El Instituto Cervantes inauguró en su sede de París una exposición itinerante dedicada al polígrafo mexicano Alfonso Reyes, uno de los más notables escritores y humanistas latinoamericanos (1889-1959), que dedicó su vida a crear puentes y vasos comunicantes permanentes entre las letras latinoamericanas y europeas al calor de la maravillosa lengua castellana, de la que fue un gran defensor y difusor.
El autor de "Visión de Anáhuac", "Simpatías y diferencias", "El deslinde" e "Ifigenia cruel" fue un hombre dedicado al ejercicio de la literatura en todas sus facetas, como una forma de conjurar los fantasmas de su época, marcada por dictaduras y revoluciones sucesivas que vivió desde muy temprano, pues su padre, el general Bernardo Reyes, fue protagonista de esos acontecimientos y murió acribillado al intentar tomar el Palacio Nacional, en 1913, en medio de turbias intrigas políticas.
Antes de la Revolución ya había conocido a ese otro gran humanista, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, junto al cual inició en el Ateneo de la Juventud intensas actividades académicas y creativas que se difundían en revistas de comienzos de siglo XX, como la recordada Savia Moderna. A raíz de la catástrofe política de su país y afectado por la muerte de su padre, Reyes fue enviado en un velado destierro a París, donde inició su larga carrera diplomática. Allí tomó contacto con las letras francesas en medio del auge artístico que ardía en ese entonces en barrios como Montparnasse, donde conoció a la legendaria Kiki de Montparnasse, quien le hizo una divertida caricatura que se muestra en el catálogo. Y desde entonces tejió lazos con los hispanistas franceses encabezados por Valéry Larbaud, el autor de Fermina Márquez.
Pero luego Reyes fue cesado junto a todo el cuerpo diplomático mexicano y por fortuna recaló en la Madrid de la época, ciudad que buscaba conquistar con el talento de su escritura. Allí traba relaciones múltiples con escritores como Enrique Díaz Canedo, Juan Ramón Jiménez, Amado Alonso, Jorge Guillén, Américo Castro y se dedica a publicar, traducir y escribir artículos para la prensa y las revistas literarias.
A partir de 1920 reanuda su carrera y desde entonces, a lo largo de su vida, fue embajador de México en Francia, Brasil y Argentina, países donde se dedicó a difundir y hacer vibrar el español y a establecer puentes con todos los hombres de pensamiento de un lado y otro del mar. En Buenos Aires conoció a Victoria Ocampo, quien dijo que "algo muy especial en Alfonso Reyes era su sonrisa; sonrisa como de inteligencia. Alguna vez escribió que había sido coleccionista de sonrisas y que dejó de serlo porque un día se sorprendió dando un pésame con una sonrisa (...). Entonces empezó a desconfiar de la sonrisa y se hizo coleccionista de miradas".
En Brasil tuvo la difícil tarea de acercar en los años 30 a ese enorme país con la cultura latinoamericana hispanófona, ya que en ese entonces ambos mundos carecían de puentes sólidos y casi se daban la espalda, como lo indica Regina Crespo en un ensayo del catálogo sobre la vida diplomática del mexicano. Sin embargo, el novelista tropical Jorge Amado —como tantos otros autores del continente desde el uruguayo Jose Enrique Rodó hasta el cubano Alejo Carpentier— lo consideró un "gran escritor de América" en una dedicatoria. Un grande modesto y generoso que abogó por una escritura diáfana y transparente capaz de comunicar las ideas con serenidad y hondura.
Más que brillar deseaba comunicar y abrir puertas a libros ignorados o autores olvidados. Con Reyes el artículo, el ensayo, el fragmento, el poema, parecen flotar de tan livianos y esenciales, por lo que alguien dijo, sin ironía, que fue tan modesto y generoso en su ejercicio gozoso de escritor que no quiso escribir ninguna obra genial.
Al regresar a su país en 1938 fue clave en la fundación de nuevas instituciones como el Colegio de México, fundado con la participación de importantes autores y pensadores del exilio español, y reinó luego desde la llamada "Capilla Alfonsina", su residencia situada en el barrio de la Condesa, enorme lugar casi sagrado donde tenía una biblioteca, cientos de objetos coleccionados en sus viajes, miles de cartas y donde escribió sin cesar y recibió a toda la intelectualidad de la época y a los jóvenes que lo admiraban mientras se iba extinguiendo o era asediado por los ataques cardíacos.
Era un hombre redondo, bajito, de bigote, de buenas maneras, tolerante, nunca tentado por los excesos ni por los extremos, algo que hoy no es muy común entre sus congéneres latinoamericanos o españoles. Estaba atento a la creación de sus colegas, listo a traducir clásicos o autores contemporáneos, ejercía la poesía, el teatro y en múltiples textos abordó temas que iban hasta la culinaria.
Fue, pues, un tejedor de palabras y su ejemplo puede ser útil ahora cuando la aceleración mercantilista y utilitaria de la literatura impide reflexionar a fondo o gozar de los fragmentos y los destellos de la lengua en movimiento. Porque no todo puede reducirse como hoy a escribir novelas amenas destinadas a la venta rápida, a la telenovela y al escándalo: es necesario volver a recuperar la palabra, pensar, criticar, codiciar los hallazgos del idioma o explorar sus caminos secretos y excéntricos a través del poema, la crónica, la prosa corta o el fragmento, como lo hizo Reyes.
Toda esa vida, esa errancia intelectual por Europa y América, tal dedicación a la tolerancia y a la amistad, es mostrada en la biblioteca Octavio Paz del Instituto Cervantes parisino. Es una exposición de imágenes, documentos, cartas, libros y videos, extraídos de archivos minuciosamente conservados por los amigos mexicanos a lo largo de más de medio siglo.
Con el entusiasmo que sólo tienen en nuestro continente los mexicanos para rescatar y dar relieve en permanencia a sus grandes autores, Héctor Perea Enríquez (1953), director del Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Autónoma de México y comisario de la muestra, ha dedicado años de su vida a rastrear la vasta obra de este hombre nacido en la ciudad de Monterrey, que escribió en casi todos los géneros (poesía, ensayo, crítica, crónica y todo tipo de fragmentos ) para dejar una obra monumental de varias decenas de volúmenes publicados por el Fondo de Cultura Económica.
Antes de la inauguración de la muestra el 14 de junio el ensayista y poeta contemporáneo Adolfo Castañón (1952), uno de los herederos de este humanista que cumple hoy con igual entusiasmo la tarea de crear puentes entre las letras de los diversos países de América Latina, España y Francia, ofreció una lúcida charla sobre la obra multifacética de Reyes. Y al escucharlo se sintió la alegría de saber que todavía, en medio de la comercialización y la trivialidad generalizadas del mundo editorial hispanoamericano, que premia y entroniza como genios a verdaderos asnos, hay autores contemporáneos que no ceden a la tentación y prefieren seguir el camino de la verdadera literatura.
La exposición recorrerá varias ciudades y países donde Reyes vivió y trabajó. Libros, cartas, fotografías y videos, que ya fueron expuestos en España, seguirán de París a Toulouse, Río de Janeiro, Sao Paulo, Brasilia, Chicago, Nueva York y Alburquerque, o sea por todos los lugares donde este amigo de Jorge Luis Borges caminó, leyó y dejó siempre una estela brillante de arte y amor por la lengua castellana.
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Publicado en El Manifiesto. Madrid. España. 19 de junio de 2007. También fue reproducido en El castellano.org el 7 de julio de 2007.
1 comentario:
Eduardo, me he quedado con dos ideas fundamentales y con una pregunta inquietante, ¿la colección de sonrisas y de miradas es la madeja de la que tejemos palabras? A mí se me suelen enredar, hacen lo que quieren (soy una esclava de las palabras).
Gracias por la recomendación. Me gusta mucho tu espacio, es una suma de conocimiento y calidez.
Un saludo,
Musa Rella
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