décadas. Para llegar a los diversos mercados situados en los pasajes del laberinto, al norte de París, hay que caminar entre cuadras enteras de vendedores ambulantes, muchos de ellos agresivos y malencarados, en medio de miles y miles de clientes en su mayoría jóvenes.
En la estación del metro Porte de Clignancourt el visitante es recibido este domingo invernal por la llamada racaille, compuesta por una juventud agresiva que expresa su odio contra la sociedad donde ha crecido marginada. No hay que mirarlos a los ojos y hay que evitar entrar en conflicto con esas bandas de adolescentes que en grupo pueden rematarte a patadas. Apenas ayer, no lejos de aquí, en el metro Garibaldi, uno de esos individuos degolló con un puñal a un usuario tras una riña por una silla. Y toda la gente comenta el incremento de la violencia, la acción de las bandas, el miedo ambiente que reina cada vez más en los barrios de la periferia norte de París; las agresiones injustificadas al interior de los vagones y autobuses, como si fueran copiadas de la película Naranja mecánica del recién fallecido Stanley Kubrick.
De modo que, después de sufrir los gritos y las agresiones de las bandas apostadas en la estación, se recorre entre el gentío y se cruza hasta el suburbio de Saint Ouen, donde está el conocido e inevitable mercado. Hay dos tipos de pasajes que dan a la rue des Rosiers: los que fueron construidos recientemente para anticuarios más pudientes y organizados y los viejos y tradicionales pasajes, como el Biron, donde están los más añejos vendedores de bibelots. En los primeros, todo está ordenado, limpio y especializado: muebles de todos los siglos, vasijas, vajillas y lámparas art déco, viejas esculturas, cuadros, vestidos de los tiempos del can-can, sombreros, adornos con colmillos de elefante, juguetes antiguos, tiendas de muñecas, relojes, tapices, libros. Los dueños se ven elegantes y prósperos y se infiere que estas tiendas son apenas sucursales de negocios más extensos. Los objetos han perdido la humedad y la mugre del tiempo. Están perfectamente restaurados, tan limpios y pulcros que parecen falsos.
En los viejos pasajes, que se encuentran a lo largo y ancho de varias cuadras, la sorpresas nos esperan en cada esquina. Son centenas de pequeños locales regentados por ancianos y ancianas tristes, fracasados, personajes de novela excéntrica o jóvenes locos y raros inventados por Joris Karl Huysmans. Allí llega el desecho del tiempo, rescatado de la basura nocturna de los jueves o de las ventas rápidas que suceden luego del fallecimiento del abuelo, la tía abuela, el tío perdido y solitario. Recorrer por esos laberintos es una delicia. Paso a paso palpamos los rastros del siglo a través de ropas viejas, vajillas y cubiertos centenarios, vestimentas antiguas para bebés, botones, prendedores, ribetes, condecoraciones, placas de viejas tiendas, espejos, escaparates, butacas, sillas, mesas, burós, pupitres manchados de tinta de la belle-époque o los años de entreguerras, periódicos y revistas viejas, kepis, uniformes, floreros, camas, nocheros, instrumentos, postales, afiches, xilófonos.
En Saint Ouen, antiguo barrio obrero, sobreviven algunas casas de fin de siglo pasado y edificios de apartamentos de techos bajos y modestos para familias obreras. Algunas fábricas quedan ahí como muestras de ese tiempo ido. Y ahora, con la luna llena, enorme a lo lejos, entre la bruma, la gente tirita de frío y se frota las manos o luce guantes de todos los precios y estilos. Parejas de jóvenes cargan bolsas con los bibelots del día. Hermosas chicas van felices con el hallazgo de la tarde. Cincuentonas alegres y flacas ríen y exhiben la compra a sus alborozadas compinches. A pesar del frío han venido al ritual inevitable de rendir visita a una institución con pasado y mucho futuro. Alguien ha encontrado un cenicero con la publicidad de Dubonnet, otro un daguerrotipo, aquél una lámpara fascinante, éste un camafeo, ese un narguile verdadero, ella una retorcida tetera marroquí, el otro un incunable o un grabado de los tiempos napoleónicos.
¿Quién que viva en París no ha ido alguna vez al mercado de pulgas de Clignancourt? ¿Quién no se ha atrevido a entrar a la guinguette de Luisette, cada vez más decadente, con sus cantantes gordas de narices enrojecidas y cantantes de vieja canción francesa destemplados y estrafalarios aupados en el pequeño escenario? Allí se come y se bebe mal, pero entre la decadencia y la mediocridad de los payasos que se suceden y se pelean por pasar al estrado y por las propinas de la clientela, uno cree asistir al último destello de un París que sólo pervive en las películas de Renoir y Carné o en las memorias de Paul Leautaud. Chez Luisette es el centro de este cafranaún del desperdicio y la basura, de la muerte y el tiempo clausurado.
Ha terminado el paseo. La noche llegó demasiado rápido. El termómetro pasa hacia abajo el umbral de los cero grados. Los viejos cierran sus tristes tienduchas. Libreros de otra época siguen entre miles y miles de libros y revistas, ocultos entre la humareda de la pipa. Chez Luisette cierra. Los cantantes borrachos salen tambaleándose por los laberintos. La tienda de objetos para bebé de los años 2veinte0 queda atrás como un escenario para una película de terror de Alfred Hitchcock. Un sicópata ha comprado una muñeca de 1901 o un oso de peluche deshilachado. El que recuerda a sus tías se lleva un sombrero de vampiresa.

lunes, 25 de junio de 2007

ALFONSO REYES: EL SERENO COMBATE DEL IDIOMA


Por Eduardo García Aguilar
 
El Instituto Cervantes inauguró en su sede de París una exposición itinerante dedicada al polígrafo mexicano Alfonso Reyes, uno de los más notables escritores y humanistas latinoamericanos (1889-1959), que dedicó su vida a crear puentes y vasos comunicantes permanentes entre las letras latinoamericanas y europeas al calor de la maravillosa lengua castellana, de la que fue un gran defensor y difusor. 
El autor de "Visión de Anáhuac", "Simpatías y diferencias", "El deslinde" e "Ifigenia cruel" fue un hombre dedicado al ejercicio de la literatura en todas sus facetas, como una forma de conjurar los fantasmas de su época, marcada por dictaduras y revoluciones sucesivas que vivió desde muy temprano, pues su padre, el general Bernardo Reyes, fue protagonista de esos acontecimientos y murió acribillado al intentar tomar el Palacio Nacional, en 1913, en medio de turbias intrigas políticas. 
Antes de la Revolución ya había conocido a ese otro gran humanista, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, junto al cual inició en el Ateneo de la Juventud intensas actividades académicas y creativas que se difundían en revistas de comienzos de siglo XX, como la recordada Savia Moderna. A raíz de la catástrofe política de su país y afectado por la muerte de su padre, Reyes fue enviado en un velado destierro a París, donde inició su larga carrera diplomática. Allí tomó contacto con las letras francesas en medio del auge artístico que ardía en ese entonces en barrios como Montparnasse, donde conoció a la legendaria Kiki de Montparnasse, quien le hizo una divertida caricatura que se muestra en el catálogo. Y desde entonces tejió lazos con los hispanistas franceses encabezados por Valéry Larbaud, el autor de Fermina Márquez.
Pero luego Reyes fue cesado junto a todo el cuerpo diplomático mexicano y por fortuna recaló en la Madrid de la época, ciudad que buscaba conquistar con el talento de su escritura. Allí traba relaciones múltiples con escritores como Enrique Díaz Canedo, Juan Ramón Jiménez, Amado Alonso, Jorge Guillén, Américo Castro y se dedica a publicar, traducir y escribir artículos para la prensa y las revistas literarias. A partir de 1920 reanuda su carrera y desde entonces, a lo largo de su vida, fue embajador de México en Francia, Brasil y Argentina, países donde se dedicó a difundir y hacer vibrar el español y a establecer puentes con todos los hombres de pensamiento de un lado y otro del mar. En Buenos Aires conoció a Victoria Ocampo, quien dijo que "algo muy especial en Alfonso Reyes era su sonrisa; sonrisa como de inteligencia. Alguna vez escribió que había sido coleccionista de sonrisas y que dejó de serlo porque un día se sorprendió dando un pésame con una sonrisa (...). Entonces empezó a desconfiar de la sonrisa y se hizo coleccionista de miradas".
En Brasil tuvo la difícil tarea de acercar en los años 30 a ese enorme país con la cultura latinoamericana hispanófona, ya que en ese entonces ambos mundos carecían de puentes sólidos y casi se daban la espalda, como lo indica Regina Crespo en un ensayo del catálogo sobre la vida diplomática del mexicano. Sin embargo, el novelista tropical Jorge Amado —como tantos otros autores del continente desde el uruguayo Jose Enrique Rodó hasta el cubano Alejo Carpentier— lo consideró un "gran escritor de América" en una dedicatoria. Un grande modesto y generoso que abogó por una escritura diáfana y transparente capaz de comunicar las ideas con serenidad y hondura.
Más que brillar deseaba comunicar y abrir puertas a libros ignorados o autores olvidados. Con Reyes el artículo, el ensayo, el fragmento, el poema, parecen flotar de tan livianos y esenciales, por lo que alguien dijo, sin ironía, que fue tan modesto y generoso en su ejercicio gozoso de escritor que no quiso escribir ninguna obra genial.
Al regresar a su país en 1938 fue clave en la fundación de nuevas instituciones como el Colegio de México, fundado con la participación de importantes autores y pensadores del exilio español, y reinó luego desde la llamada "Capilla Alfonsina", su residencia situada en el barrio de la Condesa, enorme lugar casi sagrado donde tenía una biblioteca, cientos de objetos coleccionados en sus viajes, miles de cartas y donde escribió sin cesar y recibió a toda la intelectualidad de la época y a los jóvenes que lo admiraban mientras se iba extinguiendo o era asediado por los ataques cardíacos. 
Era un hombre redondo, bajito, de bigote, de buenas maneras, tolerante, nunca tentado por los excesos ni por los extremos, algo que hoy no es muy común entre sus congéneres latinoamericanos o españoles. Estaba atento a la creación de sus colegas, listo a traducir clásicos o autores contemporáneos, ejercía la poesía, el teatro y en múltiples textos abordó temas que iban hasta la culinaria. Fue, pues, un tejedor de palabras y su ejemplo puede ser útil ahora cuando la aceleración mercantilista y utilitaria de la literatura impide reflexionar a fondo o gozar de los fragmentos y los destellos de la lengua en movimiento. Porque no todo puede reducirse como hoy a escribir novelas amenas destinadas a la venta rápida, a la telenovela y al escándalo: es necesario volver a recuperar la palabra, pensar, criticar, codiciar los hallazgos del idioma o explorar sus caminos secretos y excéntricos a través del poema, la crónica, la prosa corta o el fragmento, como lo hizo Reyes. 
Toda esa vida, esa errancia intelectual por Europa y América, tal dedicación a la tolerancia y a la amistad, es mostrada en la biblioteca Octavio Paz del Instituto Cervantes parisino. Es una exposición de imágenes, documentos, cartas, libros y videos, extraídos de archivos minuciosamente conservados por los amigos mexicanos a lo largo de más de medio siglo. 
Con el entusiasmo que sólo tienen en nuestro continente los mexicanos para rescatar y dar relieve en permanencia a sus grandes autores, Héctor Perea Enríquez (1953), director del Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Autónoma de México y comisario de la muestra, ha dedicado años de su vida a rastrear la vasta obra de este hombre nacido en la ciudad de Monterrey, que escribió en casi todos los géneros (poesía, ensayo, crítica, crónica y todo tipo de fragmentos ) para dejar una obra monumental de varias decenas de volúmenes publicados por el Fondo de Cultura Económica.
Antes de la inauguración de la muestra el 14 de junio el ensayista y poeta contemporáneo Adolfo Castañón (1952), uno de los herederos de este humanista que cumple hoy con igual entusiasmo la tarea de crear puentes entre las letras de los diversos países de América Latina, España y Francia, ofreció una lúcida charla sobre la obra multifacética de Reyes. Y al escucharlo se sintió la alegría de saber que todavía, en medio de la comercialización y la trivialidad generalizadas del mundo editorial hispanoamericano, que premia y entroniza como genios a verdaderos asnos, hay autores contemporáneos que no ceden a la tentación y prefieren seguir el camino de la verdadera literatura.
La exposición recorrerá varias ciudades y países donde Reyes vivió y trabajó. Libros, cartas, fotografías y videos, que ya fueron expuestos en España, seguirán de París a Toulouse, Río de Janeiro, Sao Paulo, Brasilia, Chicago, Nueva York y Alburquerque, o sea por todos los lugares donde este amigo de Jorge Luis Borges caminó, leyó y dejó siempre una estela brillante de arte y amor por la lengua castellana.
 
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Publicado en El Manifiesto. Madrid. España. 19 de junio de 2007. También fue reproducido en El castellano.org el 7 de julio de 2007.

miércoles, 20 de junio de 2007

viernes, 15 de junio de 2007

SAMUEL BECKETT: UN CHAPLIN LITERARIO CON SUERTE

Por Eduardo Garcia Aguilar
Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura 1969, se ha convertido poco a poco en una leyenda excéntrica de las letras del siglo XX y cada año que pasa su obra conquista más adeptos. Nada prefiguraba en él una futura gloria tan merecida, pues era un tímido casi autista con problemas mentales, pero los vasos comunicantes que tejió a lo largo del siglo entre poesía, novela, teatro, cine, circo y artes plásticas, prefiguraron el mundo mediático moderno pleno de intertextualidades y lo posicionaron como un renovador que desmontó los lugares comunes donde dormían los géneros.
Nació en 1906 en Foxrock, Irlanda, al sur de Dublín, en el seno de una familia protestante, y murió el 22 de diciembre de 1989. En su juventud descubrió la literatura francesa, a la que sería adicto hasta el punto de adoptarla: Molloy, Malone muere y El Innombrable fueron redactadas en la lengua de Proust. En los años 30 conoció a James Joyce en París y después de experimentar problemas de salud, vivir la guerra y acudir al psicoanálisis entre idas y venidas a su tierra nativa, decide quedarse a vivir definitivamente en la capital francesa. En 1953 escribe Esperando a Godot, obra que lo lanza a la fama mundial y desde entonces publicó sus libros en Editions de Minuit, editorial confidencial para públicos entendidos que sobrevivió contra viento y marea ante el auge arrasador de la literatura comercial.
Ahora el Centro Pompidou presenta una vasta exposición sobre ese recorrido excepcional que lo llevó al Nobel de Literatura. En un rectángulo dividido en siete espacios nos familiarizamos con la vida de este hombre silencioso y semiesquelético con aires de miope, que se encerraba solo en una casa de las afueras de la capital para concentrarse en la escritura de sus piezas teatrales y fraguar textos poéticos y libros de prosa que negaban las leyes fáciles del argumento y la amenidad. A la entrada nos topamos con la proyección de una boca enorme que pronuncia incesantemente, rindiendo así un homenaje a la voz y al placer de la lengua y la palabra que son degustadas con fruición. Porque más allá del argumento o la sucesión de historias triviales que vegetan en la novela convencional, se trata de dar protagonismo a la palabra, a sus sonidos y viscosidades, a la materia que emerge de ella en la oscuridad.
Más adelante hay un libro enorme cuyas letras han sido abiertas en una pared plástica gracias a la energía de un perfecto rayo láser y podemos ingresar a él y ser traspasados por los colores y las imágenes de la cámara oscura. Las palabras escritas en ese enorme libro adquieren otra dimensión: son materia, tienen vida propia, son arte por encima y más allá de lo que agencien o signifiquen. Las letras, palabras y oraciones que hay en las dos gigantescas páginas del libro se convierten en obras de arte, en elementos de un cuadro, residuos de una actividad literaria que se ha rebelado de su autor.
De la voz pasamos a la letra y de la letra seguimos al cuerpo que escribe con su propia materia sobre líquidos regados y que repta en silencio pronunciando sonidos guturales. Porque el cuerpo es la materia de sus novelas y piezas teatrales: una mujer enterrada que habla bajo la sombrilla, seres humanos que viven entre canecas de basura, hombres enfermos y paralíticos perdidos en el margen, sucios, grotescos, malolientes, corroidos en la basura de la existencia y de la historia. El catálogo nos dice que «los personajes son cuerpos burlescos poseídos por el frenesí de la palabra, cuerpos cómicos horadados por las reminiscencias del music-hall y del circo, arquetipos de una humanidad que corre implacablemente hacia su fracaso».
Todo ese mundo tan sugestivo de Beckett, que hizo explotar la literatura en los años 50 y 60 del siglo XX, encuentra cómplices en artistas como Pierre Alechinsky, Jaspers Johns, Robert Motherwell, Sean Scully, Bram van Velde, Richard Serra y Alberto Giacometti, entre otros, cuyas obras podemos ver entreveradas con grandes imágenes fotográficas del autor, retratos, cuadernos, manuscritos, documentos personales, fotografías de infancia y juventud, filmes sobre Dublín, Londres o París, ediciones originales, videos, filmes de Charles Chaplin, cartas y objetos personales.
Los curadores de la exposición han dado en el clavo: la literatura, la novela, el teatro se han escapado de su moldes y de la prisión donde la falta de crítica los encerraron. El argumento, la amenidad, la claridad, la utilidad, el éxito comercial, no tienen nada que ver con la verdadera exploración artística. Al recorrer esta muestra en torno a un autor revolucionario y excepcional, comprendemos que no todo está perdido. Mientras la trivialidad reina en la literatura comercial, el arte sigue su camino por otros subterráneos y laberintos. Allí encontramos la lúcida figura de Beckett acompañado por su admirado Charles Chaplin, otro artista del siglo XX cuyas pequeñas obras maestras y absurdas se proyectan en una pequeña pantalla, para mostrarnos que entre ambos hay más similitudes que diferencias. Así la voz y la palabra del texto literario se convierten en una fenomenal carcajada ante el mundo desquiciado.
* Expuesta hasta el 25 de junio en el Centro Pompidou

martes, 12 de junio de 2007

DIALOGUE WITH VULTURES

S H O R T S T O R Y

E d u a r d o G a r c í a A g u i l a r

~ P a r i s, Fr a n c e

Published in MARGIN (www.angelfire.com/wa2/margin/Aguilar.html)

A FEW vultures fly over the river of black lava that flows down the mountain like demonic vomit. They slowly descend and come to rest upon lunar rocks and with their inquisitorial beaks cautiously observe my movements. Shortly after getting out of the taxi I understand these strange animals to be the most advantaged, the most gainful in this mournful and allegorical epoch. Old vehicles pass on the highway raising a punctual, poisonous dust that settles over the human remains, recently devoured by black birds. The man leads me over the rocks toward the hollows most populated by the skulls and rib cages of civilians and soldiers.
Above us I see the long black river of volcanic lava, and a Luciferian feeling stirs me to poke beneath the brambles and thickets and prod even further among rusty belt buckles and pelvic bones covered by cobwebs. The photographer kicks a skull with the point of his shoe and places it among the others to get a good picture, while I stop to observe the bones of so many men. Among the remains are bones of dogs and skeletons of children. The smell of death floats in the wind. Ten meters away men with lost, ghost-like gazes unload refuse from a truck and observe us with curiosity, as if we were another, even more rapacious kind of vulture.
The afternoon lingers in a leaden stupor and a silvery air spreads over the sterile landscape of the Killing Fields. Leaping over the stones spewed many decades ago by a nearby volcano, I destroy the extensive cobwebs and continue watching the spectacle. At times I'm struck by the temptation to clutch one of the skulls and ask the photographer to take a portrait of me with this terrible black profundity in my hand, but then I think how obscene that would be. I establish a dialogue with the furtive gazes of the vultures, while the Basque photographer continues arranging the skeletons and the taxi driver talks to me about death. He lives a few kilometers away and makes his living taking Western scavengers to see and enjoy the Killing Fields.
At times I feel like many eyes are watching me, and I discern their brilliance coming from beneath the rocks and in the air, for they fly languidly, expectantly. A thousand eyes in the skies looking at me without hate, without smiles, only looking. I feel like I've been placed in a black hollow, in one of those centers where the mass, the volume of truth is even more present than in the streets. I, too, am a piece of death. I've come here to provoke death. So it will speak to me. So it will quit me of my fear. A plane flies through the cloudless blue sky and several vehicles, full of living men who seem as if they were already dead, pass down the highway. The taxi driver speeds up and talks to me about the town and markets we pass through.
I feel like I'm inside an illuminated steel tube and I hear explosions in the air, invisible blasts of wind, the violent sucking of a gigantic and lascivious mouth. As we approach the City of Death that concussion of wind sways us even more, crowding out the silence. We reach the hotel on the Boulevard of Heroes and the taxi finds a place in front of the door. I walk across the carpet, ask for my key and then head to the restaurant. An American journalist, skinny, spare, dressed casually, crosses the room with a bottle of whiskey in his hand, lips dried and chapped. Another reporter struts about in his clogs, jeans, t-shirt and bullet-proof vest. Off to the side an obsessed and obese newsman wears a shirt an American is selling that says, "Don't shoot. I'm a journalist."
I feel like puking on the lecherous platter they serve me and the white wine tastes like a lichen extract. The sepulchral music echoing around a few businessmen stuns me. Gigantic gringo marines approach the bar and outside a man butts his head against the wall. He looks like the soldier with a scar along one side of his face who gave me my safe conduct pass so I could freely move throughout this city of fateful ambushes. With that piece of paper I've gone through markets and alleys of lost neighborhoods and seen the faces of women crying before the tomb of an assassinated archbishop. I've seen the fear in the gaze of those who leave letters at the post office or the fear of people on the street when huge trucks filled with soldiers rumble by, their smiles menacing anyone who dares look them in the eyes.
As the days pass I begin to feel a tickling in my armpits and return to the bottle like a shipwreck survivor does to a lifejacket. The fear of dying struck by a stray bullet or in the middle of a skirmish provoked by the army on a street corner while I drink a cup of coffee or buy a newspaper keeps me from sleeping, disturbs my mind at the moment I begin to write the articles I must send by cables and mysterious airwaves to the other side of the world, to the City of Peace. As soon as I write a few lines a bitter taste lodges in my throat that prevents me from goin on. From the other side of the telex a desperate voice asks me for macabre, bloody news. But I only manage to see the scarred face of the major with a revolver in his hand holding out to me the long safe conduct pass, some lost hippies, a few hostages, the highway and a certain nostalgia for an innocent world. I enter the bar with the Basque photographer and get drunk while rock music plays, forgetting that I am an abundantly wise vulture. As the liquor induces its effects, the light becomes more tenuous and only a red haze is cast over the walls. A dance of devils surges from the depths of the stage. The waiters smile and excuse themselves, coming and going amidst the clamor. In a flash the red light changes to neon and at the tables I see only vultures, buzzards who drink from the cups of the clients. On stage, instead of a band playing pop music there are birds as big as human beings, with large beaks and dark eyes who brilliance reflects off the bottles. Their grotesque dance leaves behind a wake of feathers.
I flee toward the carpeted vestibules of the luxurious hotel and I see only uniformed vultures helping put baggage in the elevators and enormous vultures tipping a few female birds that cackle in the lobby, singing along to the solemn nocturnal melodies. I ask for the key to my room and I go up agitated, trying to fend off the images assaulting me.
A slight earthquake shakes the corridors of the sixth floor. Several shots come from outside, far away, and murmurs from a room fly through the clean passages where a few plastic plants wither as I walk by. I search for the keys to my room and try to open it after a long interval that clumsy shaking hands make more difficult. At last I manage to open the door and enter. I take a breath and as I head with closed eyes toward the comfortable recess I need not open them to understand someone is watching me. Opening my eyelids I see an enormous nest with three chicks being fed by a vulture just my size. I raise my hands and scream and fall silent to discover my wings of black plumage flapping, casting new shadows upon the walls, my screams coming not from my mouth but from a rapacious, malodorous beak. In silence I fling myself down in the nest and there I sleep with no other hope but death.

Translated by Jay Miskowiec

domingo, 10 de junio de 2007

El LIBRO DE LAS CELEBRACIONES COLOMBIANAS

Por Eduardo Garcia Aguilar
Jineth Ardila, Santiago Mutis Durán y Juan Manuel Roca, que siempre están listos con generosidad a emprender los proyectos más utópicos a favor del arte y la poesía, lograron hacer realidad el libro más bello y necesario. Se trata de El libro de las Celebraciones, editado por la Fundación Domingo Atrasado, donde los tres curadores del proyecto convocan a más de cincuenta autores colombianos a escribir un homenaje personal a su figura querida del arte, las letras o el pensamiento de Colombia en el siglo XX.
En un país tan terrible como el nuestro, donde la ley es el olvido y el ostracismo para la gente que dedica su vida a ejercer el arte, a enseñar, a amar, a cantar, a cuidar la naturaleza y donde por el contrario se encumbra y se premia a los pillos y a los asesinos, rescatar a esos hombres y mujeres buenos en el buen sentido de la palabra bueno era necesario para que desde el más allá o el más acá nos den energía renovadora para vivir en estos tiempos difíciles.
Muchos de ellos iluminaron y brillaron al mismo tiempo que llevaban una vida modesta como maestros u oficinistas, sorteando los dramas del exilio, la pobreza, la enfermedad, el olvido o la incomprensión. Algunos publicaron sus obras en ediciones modestas, emprendieron proyectos de revistas efímeras que hacían con las uñas, dieron clase con pasión a alumnos que los recuerdan o lucharon contra la injusticia del país como se lucha contra un monstruo invencible de mil cabezas. Sus voces se escuchan todavía en cafés como el Pasaje, el Saint Moritz o El Colonial, de Bogotá. Esos viejos nuestros caminan aún fantasmales por la séptima del brazo de sus amigos o sacudiéndose de la lluvia del siglo XX --todavía por armar-- con paraguas y sombrero Stetson.
Cuando por fin me llegó a París el libro, me senté a devorarlo en el café Sarah Bernhardt, en la Plaza de Chatelet, junto al río Sena y con los torreones puntiagudos del Palacio de Justicia al frente, mientras ardía el sol de junio. Desde lejos y en ese lugar privilegiado las palabras de la tierra me llegaban mucho más dulces o más amargas y brotaban de las páginas con peligrosa efectividad, como puñetazos de boxeador o revelaciones angustiosas de ese inmenso rompecabezas cultural que es el siglo XX en Colombia.
Pasar revista a esas figuras entrañables y verlas salir desde la humareda del desastre, renueva hasta el más escéptico. Ahí están los retratos de quienes nos dejaron hace tiempo como Ciro Mendía, Fernando González, Leon de Greiff, Luis Vidales, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea, Leo Matiz, Alejandro Obregón, Fernando Charry Lara, Manuel Zapata Olivella, Jorge Gaitán Durán, Héctor Rojas Herazo, Pedro Gómez Valderrama, Enrique Buenaventura, Hernando Valencia Goelkel, René Rebetez, Feliza Bursztyn, Estanislao Zuleta, Ignacio Chávez, R. H. Moreno Durán, Miguel de Francisco, Jorge García Usta, César Pérez y Andrés Caicedo, para mencionar sólo a algunos.
Cada retrato es un mundo: ahí está el viejo loco Fernando González fotografiado y contado por Guillermo Angulo, muy real, lejos del mito y la leyenda. Volvemos a ver a ese personaje lleno de luz que era Leo Matiz, convertido ahora en celebridad mundial del arte fotográfico, y además el hombre mas modesto y sencillo. Jaime Echeverri nos cuenta un instante en la vida de un ofinista discreto que tomaba tinto en El Pasaje y se llamaba Aurelio Arturo. Juan Manuel Roca nos habla de Alejandro Obregón, ese otro generoso a flor de piel y amigo que iluminaba todo a su alrededor con afecto y whizky.
Nicolás Suescún nos presenta a Hernando Valencia Goelkel, figura rigurosa y ponderada que dijo lo que tenía que decir y es ejemplo de rigor y ética intelectuales. Lisandro Duque nos cuenta con la maestría narrativa y la vena humorística que lo caracteriza la vida de su amigo el cineasta español José María Arzuaga, quien vino a Colombia por loco y se quedo, malogrando tal vez una gran carrera cinematográfica. Y volvemos a ver a Ignacio Chávez, el hombre abierto y tolerante que recibió la estocada del infame régimen actual como pago a una vida de entrega a la palabra y a la amistad.
Entre los vivos Gustavo Alvarez Gardeazabal nos presenta a Otto Morales Benitez, una fuerza proteica aue debio ser presidente. Joe Broderick nos trae al sorprendente Fernando Oramas, Ignacio Ramirez a Antonio Samudio, y hay semblanzas de Germán Espinosa, Teresita Gomez, Andrea Echeverry y Efrain Medina, dos necesarios niños terribles de la cultura colombiana en movimiento.
Pero el texto que más me conmovió, por su belleza romántica, gótica y erótica, y sin duda uno de los más logrados del libro, es el de Patricia Restrepo, que nos entrega en carne viva las últimas horas y los días de Andrés Caicedo, ese ídolo de leyenda que conquistó la eternidad por su gesto de rebelión total, al suicidarse el mismo día que salió su primera novela, Que viva la musica, clásico de la literatura colombiana.
Minuto a minuto vemos a esos dos muchachos enamorados, íconos de una generación desbocada, cuyo fulgor en los años 70 está por revisar, contar y reactivar. Los tenis rojos de Patricia en el sepelio son el símbolo de la más absoluta soledad de la generación de los nacidos en los años cincuenta que se quedaron para sobrevivir, encanecer, envejecer, engordar, cuando habían soñado con hacer explotar al mundo con arte, cine, poesía, rumba, sexo y ron.
Los jeans que Patricia se quita en el estoico nido de amor, sus cuerpos desbocados en un lecho de piedra, la forma peculiar y excéntrica de bailar la salsa, las cartas de amor, las pataletas de los enamorados salen de esas pocas páginas como la revelación que nos quita la respiración y nos revela el desastre generacional de sobrevivir y envejecer en el caos de la super boba patria.
En fin, en este primer volumen de las Celebraciones aparecen más de cincuenta personajes que debemos explorar y abrir para entender un poco el hecho de ser los colombianos y no morir en el intento. Es un libro necesario para tratar de entender la cultura colombiana del siglo XX, con sus aristas, sombras, destellos y desfallecimientos.
Ese siglo que en su crepúsculo nos dio la sorpresiva voz mítica de Andrea Echeverri, leyenda viva cuyo retrato, escrito por su homónima Andrea Echeverri Jaramillo, abre puentes entre dos generaciones desbocadas y rebeldes. Este penútimo texto nos hace visitar la creativa Colombia underground donde vibra la fuerza artistica que pasa de generación en generación y se trasmuta en el inmenso dragón sediento de futuro.
En las nuevas entregas del Libro de las Celebraciones aparecerán sin duda muchos más personajes que están por contar como Danilo Cruz Velez, Darío Mesa, Maruja Vieira, Meira del Mar, Jaime García Maffla, Harold Alvarado Tenorio, Fernando Denis y Ramón Illán Bacca, entre muchos otros que nos acompañan y eso sin contar decenas y decenas de los que se fueron y aún no nos han revelado todos sus secretos.
Colombia arde en estas primeras 278 páginas de sorpresas inolvidables, mostrándonos que el dragón de la cultura colombiana está vivo: León de Greiff, Fdeernando Charry Lara, Andrés Caicedo, Alejandro Obregón y Enrique Buenaventura desde el firmamento nos incitan a seguir su camino para conjurar la mansedumbre de estos tiempos dominados por los peores asesinos y bandidos disfrazados de padres de la patria.
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El libro de las celebraciones. Fundacion Domingo atrasado. Curadores y editores: Jineth Ardila, Santiago Mutis Duran y Juan Manuel Roca. Bogota. Abril 2007. 278 paginas.

sábado, 2 de junio de 2007

VIAJE CINEMATOGRAFICO A LOS TIEMPOS LIBERTINOS

POR EDUARDO GARCIA AGUILAR

Se cree con frecuencia que la segunda mitad del siglo XX fue una de las épocas más libres de la historia de la pasión sexual, en especial luego de la revolución de las costumbres provocada por mayo del 68.


La directora Catherine Breillat, una de las más sulfurosas y polémicas realizadoras francesas feministas, famosa por dirigir varias películas sexuales escandalosas como «Romance», donde actuó el actor pornográfico Rocco Sifredi, ha vuelto a golpear con una reconstrucción minuciosa de los tiempos libertinos del siglo XIX.
Basada en el relato «Una vieja amante» del escritor decadente Barbey d’Aurevilly, autor del libro de relatos «Las Diabólicas», la película, que acaba de presentarse en la selección oficial del Festival de Cannes, busca la intemporalidad al rastrear las emociones a través de la expresión facial de los actores, en una especie de «tectónica de los rostros», como dice un crítico. No es sólo una película de época donde se despliegan rutinariamente vestidos, muebles y escenarios, sino una exploración de aquel tiempo romántico donde el deseo, la sangre, y amor y el pecado vuelan de lecho en lecho, de castillo en castillo y de callejuela en callejuela, bajo la mirada escrutadora del chismorreo y la condena.
Se cree con frecuencia que la segunda mitad del siglo XX fue una de las épocas más libres de la historia de la pasión sexual, en especial luego de la revolución de las costumbres provocada por mayo del 68, el auge del rock, el surgimiento del feminismo, el movimiento gay y la desacralización de la familia. Quienes vivimos en estos tiempos consideramos a veces con orgullo que hemos sido los seres más liberados de la humanidad en esa materia. Pero basta mirar los frescos romanos de Pompeya, revisar el erotismo griego, ver los milenarios templos pornográficos de Kajuraho en la India o estudiar el sensualismo corporal japonés o los priapismos escultóricos africano y prehispánico para darnos cuenta de que tal vez sólo somos unas mansas palomas agobiadas por los aceleres de la modernidad y la búsqueda de la supervivencia o el lucro.
«Se cree que soy una sulfurosa, pero soy también romántica», dice Breillat a la prensa al tratar de explicar que en sus películas escandalosas busca algo más que mostrar cuerpos en el éxtasis de la cópula o personas corroídas por el amor, los celos, el deseo, la codicia y el dolor. Por eso escogió la historia de un autor de fin de siglo XIX, cuando el simbolismo era más importante que la realidad escueta y empezaba a superarse el vulgar costumbrismo reinante a lo largo del siglo. «Busco una intemporalidad propia a la tragedia griega o a la pintura. Sólo busco mostrar los sentimientos y la violencia de los sentimientos en los que la gente se identifica».
Y Breillat lo logra en esta cinta donde actúa la joven y no menos sulfurosa italiana Asia Argento en el papel de una amante adúltera de origen español que vive una larga relación con un hombre que se casará finalmente con cierta juvenil y dulce aristócrata. Asistimos a un despliegue de duelos, heridas en carne viva, escenas donde se quiebran vasos, cuchicheos, cuerpos en la tensión muscular de la desnudez lúbrica, viejos lamentables comiendo e intrigando, arrugas, canas, gordura, joyas, prendas, candelabros, muebles, todo eso visto bajo la bruma de invierno o en interiores dominados por el ocre de los cortinajes o el fuego de las chimeneas, como en los cuadros de Cranach. Además Breillat desarrolla un plástica desbordada de cuerpos cubiertos por tejidos de época o hundidos en sábanas que resaltan la verdad del erotismo sin límites, lleno de angustias, lágrimas, gemidos y heridas.
La vieja amante está convencida de que él siempre volverá de otras aventuras y no se inquieta cuando se entera por chismes de que su amante se casará con la bella inocente. La abuela de ésta, surgida del libertino siglo XVIII -interpetrada por la anciana Claude Sarraute, hija de la novelista Nathalie Sarraute y esposa del fallecido filósofo y politólogo Jean François Revel-, lo interroga y al calor de los Oportos escucha sin inmutarse el increíble relato de esa pasión diabólica. Tras escuchar su historia, la anciana cómplice acepta que se case con su nieta pase lo que pase y sucede la boda entre cánticos y escenografías de una lograda efectividad estética. Después vendrá la vida del castillo, el embarazo y la reaparición de la diabólica amante en ambientes marinos de crepúsculo.
Con esta película Breillat nos vuelve a reconociliar con el séptimo arte y logra un nuevo maridaje entre literatura y cine al rescatar a un clásico del simbolismo finisecular del siglo XIX. Si en «Romance» nos relacionaba con las desviaciones sadomasoquistas y pornográficas de fines del siglo XX, en «Una vieja amante» explora el pasado y saca de él esa eterna delicia libertina de otros tiempos en que se languidecía de tormento y amor junto a chimeneas crepitantes donde siempre acechaba un cómico Satán de opereta.
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miércoles, 30 de mayo de 2007

UN POEMA DE AMOR ESCRITO EN COIMBRA

PASO POR COIMBRA

POR EDUARDO GARCÍA AGUILAR


Fresco aire de Coimbra bajo el sol.
Caluroso aroma de la tarde.
Luminosidad y palmeras bajas ante el firmamento.
Todo ello cruzado por el tren Oporto-Lisboa,
fruto maduro de añejos sueños.
Pese a que intentaste besarla frente al Duero,
la bella ha aceptado viajar contigo hacia Lisboa.
Entonces el vagón está lleno de complicidad y esperanza.
La colega de oscuros lentes escribe cartas de amor
y Portugal ya no es sólo un nombre lleno de mares
y ruinas espléndidas.
Su cuerpo delgado latinoamericano sabe a Coimbra
y se conjuga y se bebe con translúcido Oporto.
El cuerpo de la viajera con camiseta blanca,
jeans y sandalias, levita en la tarde de Coimbra.
Y el corazón ardiente vuelve a pulsar
con la energía de cierta arqueológica adolescencia.
Entre su aroma también escribo cartas de amor y poemas.
El aire añejo portugués vuela sobre la planicie
rota por chimeneas de abandonadas fábricas
o impregna la maleza que repta entre rieles.
¡Antiguo es tu nombre, Coimbra,como antigua la palabra amor!
Mansa la plenitud de la tarde, cuando se bebe
el inmerecido milagro del viaje junto a la viajera deseada.
Las palabras no bastan para cantarte entonces, Portugal,
si tu sonido viene acompañado del deseo.
El corazón pulsa ante el antiguo esplendor
y por los vagonesel aire embriagante de viejos vinos se adueña de ti.
¿Es eso amor?
Viajas a lo soñado a través de la eterna huida.
Y la palabra Portugal se conjuga con los labios de la viajera.
Y la noción de imperio marino viaja entre sus brazos.


Tren Oporto-Lisboa, 1998

martes, 29 de mayo de 2007

SOBRE EL TUSQUETS A EVELIO JOSE ROSERO

Un Gran Narrador Iberoamericano Premiado Con El Tusquets Evelio Rosero

Por Eduardo García Aguilar

(Difundido durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en noviembre de 2006)

El importantísimo Premio Tusquets que acaba de obtener con la novela Los ejércitos el escritor colombiano Evelio Rosero ---el más prestigioso para novela en el ámbito iberoamericano por la calidad de sus jurados y su lejanía de la corrupción editorial--- y cuyo anuncio se dio en la Feria Internacional de Guadalajara, puede ser una sorpresa para muchos, mas no para quienes hemos seguido su camino desde el inicio con admiración y alegría.
Da la casualidad que me encuentro hoy en las calles llenas de libros de esta entrañable XX Feria del libro de Guadalajara y en medio de la decepción que provoca la mediocridad del estrellato narrativo actual latinoamericano y en especial colombiano, la coronación de Rosero entre medio centenar de novelas por un jurado probo, es un gran acontecimiento para la narrativa colombiana y sin duda un giro sorpresivo que obligará a reposicionar la obra de varios autores de su generación, a la que Fabio Martínez ha denominado en su antología publicada por la Universidad del Valle, la Generación Sin Cuenta. Rosero (1958) comenzó desde muy temprano una obra literaria de méritos extraordinarios con una narrativa nerviosa, ágil, que nunca cedió a la facilidad y exploró los más inquietantes caminos de la locura y el horror de la vida. Con novelas como Mateo Solo (1984), Juliana los mira (1986), El incendiado (1988) y la para mí espectacular Las muertes de fiesta (1995), entre otras muchas obras, Rosero forjó un cuerpo narrativo de primer orden.
Un día antes de conocerse la noticia, conversando yo con Jorge Herralde al término de una conferencia del argentino Ricardo Piglia, el editor español recordaba la publicación en Anagrama hace dos décadas de Juliana los mira, obra que ya auguraba el aliento del narrador colombiano, quien como tantos otros de su generación ha sido rebelde y ha preferido cierto margen, lejos del arribismo desbordado y cerca de revistas milagrosas como Puesto de Combate, animada por Milcíades Arévalo. Pienso en escritores tan completos de la generación Sin Cuenta como Julio Olaciregui, Sonia Truque, José Luis Garcés, Juan Carlos Moyano, Tomás González, Fabio Martínez, Felipe Agudelo, William Ospina y otros más recientes como Pedro Badrán y Pablo Montoya, que deben estar celebrando este premio logrado con toda transparencia por Rosero. Han pasado los años y Rosero ha seguido ahí fiel a su estilo y a sus fantasmas sin ceder un solo instante a la feria de vanidades y corrupciones de la narrativa colombiana reciente, con sus ídolos falsos. Ya los adalides abusivos de cierta paraliteratura cantaban victoria haciendo tabla rasa de generaciones recientes y actuales y se pavoneaban como salvadores de pacotilla de la narrativa colombiana, acríticos y lambones ante el infame régimen paramilitar que nos gobierna. Con las motosierras de su arribismo ya habían enterrado a los excelentes escritores de la generación de la Bucholz, nacidos alrededor de los años 40.
En la fiesta convocada por Tusquets en el Centro de Industriales de Guadalajara, en ausencia de Rosero, se reunió el mundo editorial y literario iberoamericano asistente a esta Feria. Las copas iban de un lado a otro y yo trataba de apurar algunas de más a nombre de Rosero, que debería estar aquí celebrando. Gracias a él y por la alegría que siento de que sea coronado este rebelde colombiano, he saboreado y alzado al aire deliciosos cocteles de tequila. Beatriz de Moura, la gran editora de Tusquets, estaba muy contenta en medio del inmenso salón y preguntaba sobre la posición de Rosero en la literatura colombiana y el significado de este premio. Hablamos sobre quien es Rosero: un hombre libre, un autor de novelas espléndidas, un habitante de ese país en guerra gobernado por delincuentes asesinos, un ser humano que nuestra generación conoce porque es una antena eléctrica de los males y las muertes de fiesta nacionales. De Moura destacó que la novela premiada podría ser una alegoría de todas las guerras y su universalidad hace que esos ámbitos puedan situarse en los Balcanes u otros países encendidos por la conflagración bélica mundial, donde las fronteras se pierden en el horror y el dolor provocado por la codicia de los poderosos. Dice que es un texto claro, transparente, mientras Aurelio Major, el coordinador del Premio en esta ocasión, expresa a su vez la alegría por este acontecimiento.
Viene a mi memoria ese Rosero siempre silencioso o felizmente ebrio, en quien se resumían las nocturnidades de Bogotá City, en aquella vieja cafetería de la Librería Nacional de la séptima o en las Residencias Tequendama repletas de poetas iberoamericanos o tomándonos unos whiskies en la Feria del Libro de Bogotá, cuando se celebraba a los escritores de la diáspora. Seamos claros, con Evelio Rosero, Sonia Truque, Eugenia Sánchez, Juan Carlos Moyano, Pedro Badrán, Julio Olaciregui, Pablo Montoya, Julio Paredes, Consuelo Triviño Anzola, Octavio Escobar, toda una generación de escritores Sin Cuenta emerge desde los márgenes de una Colombia que excluye y mata. Todos ellos han llevado al extremo su compromiso con la palabra y la libertad. Ese ha sido su Puesto de Combate, el mismo iniciado hace tiempos por el legendario Gordo Valderrama en su suplemento de Vanguardia Liberal en Bucaramanga, luego por el Magazín cultural de El Espectador, la agitación incesante de Isaías Peña Gutiérrez a lo largo de décadas en diversas publicaciones y en el taller narrativo de la Universidad Central, los amplios espacios en la red de Cronopios de Ignacio Ramírez y mucho antes por el inolvidable Manuel Zapata Olivella en Letras Nacionales. O sea abrir espacios antes que excluir. Esa es una literatura que surge desde todos los puntos cardinales del país y desde todos los estratos y que no es confiscada por el obtuso exclusivismo de los "gomelos" de Medellín y Bogotá, para quienes lo urbano colombiano sólo existe allí alrededor del Gimnasio Moderno y que decretaban ya el triunfo de una paraliteratura que extermina al reciente pasado y al presente de la Colombia profunda. Con el Premio Tusquets a Rosero podemos decirles, chao, chao, bye, bye, nos vemos en el ring.
***El jurado del II Premio Tusquets de Novela estuvo integrado por Alberto Manguel, en calidad de presidente, Almudena Grandes, Alberto Ruy Sánchez, Francisco Goldman, Beatriz de Moura en representación de la editorial y Aurelio Major en calidad de secretario.
El premio consiste en 40.00 euros y una estatuilla diseñada por Joaquim Camps.

lunes, 28 de mayo de 2007

LAS MARAVILLAS DE CALCUTA

Por Eduardo García Aguilar

Pocas ciudades conmueven tanto como Calcuta, la mítica capital de Bengala, situada a las orillas del Hooghly, en el delta final del sagrado Ganges. Es un inmenso hormiguero de millones y millones de seres humanos que circulan entre polvo, contaminación, canícula o lluvia, en un incesante ir y venir de risas, lágrimas, miseria, riqueza, fiesta, generosidad, injusticia y amor inagotables. En los viejos muros de los edificios neoclásicos del antiguo esplendor colonial crecen árboles y plantas que florecen y echan raíces entre la humedad generalizada. Una mujer tiende ropa en una ventana y al lado, en los nobles muros de un palacio viejo, poblado tal vez antaño por un magnate, un alto funcionario colonial o un embajador, se explaya ahora un matorral de flores color fucsia, amarillo y rojo sangre, poblado de pájaros y monos sagrados.
Porque hay que escuchar los pájaros a la hora del crepúsculo tropical: cuando se avecina la noche llegan por cientos de miles desde las amplias extensiones del delta y se refugian en los árboles del patio de un palacete decimonónico convertido en Gran Hotel. Hacen un bullicio fenomenal, como si cada una de esas aves hubiera llegado para contarles a las otras las experiencias del día en los amplios campos cantados por viejos cantores de epopeyas, poetas budistas o Rabindranath Tagore. Y de repente, a las seis y media, de súbito y al unísono, como comandados por una fuerza natural escrita desde hace millones de años, esos cientos de miles de pájaros se silencian y duermen dejando un halo de paz, mientras uno bebe cerveza india y piensa en los viejos tiempos del comercio de especias, en los años de Marco Polo, en las naos de los aventureros portugueses, ingleses y británicos que llegaron allí.Surgida como un fortín y puesto comercial de la Compaía de las Indias Orientales en el siglo XVII, Kalikata fue compañera inicial de otros prósperos enclaves coloniales como el Chinsura holandés, los franceses Chandenagor y Pondichery y el Goa portugués. Luego de la decadencia final del imperio moghol musulmán, que dominó la India durante siglos construyendo mezquitas sobre los derruidos templos hinduístas o budistas, todo ese enorme imperio islamista invasor se fragmentó en un caótico entramado de feudos de maharajás y nababs, que finalmente aceptaron el triunfo británico.
Calcuta fue la capital colonial desde 1774 hasta 1911, cuando fue trasladado el poder a Nueva Delhi, al otro lado noroeste de la India. La joven urbe surgió de un depósito comercial instalado el 24 de agosto de 1690 en el poblado Kalikata por Job Charnock. Luego de que los ingleses derrotaron a los caciques locales se convirtió en la capital de las posesiones británicas. Y tras su corto esplendor, la enorme metrópoli de palacios inimaginables y lujosos edificios diplomáticos y burocráticos, construidos a imagen y semejanza de los del Imperio Británico, fue cubriéndose de moho y vegetación y creciendo de manera desordenada hacia todos los puntos cardinales, pero enriqueciéndose de cultura, poesía, arte e ideas religiosas, políticas y filosóficas. En su seno Ramakrishna a fines del siglo XIX y Vivekananda en el XX pretendieron reunir todas las religiones en una sola para tratar de terminar con las guerras religiosas y los odios fanáticos; allí escribieron el sublime Rabindranath Tagore o el profundo Jibananda Das; hizo cine el grandioso Satyajit Ray y lo hace hoy el moderno Mrinal Sen.Y aunque se habla de la Madre Teresa y de indigentes que duermen en la calle, rickshaws halados por famélicos, bellas esposas repudiadas y viudas indigentes, o niños enfermos, también es cierto que cada año la Feria del Libro impresiona porque desde todas las partes de la ciudad acuden cientos de miles de visitantes, niños y grandes, al encuentro con la próspera industria editorial bengalí que se despliega en el Maiden, un verdadero pulmón verde en el centro de la ciudad. De un día para otro crecen edificaciones efímeras de madera y surge una ciudad dentro de la ciudad, una metrópoli de libros con calles y avenidas de polvo que no da abasto a la muchedumbre.
Los bengalíes, que han sido rebeldes y se sienten orgullosos de ser el centro cultural de la India, están ávidos de conocimiento. Decenas de jóvenes abordan a este colombiano proveniente de la tierra del legendario Gabriel García Márquez para hablarle en el español que aprendieron con el joven hispanista Dibyajyoti Mukhopadhiay, director de estudios hispánicos en la Ramakrishna Mission, una torre de babel en pleno Calcuta, construida a fines del siglo XIX y donde todos pueden estudiar por unas cuantas rupias las lenguas del mundo. Ellos conocen a Pablo Neruda, a Miguel Angel Asturias, a Juan Rulfo y a Julio Cortázar y consideran a América Latina como una tierra hermana.El auditorio de la Feria es una construcción de madera cubierta de flores y decenas de materos de plantas exuberantes y hasta allí llegan los conferencistas que hablan ante ese público de piel quemada por el sol, elgante en sus trajes ceñidos de tela blanca de algodón, adornados con chalecos y vistosos tocados cilíndricos. A la salida, el viejo sabio Doctor B. Chakravarti, todo de blanco, me ha regalado y firmado los tres tomos de su investigación The indians and the amerindians, donde desarrolla, a través de minuciosas comparaciones iconográficas del arte prehispanico e indio milenario, la teoría de los vasos comunicantes y la hermadad que, según él, une desde hace muchos milenios a estas dos regiones antípodas del planeta.Terminada la Feria del Libro, la actividad cultural seguirá en el Indian Coffee House, en Bankin Chatterjee Street, en torno al barrio universitario lleno de casetas de libreros ágiles y entusiastas. Adentro del café se mueven las aspas de los ventiladores y en cada mesa el diálogo fluye entre taza y taza de té. Al salir cruzará por la calle un pastor con cien ovejas y más allá uno podrá comprar un coco en una tienda protegida de la lluvia con latas de Coca-Cola, junto a una imagen en altorelieve del revolucionario Lenín.
En la Sahitya Academy los escritores de Calcuta preguntarán sobre América Latina al recién venido y recordarán con orgullo los poemas de los siddhacharias budistas que son considerados las primeras formas del lenguaje bengalí, de los siglos VII y VIII de nuestra era. Y más tarde, en la casa del gran maestro casi centenario Annada Sankar, la más importante figura viva de las letras de Calcuta, los escritores de la ciudad participarán en el encuentro de un viajero colombiano nacido en Manizales con las inolvidables letras de Bengala, que lo dejarán marcado para siempre.Porque en el ejercicio del arte, las letras y el pensamiento, los bengalíes conservan una orgullosa fuerza milenaria alejada de la competencia, el comercio desbocado, el dinero, la codicia y la usura ciegas en que se hunden ahora las letras occidentales. Se nota en la mirada profunda y sabia de esos hombres y mujeres de todas las edades a la hora de sentarse en círculo a hablar y compartir la alegría de leer y pensar, la alegría de escribir y morir, que todavía allÌ la literatura es algo sagrado y terrenal como el polvo de las calles y la incesante lluvia traÌda por los monzones. Y por eso, a la hora de decir adiós y subir al avión de Air India, no queda más remedio que llorar de felicidad al saber que aún existe una ciudad tan real y tan mítica como Calcuta.

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