Se cree con frecuencia que la segunda mitad del siglo XX fue una de las épocas más libres de la historia de la pasión sexual, en especial luego de la revolución de las costumbres provocada por mayo del 68.
La directora Catherine Breillat, una de las más sulfurosas y polémicas realizadoras francesas feministas, famosa por dirigir varias películas sexuales escandalosas como «Romance», donde actuó el actor pornográfico Rocco Sifredi, ha vuelto a golpear con una reconstrucción minuciosa de los tiempos libertinos del siglo XIX.
Basada en el relato «Una vieja amante» del escritor decadente Barbey d’Aurevilly, autor del libro de relatos «Las Diabólicas», la película, que acaba de presentarse en la selección oficial del Festival de Cannes, busca la intemporalidad al rastrear las emociones a través de la expresión facial de los actores, en una especie de «tectónica de los rostros», como dice un crítico. No es sólo una película de época donde se despliegan rutinariamente vestidos, muebles y escenarios, sino una exploración de aquel tiempo romántico donde el deseo, la sangre, y amor y el pecado vuelan de lecho en lecho, de castillo en castillo y de callejuela en callejuela, bajo la mirada escrutadora del chismorreo y la condena.
Se cree con frecuencia que la segunda mitad del siglo XX fue una de las épocas más libres de la historia de la pasión sexual, en especial luego de la revolución de las costumbres provocada por mayo del 68, el auge del rock, el surgimiento del feminismo, el movimiento gay y la desacralización de la familia. Quienes vivimos en estos tiempos consideramos a veces con orgullo que hemos sido los seres más liberados de la humanidad en esa materia. Pero basta mirar los frescos romanos de Pompeya, revisar el erotismo griego, ver los milenarios templos pornográficos de Kajuraho en la India o estudiar el sensualismo corporal japonés o los priapismos escultóricos africano y prehispánico para darnos cuenta de que tal vez sólo somos unas mansas palomas agobiadas por los aceleres de la modernidad y la búsqueda de la supervivencia o el lucro.
«Se cree que soy una sulfurosa, pero soy también romántica», dice Breillat a la prensa al tratar de explicar que en sus películas escandalosas busca algo más que mostrar cuerpos en el éxtasis de la cópula o personas corroídas por el amor, los celos, el deseo, la codicia y el dolor. Por eso escogió la historia de un autor de fin de siglo XIX, cuando el simbolismo era más importante que la realidad escueta y empezaba a superarse el vulgar costumbrismo reinante a lo largo del siglo. «Busco una intemporalidad propia a la tragedia griega o a la pintura. Sólo busco mostrar los sentimientos y la violencia de los sentimientos en los que la gente se identifica».
Y Breillat lo logra en esta cinta donde actúa la joven y no menos sulfurosa italiana Asia Argento en el papel de una amante adúltera de origen español que vive una larga relación con un hombre que se casará finalmente con cierta juvenil y dulce aristócrata. Asistimos a un despliegue de duelos, heridas en carne viva, escenas donde se quiebran vasos, cuchicheos, cuerpos en la tensión muscular de la desnudez lúbrica, viejos lamentables comiendo e intrigando, arrugas, canas, gordura, joyas, prendas, candelabros, muebles, todo eso visto bajo la bruma de invierno o en interiores dominados por el ocre de los cortinajes o el fuego de las chimeneas, como en los cuadros de Cranach. Además Breillat desarrolla un plástica desbordada de cuerpos cubiertos por tejidos de época o hundidos en sábanas que resaltan la verdad del erotismo sin límites, lleno de angustias, lágrimas, gemidos y heridas.
La vieja amante está convencida de que él siempre volverá de otras aventuras y no se inquieta cuando se entera por chismes de que su amante se casará con la bella inocente. La abuela de ésta, surgida del libertino siglo XVIII -interpetrada por la anciana Claude Sarraute, hija de la novelista Nathalie Sarraute y esposa del fallecido filósofo y politólogo Jean François Revel-, lo interroga y al calor de los Oportos escucha sin inmutarse el increíble relato de esa pasión diabólica. Tras escuchar su historia, la anciana cómplice acepta que se case con su nieta pase lo que pase y sucede la boda entre cánticos y escenografías de una lograda efectividad estética. Después vendrá la vida del castillo, el embarazo y la reaparición de la diabólica amante en ambientes marinos de crepúsculo.
Con esta película Breillat nos vuelve a reconociliar con el séptimo arte y logra un nuevo maridaje entre literatura y cine al rescatar a un clásico del simbolismo finisecular del siglo XIX. Si en «Romance» nos relacionaba con las desviaciones sadomasoquistas y pornográficas de fines del siglo XX, en «Una vieja amante» explora el pasado y saca de él esa eterna delicia libertina de otros tiempos en que se languidecía de tormento y amor junto a chimeneas crepitantes donde siempre acechaba un cómico Satán de opereta.
Basada en el relato «Una vieja amante» del escritor decadente Barbey d’Aurevilly, autor del libro de relatos «Las Diabólicas», la película, que acaba de presentarse en la selección oficial del Festival de Cannes, busca la intemporalidad al rastrear las emociones a través de la expresión facial de los actores, en una especie de «tectónica de los rostros», como dice un crítico. No es sólo una película de época donde se despliegan rutinariamente vestidos, muebles y escenarios, sino una exploración de aquel tiempo romántico donde el deseo, la sangre, y amor y el pecado vuelan de lecho en lecho, de castillo en castillo y de callejuela en callejuela, bajo la mirada escrutadora del chismorreo y la condena.
Se cree con frecuencia que la segunda mitad del siglo XX fue una de las épocas más libres de la historia de la pasión sexual, en especial luego de la revolución de las costumbres provocada por mayo del 68, el auge del rock, el surgimiento del feminismo, el movimiento gay y la desacralización de la familia. Quienes vivimos en estos tiempos consideramos a veces con orgullo que hemos sido los seres más liberados de la humanidad en esa materia. Pero basta mirar los frescos romanos de Pompeya, revisar el erotismo griego, ver los milenarios templos pornográficos de Kajuraho en la India o estudiar el sensualismo corporal japonés o los priapismos escultóricos africano y prehispánico para darnos cuenta de que tal vez sólo somos unas mansas palomas agobiadas por los aceleres de la modernidad y la búsqueda de la supervivencia o el lucro.
«Se cree que soy una sulfurosa, pero soy también romántica», dice Breillat a la prensa al tratar de explicar que en sus películas escandalosas busca algo más que mostrar cuerpos en el éxtasis de la cópula o personas corroídas por el amor, los celos, el deseo, la codicia y el dolor. Por eso escogió la historia de un autor de fin de siglo XIX, cuando el simbolismo era más importante que la realidad escueta y empezaba a superarse el vulgar costumbrismo reinante a lo largo del siglo. «Busco una intemporalidad propia a la tragedia griega o a la pintura. Sólo busco mostrar los sentimientos y la violencia de los sentimientos en los que la gente se identifica».
Y Breillat lo logra en esta cinta donde actúa la joven y no menos sulfurosa italiana Asia Argento en el papel de una amante adúltera de origen español que vive una larga relación con un hombre que se casará finalmente con cierta juvenil y dulce aristócrata. Asistimos a un despliegue de duelos, heridas en carne viva, escenas donde se quiebran vasos, cuchicheos, cuerpos en la tensión muscular de la desnudez lúbrica, viejos lamentables comiendo e intrigando, arrugas, canas, gordura, joyas, prendas, candelabros, muebles, todo eso visto bajo la bruma de invierno o en interiores dominados por el ocre de los cortinajes o el fuego de las chimeneas, como en los cuadros de Cranach. Además Breillat desarrolla un plástica desbordada de cuerpos cubiertos por tejidos de época o hundidos en sábanas que resaltan la verdad del erotismo sin límites, lleno de angustias, lágrimas, gemidos y heridas.
La vieja amante está convencida de que él siempre volverá de otras aventuras y no se inquieta cuando se entera por chismes de que su amante se casará con la bella inocente. La abuela de ésta, surgida del libertino siglo XVIII -interpetrada por la anciana Claude Sarraute, hija de la novelista Nathalie Sarraute y esposa del fallecido filósofo y politólogo Jean François Revel-, lo interroga y al calor de los Oportos escucha sin inmutarse el increíble relato de esa pasión diabólica. Tras escuchar su historia, la anciana cómplice acepta que se case con su nieta pase lo que pase y sucede la boda entre cánticos y escenografías de una lograda efectividad estética. Después vendrá la vida del castillo, el embarazo y la reaparición de la diabólica amante en ambientes marinos de crepúsculo.
Con esta película Breillat nos vuelve a reconociliar con el séptimo arte y logra un nuevo maridaje entre literatura y cine al rescatar a un clásico del simbolismo finisecular del siglo XIX. Si en «Romance» nos relacionaba con las desviaciones sadomasoquistas y pornográficas de fines del siglo XX, en «Una vieja amante» explora el pasado y saca de él esa eterna delicia libertina de otros tiempos en que se languidecía de tormento y amor junto a chimeneas crepitantes donde siempre acechaba un cómico Satán de opereta.
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