Por Eduardo Garcia Aguilar
Jineth Ardila, Santiago Mutis Durán y Juan Manuel Roca, que siempre están listos con generosidad a emprender los proyectos más utópicos a favor del arte y la poesía, lograron hacer realidad el libro más bello y necesario. Se trata de El libro de las Celebraciones, editado por la Fundación Domingo Atrasado, donde los tres curadores del proyecto convocan a más de cincuenta autores colombianos a escribir un homenaje personal a su figura querida del arte, las letras o el pensamiento de Colombia en el siglo XX.
En un país tan terrible como el nuestro, donde la ley es el olvido y el ostracismo para la gente que dedica su vida a ejercer el arte, a enseñar, a amar, a cantar, a cuidar la naturaleza y donde por el contrario se encumbra y se premia a los pillos y a los asesinos, rescatar a esos hombres y mujeres buenos en el buen sentido de la palabra bueno era necesario para que desde el más allá o el más acá nos den energía renovadora para vivir en estos tiempos difíciles.
Muchos de ellos iluminaron y brillaron al mismo tiempo que llevaban una vida modesta como maestros u oficinistas, sorteando los dramas del exilio, la pobreza, la enfermedad, el olvido o la incomprensión. Algunos publicaron sus obras en ediciones modestas, emprendieron proyectos de revistas efímeras que hacían con las uñas, dieron clase con pasión a alumnos que los recuerdan o lucharon contra la injusticia del país como se lucha contra un monstruo invencible de mil cabezas. Sus voces se escuchan todavía en cafés como el Pasaje, el Saint Moritz o El Colonial, de Bogotá. Esos viejos nuestros caminan aún fantasmales por la séptima del brazo de sus amigos o sacudiéndose de la lluvia del siglo XX --todavía por armar-- con paraguas y sombrero Stetson.
Cuando por fin me llegó a París el libro, me senté a devorarlo en el café Sarah Bernhardt, en la Plaza de Chatelet, junto al río Sena y con los torreones puntiagudos del Palacio de Justicia al frente, mientras ardía el sol de junio. Desde lejos y en ese lugar privilegiado las palabras de la tierra me llegaban mucho más dulces o más amargas y brotaban de las páginas con peligrosa efectividad, como puñetazos de boxeador o revelaciones angustiosas de ese inmenso rompecabezas cultural que es el siglo XX en Colombia.
Pasar revista a esas figuras entrañables y verlas salir desde la humareda del desastre, renueva hasta el más escéptico. Ahí están los retratos de quienes nos dejaron hace tiempo como Ciro Mendía, Fernando González, Leon de Greiff, Luis Vidales, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea, Leo Matiz, Alejandro Obregón, Fernando Charry Lara, Manuel Zapata Olivella, Jorge Gaitán Durán, Héctor Rojas Herazo, Pedro Gómez Valderrama, Enrique Buenaventura, Hernando Valencia Goelkel, René Rebetez, Feliza Bursztyn, Estanislao Zuleta, Ignacio Chávez, R. H. Moreno Durán, Miguel de Francisco, Jorge García Usta, César Pérez y Andrés Caicedo, para mencionar sólo a algunos.
Cada retrato es un mundo: ahí está el viejo loco Fernando González fotografiado y contado por Guillermo Angulo, muy real, lejos del mito y la leyenda. Volvemos a ver a ese personaje lleno de luz que era Leo Matiz, convertido ahora en celebridad mundial del arte fotográfico, y además el hombre mas modesto y sencillo. Jaime Echeverri nos cuenta un instante en la vida de un ofinista discreto que tomaba tinto en El Pasaje y se llamaba Aurelio Arturo. Juan Manuel Roca nos habla de Alejandro Obregón, ese otro generoso a flor de piel y amigo que iluminaba todo a su alrededor con afecto y whizky.
Nicolás Suescún nos presenta a Hernando Valencia Goelkel, figura rigurosa y ponderada que dijo lo que tenía que decir y es ejemplo de rigor y ética intelectuales. Lisandro Duque nos cuenta con la maestría narrativa y la vena humorística que lo caracteriza la vida de su amigo el cineasta español José María Arzuaga, quien vino a Colombia por loco y se quedo, malogrando tal vez una gran carrera cinematográfica. Y volvemos a ver a Ignacio Chávez, el hombre abierto y tolerante que recibió la estocada del infame régimen actual como pago a una vida de entrega a la palabra y a la amistad.
Entre los vivos Gustavo Alvarez Gardeazabal nos presenta a Otto Morales Benitez, una fuerza proteica aue debio ser presidente. Joe Broderick nos trae al sorprendente Fernando Oramas, Ignacio Ramirez a Antonio Samudio, y hay semblanzas de Germán Espinosa, Teresita Gomez, Andrea Echeverry y Efrain Medina, dos necesarios niños terribles de la cultura colombiana en movimiento.
Pero el texto que más me conmovió, por su belleza romántica, gótica y erótica, y sin duda uno de los más logrados del libro, es el de Patricia Restrepo, que nos entrega en carne viva las últimas horas y los días de Andrés Caicedo, ese ídolo de leyenda que conquistó la eternidad por su gesto de rebelión total, al suicidarse el mismo día que salió su primera novela, Que viva la musica, clásico de la literatura colombiana.
Minuto a minuto vemos a esos dos muchachos enamorados, íconos de una generación desbocada, cuyo fulgor en los años 70 está por revisar, contar y reactivar. Los tenis rojos de Patricia en el sepelio son el símbolo de la más absoluta soledad de la generación de los nacidos en los años cincuenta que se quedaron para sobrevivir, encanecer, envejecer, engordar, cuando habían soñado con hacer explotar al mundo con arte, cine, poesía, rumba, sexo y ron.
Los jeans que Patricia se quita en el estoico nido de amor, sus cuerpos desbocados en un lecho de piedra, la forma peculiar y excéntrica de bailar la salsa, las cartas de amor, las pataletas de los enamorados salen de esas pocas páginas como la revelación que nos quita la respiración y nos revela el desastre generacional de sobrevivir y envejecer en el caos de la super boba patria.
En fin, en este primer volumen de las Celebraciones aparecen más de cincuenta personajes que debemos explorar y abrir para entender un poco el hecho de ser los colombianos y no morir en el intento. Es un libro necesario para tratar de entender la cultura colombiana del siglo XX, con sus aristas, sombras, destellos y desfallecimientos.
Ese siglo que en su crepúsculo nos dio la sorpresiva voz mítica de Andrea Echeverri, leyenda viva cuyo retrato, escrito por su homónima Andrea Echeverri Jaramillo, abre puentes entre dos generaciones desbocadas y rebeldes. Este penútimo texto nos hace visitar la creativa Colombia underground donde vibra la fuerza artistica que pasa de generación en generación y se trasmuta en el inmenso dragón sediento de futuro.
En las nuevas entregas del Libro de las Celebraciones aparecerán sin duda muchos más personajes que están por contar como Danilo Cruz Velez, Darío Mesa, Maruja Vieira, Meira del Mar, Jaime García Maffla, Harold Alvarado Tenorio, Fernando Denis y Ramón Illán Bacca, entre muchos otros que nos acompañan y eso sin contar decenas y decenas de los que se fueron y aún no nos han revelado todos sus secretos.
Colombia arde en estas primeras 278 páginas de sorpresas inolvidables, mostrándonos que el dragón de la cultura colombiana está vivo: León de Greiff, Fdeernando Charry Lara, Andrés Caicedo, Alejandro Obregón y Enrique Buenaventura desde el firmamento nos incitan a seguir su camino para conjurar la mansedumbre de estos tiempos dominados por los peores asesinos y bandidos disfrazados de padres de la patria.
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El libro de las celebraciones. Fundacion Domingo atrasado. Curadores y editores: Jineth Ardila, Santiago Mutis Duran y Juan Manuel Roca. Bogota. Abril 2007. 278 paginas.
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